mitología griega

Narciso desde el vacío

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Narciso al contemplarse en el agua, esperaba encontrar su belleza y se horrorizó ante su soledad. El vacío, la inesperada prueba de detenernos ante algo invisible y amenazante, nos enfrenta ante nuestro propio ser, en ese impasse, en ese espacio, estamos con lo que somos y eso, como a Narciso nos puede paralizar.

La Medusa huía de contemplarse a sí misma, sabía que tenía el castigo de su rostro, castigo que compartimos todos, por eso somos diferentes, para saber quiénes no somos. La renegada de los dioses fue derrotada por la imposición de mirarse, y ¿por qué deberíamos hacerlo? ¿Por qué no desparecer sin saber quiénes somos? Observar a la realidad es una forma de conocernos, ir a su encuentro y dedicarle el tiempo de percibir el espacio limitado en el que habitamos, en ese momento surge el arte.

Medusa de Lorenzo Bernini
Medusa de Gian Lorenzo Bernini, 1644-1648 (aprox.), Musei Capitolini, Roma (tomada de Pinterest).

La respuesta que damos al mundo es la creación, la invención de lo que no existe y que puede surgir en el instante en que sabemos lo que sí existe, y no tiene que ser el todo, basta con un mínimo fragmento. Mirar detenidamente lo que hay en nuestra mesa, y recrearlo en la mente, describir sus detalles, y con esa infinita información crear algo, una línea de una historia, de un poema, un dibujo, un acorde, y ese sencillo elemento nos demostrará que el arte es más que la realidad.

En ese estado de observación la soledad es el cómplice que nos espera, paciente, a que amemos su terrible presencia. Narciso se hundió en ella, se ahogó en su silencio, se abalanzó a su vacío, y en ese espacio sintió que su voz sin réplica, su llanto sin consuelo, serían arte. Medusa está a nuestro lado, sabe que estamos confinados, y nos ofrece la madeja de sus serpientes, en la mordida de cada una está el veneno de la creación, con una gota, observando, el silencio de la calle, la casa, de los días que inician uno tras otro sin pausa y sin diferencia, y con esa sustancia en la sangre podemos crear, describir ese espacio y el resultado será verdad, será una aventura y será la luz mínima del arte.

Narcissus Caravaggio
Narciso de Caravaggio, 1594-96, Galería Nacional de Arte Antiguo, Roma (tomada de Wikipedia).

La invención del arte viene de lo creado, que una vez arrancado de la realidad es otra cosa, hurta los recuerdos, reinventa las memorias, altera las historias, y vuelve a comenzar, como Dido, ponemos en una pira enorme toda nuestra vida y la incendiamos para que de esas cenizas surja un instante que dé sentido al presente.

En la incesante exigencia del ser social, deja de existir el ser creador, para ése no hay tiempo, porque exige un espacio privado, íntimo, de libertad, lejos de la aprobación y autoexplotación, el ser creador se oculta, enmudece y se pierde, hasta que muere sin haber salido a la luz. Es momento de que exista, de que regrese a observar, a inventar, a hacer algo inútil, indispensable y eterno. Es la oportunidad extraordinaria, malvada, alevosa para la creación, sin testigos, como Narciso, con la sola respuesta de nuestra propia voz.

A nuestra imagen y semejanza

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Los dioses de la mitología griega son chismosos, competitivos, despiadados con los débiles y cobardes con los poderosos. Desconocen la misericordia y les encanta ejercer su poder en los mortales. Su ego se alimenta de súplicas y alabanzas, por eso es necesario mantenernos subyugados. Cuando Prometeo nos regaló el fuego, Zeus lo castigó con un tormento sin fin: cada día, un cuervo le comería el hígado. El terrible escarmiento serviría para hacer desistir a quien tuviera la intención de empoderarnos.

Circe, hija de Helios, dios del sol, la rechazada por ser menos bella que sus hermanas, la de la voz parecida a la de los humanos, también se sentía atraída por los mortales. A ella el castigo que se le impuso por atentar contra las leyes del Olimpo fue el exilio. Pero en un giro del destino, experto en desconcertar tanto a hombres como a dioses, lo que debería haber resultado una tragedia se convirtió en salvación. En la isla de su destierro, Circe perfeccionó el arte de la brujería y tuvo contacto con hombres que merecían ser convertidos en puercos, pero también con otros, íntegros y valientes. Con una mujer sabia y un constructor de laberintos.

Circe y Ulises
“Ulises en el palacio de Circe”, Wilhelm Schubert van Ehrenberg (1667).

A su isla llegaron el ingenioso Odiseo, Penélope y Telémaco, también Atenea, la guerrera de ojos grises; Hermes, el mensajero; Apolo, el más bello entre los dioses; náufragos y ninfas. En ella concibió y tuvo a un hijo que se convertiría en rey. Los animales salvajes fueron sus compañeros y la naturaleza se abrió a ella como un regalo. Circe tenía el poder de transformar a dioses y a humanos en su verdadera esencia. En el destierro encontró la suya. ¿Tendría el valor de llevar a cabo el hechizo con ella misma? Estos temas enriquecen la última novela de Madeline Miller. No es un libro con moraleja, sino una obra que va más allá de un recuento mitológico.   

La primera parte sucede en las casas de los dioses, y aunque es importante para que el resto de la novela tenga sentido, la trama adquiere fuerza a partir del destierro de Circe. La diosa secundaria del inicio le cede el lugar a la gran bruja de Eea, a la mujer que sabe lo que quiere y está dispuesta a hacer cualquier cosa para conseguirlo. Dicen que, en el fondo, los dioses envidian la mortalidad de los humanos. La Circe de Madeline Miller nos hace entender la razón, y no es la que imaginamos.

La iglesia católica, entre otras, predica a un dios infinitamente misericordioso, dispuesto a sacrificarse por sus criaturas, y la Biblia dice: “Dios creó al hombre a su imagen y semejanza”. El problema surge cuando vemos las atrocidades que el ser humano es capaz de cometer, pues es difícil compaginar el amor que lo envuelve todo, con los pecados capitales.

libro de Circe
Imagen: La Nave Invisible.

Los dioses de la mitología griega, en cambio, fueron creados a imagen y semejanza nuestra en cuanto a debilidades, o pecados, como se quieran llamar. Sin embargo, carecen de la empatía que redime a los humanos. En este sentido, la bruja Circe se acerca más a lo que somos. Luz y oscuridad indivisibles. Una de las preguntas que genera la novela de Miller es, ¿quién necesita más a quién? ¿Los dioses a los mortales o los mortales a ellos? ¿Los poderosos a los aparentemente débiles o viceversa?

A través de su historia, el ser humano se ha esforzado por encontrar explicaciones para lo que somos incapaces de entender. Los mitos y las religiones nos han ayudado a soportar la incertidumbre. Buscar respuestas en algo superior a nosotros ha sido parte de nuestra esencia. Quizás ahí estén, pero quizás no. A lo mejor están frente a nosotros, en las caídas de las hojas en otoño, en una oruga que se convierte en mariposa. Como le sucedió a Circe, a lo mejor lo único necesario para encontrarlas sea observar a nuestro alrededor.