Armas de Fuego

Mercaderes de la muerte

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Los más letales instrumentos de exterminio no están en los arsenales nucleares de las grandes potencias sino en las calles de las ciudades, en las zonas de conflicto de “baja intensidad” y en los feudos de los señores de la guerra: 550 millones de armas “ligeras”, una por cada 12 habitantes del planeta.

Medio millón de seres humanos mueren cada año a causa de balas de calibre de pequeño a moderado. La inmensa mayoría de estas víctimas son civiles. En algunas regiones del mundo quienes disparan esos proyectiles son niños de entre 10 y 15 años.

México ya forma parte de esas “regiones del mundo”: hace unos días en Torreón, un niño de once años asesinó a una maestra, hirió a compañeros y se suicidó; en enero de 2017, un adolescente regiomontano balaceó a profesores y alumnos antes de quitarse la vida. Además de las razones que convirtieron en asesinos a estos chamacos, queda al descubierto la creciente facilidad para obtener artefactos letales.

El tráfico de armas es una industria que rivaliza con el comercio internacional de drogas. Así como los cárteles no escatiman energía e imaginación para ampliar su base de consumidores, los proveedores de armamentos tienen como meta pertrechar a tantos seres humanos como sea posible.

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Ilustración: David Perón.

El movimiento de los arsenales es muy complejo. Comienza bajo la forma de exportaciones legales en los países productores (Estados Unidos, China, Israel, Rusia y otras naciones del ex bloque soviético y de Europa) y se inserta en una red cuasi legal de comercio que desemboca en los mercados “legales” y “negros” del planeta. El mecanismo que abastece a los talibanes en Asia, a los tutsis y hutus en África y a los cárteles en México, Centro y Sudamérica, es el mismo que facilita un AK47 “cuerno de chivo” en Tepito a quien pueda entregar 1,500 dólares en efectivo.

El mercado de armas representa ingresos de cientos de millones de dólares para los fabricantes y de miles de millones para los traficantes. ¿Cómo creer los encendidos discursos de los representantes del primer mundo a favor de los derechos humanos en los foros internacionales, cuando son los países que representan los principales fabricantes de pistolas, ametralladoras, rifles, escopetas y otros instrumentos de muerte?

Hay estados que con una mano entregan ayuda a la Cruz Roja Internacional y al Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, y con la otra, tecnología y licencias de fabricación de armas a pujantes industrias del tercer mundo. “Mientras escribo, seres humanos altamente civilizados vuelan sobre mí con la intención de matarme”, apuntó George Orwell en El león y el unicornio.

En el mercado doméstico de Estados Unidos, casi cualquier persona puede adquirir un arma en tiendas o por Internet. Y hasta hace poco, las balas se vendían en los supermercados a poca distancia de las jaleas, la leche y las verduras.

Psicópatas gringos que masacraron a compradores en centros comerciales, a comensales en locales de venta de hamburguesas, a estudiantes en escuelas o a creyentes de sectas religiosas, probablemente compraron “legalmente” las armas y las municiones.

Algunos las adquirieron a crédito y no las terminaron de pagar. Y mientras la sociedad yanqui llora a sus muertos, los asesinos son defendidos por otros psicópatas agrupados en una llamada “Asociación Nacional del Rifle”, muy temida en Washington por su capacidad de cabildeo y cortejada por una pléyade de políticos crónicamente necesitados de fondos electorales. Apunto que entre los militantes de tal asociación, también se encuentran los mejores amigos de Mr. Trump, de funcionarios del gobierno y de representantes populares.

armamento y ninos
Ilustración: Luis Quiles

El mercado de las armas obedece a las mismas leyes económicas que, digamos, el mercado internacional de chatarra. Los fabricantes venden su mercancía a exportadores “legales” (me resisto a utilizar el término “legítimos”). Estos los entregan a la red de mayoristas, medio mayoristas y minoristas que surte tanto a los clientes “naturales” –a quienes se expedirá factura (ejércitos, corporaciones de seguridad pública)–, como a los “pardos” –que recibirán los cargamentos con guías de aduana falsificadas en recónditos puertos–.

Pero llega un momento en que los clientes “naturales” se encuentran con un exceso de mercancía en las manos, como sucedió después de la guerra en los Balcanes y a la caída de la cortina de hierro, y entonces esa mercancía reingresa al circuito económico de la misma manera que los autos robados y presiona los precios a la baja. Eso explica que en África oriental los ejércitos de niños estén dotados con rifles de asalto Kalashnikov nuevecitos; y también explica el surgimiento de una red de comercio especializada en abastecer a las pandillas criminales en todo el mundo. Entiéndase, no a terroristas o a traficantes de droga o a movimientos de liberación, que tienen sus propios marchantes, sino a los asaltabancos, a los secuestradores, a los piratas y a los papás de niños asesinos.

Y si a usted le parece que esto es diabólico, permítame decirle que hay otras ramificaciones de este comercio execrable: la producción y distribución del “gran” armamento: aviones, barcos, submarinos, cañones y misiles, así como la fabricación de las “minas antipersonal” que han desfigurado a cientos de miles de seres humanos, principalmente niños y niñas, en muchas partes del mundo.

Juego de ojos.

La mirada en la otra orilla

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Escribir es como saltar un canal o un arroyo. Antes de hacerlo conviene fijarse bien en la otra orilla: la arena, las piedras, la altura, la pendiente… Si no calculas bien la distancia o el estado del terreno, fallas en el salto y acabas en el agua.
Daniel Cassany.

Los documentos forman parte del sistema nervioso de una organización. Captan, almacenan información y conocimiento, y los transmiten a quienes los necesitan para trabajar. Cada día tratamos con mensajes de correo o de chats, presentaciones e informes, instructivos y normativas que prometen ayudarnos a actuar y decidir. Muchos de ellos, sin embargo, no cumplen con su propósito o nos cobran un precio muy alto en tiempo y atención.

¿Por qué nos es tan difícil hacer documentos que le sirvan a su audiencia? En mi experiencia, la principal causa es que nos olvidamos de mirar a la otra orilla. A veces, cuando escribimos, nos enfocamos tanto en nosotros mismos y en nuestro conocimiento, que nos olvidamos de quién está del otro lado de la línea y, así, acabamos en el agua: nuestros lectores no responden a los documentos con las acciones o decisiones que esperábamos provocar.

En ese sentido, el consejo de Cassany [1] sobre “fijarnos bien en la otra orilla” es uno de los mejores que nos pueden dar. Hay tres elementos esenciales que debemos considerar: la audiencia, el propósito y el contexto.

Lectura.
Ilustración: Pinterest.

La audiencia

Procesamos lo que leemos con nuestro lenguaje, lo interpretamos desde nuestros modelos mentales, reaccionamos con las emociones que nos produce. Nosotros somos el procesador-interpretador. Un diseño de contenido que no se enfoque en las personas de la audiencia difícilmente transmitirá el mensaje adecuado. Steven Pinker considera a la “maldición del conocimiento” como la principal causa de mala escritura.[2] Ésta nos impide ver nuestro contenido como si no supiéramos lo que sabemos, es decir, observarlo con la mirada del lector.

El propósito

En una organización, los documentos tienen propósitos prácticos: instruyen, preguntan, sugieren, discuten, piden, avisan, norman. Los lectores respondemos activamente: actuamos y decidimos conforme a la información. Los documentos deben ayudarnos a trabajar mejor y a movernos en la dirección correcta. Sólo una definición precisa del propósito nos permite identificar y seleccionar el contenido relevante. ¿Qué quiero lograr?, ¿qué debe hacer mi audiencia para lograrlo?, ¿qué información le puede ayudar a hacerlo?

El contexto

La audiencia y el propósito se ubican en un contexto. Éste impone condiciones de lectura a las que debemos adaptar el diseño del contenido. Una de ellas es el tiempo disponible para encontrar y entender la información. En general es poco: siempre menos que el necesario. En las organizaciones actuales, la idea de Simone Weil de que “la atención es la más extraordinaria y pura forma de generosidad”[3] cobra un alto grado de verdad.

Lectura funcional.
Fotografía: @lordmaui.

Otros elementos importantes en el contexto son el medio de lectura, el lugar, la situación y el estado de ánimo con el que leemos. Muchos autores nos quejamos de la poca atención y cuidado que nos presta nuestra audiencia, pero olvidamos que no leen nuestros documentos en una biblioteca cómoda y luminosa donde nada los distrae.

Si enfocamos nuestra mirada en la otra orilla, escribiremos desde una noción clara de la audiencia, el propósito y el contexto. Esto nos permitirá encontrar buenas respuestas a las preguntas que nos plantea el acto de escribir. Algunos ejemplos:

  • ¿Incluyo éste u otro tema?
  • ¿Agrego estos detalles?
  • ¿Los pongo en un cuadro o sería mejor un gráfico… de línea o de barras?
  • ¿Pongo mi petición al principio o mejor la dejo hasta el final?
  • ¿Agrupo los datos por producto o por categoría?
  • ¿Estaré siendo muy seco?
  • ¿Le podría molestar esta información?
  • ¿Se lo mando por correo o convoco a una junta?

Revisión.
Fotografía: Unplash.

Creo que basta con tener buenas respuestas a estas preguntas para escribir documentos que generen mejores resultados y le cuesten menos tiempo a escritoras y lectores. La próxima vez que escribas un documento en tu trabajo, detente unos segundos: voltea hacia la otra orilla, recorre el terreno con la mirada y observa los detalles relevantes. Verás que sirve para llegar bien al otro lado.

Referencias:
[1] Daniel Cassany, Afilar el lapicero, Anagrama, 2007.
[2] Steven Pinker, The Sense of Style, Penguin, 2014.
[3] Simone Weil on Attention and Gracehttps://bit.ly/29SVlJ4 .