Innovación, Tecnología y Sociedad

Internet inseguro, los más vulnerables

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Son quienes están en mayor riesgo, aunque no los únicos. El año pasado, 2018, se presentaron dos estudios. Los datos difieren, no en demasía. En términos generales, ambas encuestas coinciden en confirmar una tendencia de raudo crecimiento en el acceso a Internet en México, y un número que rebasa los 70 millones de usuarios.

Ya sea que se sigan los resultados de la Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en Hogares, llevada a cabo por el INEGI, IFT y la SCT, o bien, se prefiera la que ha realizado por 14ª ocasión la Asociación Internet.Mx, las conclusiones son semejantes. La tasa de conectividad rebasa el 60% de la población total, y del total de usuarios, el mayor número se encuentra en la franja que comprende a niñas, niños y jóvenes.

Sin embargo, a pesar de constituir el grueso de la población con acceso cotidiano a Internet, y de tener en el uso cada vez mayor de la Red, el medio predilecto para allegarse información, establecer relaciones sociales, construir su idea del mundo y de su lugar en él, niñas, niños y jóvenes en México navegan en condiciones que están muy lejos de ser las óptimas.

Internet inseguro en México

Bajo el lema: “Juntos podemos hacer un Internet mejor”, desde 2003 se celebra en febrero de cada año el Día Mundial por un Internet Seguro (Safer Internet Day, SID, en inglés). Se trata de una iniciativa en la que participan cerca de 80 países, cuenta con el apoyo de la Unión Europea y tiene dos organizaciones dedicadas al seguimiento de contenidos en Internet, INSAFE/INHOPE, a sus dos más decididas promotoras.

Este 2019, las celebraciones del Día Internacional por un Internet Seguro se han llevado a cabo el día 5 de febrero. Amparadas en la consigna: “Una Internet mejor comienza contigo: conviviendo con respeto para un Internet seguro”, las actividades han puesto énfasis en promover un uso positivo y seguro de las tecnologías digitales en niñas, niños y jóvenes. Ciertamente, no la única población en riesgo, pero sí, a todas luces, la más vulnerable.

Hacer un uso de la tecnología de manera responsable, respetuosa, crítica y creativa, es el gran propósito que anima este proyecto de alcance planetario. Cuatro elementos, empero, que no se dan por sí mismos, a menos que padres, docentes, instituciones, gobiernos y sociedad se involucren activamente en su difusión, así como en la creación de condiciones para su implantación y desarrollo.

Si hacemos caso al resultado del estudio presentado por la Asociación Internet.Mx, encontraremos que entre 2006, fecha de su primera medición, y 2018, la más reciente, el número de usuarios en nuestro país prácticamente se ha cuadriplicado, pasando de 20 a 79 millones de mexicanos conectados. Resulta notable, al hacer la disección por rangos de edad, encontrar que apenas detrás del grupo con el porcentaje mayor, el 19% que ostentan quienes tienen entre 24 y 35 años, se encuentren los usuarios de van de 6 y 11, con el 17% y los que están entre 12 a 17 años con 18%.

Wifi seguro e interconexión

Para darnos una idea aún más precisa sobre el rol que las y los menores juegan en el acceso a Internet y el consumo de los contenidos, además de las más de 8 horas que en promedio que pasan conectados los usuarios mexicanos, habrá que señalar que en nuestro país el porcentaje de niñas y niños menores de 12 años usuarios a Internet, duplica al de adultos de entre 45 y 54, y es más del doble en relación con quienes tienen más de 55 años.

Es verdad, el número de usuarios con 45 años o más crece rápidamente, en buena medida porque el entorno no les deja más remedio. Pero no menos cierto es que la edad de inicio en la navegación de los internautas menores se recorre cada vez más, de tal suerte que ya el 26% de los usuarios registran el inicio de su vida en la Red entre los 3 y los 8 años.

Desapercibido casi por completo en México, el Día Mundial por un Internet Seguro, debería brindarnos la oportunidad para revisar los altos riesgos con los que niñas, niños y jóvenes, en particular, navegan hoy por hoy. Espacio libérrimo por excelencia, Internet, empero, requiere ciertas habilidades y cierta formación, así sea mínima, para no perderse entre los meandros de la sobreinformación o, aun peor, del contenido inadecuado, ilegal, ofensivo o groseramente tóxico.

Día Mundial de Internet Seguro

El acceso crece en nuestro país; eso es una buena noticia. No lo es, para nadie, la ausencia de programas de formación digital que posibilite a niñas, niños y jóvenes aminorar el alto grado de vulnerabilidad en el que se encuentran en este momento. Alto grado de agresión verbal, pornografía, fraudes, pederastia, son apenas algunas de las sombras en las que, sin formación y sin acompañamiento, niñas, niños y jóvenes mexicanos se adentran a diario al acceder a sitios y redes sociales, parte integral de su cotidianidad.

La alfabetización digital asoma, pues, como una responsabilidad pública y una tarea inaplazable, en un mundo donde el acceso es apenas la mitad de lo deseable. Usuarios informados y formados, listos para hacer valer su derecho constitucional al acceso y disfrute de la tecnología, es la otra mitad de una tarea de gobierno y social cada vez más apremiante.

Ciudadanos de pleno derecho de la aldea global, niñas, niños y jóvenes no son los únicos, pero sí los más vulnerables. Necesitamos brindarles, sin demorar más, mejores herramientas para su salvaguarda.

Hagamos cada cual su parte con mayor ahínco, ya.

Volar a ciegas, el golpe a INEGI

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De no ser convergente, no tendrá futuro. El mundo cambió; y con él, la manera en que es concebida la interacción entre elementos de distinto orden. Sociedades cada vez más complejas enfrentan problemáticas igualmente complejas.

Las respuestas rápidas, simples (cuando no simplonas) sacadas del arcón del discurso y el efecto inmediato, pueden por un momento distraer o entretener, pero a la larga, la complejidad de las cuestiones terminará por imponerse.

No hay soluciones simples a problemas complejos. Tal es una de las premisas fundamentales, sino que la central, al momento de abordar el diseño de políticas públicas, la conformación de equipos y las instituciones involucradas, las estrategias de implementación, y, finalmente, al momento, también, de evaluar sus resultados.

Concepto central de nuestra época, la convergencia es el invitado prácticamente ausente en los esfuerzos gubernamentales por fijar una nueva ruta de desarrollo.

No se trata del futuro, sino del presente. De una ruta que los países con mejores perspectivas que el nuestro, exploran desde hace tiempo.

Estados Unidos, desde luego, pero del mismo modo, Corea del Sur, Alemania o la misma China, han hecho del paradigma de la convergencia de conocimiento y tecnología la llave maestra que orienta sus decisiones de política pública.

Mónica Casalet, en un trabajo que ella misma ha coordinado sobre el paradigma de la convergencia del conocimiento, publicado recientemente por Flacso, va más allá y hace notar cómo este enfoque en el que concurren ciencia y tecnología es determinante para el impulso de una cultura de lo multidisciplinario como norma.

investigadora
Mónica Casalet (Foto: Canal de Youtube Red Temática CONACYT Convergencia).

Práctica pública que se expresa a través de la formación de equipos ad hoc y del respaldo, desde el Estado, para todo lo relacionado con estandarizaciones, patentes, fondos de investigación, enfoques multidisciplinarios en equipos de investigación y su relación con los sectores que pueden y deben encabezar el cambio, en el propio contexto que la convergencia abre.

Se trata, se desprende, de asentar una visión en la que prive el interés público por alentar trabajos marcados por lo colaborativo y lo multidisciplinario como divisa esencial.

Dice Casalet: “La importancia de un enfoque convergente adquiere significación por los cambios tecnológicos ocurridos en la transformación industrial, organizativa y de negocios. La transversalidad de la digitalización introduce grandes cambios y recomposiciones que impactan a diferentes industrias generando nuevas complementariedades (y) abren nuevas complejidades para abordar los problemas de salud, el medio ambiente, la seguridad con cambios sustanciales a nivel del empleo y las calificaciones”.

Desconcertante, por eso, resulta la decisión de restringir los fondos públicos con los que trabaja uno de los ejemplos más cercanos y útiles de una labor convergente, es decir, colaborativa y multidisciplinaria: el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI).

A contracorriente de lo que muestran las buenas prácticas en materia de fortalecimiento de los órganos que proveen información robusta, oportuna y fidedigna para la evaluación de las políticas públicas, México, su gobierno, determinó estrechar la vida presupuestal del INEGI.

En ese contexto, en días pasados, el INEGI, en voz de su presidente, Julio Santaella, anunció que, debido a la disminución de un 6% en su presupuesto, el Instituto verá afectada la realización de 13 instrumentos de medición.

presidente del INEGI
Julio Santaella (Foto: Canal de Youtube Administración Aguascalientes).

En todos los casos, que van desde lo agropecuario hasta hábitos y consumos en hogares, se trata de herramientas que arrojan datos significativos a través de los cuales es posible medir el efecto de las políticas públicas y mejorarlas.

Nos quedaremos sin saber si la población en los penales ha aumentado o disminuido, así como careceremos de elementos para fijar una ruta en torno el trabajo infantil o el consumo de sustancias psicotrópicas, como si pudiéramos dar tal lujo.

No podremos saber, tampoco, sobre el consumo de tecnología en hogares o sobre el uso del tiempo libre, fuentes que, huelga decir, hubiesen servido (deberían haber servido) para determinar decisiones en diversos sectores de la vida pública del país.

Así pues, la estructura de decisión de lo público, altamente concentrada, organizada bajo la lógica de “áreas de competencia”, con serias dificultades para moverse en el escenario de lo colaborativo y multidisciplinario como paradigma, ha determinado privarse a sí misma de un insumo imprescindible, la información dura y confiable.

Se suprime, asimismo, el derecho de investigadores, organismos nacionales e internacionales y la sociedad en general para conocer de asuntos que les incumbe, mediante datos que posibiliten contrastar el discurso con los hechos.

Decisiones con un alto grado de centralización, carencia de estudios previos y ahora, con el recorte al INEGI, de mediciones confiables para el seguimiento y evaluación, hacen que pensar en trasladar el modelo de la convergencia al primer plano de lo público, y hacer del trabajo colaborativo y multidisciplinario una norma, parezca más que lejano.

En la aviación, los pilotos llaman “volar a ciegas” a la experiencia de hacerlo en la noche, cuando se ve poco o nada. Claro que ese “a ciegas”, no lo es en su sentido literal. Se tienen los instrumentos y la información que permite llevar la nave a buen destino.

Nadie quisiera saber lo que sería navegar sin esos instrumentos y esa información, ¿o sí?

La vigorosa industria del videojuego

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¿Oportunidad pública perdida?

Involucra a más de la mitad de la población. Crece cuatro veces más que el Producto Interno del país. Contempla un mercado de alrededor de 22 mil millones de dólares. Hay 117 empresas en el ramo. Toca a todos los segmentos de la población. Su presencia se expande. Es toda una revolución. Y, sin embargo, poca atención presta México al dinamismo con el que se comporta la industria del videojuego. Ya no digamos que merece la atención estatal para formular una estrategia que pueda hacerla compartible con algunos indicadores educativos y culturales, en lugar de manifestar desinterés a una industria pujante y falta de imaginación pública frente a sus posibilidades.

De acuerdo con The Competitive Intelligence Unit, nuestro país registró para 2017 un número muy cercano a los 69 millones de personas entre las distintas plataformas y dispositivos en los que se puede jugar. Lo que representa 10 millones más que el año anterior; es decir, un crecimiento del 15 %. Mismo que, según The CIU, en buena parte se explica por el detonante que ha resultado ser la combinación entre conectividad y la portabilidad de los celulares.

Como se sabe, debemos al filósofo holandés John Huizinga la lucidez para encontrar en el término “Homo ludens”, no sólo el título de su obra más célebre, sino además una descripción precisa y punzante de una de las características esenciales de lo humano: la capacidad para jugar.

En pleno 1938, en los albores de la Segunda Guerra Mundial, Huizinga sostiene la idea de que el juego, nada menos, debe ser visto como una parte constitutiva de la cultura. El juego, dice el holandés, nos permite construir una imagen del mundo. Jugar abre la puerta a una forma de apropiación de la vida y la existencia. Jugar es un acto que reviste la mayor seriedad.

homo ludens
Foto: E. I.

Proviene entonces, quizá, del calificativo que en la década de los sesenta lanzó Carlos Monsiváis contra la televisión al llamarla “La caja idiota”, y por derivación todo lo que tenga que ver con algo parecido a eso recibe el mismo desprecio intelectual; o, tal vez, de la idea (errónea, desde luego) de que los videojuegos son cosa de Nerds o “Niños rata”; mas, sea como sea, resulta llamativo (por decir lo menos) que el empuje de esta industria, su presencia en muy amplios segmentos sociales y su crecimiento como compañero del ocio, no sólo infantil, sino también adulto, no despierte en el ámbito de lo público ni el más mínimo atisbo de acción gubernamental.

A contracorriente, hace unos días el Ministerio de Cultura de España anunció una inversión de 2.5 millones de euros para ayudar al desarrollo de los videojuegos y la cultura digital. Ya el titular de la cartera, José Guirao, en una declaración que hizo levantar las cejas a los puristas (y, por ende, conservadores) había anunciado que, para el Ministerio a su cargo, el sector del videojuego tenía la misma importancia que el cine o la literatura; así nada más.

La claridad con que se conduce España en este terreno es de reconocerse y, por qué no decirlo, envidiable. La idea es precisa. Se trata no de una de ayuda caprichosa o que responda a una “moda”. Lo que subyace en la decisión del Ministerio de Cultura español es, sí atender una reconocida debilidad empresarial de su sector del videojuego, pero sobre todo, se trata, así se ha planteado de manera textual, de orientar las ayudas a la modernización de las industrias culturales, de contribuir a una plena transformación digital de estas industrias.

Capaz de generar más de 22 mil millones de dólares, el sector del videojuego presenta además un crecimiento que cuadriplica al del PIB nacional. A través del uso de dispositivos móviles, cruza todos los segmentos sociales e involucra cada día más a adultos, cuyo número se duplicó de un año a otro, y quienes hallan en el jugar un resquicio a las penalidades de la vida cotidiana.

juegos
Foto: Kilian Fichou/AFP

Fernando Esquivel, responsable del estudio que presenta The CIU, lo plantea en estos términos: “Así, la Industria de los videojuegos se constituye como un segmento relevante en términos económicos y de entretenimiento. Adicionalmente, registra beneficios indirectos para sus usuarios, documentados por especialistas e investigadores, que refieren el desarrollo de habilidades de pensamiento crítico, resolución de problemas, habilidad de generar estrategias para resolver acertijos, desarrollo de la memoria, conocimiento de culturas y lenguajes y habilidades digitales, entre otras”.

Sorprende, decepciona, por eso, lo que se encuentra en México. El sector sortea turbulencias y el desdén, asido a su propia capacidad y fortaleza. Probada con creces, si se atiende a sus números y dimensionamiento. Mas no por ello, la situación debería extenderse y librar a quien tiene una responsabilidad desde lo público de atender e incentivar su crecimiento como industria del entretenimiento, sin excluirle como herramienta para procesos de aprendizaje, transmisión de legua, construcción de identidad cultural, en los que nuestro país bien podría incursionar a través de los juegos de video.

Pues si el juego en sí mismo es consustancial a la naturaleza humana, y en el juego, recalca Huizinga, relumbra el sentido de la libertad y la imaginación, esta libertad no concierne a la responsabilidad pública obligada a dictar políticas públicas transversales y de nuevo cuño. Imaginación pública es, hoy, una demanda de impostergable visión de futuro.

Ahí está la oportunidad, dejemos de desaprovecharla.

AlfabetizaDigital

@alfabd5