Más excitante que el sexo, tan adictivo como las drogas, visible y contagioso, el vandalismo es la diversión urbana de moda. Patrocinado por los gobiernos de grandes capitales, en sociedad con los especialistas de la industria del entretenimiento, se inauguró el primer parque temático vandálico Destroyer Park. Los visitantes recibirán a la entrada dos latas de pintura en aerosol, un pasamontaña o un pañuelo para cubrirse el rostro, un garrote y si pagan el pase Platino Plus, una bomba molotov y lo más importante: podrán elegir entre distintas consignas para motivar a sus grupos de choque y divertirse destruyendo. Los que deseen darle el international touch, pueden comprar un chaleco amarillo.
En las consignas a elegir están los temas álgidos en las redes: anarquismo, reivindicación de luchas, feminismo, libertad, boletos gratis para el cine, y lo que vaya apareciendo. Sociólogos de masas asesoran a los visitantes de que en este parque todos son víctimas inocentes, y ejerzan sus derechos despedazando lo que esté en su marcha al éxtasis del caos. En la entrada del Destroyer Park hay un gran letrero que anuncia: “No vamos a reprimir a nadie”, es la regla principal de este gran juego que ofrece nuevas experiencias. En el interior está la escenografía completa de una ciudad para quemar y romper con automóviles y patrullas, escaparates, monumentos, esculturas, paradas de autobús, semáforos, una universidad, todo a disposición de los grupos de vándalos que descargarán su furia reivindicando la consigna elegida.
Alentar el vandalismo es un excelente placebo político-social, con un poco de diversión la sociedad se siente “poderosa y visible”, “descargan su enojo”, y el gobierno conserva el poder presumiendo de tolerante y democrático, en este juego todos ganan. Sin ejercer proselitismo, no importa que el visitante no tenga idea qué es el anarquismo o la lucha de clases, o la consigan que grite, la finalidad es pasarla bien en la impunidad de desahogar sus instintos en condiciones de libertad, pasando por encima de la civilidad ahora considerada represora. Los participantes pueden dejar su grupo y unirse a otro con distintas consignas, la solidaridad camaleónica y oportuna es parte de los derechos del vandalismo, eso le da dinamismo al recorrido y les permite hacer amigos.
Los gobiernos que disfrazan la complicidad con buenas intenciones democráticas, usan el Destroyer Park para incentivar la nueva ideología de la irresponsabilidad, la impunidad y empatizar con los votantes, saben que cada vándalo es un voto. En la sociedad de la no-culpa, de la no-responsabilidad, el adversario ejerce un dominio represor que el vándalo repudia y debe ser atacado, está representado por todo lo inmóvil, lo que se interponga entre el vándalo y su marcha, desde la Torre Eiffel hasta el Ángel de la Independencia. En perspectiva del éxito del Destroyer Park los gobiernos darán boletos gratis para grupos, y se otorgarán becas a los guías que organicen visitas masivas. La diversión también es un Derecho Humano.