Baste decir que El Sacrificio del Ciervo Sagrado de Yiorgos Lanthimos ganó el premio Mejor Guion en Cannes 2017, para justificar la sugerencia de no perdérsela. El reconocimiento lo compartió con Nunca estarás a salvo de Lynne Ramsay pero, además, estuvo nominada al menos a una treintena de premios en otros festivales internacionales del mismo año y ganó Mejor Película en el Festival de Sitges.
¿Qué, o incluso a quién, estaríamos dispuestos a ofrendar con tal de restablecer el equilibrio roto en nuestro cómodo entorno acostumbrado? Como todos los que ha escrito el griego en colaboración con su compatriota Efthymis Filippou, dicho guion premiado plantea una situación que, aun si parece absurda, desata una serie de cuestionamientos en el espectador. Un hombre ha muerto quizá debido a la negligencia del cirujano cardiovascular que lo atendió tras un accidente (se trata de Colin Farrell, quien después de su participación en Langosta vuelve a ocupar un papel estelar con el director griego); llámese destino, justicia divina o algo que en todo caso no se explica, confiere al hijo del fallecido el poder de hacerse justicia a través de la pérdida que el culpable de la suya, es decir, el doctor, debe sufrir. En una lectura desde la mitología podría decirse que la arrogancia del médico atenta contra el universo divino, rompiendo la armonía entre éste y el de los hombres, y que para reinstaurarla de manera que garantice el funcionamiento de la comunidad humana es necesario resarcir a los deudos del fallecido por medio de un sacrificio.
Mucho se ha repetido erróneamente que la película de Lanthimos se basa en el mito de la tragedia, Ifigenia en Áulide de Eurípides, en la que se requiere que la joven sea inmolada por Agamenón, su padre, quien solicita el favor de los dioses para emprender la Guerra de Troya. En algunas versiones, la diosa Artemisa exige el sacrificio de la chica a cambio de un ciervo que le habían matado, en otras, el papel del animal es de ser sacrificado en lugar de la joven. En todo caso, según lo explica el mismo director, el título de la película surgió sólo cuando se dieron cuenta de que el guion tenía algunos paralelismos con la tragedia; fue entonces cuando consideraron interesante que el nombre de su obra evocara un pasaje milenario de la cultura occidental. Lo mismo pasa con las locaciones o los actores, para Lanthimos todo surge del guion: El tiempo que paso con Efthymis escribiendo trato de no pensar en nada más. Tengo que sentirme confiado en que tenemos una historia que funciona, después ya pensamos quién podría participar y dónde nos gustaría que tuviera lugar.
En este caso se trata de Cincinnati en Estados Unidos, aunque no se dice porque poco importa. Los hechos se desarrollan en un ambiente blanco y aséptico que se repite entre un hospital privado de lujo, el lugar de trabajo, y la mansión donde vive el doctor Murphy con su esposa (interpretada por Nicole Kidman), su hija adolescente y otro más joven, Bob. Como en todas las cintas de Yiorgos, el ambiente físico coopera para causar en el espectador la sensación de extrañeza incómoda característica de su cine. Va de acuerdo con la actuación casi robótica; diálogos recitados monótonamente, verdades graves reveladas cono si fueran conjuros y sin ninguna emoción… sin embargo, intrigan tanto que el espectador no quiere perder la palabra ni el gesto que pudieran ser la clave del misterio.
No es sino hasta la segunda mitad de la cinta que Colin Farrell demuestra enfado; el joven “Martin” parece ser responsable de la enfermedad que acosa a los suyos. El actor Barry Keoghan cuenta que Lanthimos no le dio más que ese nombre como información sobre el personaje que debía representar. Sin embargo, el también protagonista en Dunkerke, logra en el caso de esta película, el reconocimiento de Mejor Actor de Reparto en el Irish Film and Televisión Award, entre otros premios y nominaciones en otros certámenes. Su personaje combina el sentimiento de inadecuación de la juventud con un poder terrible. Ingenuo y a la vez maléfico, encarna por sí solo uno de los temas que inspiraron a los guionistas: un adolescente en absoluto control de una situación aterradora.
Otra de las ideas presentes en el guion es la de los errores que se comenten en el mundo de la salud y el de la incertidumbre que viven los médicos, siempre inseguros de si son o no, igual que Dios, responsables de la vida y de la muerte. Pero, sin duda, el tema central de la historia es que cuando algo va mal revela las deficiencias en las relaciones; hay siempre un punto débil en la manera en la que estructuramos nuestra vida y afectos: aún al interior de una familia, el afán del bienestar personal supera incluso al instinto de protección de la descendencia. Lanthimos quería “explorar” (palabra que utiliza constantemente) los conceptos de justicia, culpa, sacrificio y, sobre todo, a la naturaleza humana cuando alguien se enfrenta a un dilema. Como ha expresado, intentó generar un cuestionamiento sobre todos estos temas. Mi opinión es que la cinta consigue ampliamente ese objetivo.
La técnica del griego en cuanto a la dirección de actores parece ser la economía total de indicaciones. Dice que durante el rodaje está abierto no sólo a factores ambientales o climáticos sino a lo que cada actor aporta con su presencia. Deja fluir a la gente y a los lugares y observa cómo su guion va adquiriendo verdadera forma a la hora que es habitado. Anima a los actores a no pensar sino aproximarse a las situaciones a nivel inconsciente, sin buscar significados que ni él mismo conoce; les pide que no actúen y, así, no reflejen sus intenciones pues ésa es la forma natural de proceder. De todas maneras, como dice Kidman, los diálogos contienen su propio ritmo y, en palabras de Farrell, es imposible poseer el papel, “uno sólo dice las líneas y la magia emerge”. En el caso del Sacrificio del ciervo sagrado, antes de la filmación el director trabajó con el grupo de manera que se integraran como una familia, pero a través de actividades que nada tenían que ver con el argumento ni los diálogos de la película.
Personaje muy importante en esta cinta, la cámara de otro de sus colaboradores habituales, Thimios Bakatakis, participa como la “presencia otra” que le faltaba al guion, según el director. Aparece siguiendo a la gente; entra en cada plano arrastrándose como un reptil voyerista. Desde lo alto, hace ver más largos y estériles los corredores, más ominosas las escenas íntimas captadas desde una esquina inferior. El choque de planos cerrados y abiertos provoca claustrofobia, y una banda sonora excepcional completa la sensación de angustia. “Empecé a usar música para crear ambientes en, Langosta, mi película previa”, afirma el director griego, “y ahora se ha convertido en parte importante de mi trabajo. Mientras edito sigo descubriendo nuevas partituras e intento imaginar el efecto sonoro que darán a la película”.
El que predomina en el Sacrificio del ciervo sagrado es de una estridencia desesperante que recuerda a cintas como, Ojos bien cerrados y Odisea del espacio del director Stanley Kubrick, para las que el rumano György Ligeti, alumno de Bartók, compuso la música. Es el sonido antimelódico y obsesivo de un mal augurio, logrado con obras precisamente de Ligeti, Gubaildúlina, Christou… en intrépida combinación con el canto a capela de Kim (la actriz Raffey Cassidy en su papel de hija adolescente de la familia Murphy) interpretando Burn de la jovensísima compositora Ellie Goulding.
Por otro lado, en la cinta reaparecen elementos ya considerados constantes en la obra de Yiorgos: entrada en la acción a partir de escenas intrigantes que a lo largo del desarrollo se van aclarando; según afirma él, “lo dicho gradualmente es más interesante y propicia el compromiso del público”. Tampoco podían faltar los planos incómodos de sexo extraño, muy adecuados al universo del doctor Murphy: “El anestesista sí puede matar al paciente, el cirujano no”, dice en algún momento, imagino que en triste referencia a sus relaciones que se dan como bajo anestesia.
En mi opinión, otra constante en su obra es la abundancia de detalles que, si no aclaran, sí esbozan la complejidad del pensamiento de Lanthimos: “Tú no eres Dios” se escucha en la tele que proyecta El día de la marmota, película preferida de Martin y que insiste hacerle ver al médico; como primera secuencia en el Sacrificio del ciervo sagrado aparece un corazón latente y enseguida los guantes sucios de sangre que el cirujano tira a la basura… Uno diría que ningún diálogo, ninguna imagen son puestas al azar y aunque la insistente “exploración” de Lanthimos no le entregue –ni a nosotros– respuestas concretas, sí le abre vez con vez nuevas perspectivas. Para aprovecharlas como espectador mi sugerencia en este caso es rendirse ante la fascinación que despierta la película, si bien atentos a todo detalle, también dispuestos a recibir sus contenidos a nivel inconsciente.