Ocio y cultura

El primer turista en México

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Si consideramos turista a la persona que se traslada de su país a otro con la finalidad de aumentar sus conocimientos y aprender sobre otras culturas sin necesariamente un motivo comercial, entonces el aventurero italiano Giovanni Francesco Gemelli Careri fue el primero en la historia en “turistear” nuestro país.

Esto sucedió a finales del siglo XVII, cuando proviniendo de Manila, Gemelli desembarcó del galeón San José en Acapulco. No se trata del aquel famoso galeón San José, el del polémico pleito entre España y Colombia en el 2015, cuando unos cazatesoros por fin lo encontraron en el fondo del mar. “El grial de los naufragios” lo llamaron, pues su tesoro fue valuado en más de US$1.500 millones. Ese San José había zarpado repleto de lingotes de oro, en 1705, de Cartagena de Indias, Colombia, pero fue cañoneado y hundido por los ingleses.

Nuestro San José era un galeón al servicio español que unía Asía, América y Europa, comúnmente llamado la “Nao de China”, una ruta operada de 1565 a 1815. Ese sí que era un viaje bravísimo, osado y peligroso, pero sobre todo cansado, pues de Manila salía a final de junio y llegaba a Acapulques la última semana de diciembre.

En fin, signiore Gemelli Careri nació en la región de Calabria, Italia, en 1651. Joven inteligente y disciplinado, Gemelli Careri terminó la carrera de leyes en la prestigiada universidad jesuita de Nápoles. A los veinte años ejercía como abogado y juez, pero también como soldato di ventura, una expresión usada para denominar a los mercenarios que por entonces eran muy solicitados, ya que los esfuerzos para parar el avance de los turcos en Europa estaban en su mero apogeo.

Giovanni Francesco Gemelli Careri
Imagen: Wikimedia.

De joven Gemelli tenía dos de los factores más importantes que ayudan mucho a ser aventurero: ser una persona de espíritu inquieto y tener una buena herencia. Así, Gemelli pudo intercambiar sus estudios con los viajes, primero por Europa, después por las costas de África y Oriente próximo. Una de las cualidades de este viajero italiano, y que hizo ganarle la posteridad, fue su determinación en reseñar de manera puntual los montones de aventuras y anécdotas que le sucedieron a lo largo de sus viajes, sobre todo cuando se convirtió en uno de los primeros europeos en darle la vuelta al mundo sin usar medios de trasporte propios, como lo haría un viajero común y corriente. No en balde el famoso escritor Julio Verne se basó en él para su magnífica obra La vuelta al mundo en ochenta días (1872).

Su travesía por el mundo duró más de cinco años. Comenzó con una visita a Egipto, en 1693, para después deslizarse por Persia y Armenia, hasta llegar a la India, un camino arriesgado y poco frecuentado por los europeos, sobre todo para un simple turista que no tenía nada que ver con el mundo del comercio. Ya en China, Careri fue confundido por espía (que en alguna ocasión lo fue para el Vaticano), lo que en vez de perjudicarlo le abrió ciertas puertas, como la de poder entrevistarse con el emperador en Pekín y turistear por partes prohibidas de la Gran Muralla, jamás vistas por un occidental.

Desde la isla de Macao, Careri pasó a las Filipinas y de ahí tardó seis meses en el mar para llegar a Acapulco, en 1697: “una pesadilla de viaje plagada de alimentos en mal estado, brotes epidémicos y ocasionales tormentas”, como apunta en su diario.

Cuando leemos o vemos este tipo de aventuras siempre salta una pregunta curiosa: y bueno, ¿cómo diantres se patrocinaban estos cuates sus trotes de años y años sin trabajar? En el caso de Gemelli Careri, como se dijo, tenía una buena herencia, pero también era muy hábil para el “bisne”. Por ejemplo, en Manila se hizo de un valioso cargamento de mercurio, que vendió en Acapulco, sacando una ganancia del 300% de su valor original. Y ya en el puerto, Gemelli pasaba entre la gente en calidad de mercader de artesanías, prendas de vestir, e inclusive compraventa de esclavos.

Recién desembarcado escribió: “¡Acapulco! Habitaciones calientes e incómodas. Alimentos demasiados caros, pues hay que traer de otros lugares los víveres”. Pues nada, que signiore Gemelli termina quejándose de todo y de todos. Del puerto dijo que el nombre de ciudad y la categoría de primer emporio del mar del sur y escala de la China era engañoso, pues aquel sitio no dejaba de ser una humilde aldea de pescadores con casas ruines, levantadas con madera, barro y paja.

Giovanni Francesco Gemelli Careri
Imagen: Wikimexico.

Pero qué tal cuando llegaba la Nao de China, o los navíos de Perú, ¡puuura vida!, como decía el buen Clavillazo, pues las ferias que se daban traían negociazos y ganancias para todos: “El fisco, que recibía 80 mil pesos por derechos tan sólo de la nao; los comerciantes, con inversiones que superaban los dos millones de pesos; los estibadores, con entradas de hasta tres pesos al día, e incluso el párroco encargado, que si bien tenía un sueldo de 180 pesos al año, en cualquier momento se echaba a la bolsa mil extras por la sepultura de un mercader acaudalado, sobre todo si éste provenía del extranjero”, comenta el investigador Jesús Guzmán Urióstegui para la revista Rutas de Campo (enero-marzo de 2014).

Después de vender su cargamento, Gemelli decidió moverse a la capital en un recorrido que resultó un verdadero viacrucis, pues al sol recalcitrante y la subida y bajada de cerros, el cruzar ríos a nado o caerse de barrancas y precipicios, hubo que agregarle la infesta de moscos y sabandijas que hicieron del cuerpo de nuestro visitante un lote de inmundicias. Y no era para menos, simplemente el viaje de Acapulco a Chilpancingo duraba seis días a lomo de animal. Sería precisamente cruzando el estado de Guerrero cuando estando acampado en el Cañón del Zopilote lo sorprendió un sismo que según sus propias palabras “duró lo que dos padrenuestros” y que lo obligó a cambiarse de guardapedos (pantalones antiguos).

Su última parada antes de llegar a la capital fue en el señorial San Ángel, y entonces todo se iluminó para Gemelli, pues además del bendito clima el turista encontró el paraíso terrenal entre arroyos, montes boscosos y cientos de huertos que producían delicias como peras, manzanas, chabacanos, todo bajo el mando de tardes de cielo azul raso que le recordaban los paisajes salidos de algún lienzo renacentista.

Una de las cosas que más llamó la atención al viajero italiano fue la extraordinaria huerta del Convento del Carmen, en San Ángel, que entonces tenía una extensión que llegaba de lo que hoy es Avenida Revolución, hasta el Desierto de los Leones, cuyo monasterio también era carmelita. Gemelli anotó en su diario:

“El padre fray Juan me llevó a la tan nombrada huerta, que, aunque su circunferencia no excede de tres cuartos de legua española, sin embargo, un gran río que pasa por en medio de ella la hace tan fértil que sus árboles europeos producen de renta al convento más de trece mil pesos cada año. Se encuentran allí peras de cuarenta especies, que se venden a seis pesos la carga; variedad de manzanas, albérchigos y membrillos; las nueces, castalias y otras frutas semejantes son pocas. Pretendiendo el arzobispo recibir diezmo de esta fruta y negándoselos padres a darlo por ser plantados los cuarenta árboles para el uso del convento, fué a contarlos un oidor por orden del rey, y encontró basta trece mil, según me refirieron personas fidedignas. Está situada la huerta en un lugar ameno, a las faldas de altísimos montes. Tienen también los padres en el mismo colegio un buen jardín de flores, en el que hay árboles de clavo que dan flores del mismo olor que los de las Molucas; pero no llegan a madurar como aquellas. Hay allí viveros con diversidad de peces, y fuentes bastante bien dispuestas para distracción de los religiosos. Después de comer, volví a México”.

José Sarmiento Valladares.

Como era de esperarse, Gemelli quedó impresionado del esplendor de la capital novohispana. Era el mero apogeo del virreinato novohispano, región que abarcaba más de la mitad del continente y que literalmente mantenía a una corona española bastante vapuleada por las incansables guerras. Claro, no todo era “la buena onda”: internamente aquí había entonces serios problemas, sobre todo en ese preciso periodo de abasto de comida. Esta carestía se debía a las sucesivas malas cosechas que azotaban el territorio desde 1690. Entre otras consecuencias, la inseguridad aumentó a niveles terribles. Gemelli llegó a contar cuatro mil vagabundos que se juntaban durante el día en la plaza mayor y que durante la noche hacían de las suyas. El virrey en turno llegó a tomar medidas drásticas, incluidos el ahorcamiento, el destierro, el moche de orejas y el sellar la espalda con fierro ardiente. Pero no era suficiente.

El turista italiano no dejó de apuntar en su diario éste y otros problemas que atacaban al virreino. Sin embargo, siendo él una persona educada, viajada y un charlista consumado, no tardó en convertirse en una especie de rock star entre la alta sociedad novohispana, que no dejaban de invitarlo a sus fiestecillas de menique parado para escuchar atentos una y otra vez sus aventuras alrededor del mundo. Además, para cuando Gemelli llegó aquí ya había publicado, en 1699, cinco volúmenes de su obra Giro del Mondo —que además contenía extraordinarias litografías, obras de él mismo, pues era un dotado dibujante—, por lo que era conocido entre los estudiosos.

Durante su estancia mexicana hizo buenas migas nada menos que con el criollo erudito y jesuita, Carlos de Sigüenza y Góngora, astrónomo, matemático, geógrafo historiador, filósofo, poeta, periodista y un largo etcétera. También hizo amistad con el no tan simpático, pero sí bien bizco, don José Sarmiento Valladares, a la sazón el 32º virrey de la Nueva España, quien estaba casado con María Jerónima de Moctezuma, la cuarta nieta del emperador azteca, de ahí que se recuerde a este personaje como conde de Moctezuma.

Mapa de Gemelli Careri
Mapa hecho por Gemelli Careri de la migración azteca de Aztlán a Chapultepec de “Viaje alrededor del mundo”, 1704 (Imagen: mapas.uoregon.edu).

La verdad sea dicha, le tocó bastante dura la situación a don Bizcocho, conde de Moctezuma, pero entre sus pocos aciertos, estuvo el de ser el primero en patrocinar las expediciones jesuitas hacia la California, donde entre sus filas estaba el legendario padre Eusebio Kino. Lo cierto fue que, por sus buenos servicios, el rey Felipe V (primer rey Borbón de la dinastía) hizo duque de Atlixco a don José, regalándole una parcelita modesta que iba de Atlixco, Puebla, a las costas de Oaxaca… ¡Auch!, ¿quién le pego, ¡mija!?

De regreso a Europa, Gemelli se dedicó a escribir y publicar sus andanzas de mochilero. El sexto tomo de su ya célebre Giro al Mondo, lo dedicó exclusivamente a sus andanzas mexicanas. Además de sus aventuras, éste contiene información recogida de códices prehispánicos, a los que tuvo acceso exclusivo gracias a su amistad con don Carlos de Sigüenza y Góngora; también contiene varias ilustraciones de guerreros aztecas recogidas de estos códices. Tómese en cuenta que Gemelli tuvo oportunidad de estudiar las pirámides cuidadosamente (su afinidad con las pirámides egipcias lo llevó a creer que tanto los antiguos egipcios como los amerindios descendían de los habitantes de la Atlántida). Algo por reconocer es que Carlos de Sigüenza y Góngora, quien no tenía dinero, pudo publicar a través de Gemelli mucho sobre los antiguos mexicanos, y a su vez a través del trabajo de Gemelli, pudo difundir sus ideas e incluso dibujos de los antiguos manuscritos mexicanos.

El célebre mochilero napolitano murió en 1725.


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Hogar y exilio

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Desde mis primeros encuentros con la literatura africana –en particular La conversión del rey Esomba del camerunés Mongo Beti– no me había vuelto a topar con un texto del continente negro –Conrad dixit hasta que descubrí a Chinua Achebe durante una visita antepandémica a Nueva York.

Del “más destacado escritor africano”, según se le describe en la solapa de Hogar y exilio, encontré escasas referencias, prueba de lo aislado que estamos de una literatura con la que tenemos mucho que compartir.

Juzgue el lector si la siguiente frase podría o no figurar en un texto del realismo mágico: “El hombre es un animal que inventa narraciones. Raramente pasa por alto la oportunidad de acompañar sus tareas y experiencias con historias paralelas”.

Achebe nació en Nigeria en 1930 y estudió en Londres, la capital del Imperio. Su padre fue un misionero anglicano de la tribu igbo, una de cuyas características es que su gobierno está repartido en cientos de pueblos independientes. Para los igbo el individuo y el pueblo son únicos. Tienen un gran sentido de la igualdad y una aversión rotunda al autoritarismo, al grado de que algunos dan por nombre a su primogénito Ezebuilo que quiere decir, literalmente, “un rey es un enemigo”.

Chinua Achebe, escritor de origen nigeriano (Imagen: Thought Co.).

En este contexto colonial, en donde lo civilizado era acarrear agua en recipientes de metal importados de Europa y no en ollas de barro locales, Chinua pasó sus primeros años.

El paso natural y lógico para los hijos de un ministro anglicano que durante 35 años viajó por Nigeria convirtiendo a los infieles y a los idólatras era educarse en la fuente de todos los bienes: la capital imperial. Y allá viajó en joven Achebe para encontrarse con un mundo que no sólo no estaba preparado para recibir, sino que desconocía lo elemental de sus “súbditos” coloniales. Las primeras imágenes de la capital del imperio dieron a Achua los colores para pintar un cuadro precioso:

“Por primera vez en mi vida viví la experiencia de ser conducido por un chofer blanco. Tomé nota mental de este extraordinario evento y no dije nada.
Pero Londres aún me guardaba sorpresas y develó un espectáculo increíble: vi a un blanco en un sucio overol rellenando baches con asfalto caliente. Entonces le pregunté a mi hermano y él, vacunado contra algo tan inaudito, soltó la risa y dijo: ‘Si el día de mañana viajara (el obrero blanco) a Nigeria, le llamarían Director de obras’”.

Hogar y exilio es una narración autobiográfica en la que Achebe nos lleva por el camino que el súbdito imperial recorre para “igualarse” como estudiante y como ser humano, con los ciudadanos de la metrópoli, para comprender, al final, que debe recuperar sus propios valores, que no hay nada vergonzoso o menor en sus raíces, y que, a fin de cuentas, el color es un accidente. Con ironía y humor entretejidos en una fina prosa que se mantiene alejada de tanto de consignas como de ditirambos, Achebe logra comunicar un contundente argumento contra el colonialismo.

El mazo con que pretende derrumbar el muro de la ideología colonial es el arte. No estamos ante un texto de ciencia política y en ninguna de sus breves 105 páginas encontramos un llamado a la justicia, una apelación al equilibrio económico o una denuncia de la polarización norte-sur. Achebe se limita a describir el proceso por el cual recupera su identidad como escritor… escritor nigeriano, que escribe en inglés pero es… ¡nigeriano!

achebe escritor nigeriano
Imagen: Wiriko.

Esta conciencia que permite aceptar sin amargura o resentimiento que se es una cosa y no otra (africano y no europeo), y comprender que la igualdad no es necesariamente un camino de doble circulación, podría ser compartida por nuestros compatriotas expulsados a Estados Unidos.

A través de experiencias propias y ajenas Achua va describiendo un cuadro que no nos es desconocido. Y su sentido del humor acentúa el mensaje: Un joven estudiante acude a la oficina postal a enviar un paquete. La empleada pesa el bulto y para calcular el precio del envío dice: “A ver, Nigeria… Nigeria … ¿Es nuestra o es francesa?”. El joven responde tranquilamente: “Es de ustedes, señora”.

No es fácil el tránsito de vuelta a los orígenes. Como muchos de su generación, por no decir todos, Achebe se encuentra a caballo entre dos posibilidades. Por una parte se siente integrante de una cultura de habla inglesa; por la otra, quizá más intuitiva que racionalmente, entiende que pertenece a Nigeria.

Uno de los primeros motivos de reflexión sobre las razones de esta dicotomía, rememora Achebe, viene precisamente de la literatura. Esto sucede cuando un profesor pone de tarea la lectura de una “novela nigeriana”, Mister Johnson, de Joyce Cary, que había sido aclamada por la crítica inglesa.

Los jóvenes alumnos nigerianos habían crecido con la literatura del imperio y sus agentes, como Shakespeare, Milton, Defoe, Swift, Wordsworth, Coleridge, Keats, Tennyson, Housman, Eliot, Frost, Joyce, Hemingway y Conrad. Por lo tanto, fue con no poca satisfacción que los maestros, ingleses todos ellos, pusieron en sus manos de los alumnos la novela de Cary.

imperialismo britanico
Imagen: The Economist.

Pero grande fue la sorpresa cuando al comentar el libro en clase, en vez de reflexiones enfrentaron a una rebeldía cercana al motín: ni uno de los estudiantes pudo reconocerse en la “Nigeria” de la novela o en sus personajes.

Así recuerda Achebe la escena: “Uno de mis compañeros pidió la palabra y expresó a un sorprendido maestro que lo único que había disfrutado del libro había sido cuando el héroe nigeriano, Johnson, había sido asesinado a balazos por su amo inglés, Mr. Rudbeck”.

Este incidente, según comprendió después, fue algo más que un episodio interesante en un salón de clases colonial. “Fue una rebelión ejemplar”.

Ello lleva a Chinua al análisis de una faceta de la literatura sobre la que poco se reflexiona: su papel como subsidiaria de la dominación. Comienza por recordar que la literatura sobre África tiene una historia antigua. Un estudio de Hammond y Jablow, El África que nunca fue, examina cuatrocientos años y no menos de 500 volúmenes publicados.

Muestra el grado de fantasía y la clase de mentiras que se publicaron sobre el continente y sus pueblos: salvajes, amorales, sin alma, caníbales, ignorantes, de cerebro inferior, incapaces de crear belleza o instituciones civilizadas. En pocas palabras, pueblos a los que, en última instancia, se hacía un favor al esclavizarlos.

Durante mucho tiempo esta literatura ayudó a justificar la esclavitud. Pero en el camino adquirió vida propia, de tal suerte que al abolirse el tráfico de esclavos a principios del siglo XIX se reformuló, “con las herramientas de fantasías académicas de moda y algunas pseudo ciencias”.

Cuando Chinua Achebe publica su primera novela, Todo se desmorona, fue recibida por la crítica –inglesa, desde luego– como una expresión de anarquía, tan convencido estaba el Imperio de que la única “literatura africana” era la producida por blancos, o por negros totalmente colonizados en mente y espíritu.

Desde el relato del viaje de John Locke al África Occidental en 1561 en donde describe los pueblos de “existencia bestial, sin dios, leyes o religión”, hasta el calificativo de “no humanos” que 350 años después les asesta Joyce Cary a los danzantes negros, “encontramos que este modelo, como el conejo de las pilas, sigue lleno de energía y batiendo su tambor”, dice Achebe con su ironía no exenta de humor.

La literatura como agente de la dominación colonial, y las posibilidades que los pueblos tienen de combatirla creando su propia literatura es, en esencia, el mensaje de Hogar y exilio. “Digamos que alguien viene a despojarme de mi tierra. No esperamos que declare que lo hace por codicia o porque es más fuerte que yo, pues tal confesión lo marcaría como un pillo y un abusivo.

achebe hogar y exilio

“Así que contrata a un narrador de historias con mucha imaginación para inventar una versión más apropiada. Por ejemplo, que la tierra en cuestión no podría ser mía puesto que he dado muestras de no poseer las cualidades apropiadas para cultivarla al máximo provecho y con la máxima ganancia. Podría añadir que la razón de mi ineficiencia es mi muy bajo coeficiente intelectual y además explicar que mi cerebro dejó de crecer a la edad de 10 años”.

Y si alguien cree que éste es una torcida interpretación de Achua, aquí un fragmento de Tierra de blancos de Elspeth Huxley: “… tal vez sea, como han sugerido algunos médicos, que su cerebro es diferente, que tiene un periodo de crecimiento más breve y posee células menos bien formadas y organizadas como menor destreza que las de los europeos. En otras palabras, que hay una disparidad fundamental entre las capacidades de su cerebro y el nuestro”.

Achebe viaja a Londres a estudiar con un pasaporte que reza: “Persona bajo la protección inglesa” (eufemismo casi tan maravilloso como el que en México se aplica oficialmente a los niños de la calle: menores en situación extraordinaria).

Eventualmente llega la independencia y el nuevo documento establece: “Ciudadano de Nigeria”. Este tránsito es descrito por Chinua Achebe como “la participación de un hombre en el ritual de millones y millones para aplacar una larga y complicada historia de exacciones y amargura, y para responder ¡presente!, como diría el poeta Senghor, en el renacimiento del mundo”.

Al terminar la lectura de Hogar y exilio, no pude evitar pensar en el caso del novelista Evelyn Waugh y Weetman Pearson, dueño de la petrolera “El Águila”. Después de que Cárdenas expropiara la empresa, Pearson, un lord conocido en el Parlamento como “el representante de México” por sus abultadas posesiones en nuestro país, alquiló la pluma de Waugh para escribir la deleznable Robo al amparo de la ley, novela de efectos eméticos… salvo entre la militancia imperial, of course.

Juego de ojos.

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La muerte de un revolucionario

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Son los días de la zafra. Tequesquitengo está situado a más de 20 kilómetros del ingenio, pero eso no impide que el primer día de la temporada de corte de azúcar lluevan hojas quemadas provenientes del cañaveral en la laguna. Los trabajadores queman esas hojas con el fin de hacer más fácil su labor. De esta forma, todo Tequesquitengo sabe, sin desplazarse, que ha comenzado la recolección. Es una lluvia negra que apenas dura una hora, tras la cual todo queda manchado. Por si fuera poco, al remover los restos con la escoba, la hoja carbonizada se descompone, tiznando así la superficie en la que reposa. El ingenio de Zacatepec había sido mi mayor logro.

Los burguesitos de Tequesquitengo reniegan de nosotros, pues les fastidia su baño en la laguna y ensucia sus casas coloniales, pero para mí esa lluvia negra representa un acto de purificación a través del cual se expurgan los malos espíritus de la tierra. Ya pronto acabarán las cosechas. Ya pronto habrá que volver a pedirle permiso a la tierra para sembrarla y reiniciar la eterna lucha de la vida y la muerte en la que no hay vencedor sino tan solo transcurrir. Pero yo ya no voy a poder disfrutar de ese espectáculo. Mis muchos años de combate me han pasado factura. Desde los 14 años me uní a mi general Zapata en busca de tierra y libertad. Como todos los de mi edad, no sabía bien a bien porque me incorporaba a la bola, pero sí sabía que quería acabar con el estado de esclavitud en el que había nacido. Los pelones eran los verdugos de la casta sagrada; latifundistas a los cuales había que matar para erradicar la mala hierba.

Emiliano fue un padre para mí y le pidió a Montaño que me enseñara a leer y escribir mientras preparaba el famoso plan de Ayala que le dictara el caudillo del sur. Zapata me enseñó una razón para vivir y luchar, pero con la derrota de Villa en Celaya supe que nuestro movimiento había fracasado de momento. Quise convencer a mi general de que escondiese las armas y esperase mejores tiempos como ya había hecho en el pasado con Huerta, pero él nunca contempló tal posibilidad. Para él la revolución debía triunfar y concluir con el reparto de la tierra o no sería tal. Nunca se rindió. Esa palabra no existía en su vocabulario. Quiso Carranza darle atole con el dedo con su quesque reforma agraria que no estaba mal en el papel, pero que no tenía ninguna prisa por hacerla cumplir. 

revolucion mexicana
Imagen: Nexos.

Yo seguí mi instinto y escondí las armas. Quizá eso me salvó la vida, a diferencia de lo ocurrido a Emiliano en la Chinameca. Eso no impidió que los “carrancanes” me apresaran después del cobarde asesinato del caudillo del sur, atraído con la promesa de que le darían parque. Pero el tiempo me dio la razón. Después de muchos años de espera y de ver desfilar gobiernos que se decían muy revolucionarios, pero que en el fondo poco hacían, finalmente llegó al poder un líder íntegro y cumplidor; tata Lázaro. Primero se deshizo de Calles y luego empezó de a de verás el reparto de la tierra. Con él en el poder sí creí que ya habíamos conseguido nuestro fin. Se hizo el ingenio del cual fui su primer presidente y se consiguieron importantes mejoras para los trabajadores de la zafra. Entre ellas el hospital donde atienden a todos los que invariablemente, año con año, caen fruto de las picaduras de los alacranes que, por más que quememos hierbas antes de la cosecha, no acaban de desparecer. Lo mismo pasa con los oligarcas explotadores. Por más que se les quemen sus haciendas, ellos resurgen de sus cenizas para buscar volver a encadenar al pueblo con formas más sutiles.

Por eso y por el hecho de que esas ratas catrinas intentaron asesinarme, volví a levantarme en armas. No me gustaba nada el giro que tomaba el país con el nuevo presidente Camacho, al que todo el mundo llamaba camocho por lo puritano y beato que era. Pero lo de sus creencias era secundario comparado con sus actos. Se decía, fundadamente, que estaba pensando cederles una base militar a los norteamericanos en Quintana Roo, nomás para que nos defendieran de los ataques de los alemanes como el que supuestamente había hundido El potrero del llano. A saber primero si fueron los hijos de la chingada de los nazis los que lo tumbaron y, en segundo lugar, nosotros que habíamos luchado 20 años, no necesitábamos ayuda fuereña de ningún tipo y menos aún de los gringos que sólo buscan quitarnos tierras. El caso es que entre el atentado que sufrí y lo que veía en el gobierno de mi país, me decidí y me volví a levantar. No podía ganar, pero daría una buena lucha con la esperanza de que otros, en otros puntos de la República, me siguieran. 

Afortunadamente para mí y para el país, aún pesaba la voz de Cárdenas, Secretario de Defensa bajo el gobierno de Camacho. Se negó rotundamente a que hubiera una base militar gringa y consiguió una solución pactada a mi conflicto e impidió que me mataran. Ésa fue la última vez que me reintentaron reenganchar en las filas del Institucional. Me ofrecieron una diputación local y, como para dorarme mucho la píldora, me hablaron de lo lejos que podría llegar. Que si diputado federal, senador o, ¿por qué no?, gobernador del Estado de Morelos. Yo sabía que eso eran puros cuentos chinos, pero chambas institucionales no me habrían faltado si me hubiese calmado ahí y viviría a cuerpo de rey ahora. Bien pensado, lo de gobernador no estaba mal. Así podría, al menos en mi estado adoptivo, vigilar el correcto funcionamiento de las instituciones y encarrilarlo en el camino revolucionario.

emiliano zapata
Imagen: Ricardo Figueroa

Era otra forma de presentar la lucha, pero sabía que no podía ser en el PRI. En ese partido había que corromperse para subir. Por eso formé mi propio partido y me presenté dos veces a la lucha por la silla estatal, pero no había nada que hacer con el del carro completo. Sí o sí tenía que ganar el institucional. Los catrincitos de la casta sagrada habían sido sustituidos por unos nuevos rotitos que, en efecto, seguían hablando con bellas palabras de la Revolución, pero que en el fondo sólo les interesaba complacer a los gringos y llenar sus bolsillos. Son una mafia inamovible que sólo por la fuerza pueden ser arrancados del poder. Me levanté por segunda vez y estuve echando bala por las montañas de Morelos. Nuevamente la prensa me tildó de bandolero y me acusaron de toda clase de injurias. Hasta salió un encabezado que decía “El contrarrevolucionario Jaramillo ataca de nuevo”. Sin embargo, esta vez el cuerpo ya no me acompañó. Los años y las friegas de luchas pasadas me pasaron factura. No me quedó otra más que tranzar con el Gobierno.

Yo ya había hecho suficiente. A otra generación le tocaba plantear la lucha. Además, cómo que eso de pegar tiros ya la gente no lo veía bien. Prolongué la guerrilla para que se cansaran de andarme siguiendo por el cerro y se sentaran a negociar. Y así fue como el nuevo presidente López Mateos, que se las daba de muy campechano y dialogante, mandó a sus licenciados para llegar a un acuerdo con respecto a la viabilidad del ingenio y a mi persona. Negocié lo justo para que me dejaran volver a con mi vieja y los chamacos. De hecho, pude comprobar que no estaba tan cascado como imaginaba. Al cabo de un tiempo en casa, descansando y con la rica comida de Epifania, conseguimos contra todo pronóstico encargar un nuevo chilpayate. Después de todo, ¿por qué no iba a poder ya descansar y vivir tranquilamente, viendo crecer a mi prole como maíces tiernos bajo la luz del sol? Se me llenaron las ideas de ilusiones y, quizá, porque estaba tan contento no desconfíe de los militares que vinieron el otro día, en la madrugada, a mi casa.

Según eso requerían de mi presencia para un acto con el gobernador donde se me concedería la medalla azteca y ya de paso llevarían a mi familia para que me viesen homenajear. También me dijeron que el gobernador me quería consultar unos planes de inversión que tenía para el ingenio. Yo alegué que mi esposa no podría venir dado su estado, pero ellos para convencerme prometieron todo tipo de comodidades, desde darle sombrita hasta atención médica si se requería. Ella, que siempre fue mi principal valedora en todos estos años, fue la primera en apuntarse al carro. Quería verme en el cenit de mi gloria. Cuando llegamos a lo alto de las ruinas de Xochicalco y me encontré con que no había nadie, supe que había caído en una burda celada. La otrora gentileza de los militares tornó en crueldad despótica. No se conformaron con querer matarme, sino que primero me obligaron a ver cómo quebraban a toda mi familia sin importarles que Epifanía llevase una vida dentro.

muerte de zapata
“Canción de la esperanza” de Jorge González Camarena.

Después de la descarga, cuando el cobarde capitán se acercaba para darles el tiro de gracia, no sé cómo logré zafarme y trepar entre la pared hasta llegar al aro del juego de pelota y pasarme al otro lado de la construcción prehispánica. A partir de ahí, corrí monte abajo escondiéndome entre matojos, esperando a cada rato que aparecieran los militares con sus jeeps para aprehenderme y ajusticiarme, pero los únicos carros que pasaron iban con bastante prisa, yéndose de las ruinas como almas perseguidas por el diablo. Una vez sí sentí que ya me habían detectado, y fue cuando el último coche del convoy se detuvo para que meara el capitán Martínez. Pero éste hizo sus necesidades sin notar mi presencia a un par de metros.

Esperé hasta la noche y entonces proseguí mi camino. Me costó mucho llegar ya que por más que hice señas, ningún conductor quiso darme aventón.  Fue al llegar a mi casa que entendí por qué no me habían perseguido los nuevos pelones. Yo, al igual que la revolución, ya estaba acabado. Ambos habíamos perdido. ¿Pa’ qué ensañarse conmigo si me acababan de quitar aquello por lo que vivía? Ahora sólo siento un cansancio de siglos de cadenas oxidadas, mas no rotas, mientras percibo que todo a mi alrededor es atrapado por una niebla impenetrable de la cual yo no puedo salir.


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De caminos, grupos e identidades

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El mundo parece huérfano de aspiraciones. La descomposición social que se expresa en violencia, discriminación, asesinatos, racismo, desempleo, migración forzada, enfrentamiento partidista, ambición política, sexismo, homofobia y muchos otros desencantos colectivos, ha tenido un efecto colateral: una ausencia de propuestas y tendencias culturales.

Esta ausencia es más acusada en la literatura, pues el signo de nuestros tiempos ha sido la imagen, acompañada del florecimiento de productos visuales de todo tipo –no sólo artísticos–. Hace tiempo que la publicidad ejerce un relevante dominio en este terreno.

Esto no quiere decir que la producción literaria se haya detenido, simplemente se hizo más individual. Parece que los creadores dejaron de reconocerse como grupo, que el desencanto los venció y que aquel continente de colectividad artística que fue el sello de otros tiempos dejó de tener sentido.

Este fenómeno tiene consecuencias no sólo en el acto creativo sino también en los lectores y en las lecturas. Es así como lo percibo.

escritores del boom latinoamericano
Imagen: Pinterest.

En la literatura latinoamericana la última tendencia reconocible fue el boom, hace sesenta años, en cuyas obras se percibían con nitidez determinadas circunstancias del contexto social y político que animaban la creación.

Estos elementos aparecían con distinto énfasis en los autores del movimiento, pero la fuerza de los vínculos los perfilaba como un conjunto. Así, se puede identificar en los autores del boom la construcción de un discurso narrativo propio, pero una respuesta contestataria a la cultura hegemónica: un proyecto estético que rescataba los rasgos de la identidad nacional de cada nación y se convertía en la mirada, no de un autor, sino de un grupo en la transición hacia la modernidad de las distintas sociedades latinoamericanas.

La efervescencia política y social de la época, cuando el mundo se agitaba en la polarización de las ideologías de izquierda y de derecha, cuando unos se ilusionaban con la posibilidad de un mundo socialista mientras otros apostaban por el progreso capitalista, tuvo a muchos escritores que explícita o implícitamente tomaron partido por una opción política, simplemente porque era difícil entonces mantenerse al margen del encendido debate. ¿Recuerda el lector la obra de Neruda Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución cubana?

Esta circunstancia explica el surgimiento prácticamente paralelo del boom latinoamericano y de la generación beat en Estados Unidos. Kerouac, Burroughs, Ginsberg y Corso daban forma estética a la necesidad de confrontar los valores que la sociedad capitalista imponía, lo mismo que en América Latina el fuerte arraigo colombiano de García Márquez y el cosmopolitismo de Fuentes, Vargas Llosa y Cortázar se fundía con sus raíces más autóctonas para producir algunas de las novelas más extraordinarias y memorables de la creación humana en esta parte del mundo, mientras que en el continente que Conrad llamó negro otra legión de escritores, entre ellos Chinua Achebe y Ngũgĩ wa Thiong’o, transitaban por el mismo camino.

escritores de la generacion beat
Escritores de la Generación Beat (Imagen: Zelda).

Las propuestas de los escritores beat que ayer resultaban todo un desafío a los cánones sociales, hoy parecen pálidos arrebatos adolescentes. Incluso las posturas más radicales en torno al consumo de estupefacientes como vehículo para alcanzar la cima creativa no son nada comparadas con el actual enorme consumo de drogas sin ningún fin artístico o utilitario.

Las imágenes vertiginosas que se suceden en la novela En el camino, tanto como una de las más trepidantes piezas beboperas de Charlie Parker, que describen los viajes alucinantes y sin sentido de los protagonistas, son el símbolo de la vida demencial y al mismo tiempo desolada que producen las orgías, el alcohol, la mariguana y otras drogas.

En el camino y Almuerzo desnudo son al mismo tiempo refocilación y denuncia, “las cabezas de ángel abrasadas por la antigua conexión celestial al dínamo estrellado de la maquinaria de la noche, quienes pobres y andrajosos y con ojos cavernosos y altos se levantaron fumando en la oscuridad sobrenatural” describía descarnadamente Ginsberg en su famosísimo Aullido.

Oliveira es el símbolo rayueliano de la estupefacción de una generación que no encuentra su identidad y sale a buscarla en ultramar, pero que arrastra en la búsqueda a la Maga que es como el abrevadero tosco y sabio del origen, con una apariencia falsa de ignorancia.

literarios
Imagen: Mariana Rio.

La historia de los Buendía narrada con hechos tumultuosos que se atropellan y llegan a confundir al lector, hurga con historias inverosímiles la vida alucinante de una ruralidad mezclada con fantasía que remite y obliga al reconocimiento de los más recónditos espacios de la identidad no sólo colombiana sino latinoamericana, espacios en los que se vieron retratados millones de habitantes de América Latina y que, por ello, se volvieron tan universales que deslumbraron al mundo.

Ixca Cienfuegos es misterio y verdad a la luz del día, es signo y símbolo, es mundial y mexicanísimo, por ello se hermanó fácilmente con sus pares para formar una comunidad de personajes que parecían vomitados de la impostergable necesidad de tener un sello propio, una identidad.

Es posible que haya muchas causas a la ausencia de movimientos literarios tan cimbradores para multitudes como los de estos dos grupos de escritores. Unas razones estarán en el ámbito artístico, pero estoy convencido de que la mayor parte de ellas pertenece al curso que ha tomado nuestra vida en sociedad, donde, desde mi punto de vista, priva el desencanto, un desencanto que ha impedido la comunión artística que enriqueció la vida de generaciones anteriores.

Juego de ojos.

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Toto y los nuevos saludos en la ciudad

Lectura: 5 minutos

Esa mañana cuando Toto salió a la calle, se encontró con que la gente se saludaba distinto. Al célebre saludo de cabeza de algunos vecinos que hablaban el idioma de cabeza, y saludaban con un cabezazo para abajo, como si estuvieran metiendo la pelota de pique al piso, lejos del alcance del arquero. O el cabezazo altanero de algunos otros con un cabezazo para arriba, como si peinaran la pelota para atrás, lo habían sustituido por otro tipo de saludo. A veces la gente se cansa de estar mal, parece increíble, parece que no, pero hay momentos en que la gente se cansa de estar mal. No lo nota porque parece que uno tiene una reserva para guardar penas y problemas de un tanque de agua de ciudad, pero hay veces que la gente nada más se cansa, y cuando eso pasa, es como mágico, deja de estar mal, por más que esté todo mal. La imagen es de un día soleado con pájaros cantando en la mente, y tormentas y huracanes afuera.

Bueno, parecía que la gente se había cansado de estar mal, porque el primer saludo que escuchó en la esquina, entre dos vecinos que se cruzaron de golpe, que se conocían de toda la vida, pero que se saludaron como si fuera la primera vez que se vieron: “Hola, ¿cómo le va? Soy Mirta, me gusta hornear pan tanto como si uno fuera a hacer un mundo completo de pan. Escuchar de vez en cuando ‘Soy pan, soy paz, soy más, de Piero’, y meterme suavemente en el ritmo bajito de la canción y quedarme ahí. Y comprarme cada tanto en cuando una planta, a la que le hablo y la pongo en el patio como si fuéramos amigas de toda la vida, y le pongo nombre y apellido y la llamo por su nombre y apellido”.

Luego, el que le respondió como una cosa que recién se encuentra en el mundo fue Ermundo, el arisco Ermundo, el que no le hablaba a nadie.

un nuevo saludo
Imagen: Local Love.

“Hola Mirta”, le dijo, “soy Ermundo, me gustan los pájaros, cuando los veo que vuelan yo vuelo con ellos, y me tiro en una pileta a la tardecita así como si estuviera tirando todo mi mundo a la pileta, la casa, el sillón, el traje, el portafolio. Me gusta también cómo sale la pasta de dientes cuando la aprieto como si no fuera la pasta sino el cremoso genio de la pasta de dientes, y el solecito en algunas cuadras, entre sombras, que calienta la espalda, como un ser que lo va siguiendo desde arriba de los árboles apurado y preocupado de darse esos masajes calóricos”.

Y siguieron, cada uno para su lado. “Upa, upa, upa”, se dijo Toto. ¡¿Qué pasó?! Tres upas para Toto era mucho upa, generalmente los asombros de Toto eran habitados por un solo upa o como mucho dos, ¡pero tres! Y se sorprendió Toto, que de escuchar eso le cambió el día.

Pero lo que vino después le sorprendió aún más. A media cuadra de él, de frente, venían Jesale, el viejo Jasale, y la doctora, la odontóloga Mechese, que se odiaban, eran mal llevados los dos, y habían intranquilizado más de una tarde de barrio con sus discusiones sin sentido por cosas menores de vereda y sus gritos. Eran como dos Demonios de Tasmania que se levantaban a la tardecita cuando todos estaban cansados y querían acompañar al día en su bajada suave, y enredaban al barrio con sus gritos y berrinches. De frente los dos, a punto de cruzarse, Toto se imaginó dos locomotoras chocándose, pero aquello que vio lo dejó con la boca abierta.

“Hola, soy Machese, me gusta reventar las pelotitas de aire de los envoltorios y me imagino que como algo tan simple, así empezó el Big Bang; me gusta los pies descalzos sobre la baldosa en primavera, y mojar el pan en lo que queda de tuco en la olla como si fuera una gigante que se asoma a la olla”. “¿Cómo le va buen hombre?”.

Y el viejo le dijo: “Soy Tritico, me gusta ver cómo hacen las cosas los horneros con cierta gracia y cierta determinación. Cuando aparece el colibrí, que aparece y desaparece como si se perdiera en el aire y después se encontrara de nuevo y viajara en el tiempo. Y me gusta ver que un pájaro persiga a una mariposa, pero no la alcance, porque eso significa que todavía hay pájaros y también muchas mariposas, e incluso, ¡que todavía pueden hacer sus cosas!”. “Que tenga un buen día”, dijo el viejo y siguieron los dos por su vereda… Y extrañamente Toto vio cómo sus figuras se ampliaron y agrandaron.

toto y vecinos
Imagen: Nishant C.

No pudo pensar mucho en eso porque enseguida le tocó a él. Es decir, aparecieron casi a la altura de su cadera y cuando bajó la vista, estaba la señora de Marino, la vecina de toda la vida, con quien tantas veces habían tomado mates en su casa y lo había mantenido al tanto de todo lo que pasaba en el barrio. “Soy la Chilina, me gusta ver cuando los cachorritos duermen, sueñan y hacen ladriditos suaves, en tono bajo, casi para sí mismos, como dentro del sueño, como medio apagados, y fantaseo con meterme y seguir a esos ladriditos en mi mente hasta imaginar a dónde me llevan. También me gusta cuando pasa un panadero en medio del cielo, solo, en el aire, como un océano inmenso, como un navegante –vaya a saber en qué mares de aire–, y se aleja con ese espíritu de esponja. Y las cosas esponjosas, la torta bien esponjosa, que cuando uno la corta, el cuchillito se cae solo adentro de la torta y da la impresión de que esa esponjosidad detendría cualquier caída”. “Un gusto señor”.

Y de golpe, en un mundo nuevo, con una lógica nueva, con una manera nueva, a Toto le vinieron varias imágenes. Primero comenzó diciendo –y lo dijo poco a poco–, buscando adentro de sí mismo y sacando con tirabuzón de alguna historia pasada de su mente. “Soy Toto, me gustan los goles de mis equipos en los últimos minutos, y la alegría de la gente cuando algo le sale bien, cómo se hacen los hoyuelos en los cachetes cuando alguna persona sonríe; esas personas que dan vueltas caminando en la tardecita y que disfrutan de la caminata, como si en la ciudad ellos habitaran solos; me gusta el olor a plástico nuevo de las zapatillas que a uno lo lleva a pensar que han cambiado el mundo u lo han hecho nuevo. Y me gusta el humito que sale del mate cuando está bien hecho, el primer mate que uno se va a tomar, con mucha azúcar y con tanta concentración, que no parece que uno se toma el mate, sino que el mate lo toma a uno”.

Y siguió con un torrente de cosas que le gustaban, que las había olvidado o ya no las veía, que no pudo parar y que le recordaron tanto a él, y le presentaron tantas regiones de él mismo que ya no se daba cuenta que visitaba todos los días. Y cuando miró a la vecina, ella ya no estaba más, con una palmadita de saludo se había ido. Entonces, se quedó pensando en él y en los otros; en las cosas que la vecina le dijo que le gustaban, dándose cuenta de que a él también le gustaban esas personas que había encontrado; que le gustaban los pequeños detalles casi insignificantes de las cosas, y que a todos en algún momento nos gustan los pequeños detalles. Y que tenía razón esa frase tan dicha, de que Dios estaba en los detalles.


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El peso de las palabras

Lectura: 3 minutos

Año 3,100 a.C., el escriba sumerio Gar Ama redacta un documento y, por primera vez en la historia del hombre, un autor firma un texto; en otras palabras, alguien se hace responsable de una idea. Con la aparición de la autoría, también surge la noción de responsabilidad; el contrato oral se plasma en un documento, el compromiso queda estampado, la voluntad adquiere una significación distinta. Una nueva era ha comenzado, un texto tiene una identidad detrás de sí. 

3,200 años después, el Evangelio de San Juan sostiene “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”. La palabra ya no sólo tiene a un humano como autor; es mucho más que eso, es la creación misma. El lenguaje es un acto divino.

Siglo XX, han transcurrido 5000 años desde que Gar Ama le ha puesto identidad a un discurso. Freud primero y Lacan después, describen a la palabra vacía y la palabra plena como los polos de un continuum, en que la primera solamente circunscribe, casi al pasar, algo y la segunda significa, posee un peso específico. Describámoslo en forma sencilla, ante la pregunta —¿Tienes sueño?, la contestación —Sí, opera de un modo muy distinto que la respuesta que el acusado responde frente al juez, —¿Se declara usted inocente del delito del que se le acusa?, —Sí, contesta éste. Las palabras poseen sustancia.

poder de las paabras
Imagen: Klawe Rzeczy.

Desde la aparición de la firma, el lenguaje se hizo más poderoso que nunca. La rúbrica le otorga al autor fama, reconocimiento, distinción, pero también responsabilidad y, por lo tanto, la posibilidad de ser inculpado por ya, no sólo lo dicho en forma oral, sino lo declarado por escrito. 

En definitiva, toda la noción de legado va acompañada de reconocimiento identitario; porque existe el yo existe el y, por ende, existe el nosotros y también el ustedes.  Hacerse responsable de un texto, es hacerse consciente de un lugar en la historia. La firma vincula al conocimiento particular de un sujeto y a su creatividad, con la cadena de saber universal de la que forma parte. 

Nuestro mundo, como cíclicamente ocurre, se encuentra experimentando una sacudida –un terremoto, dirán algunos, un cataclismo, otros– enorme y, como es habitual, una vez que el tiempo haya transcurrido y hagamos el balance de lo vivido, sabremos cómo podríamos haber enfrentado de mejor forma nuestro plazo. 

poder de las palabras
Imagen: Edwin Murray.

En tanto la hora de los recuentos llega, bien podríamos hacernos cargo de nuestro lugar en la historia e intentar ponerle nuestra firma a nuestras acciones y decisiones. Es un acto que requiere de valentía, qué duda cabe. El ejercicio retrospectivo es siempre más sencillo y cómodo que el asumir el riesgo de vivir con mayor consciencia el presente, de utilizar más palabras plenas para actuar y, sobre todo, declarar a los cuatro vientos lo que se nos viene a la mente. No se trata de perder la espontaneidad, ni mucho menos la creatividad; por el contrario, nuestra era nos invita y desafía a entender que estamos frente a una nueva lógica y, por ello, requerimos también de códigos y lenguajes distintos para afrontarla. 

Es cierto, “somos un parpadeo de la historia”, pero dado que éste es nuestro instante en ella, bien vale la pena, encararla, hacernos responsables de nuestro momento, montarnos sobre nuestros miedos y zonas de confort, cabalgarlos, y hacer que nuestro tiempo haya valido la pena para cada uno de nosotros.


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Vidas paralelas

Lectura: 4 minutos

Nací el día en que el sargento Shōichi Yokoi regresaba a la civilización. Había sido capturado por unos pescadores a los que había atacado, creyendo que aún seguía en la guerra. Al igual que yo, él retornaba de un gran exilio. Yokoi había estado confinado en una isla; yo en dos. Él se había enfrentado a las bestias de una jungla inhóspita, yo había tenido que lidiar con los bestias de mis captores. Él era un veterano de la Segunda Guerra Mundial; yo también luché en otras guerras, ciertamente no tan aberrantes, pero donde se derramó mucha sangre. Al igual que él, pienso que la guerra no ha terminado, por más que ya no se oiga el estruendo de los cañones. Sin embargo, no apruebo su famosa frase: “es con mucha vergüenza que regreso”. De lo único que él debería estar avergonzado es de haber sido sometido por dos pescadores, pero, después de más de un cuarto de siglo, quizá se dejó capturar.

Quiero decir, ¿de qué sirve estar listo para el combate si no hay nadie a tu alrededor? Yo supongo que pensaría que era mejor enfrentar su destino, así fuera la ejecución, que seguir languideciendo en la isla. Además, si él hubiese sido soldado mío, yo lo habría condecorado, pues nunca hizo caso de lo que fácilmente se podía considerar mentiras del enemigo. Me refiero a los folletos que soltaban los americanos desde los aires, anunciando el final de la guerra. Cierto que era verdad, ¿pero él cómo podía saberlo? Cualquiera que fueran sus motivos al atacar a aquellos pescadores, creo que mereció el homenaje que le rindieron. De hecho, he de reconocer que yo no habría podido aguantar tantos años viviendo en una cueva. Y la prueba es que sólo resistí seis años en condiciones materiales mucho más propicias. Eso se llama disciplina.

shoichi yokoi
Shōichi Yokoi, sargento del Ejército Imperial Japonés (Fotografía: El Diario del Pueblo).

Yokoi era un buen soldado, pero no tenía talento para el mando. Nunca buscó escapar de la isla a diferencia mía. Mi fuga apenas duró un poco más de tres meses y, cuando me volvieron a apresar, me mandaron al fin del mundo para evitar que me volviese a escapar. Pero esos fueron los años finales de mi otra vida. Mi historia reciente asemeja en ciertos aspectos mi vida pasada. Nací nuevamente en una isla. En este caso, Puerto Rico. Me dirigí a Nueva York; la actual capital del mundo con una beca fullbright para hacer mi carrera en economía. Ahí conocí a Josephine Stewart, una de las hijas del multimillonario de los medios de comunicación.

Pronto me di cuenta de que lo mío era mandar sobre los hombres. Ya no podía ser en el campo de batalla; un trabajo mal visto en nuestros días. Ya no se podía adquirir ni la gloria ni el poder a través de esta noble profesión. La sociedad se había vuelto pusilánime en doscientos años y se asustaba si se topaba con un cadáver en la calle. Supongo que Yokoi coincidiría con mi diagnóstico. A fin de cuentas, acabó repudiando a la sociedad de su tiempo y luchando por el ecosistema. Yo, en cambio, me di cuenta de que los negocios eran una forma de hacer la guerra por otros medios. Adquiriría tal fortuna que, a su debido tiempo y con un mensaje populista plagado de invectivas contra los inmigrantes, conseguiría la Presidencia de Estados Unidos.

Por ello, mi primera decisión, tras la boda, fue convertirme en americano de pleno derecho. Y la segunda, crear esa fortuna en la Bolsa de Valores. En algo sí se parece la Bolsa a un campo de batalla, las consecuencias. Los resultados de una decisión bursátil pueden conllevar a la pérdida de trabajo de miles de personas, suicidios colectivos o el hundimiento de un país entero. Además, ya no es necesario demostrar la superioridad intelectual o la mayor fuerza. Tan sólo es necesario esparcir un rumor y esperar a que cunda el pánico en las filas enemigas. Da igual que se trate de una mentira, acabará convirtiéndose en realidad.

emperador de wall street
Imagen: Cairopolitan

Al igual que en mis antiguas campañas, mis operaciones eran veloces e imprevistas. Veía el objetivo y ordenaba el ataque a mis soldados-funcionarios. Pronto me gané una fama universal y, cuando alcancé los mil millones, el mote de “El emperador de los negocios”. Qué dulce y querido era ese apodo. Qué tiempos tan bellos me recordaban al lado de mi Josefina.

No obstante, cometí un error garrafal de cálculo que me costó una derrota tan amarga como la que sufrí en Bélgica tiempo atrás. Invertí grandes cantidades en bonos de las hipotecas o, como todo el mundo las conoce, acciones subprime. Nunca pude probarlo, pero sé que fue un plan urdido por mis enemigos los ingleses y sus primos; los americanos ingratos. No les importó destruir Grecia y otros países con tal de destruirme. Perpetraron una tormenta perfecta de los mercados que llevaron bancos y aseguradoras a la quiebra. Ése fue mi Waterloo moderno. Y ahora me encuentro atado en esta lóbrega habitación, esperando ser rescatado.

—Ten mucho cuidado con ese paciente –le dijo el celador a su relevo novato–. Es un ex-millonario que perdió toda su fortuna en la última crisis y se cree la reencarnación de Napoleón


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Su atención por favor

Lectura: 4 minutos

La atención es la forma más extraordinaria y pura de generosidad.
Simone Weil.

En este momento, tienes el propósito de prestarle toda la atención posible a la lectura de este texto. No obstante, podría apostar que muchos lectores tienen alguna distracción aquí, en este punto y aparte, que les impide lograr la tarea.

Algún pensamiento o elemento de tu espacio físico o mental te desvió del objetivo de leer. Sin duda, mantener la atención plena en algo durante mucho tiempo es toda una hazaña. A todos nos pasa de cierta manera, ya que vivimos en un espacio lleno de señales. En mi trabajo como consultor de comunicación en diversas organizaciones, encuentro que la falta de atención es una fuente común de problemas en el trabajo.

¿Por qué desatendemos lo que hacemos?

Esto se debe a muchas causas. Me gustaría resaltar algunas: vivimos en una época donde veneramos la productividad; queremos hacer mucho sin procurar la calidad de lo que hacemos. Nos imponemos una lista interminable de tareas al día sin preocuparnos por la finalidad y la calidad del resultado. Una gran parte de los indicadores con los que se valora nuestro desempeño miden el volumen del esfuerzo y no su impacto.

Por otra parte, la tecnología, que está a nuestro alcance con un celular o computadora, nos obliga a tener una capacidad de respuesta rápida y dividir nuestra atención en múltiples aplicaciones y procesos simultáneamente. Esto provoca períodos de atención más cortos y poca conciencia al realizar las actividades. En este mundo inundado de información, saltamos de una tarea inmediata a otra sin atender bien a ninguna.  

La comunicación de las organizaciones sería más efectiva si los colaboradores prestaran más atención a la información que manejan y, por lo tanto, a las relaciones que se generan a partir de ella.

sobrecargado de informacion
Imagen: James Round.
¿Cómo funciona mi atención?

Lo primero que necesitas saber es que neurológicamente nuestra capacidad de atención es reducida:

… después de enfocarnos en algo sólo podemos retener una pequeña cantidad de información en nuestra memoria a corto plazo. La habilidad para almacenar información en nuestra mente es prácticamente un superpoder, al permitirnos pensar en lo que hacemos mientras lo hacemos, ya sea que se trate de solucionar un problema (como recordar números mientras hacemos cálculos aritméticos) o de planear el futuro (como programar la mejor serie de ejercicios en el gimnasio)”.[1]

Si la atención es un recurso limitado, necesitamos conocer qué tipo de tarea vamos a realizar para estimar el esfuerzo necesario. Existen dos tipos de tareas:

1. Tareas simples y habituales: son aquéllas que por la fuerza de la repetición podemos hacerlas de forma casi automática. Algunos ejemplos son manejar o lavarte los dientes.
2. Tareas complejas: son las que requieren de cuidado y precisión y, por lo tanto, exigen toda nuestra atención. Por ejemplo, una conversación significativa con un amigo o atender una junta de trabajo.

Podemos hacer muchas tareas simples al mismo tiempo porque requieren de poca atención. Bajo estas circunstancias, operamos en una modalidad multitarea. Pero si queremos hacer una tarea compleja, sólo podemos ser eficientes si enfocamos toda nuestra atención en ésta.

Cuando nos enfocamos en una tarea compleja y, al mismo tiempo, recibimos estímulos del entorno multitarea, nuestros niveles de estrés aumentan.

aumento de estres
Imagen: Bea Vaquero.
¿Cómo puedo mejorar la atención?

La atención se entrena. Y este entrenamiento, al igual que en el ejercicio físico, depende de objetivos y sucede en un proceso gradual.Algunos consejos para entrenar tu capacidad de atención son:

1. Identifica cuál es la intención profunda de lo que haces: Tener una razón genuina para actuar nos ayuda a entrar más rápido a un estado de atención. 
2. Asigna un tiempo a tus tareas: Si necesitas trabajar en algo por mucho tiempo, puede ser más fácil si lo divides en una serie de períodos cortos. Evita sobrecargar tu capacidad de atención. Es preferible hacer el trabajo poco a poco, con precisión y calidad.
3. Identifica los enemigos de tu atención: Estos son distractores que pueden sacarte fácilmente de la tarea que realizas. Como ejemplo está el celular o aplicaciones. Cuando decidas enfocar tu atención, aléjate de estos enemigos para que el compromiso con la tarea se cumpla sin interrupciones.
4. Ordena el espacio donde trabajas: El cerebro funciona mejor si ve el ambiente ordenado y limpio. Antes de trabajar, dedícale unos minutos a preparar el espacio donde harás tus tareas.
5. Pon en práctica tu atención en experiencias colaborativas: El mejor momento para entrenar la atención es cuando necesitas colaborar con otras personas. Aquí se pone a prueba tu capacidad de escucha activa para seguir los argumentos de tu interlocutor y no perderte en tus propios pensamientos. También es útil comprender lo que te pide la otra persona antes de pensar en lo que le vas a contestar.

Ahora manejamos muchísima información al día y, por esto, necesitamos ejercitar nuestra capacidad de atención para seleccionar mejor los datos y tomar mejores decisiones. Si aumentamos nuestra capacidad de atención, mejoraremos no sólo nuestros procesos de trabajo sino también las relaciones interpersonales y las formas de comunicación en el trabajo y en la vida personal.

Notas:
1 Bailey, Chris, Hyperfocus. How To Manage Your Attention In a World Of Distraction. Penguin Random House, 2018.


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