Paul Deschanel: ¡Amárrenme pa’ la próxima!

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Siempre será raro que el presidente de un país se caiga fuera de un tren a media noche. Pero para todo hay una primera vez.

Aunque duró poco como Presidente de Francia (de febrero a septiembre de 1920), Paul Deschanel fue quizás el presidente que más disfrutó del vagón exclusivo que disponía como jefe de gobierno, que no era decir poco, pues se trataba de un vagón con el exquisito lujo que caracterizaba los trenes del periodo, esa época que seguía blandiendo el triunfo de la Revolución Industrial, la máquina como un Zeus moderno con patas de bola que bufando vapor llevaba progreso (léase explotación) al rincón más escondido del mundo.

Era el momento dorado de los trenes lujosos, como el mítico Orient Express, conocido como el rey de los trenes y el tren de los reyes. Éste unía París con Estambul, llevando a la crema y nata de la sociedad europea entre rutas llenas de matices románticos: de Londres a la antigua Constantinopla, pasando por las exóticas Budapest y Bucarest, rodando como si no abandonaras tu palacete, confort y lujo en movimiento. Claro, el Orient no sólo transportó reyes en exilio y jefes de estado, también artistas, turistas con bolsillo desahogado, escritoras(es) célebres y trotamundos chic queriendo desaburrirse.

Hace unos años se trató regresar a la nostalgia del Orient Express, restaurándose 18 vagones de los años veinte y treinta, mismos que componían el convoy. Las cabinas (cuartos), constan de un gran sofá, un asiento y una pequeña mesa plegable, para transformarse en cómodas habitaciones durante la noche, mientras los viajeros disfrutan de una exquisita cena en uno de los tres vagones restaurante. Para mayor confort, la gran suite está equipada de una enorme cama doble, sala de estar, baño privado y ducha. Hay un mayordomo por coche encargado de atender cualquier requerimiento a bordo. Por lo mismo hay que animarse a pagar un promedio de $120 mil morlacos mexicanos por los dos días y una noche a bordo del espléndido Orient Express.

Pero vamos de regreso al viejo Deschanel:

El vagón oficial del líder galo no se quedaba atrás en suntuosidad. Se trataba de un carromato espléndido forrado de maderas preciosas, baños de mármol, biblioteca y sobre todo, lo más importante para Deschanel, un exclusivo vagón provisto de un bar que le daría envidia al mismísimo Baco y su pandilla.

Hijo de un senador exiliado por oponerse a Napoleón III, Paul nació en Bélgica, en 1883, lo que lo convierte hasta ahora en uno de los dos presidentes que han nacido fuera de Francia (Valéry Giscard el segundo). Estudió filosofía, derecho y literatura y a lo largo de su vida escribió libros sobre política y literatura. Deschanel se destacó como gran orador entre los republicanos y por su carácter recatado y bonachón, era una persona muy querida hasta por sus enemigos, que en realidad eran pocos. Fue elegido miembro de la Cámara de Diputados, donde ocupó dos mandatos como presidente y en 1899 entró a la prestigiada Académie Française.

Sin embargo, tenía un comportamiento un tanto excéntrico. Por ejemplo, podía quedarse horas trepado arriba de un árbol en los Campos Elíseos, o firmaba documentos oficiales como “Napoleón”. Otro dulcesito de este tipo fue cuando en abril de 1920, Deschanel andaba de gira por el sur de Francia. Durante un banquete servido en la sala del casino de Niza, cuando llegó el momento de responder a los discursos, el presidente se paró, caminó lentamente alrededor de la mesa principal colocada en una plataforma, se detuvo frente al público, y con actitud teatral dijo su discurso en el que expresaba su gratitud a la gente de Niza, de lo próspero de aquel hermoso punto de la Riviera Francesa y de los grandes planes que la nación tenía para ellos. A continuación recibió un feliz aplauso ensordecedor por varios minutos. Deschanel, embargado por la emoción y una sensación de triunfo à la Cicerón, el más grande declamador de todos los tiempos, vio la oportunidad de echarse un encore de concierto musical y se arrancó de nuevo a repetir su largo discurso, palabra por palabra, ante un público ahora un tanto desconcertado.

También está la linda anécdota de cuando el buen Paul recibió totalmente desnudo —eso sí, con la banda presidencial bien puesta— al embajador inglés. O cuando una delegación de niñas scouts lo recibió con un enorme bouquet de flores y él, conmovido, fue regresando flor por flor a cada una de las cientos de niñas, no sin antes darles un buen pellizco en los cachetes, acto que duró más de una hora y le dejó el pulgar bastante abolladón.

Paul Deschanel
Fotografía: L’histoire en Questions.

Deschanel también era conocido por su gran afición a ese brebaje divino que chispea los espíritus más graves y los hace dirigir la fila del mambo en las bodas, aunque no hayan sido invitados. Por lo mismo, durante sus viajes oficiales en tren, Deschanel, hombre tan discreto como una almeja en velorio, no se dejaba acompañar por nadie, con la excepción de un camarero de extraordinario talento para rellenar la copa, pues monsieur Deschanel gustaba de beber en vaso, digamos, amplio. A sus ministros los mandaba en primera clase y los obligaba a vestir de frac y sombrero de copa, por lo que normalmente llegaban bastante magullados a su destino.

Lo cierto es que en esos viajes oficiales la agenda presidencial de Deschanel no pasaba de ir a inaugurar una estatua u hospital o romper una botella en la quilla de un buque: “Parecían una banda de golfos a las nueve de la mañana, en tanto el Presidente, algo animado por el vino (ya a esa hora) —quizá también por el delirio de los túneles—, abría el compás de las piernas para mantener el equilibrio, mientras agitaba en las manos un ramillete de flores, como si fuese el cantar ‘Le temps des crerises’…”, comenta Mauricio Wiesenthal en su muy recomendable libro El snobismo de las golondrinas (2007).

El 24 de mayo de 1920 Deschanel y su comitiva se dirigieron en el susodicho tren a inaugurar precisamente un monumento en Montbrison, esto al centro del país, de donde viene el famoso queso azul Fourme de Montbrison y donde nació el también famoso compositor Pierre Boulez.

La comitiva viajaba de noche. A medio camino don Paul cenó con sus ministros y antes de las once se paró de la mesa, dejó su servilleta, se excusó diciendo que tenía sueño y culebreando se dirigió a su camarote. A las cinco de la mañana el tren presidencial recibió un telegrama urgente. Provenía de una estación rural pasada horas antes: “Tengo en mi oficina a un señor en pijama que se ha caído del tren presidencial”.

En efecto, monsieur Deschanel había deambulado en pantuflas por kilómetros en la oscuridad hasta llegar a la estación, en donde trató sin éxito de convencer al personal de que él era el Presidente de la República.

Hasta ahora no se sabe a ciencia cierta cómo diablos se cayó de la ventana del ferrocarril. La versión oficial cuenta que sintiendo calor en su compartimiento se levantó a abrir la ventanilla y asomándose para refrescarse se fue de bruces. Según otra información, Deschanel tenía días con un fuerte acceso de gripe y aunque se le aconsejó aplazar la visita por considerarla perjudicial para su salud, el presidente se entercó en viajar, y si a eso sumamos algunos litros de C9-H16-O2(la fantástica fórmula química del whisky), pues tenemos una bomba humana del alto octanaje.

Paul Deschanel
Imagen: Bettmann/CORBIS.

Mientras tanto, en el tren, nadie se había dado cuenta del percance. Sólo cuando estaban llegando a Roanne, el valet de Deschanel entró en al camarote del presidente y al encontrarlo vacío comenzó a buscarlo. La delegación de personalidades de Roanne que estaba para recibirlo con honores preguntaba por él. A los pocos minutos, el ministro del Interior, M. Steeg, recibía un telegrama en el que se le comunicaba el accidente del presidente. La esposa de Deschanel, junto con su hijo, y el presidente del Consejo, Alexandre Millerand, fueron a buscarle a la Subprefectura de Montargis:

 “(…) Afortunadamente el tren iba tan despacio que el Presidente cayó sobre un talud lleno de barro y maleza. El profesor Logre, su médico, explicó confidencialmente que había sufrido del Síndrome de Elpénor; los periodistas pensaron que se trataba de una seria enfermedad, un vértigo peligroso”, vuelve a decir Wiesenthal.

¿Qué es el Síndrome de Elpénor?:

Elpénor es un personaje de la literatura griega que aparece en la Odisea como el más joven de los acompañantes de Ulises en su viaje de regreso a Ítaca. En la embarcación Elpénor trabaja como remero y es recordado como un charrito enjundioso, pero medio bruto, además de ser un gran aficionado a la bebida.

Durante el viaje Ulises decide parar en la isla de Eea, donde se encontraba Circe, diosa de pocas pulgas que gustaba de transformar a los que la contradecían en animales poco agraciados. Precisamente uno de los mejores amigos de Elpénor, Odiseo, vivía ahí transformado en un irritable cerdo verde. Pues en ese lugar a Elpéron se le pasaron las cucharadas, once again! Se quedó dormido en una terraza del castillo, y cuando trató de levantarse se fue de narices al vacío, explotando su cabecita como butifarra en microondas. Así, el Síndrome de Elpénor es un trastorno del sueño consistente en la dificultad para despertar después del sueño nocturno. Durante esa transición dificultosa entre sueño y vigilia, el paciente puede mostrar una conducta anormal e incluso agresiva.

Mientras tanto, Deschanel manifestaba cada vez más rarezas en su comportamiento, lo que planteaba una situación compleja en la política francesa, ya que su Constitución entonces no preveía la sustitución interina del presidente en casos de que el Jefe estuviera chalado.

Monsieur Paul se retiró con su familia a descansar unas semanas al castillo de Monteillerie, en Normandía, y después a Rambouillet, pero al constatar que su salud no mejoraba, sino que empeoraba, Deschanel acabó renunciando a la presidencia en septiembre de 1920, falleciendo el 28 de abril de 1922.

Moraleja: Siempre hay que amarrarse al bar del tren.


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J. Calzada G

Muy interesante, no hay duda que personalidades siempre la habrá…

Gerardo Australia

Muchas gracias por leer y escribirme, Jorge!!!
saludos

Leticia Maria Brabata Pintado

Hola Gerardo comentarle que los de aquí no se quedan atrás en cuanto a despilfarros claro con el dinero ajeno, pero muy buen anecdotario no sabía nada de este Presidente de Francia. Un saludo con cariño.

Anónimo

jajaja, buen consejo

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