En la entrega anterior plantee la serie de absurdos e insensateces que he apreciado a lo largo de esta pandemia que nos ha tocado vivir. La imaginación de las personas para inventar rumores es casi inagotable, nuestra sociedad bullanguera y católica prefiere creer en los milagros antes que en la ciencia.
Somos capaces de creer más en los chamanes que se anuncian en la televisión y que por 50 pesitos te ofrecen quitarte cualquier mal impuesto, cualquier amarre en el que te hayan metido si tú saberlo, que en la medicina.
Preferimos pedirle a la virgen, antes incluso de acudir al médico, el pensamiento mágico y la fe parecen inquebrantables. Hace años era el agua del Tlacote el remedio eficaz para todo, hoy de frente a la pandemia, lo es el dióxido de cloro.
Gárgaras de bicarbonato, aseguran unos, infusiones de una hierba llamada Artemisa, afirman otros, que no sólo previene sino que cura el COVID.
Otros más venden cápsulas de ajo negro como un medio para fortalecer el sistema inmunológico y prevenirnos del COVID, y así podríamos seguir con una larga lista, eucalipto, jengibre, miel de abeja y un largo etcétera parecen ser preferibles a la medicina tradicional.
Ni qué decir de las múltiples teorías conspiratorias en torno a la pandemia y al uso del cubrebocas, todo parece tener un trasfondo en el que parecen lo mismo los Illuminati de Baviera o Bill Gates. El estado profundo (lo que quiera que ello signifique) o el gran complot de la Big Pharma, las antenas 5G, que incluso llevaron a la quema de mástiles de telefonía en Reino Unido; teoría, por cierto, apoyada por personajes como Miguel Bosé.
Evo Morales atribuyó a Estados Unidos y las multinacionales (otra vez, lo que quiera que ello signifique) “una planificación para la reducción de la población innecesaria”. ¿Y cuál es la población innecesaria? Se preguntaba el propio Evo, y su respuesta era contundente, los abuelos y las personas de la tercera edad.
Donald Trump pasó de negar el peligro del COVID-19 a afirmar que China y la OMS estaban aliadas y en contubernio para generar esta crisis, esta pandemia. No olvidemos su recomendación de “inyectar” desinfectantes para curar la enfermedad.
Curiosamente un archienemigo de la Unión Americana, el ayatolá Jamenei, usando la misma estrategia de Trump, sugirió que el virus fue manipulado por Estados Unidos, para hacerlo más propenso al perfil genético de los iraníes y lograr así un contagio mayor. Cabe decir que, actualmente el mismo ayatola, afirma que no vacunará a su población porque las vacunas se fabrican en Estados Unidos y en países occidentales.
Pero creo que ya me desvié, en el caso mexicano, ¿qué es lo que nos impulsa a tener más fe en el pensamiento mágico que en la ciencia? Pues bien, lo que encontré en la Encuesta sobre la Percepción Pública de la Ciencia y la Tecnología, elaborada por el INEGI, fue que:
En promedio el 71.5% de los mexicanos mayores de edad encuestados, entre 2011 y 2017, consideran que los mismos mexicanos confiamos demasiado en la fe y muy poco en la ciencia. Nótese que hablamos de un tercio de la población quien reconoce confiar más en la fe que en la propia ciencia.
Por otra parte, otra de las preguntas en dicha encuesta es si consideran que, debido a sus conocimientos, los investigadores científicos tienen un poder que los hace peligrosos. A esta pregunta igual, en el período 2011-2017 en promedio, el 52.5% manifestó estar de acuerdo o muy de acuerdo con dicha afirmación.
Así, como podemos ver, una tercera parte de la población mexicana confía más en los actos de fe que en la ciencia y más de la mitad de la población cree que la ciencia les otorga a los científicos un poder tal como para ser considerados personas peligrosas.
Me parece que esto explica bastante bien el porqué, a lo largo de la pandemia, la sociedad mexicana ha abrazado todo tipo de mitos y teorías conspiratorias. La conclusión (al menos en mi caso) es simple, nos falta una educación en la que se explique de manera sencilla y clara qué es y para qué sirve la ciencia. Creo sinceramente que un país no puede avanzar si en la mayoría de su población impera el pensamiento mágico y una actitud de confianza en los milagros antes que en la ciencia.
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Muchas veces la gente tiene razón en desconfiar de la ciencia, especialmente la de la industria farmacéutica, cuyos fines son mantener la enfermedad, hacerla crónica para mantener el mercado y no curarla, o como en el caso del AZT que demoraron dos años su salida a la venta para “generar mercado”. Esa ciencia es inmoral y no creíble, claro que hay miles de científicos que vuelcan sus esfuerzos a la real búsqueda de la verdad, aunque sepamos que es una utopía. En cuanto al Dióxido de Cloro, la Ciencia ha demostrado que es el mejor desinfectante líquido que existe, su Indice Fenólico solo es comparable con el ozono, y está absolutamente probado que mata bacterias, hongos, esporos, virus y parásitos unicelulares, eso lo ha hecho la ciencia, ahora para afirmar que cura algunas enfermedades hacen falta estudios serios que los Comités de Etica Médicos no autorizan porque competiría seriamente con la fábrica de ganancias de la Industria Farmacéutica. Por mi parte uso el Dióxido de Cloro Estabilizado hace más de 15 años con resultados maravillosos y seguiré haciendolo, mientras ya me jubilé de mis estudios y actividad científica.