Ocio

Entendamos el riesgo

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El “riesgo” es una palabra que usamos frecuentemente, la mencionamos en muchas conversaciones con nuestros amigos, familia y comúnmente en el ámbito de trabajo; la usamos para señalar, prevenir o asustar a nuestros interlocutores. Es un término coloquial que nos da autoridad, conocimiento sobre las variables de la vida o las circunstancias y, en algunos casos, estatus. ¿Pero entendemos el riesgo? ¿Entendemos sus implicaciones y la forma de prevenirlo o al menos contenerlo?

Sin pretender dogmatizar, analicemos un poco el significado y contexto de lo que implica el riesgo.

¿Qué es el riesgo?

El término según la Real Academia Española de la Lengua (RAE), nos dice que se deriva del italiano rischio, que a su vez lo tomó del árabe rizq, con el significado de “aquello que nos viene dado de modo providencial”. Joan Coromidas y Friedrich Diez señalan que al igual que “risco”, proviene del latín resecare que alude a un peligro.

Según Wikipedia, riesgo es una medida de la magnitud de los daños frente a una situación peligrosa. Según la RAE, riesgo es contingencia o proximidad de un daño. En términos generales, debemos entender que riesgo es la probabilidad de “que algo malo nos suceda” y como tal debemos tomarlo en serio.

Riesgos.
Ilustración: Alamy Stock.

¿Cuál es el principal problema del riesgo?

¡La incertidumbre por supuesto! Si supiéramos cómo, cuándo, dónde, por quién, cuánto, porqué y qué lo puede provocar, seguro haríamos algo para que no sucediera y todo sería mucho más cómodo y tranquilo, pero como no conocemos esas variables, nos inventamos una cantidad de cosas para evitar el riesgo, procuramos no salir en determinadas horas o a lugares peligrosos, estamos pendientes de todo aquello que no es común o conocido, no comemos aquello que sabemos nos puede hacer daño, etc., tomamos toda clase de providencias para no caer en condiciones de riesgo, nos llenamos de hábitos, formas y métodos para sentirnos seguros. Pero ¿sabemos cuál el factor de riesgo más importante?… Nosotros; todas las personas, empezando por nosotros mismos.

¿Por qué somos el factor de riesgo más importante?

Los seres humanos somos el factor de riesgo más importante por la forma en que elegimos. Al tomar una decisión sin darnos cuenta modificamos e interactuamos en forma importante con nuestro curso de vida, la de las personas que nos rodean y sucesivamente, en menor medida, a nuestro entorno.

La elección de cualquier evento en nuestra vida es un asunto serio e importante porque está sujeta a infinidad de variables que no pueden ser controladas o previstas, y siempre pensamos que las personas eligen en función de nuestra perspectiva o nuestra forma de resolver las cosas y, cuando algo no se ajusta a eso, se vuelve una tontería.

Caída.
Imagen: Squarespace.

El riesgo más allá de nosotros

Hasta el momento podemos entender que el riesgo es una condición permanente de vida en la cual estamos expuestos a posibles circunstancias desfavorables, podemos darnos cuenta de que el problema del riesgo es la incertidumbre, porque no sabemos qué lo determina o por qué nos puede acechar, y también que los seres humanos por nuestras elecciones somos los causantes naturales del riesgo. Pero veamos esto con una perspectiva más amplia, ¿qué sucede con las elecciones de los líderes cuando toman decisiones? En muchas ocasiones vemos o escuchamos las noticias como algo lejano, como algo que afecta a otras personas o como material para una charla de café, sin embargo, ¿qué sucede cuando líderes de diferentes ámbitos, empresa, gobierno, iglesia, fuerzas armadas, o inclusive la delincuencia, toman decisiones? Esos actos nos afectan. Modifican nuestro entorno y alteran nuestra forma de vida

Como partícipes de una sociedad debemos entender que las elecciones son actos naturales que se manifiestan de forma infinita, derivan en condiciones naturales de riesgo y  afectan nuestro entorno. Además, es necesario comprender que las elecciones de los demás tienen esos mismos efectos en nosotros y que entre mayor influencia tengan las personas que eligen, el impacto de riesgo es mayor. Por eso, como individuos, elegir tiene que ser un acto en el que debemos manifestar responsabilidad y procurar que deriven en acciones claras para ayudar a contribuir a la sociedad, y a atenuar las condiciones de riesgo naturales que se derivan y que construyan en beneficio de todos.

Elegir es un acto de responsabilidad, elijamos para el bien y que en forma responsable elijamos construir y crecer como individuos y sociedad.

Coro Informal en el Centro Histórico

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Entro al recinto de manera abrupta y me sorprendo al encontrar una serie de cajitas de madera, tipo joyeritos, cerrados y cuidadosamente dispuestos sobre unos pedestales alineados a lo largo de las paredes del lugar. El fuerte olor a humedad que se desprende de los muros antiguos y el intenso frío de la mañana, entorpecen mis sentidos. Todo es silencio. En este momento, soy la única visitante en los alrededores. Tentada por la curiosidad, mi niña interior sucumbe de inmediato al impulso natural de abrir una de las cajas y desvendar su contenido, no sin antes buscar la mirada aprobatoria del vigilante encargado del salón. ¡Las cajas son para abrirse! Mis manos ansiosas buscan el deleite del contacto con la primera pieza a mi alcance, lisa y bien labrada. Procedo a abrirla. De súbito, un sobresalto. Mis ojos miran el forro de terciopelo azul que cubre su fondo. ¡La caja está vacía! Al instante capto la imagen de una tarjeta postal pegada a la parte interior de la tapa al mismo tiempo que un fuerte sonido retumba en el espacio y en mis oídos. “…todo para su mascota, páááááááseleeeeeeeeeee, tenemos todo para su perrito, su gatito, ropa, zapato, pechera, páááááááseleeeeeeeeeee …”. ¡El grito de una pregonera! Abro la siguiente cajita, que ahora reproduce la voz de un vendedor de bolsas. Atrapada en una especie de frenesí curioso, voy abriendo todas las tapas, que poco a poco inundan el lugar con la oferta de toda clase de productos, desde toallas, refrescos y arreglos de navidad, hasta calcetines. Voces de hombres y mujeres, todas sonando al mismo tiempo y formando un contrapunto cacofónico que a la vez entreteje un entramado sonoro de carácter textural. Con un pase de magia, de pronto me encuentro inmersa, de lleno, en el paisaje sonoro de las calles del Centro Histórico de la Ciudad de México que acabo de cruzar hace apenas unos minutos. ¡Una delicia!

Coro Informal (2016) de Félix Blume (Francia, 1984) y Daniel Godínez Nivón (México, 1985) [Fragmento]

La obra Coro Informal (2016) de Félix Blume (Francia, 1984) y Daniel Godínez Nivón (México, 1985) forma parte de la exposición “Modos de oír. Prácticas de arte y sonido en México”, que actualmente se lleva a cabo en el Ex Teresa Arte Actual.[1] Aunque se podría decir que Coro Informal se aproxima conceptualmente de la icónica Box with the Sound of its Own Making (1961) de Robert Morris (E.U.A., 1931-2018) en la que una caja de madera proyecta los mismos sonidos –grabados y amplificados‒ generados durante su propio proceso de construcción, es la obra musical Le Cris de París (c. 1530) de Clément Janequin (Francia, 1485-1558) la que detona el proceso creativo de Blume y Godínez Nivón. En su famosa obra polifónica a 4 voces, Janequin inmortalizó a principio del siglo XVI los “gritos” de los vendedores ambulantes que ejercían sus actividades en las calles de la capital francesa, mediante la utilización de 42 pregones. Cabe mencionar que la tradición de los pregoneros franceses, iniciada en la Edad Media, continuó durante varios siglos hasta decaer con la Primera Guerra Mundial. En una reapropiación contemporánea de esta idea, Blume, artista sonoro e ingeniero de sonido, realiza un minucioso trabajo de captura de las voces de los pregoneros de la bulliciosa Calle de Moneda.  A través de grabaciones individuales llevadas a cabo en un espacio confinado, cada “canto” es registrado de manera descontextualizada del entorno urbano en el que originalmente conviven de manera simultánea. En una propuesta de creación colaborativa, Coro Informal se complementa con la representación de estos pregoneros a través de las ilustraciones del artista visual Godínez Nivón. Las tarjetas anexadas al interior de las tapas de estos cofrecitos sónicos sirven como un registro visual de estos individuos. Y, por si fuera poco, cada postal incluye un pequeñísimo pentagrama con la transcripción musical de la línea melódica de su respectiva tonadilla.

coro informal
coro informal

Cada una de estas “cajitas gritonas” encierra a un vendedor, o a una vendedora. A un integrante más de este coro de capitalinos que, día tras día, tratan de sobrevivir mediante el comercio informal callejero. Las singularidades de cada pregón ‒tesitura, color, ritmo, cadencia‒ se combinan con el mensaje que hace referencia a cada mercancía en particular, y son registradas y depositadas en los diferentes estuches de madera. Cabe al espectador, peatón empoderado, despertar o no a cada uno de estos personajes voceadores; traer hacia dentro del espacio museístico, un tramo completo o apenas una parte de las resonancias de la vía pública. La sala puede permanecer en silencio o se podrá reconstruir el paisaje sonoro de la ciudad en diversos órdenes, de manera parcial o total, creando distintos planos sónicos, dependiendo del número de cajas accionadas. La obra de Blume y Godínez Nivón logra capturar de manera poética estas marcas sonoras del centro de la ciudad, elevándolas a la categoría de música en su sentido más canónico. Cada cajita encierra verdaderas joyas que invitan a ser develadas de manera lúdica e infinitamente placentera.

De pronto me doy cuenta que, desde hace ya un buen rato, la pequeña sala del Ex Teresa está escandalosamente saturada por las 10 cajitas que he activado simultáneamente. Repentinamente, la imagen del vigilante entra en mi campo visual.  Desconcertado, me pregunta gesticulando con las manos: ¿ya? Reprimo una sonrisa traviesa y con la cabeza le confirmo que sí. Amablemente procede a cerrar las piezas, una tras otra, como quien ya fue testigo de esta misma escena demasiadas veces durante los últimos días…

Coro Informal (2016) de Félix Blume (Francia, 1984) y Daniel Godínez Nivón (México, 1985)


Notas:
[1] “Modos de oír. Prácticas de arte y sonido en México” se lleva a cabo en el Ex Teresa Arte Actual y en el Laboratorio Arte Alameda, ambos recintos del Instituto Nacional de Bellas Artes. La exposición estará hasta el 31 de marzo de 2019 y contará con actividades paralelas.

Hogar y exilio: memoria de Chinua Achebe

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Fue en julio de 1982 cuando en The Times de Londres apareció el artículo “The Empire Writes Back With a Vengeance” de Salman Rushdie, sobre el tsunami literario que avanzaba desde todos los confines del “Imperio en el que no se pone el sol” sobre la metrópoli. Ese artículo fue un parteaguas y sigue siendo una referencia para entender las corrientes literarias surgidas en los países dominados por la pérfida Albión. Mi propia traducción del texto fue “El Imperio contraescribe” y no creo que Rushdie la aprobara, pero el sentido es sin duda el adecuado para presentar hoy a usted al más publicado y leído de los escritores nigerianos, a quien algunos consideran el padre de la novela africana en lengua inglesa, Albert Chinualumogu Achebe, mejor conocido como Chinua Achebe.

El 18 de noviembre del 2000 Maya Jaggi publicó un perfil de Achebe en The Guardian. Vale la pena reproducir el párrafo introductorio, pues revela al posible lector mexicano el peso que el novelista nigeriano tiene en el mundo:

Mientras Nelson Mandela transcurría 27 años en prisión, encontró consuelo y fortaleza […] en un escritor en cuya compañía “los muros de la prisión se derrumbaron”. Para Mandela, la grandeza de Chinua Achebe […] radica en que “insertó al África en el mundo” sin perder sus raíces africanas. Al tiempo que el nigeriano Achebe utilizaba la pluma para liberar al continente de su pasado, dijo el expresidente sudafricano, “ambos, en nuestras circunstancias particulares y en el contexto de la dominación blanca del continente, nos convertimos en luchadores por la libertad”. 

Chinua Achebe
Chinua Achebe (1930 – 2013 (Foto: The Paris Review).

No es sencillo capturar en unas pocas cuartillas el perfil de un creador. En el caso de escritores africanos como Achebe la complejidad se acentúa por el escaso conocimiento que tenemos de su obra, con si acaso dos títulos en español. Fuera de Senghor y los Nobel Gordimer, Soyinka, Mahfuz y Coetzee (Le Clézio, de origen francés pero con nacionalidad de Mauricio, podría caber forzadamente en este grupo), poco nos dicen nombres como Mohamed Dib, Amos Totuola, Rui Knpfli, José Craveirinha, Mongo Beti, Peter Abrahams, Ferdinand Oyono, Kofi Awoonor, Gabriel Okara, William Conton, Agostinho Neto o Shaaban Robert, por mencionar algunos de entre la pléyade de autores originarios del continente que Conrad llamara negro, pese a las traducciones que debemos principalmente a Casa de las Américas y después a editoriales españolas.

(Recuerdo que durante el régimen de Luis Echeverría visitó México el presidente de Tanzania, Julius Kambarage Nyerere. Venía de una asamblea de la ONU en Nueva York y llegó en el vuelo regular de Aeroméxico, en clase turista. Los reporteros de aquel entonces, como los de hoy, no pasamos de los lugares comunes en la conferencia de prensa. A nadie le dio curiosidad por saber más de este maestro de primaria que construyó el único país africano con una lengua oficial nativa ¡y que tradujo al swahili las obras de William Shakespeare!)

Achebe nació el 16 de noviembre de 1930 en Ogidi, al sur de Nigeria en la ribera del Níger, en el seno de la más importante tribu de esa parte del mundo, los ibo. Fue el quinto de cinco hermanos hijos de un misionero cristiano que creía en la educación moderna y mandó a su prole a escuelas coloniales británicas al mismo tiempo que convivía con familiares que ofrecían sacrificio a los dioses antiguos. Ese encuentro de mundos, por no decir colisión, es la sustancia de la primera novela de Achebe, Things Fall Apart (Todo se desmorona), aparecida en 1958. El libro “describe los efectos en la sociedad ibo de la llegada de los colonizadores y misioneros europeos a finales del siglo XIX. [Sus] novelas siguientes […] No más en paz (1960), Flecha de Dios (1964), Un hombre del pueblo (1966) y Hormigueros de la sabana (1987) están situadas en África y describen las luchas del pueblo africano para liberarse de la influencia política europea”, nos dice la enciclopedia.

Atardecer en Segou
Atardecer en Segou, Mali, Río Níger (Foto: Robin Taylor).

Según los críticos, Todo se desmorona, aparecida poco antes de la independencia de Nigeria cuando Achebe tenía 28 años, impulsó “la reconsideración de la literatura en el mundo de lengua inglesa” y, en opinión de Wole Soyinka, fue la primera novela en inglés que habla desde el interior de un personaje africano más que presentarlo [en el contexto] exótico en que lo ubicarían los blancos”. De esta novela se han publicado más de 10 millones de ejemplares en 45 idiomas incluido el español (Todo se derrumba, 1986, y Todo se desmorona, 1998), lo que la convierte en una de las más leídas del siglo XX.

Otro Nobel, la estadounidense Toni Morrison, confesó que Achebe fue el responsable de su romance con la literatura africana y una influencia seminal en sus inicios literarios. “Vivía su mundo de una manera diferente a la mía […] insistiendo en escribir fuera de la visión de los blancos, no en contra de ella […]. Su valor y su generosidad permean su obra… y es difícil describir la devastación y el mal de tal forma que el texto en sí no sea maligno o devastador”.

Muy joven, Achua decidió escribir en inglés y no en ibo, pese a que los tiempos en Nigeria eran de rebelión y lucha anticolonial. “Fue parte de la lógica de mi situación”, diría a Maya Jaggi, “enfrentar las historias que se escribían sobre nosotros en el mismo idioma. Escribir en inglés es una decisión dolorosa, pero no asume uno un idioma para castigarlo: ese idioma se convierte en parte de uno. Y tampoco se puede utilizar un idioma a distancia. Se insertan el inglés y el ibo en una misma conversación, como lo son en mi vida diaria, y ello es fascinante”.

La literatura africana escrita, lo mismo que una parte de la mexicana, está en deuda con la literatura oral “que adopta formas muy diversas. Los proverbios y las adivinanzas transmiten códigos de conducta y a menudo reflejan la cultura del habitante […] mientras que los mitos y las leyendas ponen de manifiesto la creencia en lo sobrenatural, además de explicar los orígenes y el desarrollo de los estados, clanes y otras organizaciones sociales de importancia”.

Desde que quedó paralítico en un accidente de auto en Nigeria y hasta su muerte en marzo de 2013, Chinua Achebe vivió en Estados Unidos, en donde publicó el volumen de ensayos Hogar y exilio, en el que nos lleva de la mano por una tierra de recuerdos que a los sentidos de un mexicano resulta un paisaje extrañamente familiar, una suerte de déjà vu espiritual y literario que podría revelarse, por ejemplo, en un pasaje de Azuela o, mejor, de Rulfo. Achebe recuerda cómo en las conversaciones familiares en el patio del hogar paterno en Ogidi y en la plaza del pueblo abrevó la historia de los suyos. Ahí supo, por ejemplo, que en tiempos antiguos, los habitantes de uno de los pueblos vecinos,

[Llegaron de otras tierras] y pidieron permiso para establecerse ahí. En aquellos tiempos había espacio suficiente y los de Ogidi dieron la bienvenida a los recién llegados, quienes poco después presentaron una segunda y sorprendente solicitud: que les enseñaran a adorar a los dioses de Ogidi. ¿Qué había sucedido con sus propios dioses? Los de Ogidi al principio se asombraron, pero finalmente decidieron que alguien que solicita en préstamo un dios ajeno debe tener una historia terrible que es mejor no conocer. Así que presentaron a los recién llegados con dos de las deidades de Ogidi, Udo y Ogwugwu, con la condición de que los recién llegados no debían llamarlas así, sino Hijo de Udo, e Hija de Ogwugwu… ¡para evitar cualquier confusión!


¿No tiene un timbre familiar esta leyenda? Algún lector podría encontrar en ella ecos del realismo mágico latinoamericano y seguramente tendría razón, pues ¿de dónde si no del África llega al Caribe esa carga imaginaria que nutre las novelas de Carpentier o de García Márquez?

Hogar y exilio es una narración autobiográfica en la que Achebe nos lleva por el camino que el súbdito imperial recorre para “igualarse” como estudiante y como ser humano, con los ciudadanos de la metrópoli, para comprender, al final, que debe recuperar sus propios valores, que no hay nada vergonzoso o menor en sus raíces, y que, a fin de cuentas, el color es un accidente. Con ironía y humor entretejidos en una fina prosa que se mantiene alejada tanto de consignas como de ditirambos, Achebe logra comunicar un contundente argumento contra el colonialismo.

El mazo con que el escritor pretende derrumbar el muro de la ideología colonial es el arte. No estamos ante un texto de ciencia política y en ninguna de sus breves 105 páginas encontramos un llamado a la justicia, una apelación al equilibrio económico o una denuncia de la polarización norte-sur. Achebe se limita a describir el proceso por el cual recupera su identidad como escritor… escritor nigeriano, que escribe en inglés pero es… ¡nigeriano!

Esta conciencia que permite aceptar sin amargura o resentimiento que se es una cosa y no otra (africano y no europeo), y comprender que la igualdad no es necesariamente un camino de doble circulación, podría ser compartida por nuestros compatriotas expulsados a Estados Unidos. A través de experiencias propias y ajenas, Achua va describiendo un cuadro que sería familiar para muchos de ellos. Y su fino sentido del humor acentúa el mensaje: en Londres, el joven estudiante acude a la oficina postal a enviar un paquete. La empleada pesa el bulto y para calcular el precio del envío dice: “A ver, Nigeria… Nigeria… ¿Es nuestra o es francesa?”. El joven responde tranquilamente: “Es de ustedes, señora”.

No es fácil el tránsito de vuelta a los orígenes. Como muchos de su generación, por no decir todos, Achebe se encuentra a caballo entre dos posibilidades. Por una parte se siente integrante de una cultura de habla inglesa; por la otra, quizá más intuitiva que racionalmente, entiende que pertenece a Nigeria. Uno de los primeros motivos de reflexión sobre las razones de esta dicotomía, rememora Achebe, viene precisamente de la literatura. Esto sucede cuando en la secundaria uno de sus maestros pone de tarea la lectura de una “novela nigeriana”, Mister Johnson de Joyce Cary, que había sido aclamada por la crítica inglesa.

Los jóvenes alumnos nigerianos habían crecido con la literatura del imperio y sus agentes, como Shakespeare, Milton, Defoe, Swift, Wordsworth, Coleridge, Keats, Tennyson, Housman, Eliot, Frost, Joyce, Hemingway y Conrad. Por lo tanto, fue con no poca satisfacción que los maestros, ingleses todos ellos, ponen en manos de los alumnos la novela de Cary. Pero grande fue su sorpresa cuando al comentar el libro en clase, en vez de reflexiones se enfrentaron a una rebeldía cercana al motín: ni uno de los estudiantes pudo reconocerse en la “Nigeria” de la novela o en sus personajes. Así recuerda Achebe la escena: “Uno de mis compañeros pidió la palabra y expresó a un sorprendido maestro que lo único que había disfrutado del libro había sido cuando el héroe nigeriano, Johnson, había sido asesinado a balazos por su amo inglés, Mr. Rudbeck”.

Este incidente, según comprendió después, fue algo más que un episodio interesante en un salón de clases colonial. “Fue una rebelión ejemplar”.

Joyce Cary
Joyce Cary (1988 – 1957) (Foto: Getty Images).

Ello lleva a Chinua al análisis de una faceta de la literatura sobre la que poco se reflexiona: su papel como subsidiaria de la dominación. Comienza por recordar que la literatura sobre África tiene una historia antigua. Un estudio de Harnmond y Jablow, El África que nunca fue, examina 400 años y no menos de 500 volúmenes publicados. Muestra el grado de fantasía y la clase de mentiras que se publicaron sobre el continente y sus pueblos: salvajes, amorales, sin alma, caníbales, ignorantes, de cerebro inferior, incapaces de crear belleza o instituciones civilizadas. En pocas palabras, pueblos a los que, en última instancia, se hacía un favor al esclavizarlos.

Durante mucho tiempo esta literatura ayudó a justificar la esclavitud. Pero en el camino adquirió vida propia, de tal suerte que al abolirse el tráfico de esclavos a principios del siglo XIX se reformuló, “con las herramientas de fantasías académicas de moda y pseudociencias”.

Cuando Chinua Achebe publica su primera novela, Todo se desmorona, fue recibida por la crítica ‒inglesa, desde luego‒ como una expresión pura de anarquía, tan convencido estaba el Imperio de que la única “literatura africana” era la producida por blancos, o por negros totalmente colonizados en mente y espíritu.

Desde el relato del viaje de John Locke al África Occidental en 1561 en donde describe los pueblos de “existencia bestial, sin dios, leyes o religión”, hasta el calificativo de “no humanos” que 350 años después les asesta Joyce Cary a los danzantes negros, “encontramos que este modelo, como el conejo de las pilas, sigue lleno de energía y batiendo su tambor”, dice Achebe con su ironía preñada de humor.

Para Achebe, la lectura de Mister Johnson y su secuela de cuestionamientos sobre su lugar en el mundo colonial y su propia patria, fue una motivación en su camino a ser escritor. “Me abrió los ojos al hecho de que mi hogar estaba bajo asedio y que éste no era sólo una casa o un pueblo, sino más importante, un relato revelador en cuyo ambiente mi propia existencia había comenzado a ensamblarse en un sentido coherente y significativo”.

La literatura como agente de la dominación colonial, y las posibilidades que los pueblos tienen de combatirla creando su propia literatura es, en esencia, el mensaje de Hogar y exilio. “Digamos que alguien viene a despojarme de mi tierra. No esperamos que declare que lo hace por codicia o porque es más fuerte que yo, pues tal confesión lo marcaría como un pillo y un abusivo. Así que contrata a un narrador de historias con mucha imaginación para inventar una versión más apropiada. Por ejemplo, que la tierra en cuestión no podría ser mía puesto que he dado muestras de no poseer las cualidades apropiadas para cultivarla al máximo provecho y con la máxima ganancia. Podría añadir que la razón de mi ineficiencia es mi muy bajo coeficiente intelectual y además explicar que mi cerebro dejó de crecer a la edad de 10 años”.

Osa Johnson
Fotógrafa Osa Johnson, observada por Masai mujeres de la tribu Masai, inicio de la década de 1930.

Y si alguien cree que ésta es una torcida interpretación de Achua, aquí un fragmento de Tierra de blancos de Elspeth Huxley: “… tal vez sea, como han sugerido algunos médicos, que su cerebro es diferente, que tiene un periodo de crecimiento más breve y posee células menos bien formadas y organizadas como menor destreza que las de los europeos. En otras palabras, que hay una disparidad fundamental entre las capacidades de su cerebro y el nuestro”.

Insisto en que no es fácil aprehender en su totalidad el sentido de una literatura de alguien que vivió en carne propia hasta hace poco bajo el manto del “colonialismo civilizador” y tenía un pasaporte en donde se le describía como “persona bajo la protección británica”. Después de todo nosotros los mexicanos sabemos de nuestra propia colonia por los libros de historia… si bien vivimos hoy un colonizaje digamos, sutil, aunque altamente eficaz, cuyo análisis no viene al caso aquí y ahora.

Achebe fue un ciudadano del Imperio y el Imperio es su principal referencia literaria. Colonos y colonizados, dice, nunca ven al mundo bajo la misma luz. “Por ello, los ingleses pueden presumir que tuvieron el primer imperio en la historia en el que nunca se ponía el sol, a lo cual un indio podría responder: sí, ¡porque Dios no confía de un inglés en la oscuridad!”

A los 27 años Chinua viaja a Inglaterra para estudiar en la BBC y en Londres, a bordo de un taxi con su hermano, se enfrenta a lo nunca visto:

Tuve mi primera experiencia de ser conducido por un chofer blanco. Hice una nota mental de este insólito hecho y no dije nada. Pero Londres no había acabado conmigo y procedió a desvelar una visión aún más increíble. En un embotellamiento vi a un hombre blanco en ropa de trabajo sucia que rellenaba unos baches con asfalto caliente. Y entonces tuve que hablar con mi hermano, en nuestro idioma secreto para que el chofer no entendiera. Y mi hermano, al parecer inoculado contra tales maravillas, se burló de mi sorpresa y dijo: “Si mañana [ese hombre] viaja a Nigeria, lo llamarían Director de Obras”.

Un rasgo que Achebe comparte con muchos creadores africanos fue su activa participación en los asuntos políticos y sociales de su país. Quizá no figuró como ficha en su currículo, pero Achebe fue un defensor del África, un escritor que luchó contra los estereotipos con que el hombre blanco etiquetó al continente y cuyas opiniones provocan dispepsia en la intelectualidad no negra, como su famosa conferencia de 1977 sobre Conrad en la que sostuvo, con abundante documentación y brillantes argumentos, que el autor de El corazón de las tinieblas fue un racista redomado, opinión ciertamente controvertida que provocó que uno de los distinguidos profesores entre el público exclamara: “¡Cómo se atreve usted!”, antes de abandonar ruidosamente el auditorio.

Tuvo razón Achebe, pues, cuando se vio a sí mismo como un misionero en reversa, uno más de la pléyade de los contraescritores del Imperio.

Juego de ojos.