El Papa Francisco ha vuelto a cimbrar a su propia iglesia, y algunos sistemas políticos y jurídicos del mundo, al anunciar la aprobación de uniones civiles entre personas homosexuales, que el catolicismo ha estigmatizado por siglos, basado en las sagradas escrituras, como un crimen nefando –que se aplica a personas o acciones que son consideradas abominables o nocivas, y que según el Diccionario de María Moliner, no es de buen gusto hablar de ellas–, y se ha aplicado a personas de diferentes tendencias sexuales hasta llegar a la tortura, y penas inusitadas como la muerte en la hoguera o apedreadas por la comunidad. Las palabras del pontífice no tienen desperdicio al decir que “Los homosexuales tienen derecho a estar en una familia. Son hijos de Dios y tienen derecho a una familia. Lo que tenemos que hacer es crear una ley de uniones civiles. Así están, cubiertos legalmente. Yo apoyé eso”. Estas rotundas palabras las hizo en una entrevista para el documental Francesco del Festival del Cine de Roma, que realizó el cineasta Evgeny Afineevsky.
La declaración papal refrendó otra anterior realizada en un vuelo a Brasil el año de 2013, a una pregunta de un periodista sobre su opinión en relación con un cura supuestamente gay, al afirmar: “Si una persona es gay y busca a Dios y tiene buena voluntad. ¿Quién soy yo para juzgarlos?”. Y que no fue tan sorprendente como la de “Dios no es católico”, misma que se apresuraron a eliminar de los principales noticiarios del mundo por sus repercusiones en su inmensa feligresía. En esta época la homosexualidad dentro de la propia iglesia, reflejada en los miles de abusos sexuales que han cometido lo sacerdotes y que, tal vez, siempre llevaron a cabo, pero debido al poder eclesiástico férreo se ocultaron, pega de lleno en el corazón de la Santa Sede.
Las reacciones no se hicieron esperar, principalmente en Europa y Estados Unidos. Sus críticos siempre han dicho que la homosexualidad es un “trastorno” o “desorden”, según uno de los más influyentes padres de la iglesia, Tomás de Aquino, y que debe ser atendido por los psiquiatras. Antes, en el Antiguo Testamento, en el libro Levítico, las penas eran aún más severas para quienes practicaban la prostitución en todas sus formas, incluyendo el adulterio. Las redes sociales –esos lavaderos cibernéticos que en todo están, menos en misa, como dice el dicho popular– se inundaron de críticas a Francisco, principalmente entre las clases conservadoras, con miles de adjetivos con actitudes de odio al comentario en cuestión, y digo comentario porque no tiene valor ni siquiera de documento eclesiástico; pero también existe la corriente progresista que lo apoya y matiza las breves, pero contundentes palabras del polémico líder de la iglesia católica.
Las frases son claras, no obstante, ya han sido sometidas a análisis rigurosos de acuerdo con la perspectiva religiosa o ideológica que se les juzgue. En mi opinión, hay dos relevantes: las que consideran a los homosexuales como miembros de la familia, y desde luego la aprobación de leyes sobre las uniones civiles. La primera indica que la familia debe ser incluyente, no discriminarlos y, aún más, no echarlos fuera del seno familiar porque esto constituye ya no un deber religioso, sino una responsabilidad humanística. De allí que todos son “hijos de Dios” y no pueden de ellos hacer seres miserables por su género diferente, porque no existe, aun siquiera, base científica definitiva para determinar el origen de las diferentes formas de la homosexualidad (LGBTTQ). Y, la segunda, porque la unión civil asegura los derechos y obligaciones de los individuos, como son las herencias, pensiones y demás prestaciones sociales a las que deben tener acceso. Porque el Papa no habla de matrimonio entre personas del mismo sexo, que se mantiene en que esta relación o vínculo debe ser entre individuos de diferente sexo.
El tema da para mucho más, pero por ahora quedémonos con el reclamo de Reinhard Marx, arzobispo de Alemania: “La Iglesia debe disculparse con los homosexuales por haberlos marginado”.
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