El dilema en México –y en Jalisco– es sumamente complejo. Por un lado, la pandemia crece sin control, el país cierra junio como el sexto lugar mundial en número de defunciones, y el undécimo en cuanto al número de casos confirmados. Sin embargo, la economía también está en riesgo y agoniza, en poco tiempo se verán resultados aún más graves.
La crisis ya está dando sus primeros golpes. De acuerdo con la Canacintra, más de 250 mil negocios han cerrado y 500 mil PyMEs se encuentran en insolvencia en el país. La presión social –y empresarial– parece insostenible. Está claro que una cuarentena obligatoria ya no es viable, pero eso no debe significar que el Estado abandone su papel preponderante en tiempos aciagos.
El tan crítico panorama que vive México no es visto necesariamente en otras naciones. Aquellos gobiernos que han enfrentado de manera decisiva a la pandemia, sin eludir el papel fundamental del Estado en la vida pública, arrojan mucho mejores resultados. Hay varios casos: Nueva Zelanda ha podido literalmente domar la pandemia gracias al liderazgo de su gobierno; la Alemania de Angela Merkel ha enfrentado una situación más compleja, pero tiene al país con uno de los índices más bajos de mortandad por el COVID-19: 1.6% en comparación con un 12.3% que tiene México. Por su parte, el exitoso modelo de Vietnam, cuyo gobierno ha sido elogiado por la OMS, ha logrado cero muertes en un país que todavía está en desarrollo, con 95 millones de habitantes.
Sin embargo, la nueva filosofía del gobierno federal de “dejar hacer, dejar pasar”, es una opción sumamente peligrosa. A diferencia de lo que ocurre en contextos como Estados Unidos, esta postura no se ha interpretado como el respeto a las libertades individuales, sino como un reconocimiento de facto de la debilidad y fracaso institucionales. Parece estar tirándose la toalla, abdicando de la función de gobernar y resolver problemas de coordinación.
La pandemia no ha sido domada, sino que está en su punto más alto (López-Gatell dixit), y lo seguirá estando. Entonces, ¿por qué avanzamos hacia la “nueva normalidad”? La razón: se agotó el margen de maniobra (que nunca intentaron ampliar). No existen capacidades ni financieras ni institucionales para mantener confinamientos selectivos y ordenados.
De pronto nos volvimos neoliberales (ahora sí): replegando al Estado y dejando al ciudadano con la responsabilidad no sólo económica, sino sanitaria; a su suerte. Además, con diferencias clave respecto a otros países: en México no hay pruebas masivas, ni seguimiento de contactos, ni protocolos estrictos ante nuevos brotes. No hay comunicación clara, el gobierno perdió la narrativa. La gente está a la deriva, confundida; y lo peor, ya no muestra cautela ante el COVID-19.
En el caso del Estado de Jalisco, el gobernador ha impulsado el concepto de “responsabilidad individual” ante el COVID-19. El llamado es correcto, pero debe estar acompañado por políticas claras y, sobre todo, límites estrictos para los irresponsables. El odiado neoliberalismo sólo funciona cuando la libertad individual está acotada por un sólido Estado que fija reglas claras y las hace cumplir.
Una reapertura funciona cuando existen mecanismos para volver a cerrar si las condiciones epidemiológicas lo ameritan. En días pasados, China volvió a implementar medidas de confinamiento con 137 nuevos casos de infección. En varios estados de la Unión Americana, entre estos Texas y Florida, han dado marcha atrás a la reactivación económica ante el alarmante crecimiento que se ha dado justamente por dicha reapertura, apresurada y desordenada. Un nuevo confinamiento será difícil en México, la gente simplemente ya no confía en el gobierno.
La función del gobierno no es hacer decálogos, sino políticas públicas. En ausencia de éstas, la expectativa (¿esperanza?) es que la gente, al ver cada vez más de cerca los estragos de la pandemia, vuelva a ser cauta, responsable y se confine voluntariamente. Es de lo más neoliberal que hemos visto en México en décadas.
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