Todos los mexicanos podemos sentirnos orgullosos del éxito de la película Roma, de Alfonso Cuarón en la noche de los Oscar. No sólo por la calidad de la cinta, reconocida y premiada en todo el mundo, sino porque retrata con sensibilidad y elegancia mucho de lo que hace a México tan singular y entrañable.
A través de una historia cotidiana y vivencias de personas de distintos sectores sociales, pinta un gran fresco del país, con sus grandezas y miserias, virtudes y defectos. Para muchos, quienes vivimos en los años 70, trae recuerdos conmovedores de una época de grandes cambios que marcaron, para bien o para mal, el México de hoy.
Más allá de la nostalgia, hoy es más que oportuno tomar en cuenta lo que significaron esos años en la historia nacional, por ejemplo, en materia económica, cuando se desató una serie de crisis de enorme profundidad. Los efectos, y los ajustes que tuvieron que hacerse desde la llamada “década perdida” de los 80 para paliar la debacle, empobrecieron a millones de mexicanos.
Lo que ocurrió con la economía nacional y cómo la manejaron los gobiernos responsables en esos años sería, después, el caldo de cultivo para impulsar cambios estructurales, principalmente en dos vías: apertura y modernización de la economía y aceleramiento de la democratización.
Ahora que se sataniza al neoliberalismo, como una especie de epidemia a la que se le atribuyen todos los males habidos y por haber en México, es pertinente recordar los saldos económicos de la llamada “docena trágica”, los sexenios de los presidentes Luis Echeverría y José López Portillo, en los que se puso en práctica una postura completamente opuesta a las características, positivas o negativas, que suelen atribuirse justamente a todo lo que se relaciona con lo neoliberal.
Los primeros síntomas
El precedente de “la docena trágica” fue una larga etapa de crecimiento, desde los años 40, con cuatro sexenios consecutivos en que la economía se multiplicó por cuatro. En los 70 se daría una serie de cambios que alteró profundamente la economía mundial. Fue el fin del crecimiento, la prosperidad y el orden internacional de la posguerra. “Los treinta gloriosos”, como se llamó a esa época en Francia.
Internamente, el modelo de sustitución de importaciones, el desarrollo estabilizador, daba visos de agotamiento, lo que agravaba los retos del contexto internacional. Sin embargo, decisiones internas, abusos y una visión errada recrudecieron el desajuste en México, empujándonos a la crisis.
Una crisis que no era inevitable, porque del otro lado del Pacífico, ocurrió entonces lo contrario: fue la época del despegue económico de Japón y luego de Corea del Sur y los otros “tigres asiáticos”.
Quienes presenciaron la primera crisis de los 70 pueden recordar con viveza lo que sobrevino tras un breve periodo de apogeo, en el que la presencia del Estado en la economía aumentó sin freno, con un incremento exponencial en el gasto público y la deuda.
En medio de una ruptura del gobierno con un sector empresarial estigmatizado ideológicamente, el sexenio echeverrista terminó con una grave crisis de balanza de pagos, identificada por la devaluación del 56% tras 22 años sin que se moviera el tipo de cambio: de 12.50 a 19.50 pesos por dólar.
La inflación, tras una estabilidad en los precios que había sido el orgullo de la política económica mexicana en las dos décadas previas, pasó de 3.4% en 1969 a niveles de 10% en ese sexenio. Pero lo peor estaba todavía por venir.
En el sexenio de López Portillo, la crisis sería aún más dura y profunda. Costaría muchos años remontar: la década perdida de los 80 y más. En los años 80, justamente, la inflación promedio fue de 65.5%, llegando en 1987 a 131.8 por ciento, mientras que las tasas de interés llegaron a 96% en 1987 (cetes 28 días).
Recrudecimiento
Lo peor que podríamos hacer es volver a políticas como las que se implementaron durante el sexenio 76-82, cuando entramos a una fase de crisis de balanza de pagos, déficit fiscal, deuda exacerbada y espiral inflacionaria.
En esos años se llegaron a decretar aumentos del salario mínimo de 10, 20 y 30 por ciento en un año. Junto con otras acciones de alquimia económica, que pretendían esquivar la lógica de los mercados, lo único que se logró fue crecimiento efímero y artificial, que a la postre derivó en obligados y dolorosos ajustes.
Al final, la pérdida del poder adquisitivo del salario mínimo fue de más del 76% de 1976 a principios de los años 2000, cuando apenas se marcó un punto de inflexión para la reversión de ese deterioro.
A pesar de la incertidumbre que hoy existe, el nuevo gobierno arranca con una deuda pública de alrededor de 40% del PIB, contra un 100% en Estados Unidos y más de 80% en la Unión Europea; contamos con una banca sólida, capitalizada y con una regulación que es ejemplo a nivel internacional; el pronóstico de inflación ni de lejos se acerca a los dos dígitos.
México no puede permitirse recaer en la inestabilidad y la irresponsabilidad de salidas aparentemente fáciles, pero efímeras y de un altísimo costo, como el que se pagó con enorme sacrificio de la población.
Se necesitan posturas y un manejo responsable de las finanzas públicas y la política monetaria, preservándolas y dándole viabilidad en el mediano y largo plazos. Tanto como voluntad y capacidad para superar el bajo crecimiento que se mantiene desde hace décadas y una desigualdad secular que no ha mejorado.
¿Regreso al futuro?
Vale la pena tener en mente esta quiebra económica de los años 70-80 y lo que costó, tanto en un sentido de alerta, como de valoración de mucho de lo que se hizo en México después. Fueron tres décadas y media de crecimiento al 2% promedio, insuficiente, en las que hubo estancamientos y retrocesos, sí. Pero también con avances que no podemos echar por la borda, sin más.
Las secuelas de las crisis pasadas deben prevenirnos, como experiencia, de regresar a recetas y actitudes comprobadamente fallidas. Hay que aprovechar la historia para no caer en errores o baches en los que ya estuvimos.
De lo que se trata es de construir una economía sólida, con estabilidad macroeconómica, crecimiento, inclusión social y perfil de futuro. Una economía en función de las circunstancias del siglo XXI, no de los años 70.
El desafío es lograr un desarrollo con estabilidad macroeconómica, crecimiento e inclusión: no regresar al pasado, sino incorporar a un mejor presente y futuro a las capas de la población y las regiones del país que están rezagadas, aún con problemas y resabios de la época que evoca la película Roma.