¿Qué va a pasar?

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La interrogante refleja bien el estado de incertidumbre desde el que pregunta y acosa al destinatario, que se sabe desarmado. La pregunta no se lanza esperando una respuesta, es simplemente, una expresión del desasosiego existencial de quien eleva la duda a la categoría de postulado. Pero escucho la pregunta todos los días, en todas partes, por todas las causas —o sin ellas—, yo mismo la hago y me la hago repetidamente, cambiando la respuesta de acuerdo a las muchas variables que el ánimo refleja en estos días. Días de zozobra, días de luto, días de dudas.

El nuevo “jomofis” permite dirigir la energía a mejores causas, enfocándonos en parte de lo que podemos controlar. Podemos engañar al estado de ánimo con la normalidad de un trabajo redentor, que nos recuerde lo útiles que solíamos ser. De paso por la oficina, desierta y polvosa, la realidad se reinstala en el territorio del futuro incierto.

En mi caso, la cosa se puso convergente. En el mismo minuto que empezó la pandemia debía celebrar mi cumpleaños 60. Se suponía que, para ese feliz momento, luego de una vida de trabajo continuo, podría empezar a disfrutar de las mieles de la reducción voluntaria de la actividad, para dedicarme a las mejores causas de la lectura sosegada, el estudio de lo elegido por convicción y la escritura de textos legales. En cambio, lo único que observo es que me convertí en parte de la “población vulnerable”, que requiere de cuidados adicionales para no morir.

poblacion vulnerable
Ilustración: Paweł Jońca.

En la vorágine de lo inescrutable, hemos continuado nuestra firma tratando de surfear las olas mas grandes asumiendo que, en algún momento, las aguas tomarán su nivel. Pero no es así, la transformación de las formas tradicionales de trabajo parecen haber mutado desde su raíz, para desnudar los verdaderos valores trasladados en cada comunicación al cliente. La parafernalia de las grandes oficinas, con kilométricas mesas de juntas y las sucursales en otras ciudades y países se ve colapsada por la nueva realidad, que irrumpe con todas sus consecuencias sin preguntar siquiera. Hoy, lo más importante es tener una buena conexión de Internet y que el perro no ladre durante el “Zoom”.

A los abogados que “optaban” por seguir litigando a la antigüita, mirando de manera indiferente las opciones del juicio en línea, hoy les llueve desde “la nube” y nos obliga a actualizarnos en la virtualización de una forma de operar que transformará nuestra práctica irremediablemente. Esta transformación, por cierto, la miro tomar por asalto todos los giros y actividades.

Hace unos días, entre los montones de videos y materiales que circulan en redes, llegó a mis manos un interesante artículo escrito por Prakash Iyer, que reseña la historia del puente sobre el río Choluteca en Honduras, en el cual narra cómo, después de años de dificultades y sueños rotos, en el año 1996 logró construirse con casi 500 metros de longitud, para disfrute y orgullo del país entero. La construcción fue desarrollada por una firma japonesa con las más altas especificaciones técnicas para poder resistir las difíciles condiciones climáticas de la zona.

Prakash Iyer
Prakash Iyer, autor de best-sellers, ponente motivacional y coach en liderazgo (Fotografía: Bureau).

En octubre de 1998, el puente tuvo que enfrentar su mayor desafío ante la llegada del huracán Mitch, sin duda el de mayor poder destructivo en la historia de América Central. Al paso de los días, se pudo constatar la devastación total que el fenómeno había causado, arrasando con todos los puentes del país, menos uno: “el Choluteca”, que se erguía incólume.

 El problema, sin embargo, era que los caminos que llevaban al puente estaban completamente destruidos, por lo que ya no conectaba nada, y peor aún, como consecuencia del meteoro, el río cambio su curso y ahora ¡pasaba al lado del puente!

La anécdota reseñada por Iyer es terriblemente ilustrativa de lo que nos esta pasando ahora. Nuestras carreras, nuestros negocios y nuestras vidas están sufriendo transformaciones radicales que nos demandan adaptación total al cambio, o sentarnos a ver la destrucción desde una incómoda butaca en la intemperie. Nuestros puentes siguen ahí, pero ya no sirven para nada, o casi nada.

conectividad
Ilustración: Gary Bates.

Debo decir que, por varias semanas estuve muy enojado con los chinos, por haber creado o permitido el virus y por su mala administración de la crisis, y claro, por no haber prevenido oportunamente al mundo sobre la entonces epidemia. Luego me enojé con el Gobierno Federal por su pésima gestión de la pandemia, que nos ha colocado entre los países con mayor número de casos y defunciones. También me molesté con el propio coronavirus, que en su insensata naturaleza viral nos ha puesto de cabeza como país y como grupo. Los conspiracionistas, con todas sus teorías esotéricas explicativas del virus, han ocupado también buena parte de mis deseos criminales más oscuros.

Así que hoy, cuando me preguntan ¿qué va a pasar?, contesto con toda certeza que no tengo la más remota idea. Que creo, eso sí, que a partir de hoy cada comida con los amigos, cada abrazo con los cercanos, cada carambola acertada, cada partido de futbol atestiguado, me deparará un acto de disfrute y plenitud.

Por ahora, sólo hasta ese punto llega mi respuesta.


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Hugo F Gutiérrez

Estimado Mauricio,
Un excelente artículo

Anónimo

Excelente. Saludos,

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