Me pareció imposible no comprar el argumento. Claro, es justo pedir que se incremente el presupuesto a arte y cultura. Así como la película de Un día sin mexicanos (2004) decidí perseguir el impulso de pensar qué pasaría si no hubiera creación. Increíble pero cierto, mi primer pensamiento fue que no sería realmente grave: la creación no persigue fines utilitarios que pudieran ser notados por quienes no han dependido de ella (y no me refiero económicamente) para vivir.
Vi el video que difundieron quienes están vinculados al MOCCAM (Movimiento Colectivo para la Cultura y el Arte de México). En él, una chica aficionada al arte y la cultura se percata de que algunas de sus manifestaciones empiezan a desvanecerse: la Piedra del Sol desaparece de internet y del anverso de una moneda de 10 pesos, la música de Cri Cri no se reproduce en el tocadiscos, las páginas de un libro de Rulfo se hallan en blanco y las imágenes de un libro de historia del arte mexicano se desdibujan. La narrativa me pareció algo lenta y entorpecida al principio, máxime por el aura de misterio que iba construyendo la banda sonora y que me hacía esperar un desenlace más rápido y dramático. En la medida en que el video continuaba su curso y que la protagonista interactuaba con su familia, me di cuenta de un argumento muy poderoso –pero muy peligroso– para la causa perseguida por el MOCCAM: en efecto, para algunos, el que no exista el arte no es un gran problema. Y esos “algunos” están en el seno de nuestras propias familias.
La chica del video advierte la desaparición de una máscara sobre el televisor, justo después de que su película no pudiera verse y de que la familia la increpara (por cambiarle a la telenovela, por hacerle algo al televisor y privar a todos de tan grande invención). Lo que me pareció interesante es justamente eso: que el resto de la familia de la protagonista aficionada al arte y la cultura no parece estar en la más mínima tribulación. Para ellos no desaparece nada ni echan nada de menos. Mientras tengan telenovelas, futbol y TV notas, mientras tengan entretenimiento al alcance, parecen no darse cuenta de aquello tan esencial que suponen elementos como la máscara sobre el televisor, la Piedra del sol o las letras de Rulfo. ¿En verdad es esencial?
Otra mirada a la argumentación del video: las manifestaciones (diré) populares como las telenovelas y el futbol (pero curiosamente no la máscara), las revistas de la farándula, no se desvanecen: permanecen tan firmes en la narrativa como el pensar que no son “alta” cultura. “Estás loca”, le dice una de las mujeres a la protagonista, mientras lee su TV Notas. Esto pone a la chica en una situación de descrédito por parte de quienes la rodean, de alucinación (sólo ella parece darse cuenta de las desapariciones) y de aislamiento (a los demás no les importa lo que a ella le importa). Curiosamente, el video pone de manifiesto, con su narrativa, que el arte y la cultura cohesionan a unos pocos que deciden apartarse del camino del consumo cultural popular.
Al final, la chica se da cuenta de que todo ha sido un sueño. Más tranquila, revisa su libro de Rulfo y todo está ahí otra vez. Cuando sale a la calle se encuentra con una librería que ostenta numerosos ejemplares con portadas idénticas y con leyendas tales como “Que se acaben las becas”, “hay otras prioridades”, “no hay presupuesto”: frases que se han pronunciado con mayor énfasis y frecuencia en esta administración y que hacen referencia a la pregunta que me hacía líneas más arriba: en verdad, ¿el arte y la cultura son esenciales? ¿Para quiénes y desde qué perspectivas?
MOCCAM está exigiendo un incremento sustancial al presupuesto dedicado a las artes y a la cultura. No sólo eso, sino que solicita también que se generen las condiciones necesarias para que los trabajadores del sector cuenten con seguridad social. El propósito es muy noble y claro: el arte y la cultura no son de adorno, no están restringidos a un ámbito socioeconómico privilegiado ni a los pueblos aborígenes. Parecería que es obligado: el arte y la cultura deben ser “el eje rector de cualquier verdadera transformación”, dice una de las actrices como parte de las conclusiones del video. “Invertir en la cultura es invertir en la transformación del país que soñamos”. Es ésta tal vez la frase de mayor impacto que subrayo y que nos permite pensar en qué pasaría si tuviéramos, más que un día sin artistas, un día sin manifestaciones artísticas y culturales, sin importar si son populares o académicas: es a partir de arte y cultura que construimos horizontes, identidades y capacidad de exceder nuestros constreñimientos y proyectarnos hacia metas insospechadas.
El arte hace posibles ámbitos de transformación personal y colectiva; la educación artística permite construir relaciones, conexiones cerebrales e inteligencia emocional; los imaginarios nos pueblan y nos dan la medida de nuestras aspiraciones; cierto es que fuera de ellos, nada es posible. Pero, como se ve en el video, parece que si no hay arte y oferta cultural, no hay por qué preocuparse. El arte es un ámbito de transformación que rinde frutos que esta administración federal ni siquiera calcula. Más allá de salas de cine cerradas (lo cual, a ojos de la mayoría, sólo implicaría menos opciones de entretenimiento), de teatros sin programación, de salas de concierto vacías o de museos cerrados o sólo con operación mínima; más allá de que la cultura sea un derecho, la capacidad de canalizar presupuesto a algo que la mayoría ve como parte de la industria del entretenimiento no se antoja parte de un panorama sostenible. Las condiciones laborales de muchos de los trabajadores del sector son más que precarias y la opción de abonar un camino en las instancias públicas parece cada vez más lejana.
Abril Alcalá Padilla, diputada del PRD y quien participa en las comisiones de Cultura y Cinematografía, Educación y Ciencia, Tecnología e Innovación (https://www.informador.mx/cultura/Cultura-y-ciencia-ante-el-desafio-presupuestal-20190917-0012.html) señala la oportunidad de invertir en turismo para desarrollar áreas de oportunidad que vinculen a las regiones con su legado artístico y cultural. Suena bien, pero no hay una política de sostenibilidad ni una proyección que dure más de los años que dura el gobierno municipal, estatal o federal. Un proyecto de desarrollo comunitario por regiones debería contemplar la estricta vinculación con los sectores turísticos y de comunicación, pues si no se cuenta con infraestructura capaz de recibir, canalizar y posibilitar una experiencia placentera para los visitantes, el flujo de éstos decaerá.
Alcalá Padilla hace referencia al potencial de la “economía naranja”, es decir, la industria de lo creativo en donde arquitectura, filmes, artes plásticas y escénicas están al mismo nivel que videojuegos, software, moda y publicidad. Esta economía comprende al sector de las industrias culturales productivas, lo cual genera dividendos que contribuyen al Producto Interno Bruto y que permiten su comercio a nivel mundial. Invocar el modelo de la economía naranja es esperanzador, pero no es sencillo plantear su introducción a la política gubernamental actual ni poner en circulación dentro de este esquema al considerado “patrimonio”, debido a que los derechos de reproducción, de uso y las solicitudes de autorización que es preciso cubrir encarecen la producción y no permiten la circulación de la ganancia.
Para cerrar: me sumo a la iniciativa de exigir que se den más recursos para arte y cultura, pero para convencer habría que ser más elocuentes en todos los sentidos. Soy la primera convencida de que invertir en la cultura es indispensable, pero hay que generar en nuestros gobiernos el sentido de inversión a largo plazo y de ver más allá de su administración. De igual manera, eliminar las antiguas categorías de “alta” cultura y cultura “popular”, artesanía y “arte de los pueblos originarios” sería de tremenda utilidad para que los prejuicios no fueran los que sesgaran el destino de los presupuestos, sino la calidad vinculativa y estética, capaz de hacernos creer que podemos tener escenarios de futuro muy distintos.