En 1968 el Apollo 8 invadió la órbita de la Luna, y por primera vez su tripulación fotografió a la Tierra. En ese momento el capitán de la nave, William Anders, en una transmisión en vivo por televisión, leyó los 10 primeros versos del libro del Génesis. Imaginemos ese momento, 5 millones de personas estaban siguiendo la transmisión, y vieron al planeta que habitamos, una esfera flotando en la oscuridad del Universo, y con la voz de Anders, “Hizo la luz, las aguas, la vida…”. Lo trascendental fue que Anders, para manifestar su emoción, y hacer entender a la humanidad el excepcional paso que habían logrado, eligiera un libro fundacional, la narración de un mito y desechara los argumentos tecnológicos y científicos.
Si en ese momento hubiese informado que estaban ahí porque el Apollo 8 tenía tal potencia y se trasladaba por las leyes de la física, etcétera, es decir, los argumentos científicos, los espectadores no habrían dimensionado lo que sucedía: a pesar de que la ciencia sabía cómo y por qué estaban en la órbita de la Luna, no tenían una explicación para lo que estaban viendo. Anders recurrió al mito del Génesis porque no podía explicar con certeza el porqué de ese Universo infinito que contemplaba, no sabía cómo ese portento podía existir. No lo sabemos. Es por eso que hemos inventado los mitos, y los hemos depositado en los libros, para que sigan existiendo. Los mitos no fueron creados, como dice el lugar común, porque “tuvimos miedo a los fenómenos naturales”, no, los mitos son para dar explicación a lo inexplicable. La urgencia de crear mitos nos arrastró a inventar la escritura, de buscar superficies y materiales para escribir, y desde esos primeros lenguajes y jeroglíficos, la humanidad no se ha detenido en registrar todo lo que sabemos. El miedo no crea, el miedo no inventa, al contrario, niega, oculta; nos mueve la admiración, habitamos en una obra tan grande, que no podemos discernir el porqué de su existencia y de la nuestra.
Los seres humanos somos hacedores de historias, y necesitamos ir más allá de la información, si nos dicen que el amor es consecuencia de la química del cerebro, buscamos más motivos, en el alma, en el espíritu. Esa entelequia, el espíritu, la creamos para decir que somos algo más que huesos, músculos y químicos en el cerebro, poseemos algo invisible, intangible.
En la medida en que las razones llegan, que la ciencia sabe un poco más, los mitos persisten, porque seguimos con muchas dudas. Es ahí en donde está nuestra vida espiritual, en la conciencia de nuestro ser ante las dudas y certezas, ante lo que no sabemos. Las religiones son instituciones, no son remansos espirituales. El espíritu está fuera de la estructura burocrática y legislativa religiosa, está en ese momento en que nos dimensionamos solos y efímeros en la eternidad del Universo.
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