Morir y hacer el duelo en tiempos de pandemia

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Entre todas las situaciones tristes a las que nos ha enfrentado la pandemia que estamos viviendo, hay dos especialmente inquietantes. Por un lado, que las personas que enferman gravemente por COVID-19 mueran solas mientras están recibiendo tratamiento para curarse en los hospitales sin haber tenido la oportunidad de despedirse. Por otro, que los familiares de personas que han fallecido por la enfermedad no tengan la oportunidad de realizar los rituales funerarios con el cuerpo de su ser querido, el cual debe ser cremado de inmediato, ni puedan estar acompañados físicamente por otras personas que puedan consolarlos y abrazarlos.

Las restricciones que impiden las despedidas antes y después de la muerte están justificadas porque es necesario prevenir más contagios. Incluso si los familiares individualmente prefieren arriesgarse a contagiarse antes que perder la oportunidad de decir el último adiós a su enfermo, debe prevalecer la protección de la comunidad y evitar que haya que atender más personas en las condiciones de escasez de recursos en las que ya estamos. Sin embargo, es necesario preguntarse qué se puede hacer para no privar a un paciente del derecho a una muerte digna, en la que estar acompañado es un elemento importante, ni arrebatar a sus familiares los elementos indispensables para transitar por el proceso de duelo.

 En su artículo Por el derecho al buen morir la periodista mexicana Marcela Turati nos recuerda la importancia de despedirse antes y después de la muerte de un ser querido; con esa acción se da la posibilidad de iniciar los rituales que ayudan a transitar por el duelo, un proceso a través del cual se honra a la persona perdida y se aprende a vivir sin su presencia física. Cientos de muertes causadas por la violencia que por años ha prevalecido en el país, han dejado a muchas personas sin la posibilidad de ver el cuerpo de su familiar desaparecido y, aunque sospechen que ha fallecido, al no constatarlo viendo su cuerpo, no pueden hacer su duelo. Por eso, no cesan en su lucha y exigencia de encontrar a sus desaparecidos.

morir en tiempos de pandemia
Fotografía: José Sánchez/Agence France-Presse

El miedo a morir es compartido por muchas personas y hay diversas razones para que así sea. Simplificando, los motivos pueden encerrarse en tres grandes rubros: a) no querer separarse de lo que se ama en esta vida, incluyendo a las personas que se quieren, los planes que aún se tienen, y las experiencias que uno vive; b) el temor a lo desconocido, a lo que sigue después de la muerte; c) la angustia de pasar de ser a no ser. Todos estos miedos podrán estar más o menos atemperados en función de qué tanto uno haya reflexionado sobre la finitud, y encontrado respuestas personales para vivir con paz sabiendo que tarde o temprano tendrá que morir. Cuando se pregunta a personas enfermas qué es lo que más temen de saber que van a morir, la mayoría responde que “morir con sufrimiento” y “morir solo”, sin alguien que esté con ellas como testigo cuando hacen el cierre de su vida. De ahí la importancia de asegurar a los pacientes que no van a morir con sufrimiento ni solos, pero también la necesidad de asegurarse que en los hospitales existan los medios para cumplir esta promesa.

Actualmente, las barreras físicas que imponen las medidas sanitarias pueden compensarse, de alguna manera, utilizando los medios tecnológicos con los que ahora contamos. A un enfermo se le pueda acercar un celular para que hable o simplemente escuche a un familiar despedirse; o pueda oír mensajes de diferentes personas cercanas que le expresen lo que significa para ellas; o ver y conversar con sus seres queridos a través de video llamadas. Pero también puede acudirse a otros recursos como escribir cartas o mensajes. Así lo han hecho en el Hospital General de Zona No. 27 “Dr. Alfredo Badallo García”.

Los pacientes dictan mensajes que el personal de enfermería escribe y el de trabajo social fotografía para que puedan verlos los familiares; así han podido establecer una comunicación que ha sido importante también cuando el enfermo sigue en tratamiento con posibilidades de curarse. Algunos pacientes que reconocen que a pesar del tratamiento no tienen la garantía de sobrevivir aprovechan esta oportunidad para decir palabras que podrán dar consuelo a sus seres queridos. Gerardo escribe a sus padres: “me están dando la opción de intubarme para ayudarme… y si en algún caso ya no puedo despertar, quiero que sepan que los amo a ustedes y a mi hija”.

Cuando alguien querido muere, necesitamos rituales que marquen ese acontecimiento tras el cual nuestra vida ya no puede ser la misma por el vacío que nos deja. Es necesario hacer una pausa en la vida y dedicar un tiempo a reconocer el dolor de la ausencia, a agradecer que esa persona haya formado parte de nuestra vida y a descubrir cómo vivir ahora con lo que ya sólo será su recuerdo. Es algo que les debemos a nuestros muertos, pero que también necesitamos los vivos para confiar en que al morir se nos honrará, recordará y no se tratará de inmediato de “seguir con la vida” como si nada hubiera pasado.

En México, como en muchos otros países, la actitud de negación que predomina ante la muerte ha llevado a darle menos valor a los rituales funerarios, lo cual se expresa en hacerlos lo más breves posible para no deterse demasiado en pensar en la muerte. Pero también hay comunidades que mantienen rituales a los que dedican más tiempo, con los cuales las personas se sienten realmente acompañadas, todo lo cual les permite sobrellevar mejor el duelo. La necesidad de que se creme de inmediato el cuerpo de una persona que fallece por COVID-19, junto con las medidas de aislamiento resulta muy duro en todos los casos y obliga a realizar en soledad los rituales que en compañía resultan mucho más consoladores.

A pesar de las limitaciones que impone la situación que estamos viviendo, hay que buscar la forma de hacer el duelo. Mariana Rodríguez, psicóloga de la Facultad de Medicina de la UNAM, recomienda encontrar medios alternativos para despedirse de la persona fallecida si no fue posible hacerlo en el momento y esto podría ser a través de una carta; exhorta también a hablar con la familia del dolor que se está sufriendo, si es necesario, ayudándose de la tecnología y, por último, a reconocer, cuando sea el caso, la necesidad de pedir ayuda. La Facultad de Medicina ofrece atención en línea a su comunidad y existen organizaciones que ofrecen apoyo para la población en general, además que se puede obtener información al respecto en los hospitales.[1] Por su parte, Marcela Turati nos habla de actos colectivos que han surgido en diferentes países para que la muerte (y la vida) de personas que han muerto por COVID-19 no pasen desapercibidas. Estos actos incluyen un sitio web, Memorias vivas, para poner el nombre y foto de personas fallecidas, así como otro que es un memorial virtual, cv19memorial, para favorecer el duelo colectivo compartiendo testimonios personales, y un muro digital, el Memorial del coronavirus, para escribir a las personas fallecidas lo que quedó por decir. 

marcela turati
Marcela Turati, periodista mexicana independiente (Fotografía: Fundación Gabo).

La reflexión sobre las limitaciones que impone la pandemia al no permitir a muchas personas despedirse de sus seres queridos, puede servirnos para valorar lo que en situaciones normales nos es posible hacer, pero no hacemos por nuestra dificultad para hablar de la muerte y nuestra torpeza para acompañar en el sufrimiento. Es frecuente que los pacientes mueran solos, física o emocionalmente, por la dificultad de las personas cercanas de asumir con ellos lo que está sucediendo. Todavía hay familiares que piden al médico que no se le diga al paciente que va a morir, ¿cómo acompañarlo en ese momento tan trascendental si éste se quiere disimular?

La pandemia nos ha recordado nuestra fragilidad. Aunque el enorme avance del conocimiento científico se ha traducido en la posibilidad de postergar la muerte y alargar nuestras vidas –lo cual no podemos más que agradecer–, es un error ignorar que la medicina tiene límites para curarnos porque finalmente somos mortales. Estaríamos mejor preparados cuando llegue el momento de enfrentar la muerte, sea la propia o la de un ser querido, si a lo largo de la vida pudiéramos detenernos a pensar que un día vamos a morir. Además de haber aprovechado más una vida que asumimos que tiene un fin, podremos aprovechar la oportunidad que se abre en ese momento para expresar lo que queremos que sepan las personas que nos importan. Si por la gravedad de nuestra enfermedad sabemos que el final de la vida está muy cerca, podremos decirles lo que necesitan saber y escuchar lo que ellos necesitan que sepamos. Si elegimos recibir un tratamiento sabiendo que existe el riesgo de morir, deberíamos también despedirnos por si sucede lo que no deseamos, pero no controlamos; tenemos todo por ganar en caso de que la despedida no haya sido necesaria y sigamos con vida.

No se trata de pensar todo el tiempo en la muerte, pero sí de vivir sabiendo que en cualquier momento podemos morir, aun cuando nuestro deseo sea seguir viviendo y nos ocupemos lo mejor posible en eso. De esa forma, si nos es dado anticipar que vamos a morir, podremos elegir lo único que está en nuestras manos: decidir cómo queremos y cómo no queremos morir y estar acompañados de quien queramos. Si no tenemos la oportunidad de saber que vamos a morir, habrá servido que nos hayamos ocupado oportunamente de decir a las personas que más nos importan todo lo que significan para nosotros. No hay que dejarlo para después, porque puede suceder que no haya tal.


Notas:
[1] Psicólogos sin Frontera México están dando atención psico-emocional a distancia por COVID-19. Algunas organizaciones con información útil en sus páginas son: Cepsim Madrid, OMEN-AEN en Bilbao. Cabe mencionar el importante apoyo que están ofreciendo diferentes organizaciones para auxiliar al personal de salud, entre ellas, el que da el grupo de psicoterapeutas que puede contactarse en psicoterapiasmedicos@gmail.com.


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Dr. Fernando Recillas Camacho ced. prof. 4 0 5 6 0 9 3 Esc. Nal. Medicina y Homeopatía

Excelentes reportajes. Yo soy médico homeopata vivo en la capital de México y soy sobreviviente del Covid-19. Fue necesario que tomará dosis de extracto de víbora (diluida y dinamizada) para destruir al 100% el virus.

Doctor Recillas soy Arturo Pérez el papá de Lucía Sofía la niña que usted opina que tiene mega colon me alegro mucho que se haya recuperado la mamá de mi hija ha intentado comunicarse con usted por favor mándeme un WhatsApp al 5562507159 muchas gracias saludos

Arnoldo Kraus

Asunción:
Gracias por tu evocador artículo. Como siempre, invitas, siembras. Tus textos no son maniqueos, virtud invaluable: quien lee debe tomar posición motu proprio. Así son tus textos. He reflexionado sobre el tema de tu escrito. Duelos muy complicados aguardan a los deudos. Lo de los mensajes es un idea fantástica. Hennig Mankell era devoto de esa posibilidad. Así lo hacen, hicieron, las madres africanas que morían, mueren causa de sida: Dejaban recados, flores mariposas, piedras a sus hijos.
Un placer leerte -me releo-.

Mercè Collell

Un artículo excelente! en un lenguaje claro, conciso, riguroso. Sus palabras ayudan a poder elaborar lo inelaborable de la muerte.
Gracias!

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