La historia económica de México no se puede entender sin una consideración especial al petróleo y los desequilibrios macroeconómicos que han ocasionado los interminables vaivenes de los precios internacionales de los hidrocarburos.
Hay dos posiciones que sintetizan la relevancia que ha tenido el petróleo en la economía mexicana:
1. La primera corresponde a José López Portillo, Presidente de México en el periodo 1976-1982 en el marco de su primer informe de gobierno el 1 de diciembre de 1977. “En la época actual, los países pueden dividirse entre los que tienen y los que no tienen petróleo. Nosotros lo tenemos. Tenemos que acostumbrarnos a administrar la abundancia”
2. La segunda corresponde a muchos analistas y sugiere que lo peor que le pudo pasar a México fue precisamente tener petróleo, ya que esto contribuyó de manera importante a postergar los verdaderos cambios estructurales que el país requiere, ocasionando rezagos económicos, desequilibrios e incertidumbre ante la dependencia de un producto cuya característica principal es una marcada volatilidad en los precios.
Efectivamente, en este rango de ideas ha oscilado la evolución de la economía mexicana al menos desde la década de los 70 del siglo pasado. De hecho, la crisis de los ochentas, conocida como la década perdida, no se puede entender sin considerar la exuberancia registrada en los precios del petróleo durante los años setenta y su posterior colapso, debido a un exceso de oferta de crudo a partir de los primeros meses de 1981 y que fue resultado de una disminución en la actividad económica internacional.
Vale la pena poner en perspectiva lo que significa la exuberancia en los precios del petróleo. Los países desarrollados, particularmente Estados Unidos, mostraron una fuerte expansión económica en los setentas. En 1970 el PIB estadounidense creció sólo 0.2% para posteriormente expandirse a niveles cercanos a 6% durante los siguientes años, lo que generó una gran demanda de petróleo e impulsó los precios a las nubes; de esta forma, los precios internacionales de petróleo que a principios de los setenta se ubicaban en 1.2 dpb llegaron hasta 35.5 dpb en 1980.
Este fenómeno generó un impacto múltiple en la economía. Gran parte de la actividad económica en el lapso 1976 a 1980 se explicó por la expansión de la demanda agregada, que a su vez se vio influida por el crecimiento del sector petróleo y su impacto en el gasto público y la inversión privada, factores que originaron que se alcanzaran crecimientos del PIB de 9%; en dicho periodo con una tasa de desempleo que disminuyó constantemente.
Por otro lado, al incrementarse el potencial petrolero del país y tras anunciarse un agresivo de extracción de petróleo, se facilitó el acceso del sector público y empresas privadas a los mercados internacionales de capital, lo que propició un incremento desmesurado del endeudamiento del país con el exterior. De esta forma, la deuda externa como proporción del PIB pasó de 22% en 1976 a 36% en 1982, la mayor parte del endeudamiento público (30%) se concentró en Pemex.
Quizá uno de los efectos más perversos de esta “exuberancia” económica, fue el hecho de que México se convirtió en un país monoexportador. La inversión tanto pública como privada favorecieron el sector energético ante la creciente rentabilidad del petróleo, por lo que las ventas al exterior de petróleo aumentaron significativamente, al grado de que para el cierre de 1982, las exportaciones petroleras representaron 77% de las ventas totales al exterior.
El aumento de los ingresos por exportación de petróleo ocasionó una mayor participación de este sector dentro del PIB y en una modificación de la estructura de ingresos del sector público. Los ingresos públicos por concepto de petróleo se incrementaron 4.8% en términos reales de 1977 a 1981, y los ingresos impositivos tan sólo en 0.5%. De esta forma, la participación de los ingresos derivada de la venta de petróleo dentro de los ingresos totales, se incrementó de 7% en 1977 a 45% en 1982.
Desafortunadamente, el fuerte incremento en los precios del petróleo vino aparejado con presiones inflacionarias a nivel mundial, por lo que los principales Bancos Centrales instrumentaron una política monetaria altamente restrictiva. Efectivamente, la tasa de interés de política en Estados Unidos se incrementó de 4% en 1976 a 45% en 1984.
El resultado de esta acción de política monetaria fue un severo freno de la actividad económica mundial que empezó en 1980, continuo en 1981 y se agudizó en 1982. El PIB de los países miembros de la OCDE se expandió 4.2% en el periodo 76-79, en 1980-81 el crecimiento fue de 1.9%, y en 1982 fue de cero por ciento; en este último año el PIB de Estados Unidos incluso se contrajo 1.9%.
La ya evidente recesión mundial se reflejó en una caída en la demanda de petróleo y en el desplome de los petro-precios, que después de alcanzar máximos históricos de 35.5 dpb en 1980, se desplomaron hasta 11 dpb en 1986. De esta forma, se materializó el peor de los escenarios para México: caída en los precios de nuestro principal producto de exportación e incremento en las tasas de interés después de habernos endeudado de manera significativa.
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