El caracol de la vida

Memorias con César Pelli en la Ciudad de México

Lectura: 10 minutos

Era una fría y lluviosa tarde del mes de septiembre de 2003 en la tumultuosa y exótica sala de llegadas internacionales del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, donde siempre que iba a recogerlo llegaba con mucho tiempo de anticipación, ya que mi percepción y fama de la puntualidad constantemente ha sido cuestionada por los que me rodean. Quería que todo estuviera controlado y nada saliera mal, caminaba de un lado a otro invadido por los nervios tan sólo de pensar en un nuevo encuentro con él y la agenda tan amplia que tendríamos.

Respiraba hondo con cierta ansiedad sin quitar la vista ni un minuto a aquellas puertas corredizas, esperando que se abrieran y ver ante mí la distinguida e inconfundible figura de gran porte, para llamarle con gran vivacidad y potente voz  “¡César!”, quien al verme levantó su mano y con una sonrisa de carcajada maravillosa, saludándome se acercó a paso acelerado. Luego me abrazó efusivamente, aunque con cierta rigidez motriz, al mismo tiempo que decía “mi protector”, como él se refería a mí todo el tiempo porque le hacía de su chofer personal, de cliente, de organizador, de guarura y cómplice para rescatarlo de los eventos tumultuosos y encuentros sociales llenos de excentricidades mexicanas.

César Pelli y José Serur
César Pelli y José Serur en el Castillo de Chapultepec (Fotografía: Archivo Ideurban).
cesar pelli y jose serur cababie
César Pelli, José Serur y Fred Clarke (Fotografía: Archivo Ideurban)

Invariablemente lo acompañaba su sencillo portatrajes negro y su pequeña maleta de mano llena de sorpresas con sus materiales de “arquitecto”, y a la que se aferraba casi obsesivamente a todo lugar donde llegáramos. En realidad, para ser sincero, también, entre otras cosas, siempre me ofrecí de chofer y asistente del maestro César Pelli, ya que con su agenda de celebridad tenía la oportunidad de platicar muchísimos temas que disfrutábamos durante las horas que pasábamos en el “bellísimo” y eterno tráfico vehicular de la Ciudad de México. Como era su costumbre, tenía un lenguaje sumamente académico, educado, expresaba frases amables y pausadas con su muy fino y elegante acento argentino-americano, tan peculiar en él.

Su riqueza cultural e intelectual era evidente, recuerdo que en una ocasión charló de temas memorables cuando transitábamos en los carriles centrales del Viaducto Miguel Alemán, y que anoté esa misma noche en uno de mis diarios. Nuestras conversaciones giraban en torno a México y su cultura, la guerra o mal llamado conflicto en Chiapas y el Comandante Marcos, el EZLN (Ejercito Zapatista de Liberación Nacional), de su infancia en Argentina y el peronismo, de la familia de mis abuelos sefaraditas, y de los grandes arquitectos con quienes colaboró, y que dejó testimonio en su libro Observations –que publicara unos años antes–, escrito para aconsejar a los jóvenes arquitectos universitarios en temas de cultura general, arte y sabiduría práctica. He de confesar que fui testigo de su fascinación por los tacos de bistec con queso y poca salsa verde; se deleitaba al comerlos, y solía hacerlo de contrabando ya que nunca estaban programados en la agenda, pero eran forzosamente obligatorios siempre en una taquería de las Lomas de Chapultepec, entre charcos y ranas, y que posteriormente se convertiría en delicados cisnes en el lago.

Torre Liberta, Mexico
Torre Libertad (Fotografía: Archivo Ideurban).

En la mayoría de sus visitas a la Ciudad de México vino acompañado de su distinguido y entrañable amigo y socio el arquitecto Fred Clarke, un tipo muy amable de semblante afable, preciso, carismático, que por mucho era su hombre corporativo y el que hacía que todo sucediera; ambos demostraban su erudición en las múltiples juntas de trabajo que teníamos, especialmente por su profesional trato, firmeza y respeto por el trabajo de sus equipos de ingenieros, arquitectos y técnicos mexicanos, sin duda alguna la sencillez en su manejo con los clientes conquistaba todos los corazones. Para César Pelli, México le resultaba un país enigmático que le reflejaban sus orígenes latinoamericanos, se sentía “hechizado por México” como lo repetía constantemente en sus conferencias.

Siempre quiso hacer arquitectura en México, pues nos consideraba como potencia cultural mundial y símbolo de la influencia arquitectónica latinoamericana, incluso llegó a afirmar que México es el país más cálido del mundo para trabajar, por la calidad y talento de su gente, sus albañiles y obreros. César Pelli estaba muy familiarizado y respetaba el trabajo de diversos arquitectos mexicanos como Luis Barragán, Ricardo Legorreta, Abraham Zabludovsky, Teodoro González de León y don Mario Pani, de quien se maravillaba del proyecto de Tlatelolco como un símbolo poderoso del modernismo mexicano. Se presentó en varias ocasiones en abarrotados auditorios de diversas universidades de la ciudad como la Universidad Anáhuac (mi alma mater) y en la UNAM, por mencionar algunas, alentando a los jóvenes a “amar” los valores culturales y arquitectónicos mexicanos.

El Palacio de Bellas Artes fue escenario de dos memorables conferencias y recuerdo perfectamente las filas que se hacían sobre el gran atrio del acceso con cientos de estudiantes, arquitectos, periodistas y personas de diversos ámbitos para tomarse fotografías –en un tiempo que las selfies no eran moda–, y el maestro Pelli repartía autógrafos en libros y programas que hizo con una cordialidad y paciencia inaudita. En todo momento fue recibido como una gran celebridad por intelectuales, maestros, empresarios y dirigentes políticos.

Cesar Pelli, rascacielos
César Pelli en el Palacio de Bellas Artes (Fotografía: Archivo Ideurban).

Siempre orgulloso de sus orígenes argentinos y latinoamericanos, César nació en la provincia de San Miguel de Tucumán, noroeste de Argentina, el 12 octubre de 1926. Estudió arquitectura en la Universidad Nacional de Tucumán durante los años de 1944 a 1949, posteriormente realizó estudios de posgrado en la Universidad de Illinois (1952-1954) donde se destacó, llevándolo después al despacho del gran maestro del movimiento moderno, el finlandés Eero Saarinen, durante los años de 1954 a 1964, y a quien siempre consideró su maestro y mentor. Años más tarde, en 1984, Pelli fue decano de la Universidad de Yale en New Haven, Connecticut, donde fundó su firma Cesar Pelli architects en un edificio contiguo al campus, y que luego cambiaría su nombre a Pelli Clarke Pelli Architects hasta su muerte el 19 de julio de 2019.

Su legado y despacho continúa hasta el día de hoy con su socio Fred y sus hijos Denis y Rafael Pelli. La obra arquitectónica de César Pelli en la Ciudad de México fue muy prolífica, significativa e icónica para un arquitecto extranjero de su generación que data desde principios de los años 90 con el proyecto “Del Bosque”, desarrollado por un consorcio de varias empresas llamado Grupo Metrópolis. Hacia los principios del nuevo milenio diseñaría la “Torre Libertad” que albergaría el hotel San Regis, desarrollado por Grupo Ideurban, y luego trabajaría en la conceptualización del plan maestro y diseño de la “Torre Mitikah” en el sur de la ciudad, en colaboración con Grupo Ideurban y Azar Arquitectos para el desarrollador Prudential Capital, que a la postre vendería el proyecto a la Fibra Uno y que actualmente se encuentra en construcción.

Toda la historia comenzaría para mí en el mes de marzo del año de 1992 con una mortal desvelada, acompañada con música de Joan Manuel Serrat en un sábado por la noche cuando trabajaba en una frenética entrega, típica “de lunes”, de diseño arquitectónico de séptimo semestre, y que tenía que entregar a mis venerables maestros Jose Greenberg y José Luis Calderón, cuando de pronto… mi padre, el Ing. David Serur, se acercó cauteloso con semblante de lástima a mi recámara, la cual parecía zona de desastre, a ofrecerme ayuda en temas estructurales de ingeniería sabiendo que era mi debilidad.

Intercambiamos algunos puntos y me comentó que había tenido una junta por la mañana con algunos de sus colegas –entre ellos estaban Roberto Trad Aboumbrad, Jorge Trad Aboumbrad, Alfredo Elías Ayub y el desarrollador texano Gerald Hines; quienes más adelante conformarían Grupo Metrópolis–, donde habían comentado que necesitaban evaluar algunos arquitectos con cierto prestigio, de fama nacional e internacional que hubieran diseñado algunos edificios altos residenciales y de oficinas, con la intención de ser contratado para un proyecto que estaban planeando desarrollar frente al Bosque de Chapultepec en la calle de Rubén Darío.

Recuerdo que saqué dentro de los escombros de papeles tirados, botes de tinta china vacíos y pedacerías de papel batería, algunos libros de la obra de varios arquitectos nacionales y extranjeros, entre ellos el famoso libro “naranja” de César Pelli de la casa editorial Rizzoli que, sin duda, era de mis favoritos, y que en ese momento mi padre hojeó con gran interés y me pidió llevárselo –junto con otros más– a su próxima reunión que tenía programada el mismo lunes. Para mi sorpresa, ese lunes por la tarde mi papá me comentó que de la oficina de Gerald Hines conocían bien a Pelli y que habían trabajado con él anteriormente, por lo que sería un buen candidato para el proyecto, de modo que concertarían una cita en las próximas semanas para visitarle todo el equipo. Sin más preámbulo, fui incluido en la comitiva, la cual significó una emoción indescriptible para mí, ¡era como conocer a Maradona en privado!

César Pelli, Arq. Pedro Ramírez Vázquez y Arq. Arturo Aispuro Coronel
El Arq.César Pelli, Arq. Pedro Ramírez Vázquez y Arq. Arturo Aispuro Coronel (Fofografía: Archivo Ideurban).

El plazo llegó y viajamos a Nueva York para dormir una noche, al día siguiente partiríamos en un viaje por tierra de dos horas a New Haven, Connecticut, donde se encontraba el estudio de César justo enfrente de la Universidad de Yale, su alma mater, y en la que era docente de cátedra regularmente. Subimos por una escalera exterior de un edificio de usos mixtos de tres niveles y entramos por una discreta puerta en la segunda planta que decía en pequeñas letras “Cesar Pelli Architects”. Confieso que mi corazón se aceleraba y mis manos sudaban al cruzar esa puerta, porque no se podía creer la magia que había tras ese umbral. Fuimos recibidos muy cálidamente por su staff, entre ellos por Fred Clarke y su muy simpático arquitecto  Roberto Espejo, quienes nos dieron un breve tour por todo el despacho, mostrándonos varios proyectos que estaban en proceso y la metodología racional que utilizaban para trabajar de esa manera.

Cesar Pelli y su obra
Fotografía: República.com.

También nos presentaron a muchos miembros del equipo, arquitectos y colaboradores de más de veintitrés nacionalidades distintas, luego nos condujeron a una gran sala de juntas donde sería nuestra reunión. César, con su enorme sonrisa, entró a los pocos minutos por una puerta privada contigua saludándonos uno a uno con mucho respeto y calidez, mi emoción era inaudita, por fin tenía enfrente a un personaje del cual había visto sus fotos en la biblioteca, había leído todos sus libros, y era una fuente de inspiración del movimiento moderno en mi carrera universitaria.

Todos tomamos nuestros asientos en una gran mesa de tamaño considerable de mármol beige, sencilla y elegante que le daba un toque más suntuoso y formal al aire del momento. César tomó la palabra, y “rompiendo el hielo” de inmediato, bromeó que en dónde firmaba el contrato ya que por fin se le haría el sueño de trabajar en México. Este gesto de parte de él nos hizo sentir muy cómodos porque no estábamos seguros que lo convenceríamos y le confirmamos la firme intención para contratarle un anteproyecto conceptual. Posteriormente le introdujimos a las generalidades del proyecto, como información del terreno, fotografías del entorno y enfatizamos la importancia de las vistas al Bosque de Chapultepec. Recuerdo que en ese momento se dirigió a las paredes de la sala donde existían varios lienzos en blanco, tomó algunos plumones y comenzó a dibujar algunas ideas de edificios escandalosamente circulares sin pensarlo demasiado, y que a la postre sería el modelo arquitectónico seleccionado por todos.

Ing. David Serur y Arq. César Pelli (Fotografía: Archivo Ideurban).

Después de un merecido lunch de sándwiches preparados por el restaurante de abajo, acordamos que visitaría la Ciudad de México a la brevedad porque para él era muy importante y vital conocer tanto el terreno como el entorno para poder desarrollar una idea más clara. De manera que así sucedió, convenimos una fecha, “nos dimos la mano”, y ahí en ese preciso momento comenzó la magia y la aventura de una relación de trabajo productiva, llena de cordialidad y cariño, que duraría por más de 27 años ininterrumpidos hasta el último día de su vida.


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El efecto Goyri

Lectura: 7 minutosMe encontraba de noche en el aeropuerto de Mérida esperando el habitual y siempre retrasado vuelo hacia la Ciudad de México, no dudé en aprovechar este tiempo  para “revisar” en mi celular –del cual cada día me declaro más adicto– el teaser de dos minutos de la última temporada de la serie de HBO “Juego de Tronos”. Con gran entusiasmo alcancé a apreciar que los “Caminantes Blancos”, enemigos de la atemorizada, vulnerable y confrontada raza humana, por fin “saltaron el muro” que heroicamente era defendido por los “vigilantes de la noche” y el cual dividía a los vivos de los muertos, amenazando con la destrucción total de la civilización del hombre. El tema me sonó algo conocido y no pude evitar la cómica e irónica tentación de comparar dicho guion televisivo con la posibilidad de que todos los mexicanos en algún futuro de realidad o ficción “saltemos” el muro de Trump, arrasemos con la “Border Patrol” y que un mexicano ocupe la Casa Blanca destruyendo la subsistencia e identidad de Estados Unidos.

Y, ciertamente, tanto la idea del muro fronterizo como el miedo psicosocial de una nueva “invasión migrante” que permeó en la población norteamericana, fue un ingrediente perfecto en la retórica de campaña y la base fundamental para el triunfo presidencial del candidato republicano, que en sus propias palabras apunta: “…el muro es para preservar la supervivencia, la seguridad e identidad, así como la civilización del pueblo norteamericano…”. Este tipo de aseveraciones y lemas de traza patriótica resultaron sorprendentemente eficientes en el manejo del discurso político sobre el cual, el miedo sumado de ignorancia e incertidumbre, se convierte en el ingrediente más contundente del movimiento de masas. La historia política, en especial de los últimos 120 años, nos regala un catálogo amplio y lo pone de manera clara frente a nuestros ojos que, pese a las lecciones tan duras que ha recibido la humanidad, los fenómenos vuelven a repetirse como si fuese ya una condición natural del ser humano, y a la que estamos condenados.

Trump y el muro fronterizo
Foto: Ambito.com.

Cuando en el año del 2016 Donald Trump decidió participar en la campaña por la nominación de candidato del Partido Republicano por la Presidencia de Estados Unidos, resultaba casi risible el reto de vencer a sus colegas de partido en la elección interna. En un principio era evidente que las cosas no le estaban funcionando del todo, inclusive en sus primeros debates y entrevistas televisivas sus discursos resultaban disparatados y sin coherencia en la estructuración de varias ideas; criticar a Obama y a la desprestigiada Hilary Clinton junto al partido Demócrata, ya no era redituable en su popularidad, sin embargo, a sugerencia de sus asesores y estrategas de campaña, se tomó la decisión de elaborar estudios profundos en psicología social y los resultados les permitieron obtener material para empezar a hilvanar un nuevo discurso más constante, aunque todavía lleno de disparates como de costumbre, pero ahora con unas ideas “peligrosas” muy claras que comenzó a mencionar consistentemente una y otra vez en toda oportunidad que tenía para hablar en cualquier medio de comunicación o evento político.

En ese sentido, el propósito de construir un muro como “base fundamental” del show de la campaña se convirtió en un objetivo genial, muy oportuno a las circunstancias, ya que se daba a entender que ese muro “separaba dos mundos”, el superior y el inferior, la riqueza y la pobreza, la anti mexicanidad, la hispanofobia y la islamofobia, aunado a la angustia económica. Pero, de pronto, por arte de magia se transformó en tremendamente popular y las encuestas comenzaron a subir a su favor, se dio cuenta que cuando mencionaba el hecho, las ovaciones de los asistentes se hacían muy enardecidas; hablar de los “Beaners” o “frijolitos cafés” (como algunos despectivamente les llaman a los mexicanos por feos, por puro “efecto Goyri”), los “Bad Hombres” y los “locos islamistas”, llegaron perfecto al corazón de la psique social del americano común, jugar con los instintos naturales del ser humano siempre es un buen negocio electoral, así que en realidad Donald Trump supo perfectamente a qué parte de la población hablarle, sólo estaba rascando tantito a la xenofobia escondida que existe en cada persona, inclusive en cada uno de nosotros. Tocó los verdaderos sentimientos guardados de la gente y que nadie se atreve a expresar hasta que la unión de masas te permite sacarlos del closet.

Trump y el muro
Imagen: cartel de campaña oficial America 2016 (Fuente: eBay).

Por cierto tiempo, los mexicanos nos sentimos muy ofendidos que el nombre de nuestro país se mencionara con desprecio cada vez que el señor Trump tomaba el micrófono. No obstante, a pesar de que estaba usando a nuestro país, a nuestra raza, a nuestra esencia social y cultural como ficha de cambio, las voces de protesta fueron débiles y casi inexistentes, los mexicanos sin duda nos creemos nuestra “inferioridad” y por eso callamos. Nuestra “indignación” nacional de pronto pareció olvidársenos, porque cuando toca nuestro turno de vernos reflejados en el espejo del auto juicio, y sin mayor preámbulo para ser sinceros, “netas” y honestos como sociedad, en términos de racismo interno salimos muy reprobados; ya en recientes fechas se han hecho evidentes en nuestro proceso electoral por la Presidencia de la República y en las nominaciones de “oaxaqueñas” a los Premios Oscar.

Las disputas sociales y las infinitas tensiones raciales que existen tan profundas en nuestro país se desatan por todos lados. Confrontar a las clases sociales, los orígenes, y profanar el abuso de la palabra en la “basura de las redes sociales”, como bien dijo Lady Gaga, para etiquetarnos de una forma políticamente correcta de “Chairos” y “Fifís”, nos evidencia de la manera más vulgar complejos de sumo  profundos y enraizados en nuestra sociedad. Hoy la nominación de Yalitza Aparicio al Premio Oscar a la Mejor Actriz por la película “Roma”, aunque no ganó la deseada estatuilla, ha puesto en el debate la patente cosmovisión racial de nuestro país. “¡Pinche India!” dijo el pseudo actor Sergio Goyri en un video viral que resultó una bomba mediática y que a la postre condujo a que el actor ofreciera una disculpa diciendo: “… No… No debo de andar diciendo tonterías. No se puede andar diciendo… Bueno… lo acepto, lo asumo. Es que me pasó todo de repente… Es un error que he tenido toda mi vida… que digo todo lo que pienso… Soy muy hablador, me debo de guardar más las cosas, ser más prudente…”.

 Yalitza Aparicio
Foto: Instagram Yalitza Aparicio.

¡Eureka señor Goyri!, gracias por sus reflexiones, no podían ser mejores, aquí en sus palabras están las respuestas, en realidad sólo sacó su lado obscurito, reafirmando que la mayoría de las personas tienen sentimientos xenófobos y estigmas contra algún segmento de la sociedad; porque seamos “netos”, realmente honestos, señoras y señores lectores, todos los tenemos en diferente grado. Uno de los problemas del racismo es que es “latente”, la mayoría de la gente piensa una cosa y por ser “políticamente correctos” dice algo diferente, pero sus verdaderos sentimientos están ahí y los manifiesta cuando la ocasión lo amerita. A esto es lo que yo llamo “efecto Goyri”.

No me es poco común escuchar de vez en vez adjetivos en el calor de “las confiancitas”, ¡pinche India!, ¡pinche Naco!, ¡pinche Gata!, ¡pinche Güerito!, ¡pinche Fifi!, ¡pinche Chairo! (pejezombie), ¡pinche Goy!, ¡piche Judío!, ¡pinche India Patarrajada! ¡pinche Chilango!, ¡pinche Gringo!, Pipope, Prieta, Guayabo, Sudaca, y cientos de calificativos lacerantes y de menosprecio. Muchas personas se callan estas expresiones denigrantes pero las piensan, todos estamos infectados con este flagelo que en realidad SÍ afecta al desarrollo e integridad de una sociedad, por eso, tiene que haber un alto obligado a esta vergonzosa forma de describirnos, no es posible seguir reproduciendo el efecto Goyri de manera sistemática, convirtiéndose en una realidad de la que nadie escapa. Es evidente que todos las seres humanos nos construimos por factores externos, desde que nacemos nos fue sembrada una programación cultural, una moral preestablecida, órdenes, costumbres, tradiciones, hábitos y mitos, lo que es bueno y lo que es malo, lo que es bonito y lo que es feo, los estándares estéticos según el acuerdo social, así como identificarnos con lo que nos es conocido y familiar, aquello que nos hace sentir seguros. El miedo a lo diferente siempre es una amenaza inconsciente a nuestra seguridad y supervivencia humana, sin embargo, tenemos la capacidad de elegir y eso nos diferencia del resto de los animales.

razas indígenas
Foto: INAH, pagina3.mx.

Todos exigimos libertad, tener una buena vida, cubrir nuestras necesidades físicas e intelectuales, el respeto digno de nosotros mismos y de quienes amamos, cualquier hombre nacido en esta tierra, nos guste o no, merece el mismo trato y no vulnerar su integridad bajo ninguna circunstancia. Tú y yo estamos en la autonomía de pensar como se nos pegue la gana, de fabricarnos ideologías, identidades, valores y creencias de cómo vivir la vida, cada quien puede escoger sus estructuras éticas, con quién te juntas, qué religión quieres seguir o no seguir ninguna, con quién contraes matrimonio y con quién tener descendencia. Pero, un hombre que se dice libre, no puede negar los derechos de otros ni discriminar lo que le es diferente, la igualdad de oportunidades y la tolerancia a la diversidad es un valor humano fundamental.

Nuestro México, a pesar de su valiosa multiculturalidad única dentro de los pueblos del mundo, ya está muy lastimado por este racismo encubierto, subyacente, que permea lastimosamente a nuestra idiosincrasia mexicana, y que seguirá siendo un freno en nuestro desarrollo social; porque no somos una sociedad integrada, somos una sociedad profundamente fraccionada, emocional y, racialmente hablando, no necesitamos que el señor Trump nos haga el trabajito de recordárnoslo ni reforzar el efecto Goyri de la infame burla a lo indígena. Hoy nadie merece el desprecio por lo que es, venga de donde venga, la ignorancia es el mejor aliado del odio. En cambio, el conocimiento y el entendimiento genera empatía y acerca los corazones, el respeto que se tiene una sociedad a sí misma es el reflejo de lo que hoy se merece, el concepto de civilización es aquella que logra por común acuerdo una alianza emocional exigida en un ideal de libertad e igualdad de todos sus integrantes y, al final, querido lector, cuando te sientas a la mesa con personas diferentes a ti, te das cuenta que todos nos parecemos demasiado, “nacemos, amamos, luchamos y morimos”.

Elitismo educativo: ¿escuela pública o privada?

Lectura: 7 minutosEn una ecléctica y, de principio, medio sospechosa cena, a la que fui amablemente invitado en un excéntrico piso de la calle de Ámsterdam en la colonia Condesa, conocí a un grupo de educadores de México y de otras partes del mundo que en realidad no tenía ni la menor idea que encontraría. Mis anfitriones, viejos colegas universitarios, habían dispuesto con absoluto detalle una mesa redonda de tal forma que todos pudiéramos interactuar magistralmente. La suntuosa mesa estaba pletórica de deliciosos y delicados platillos mexicanos que, a la vista de los comensales, sin duda aseguraba una espléndida cena de gran deleite gastronómico.

En cuanto a los invitados (20 personas), puedo decirles que eran una mezcla casi surrealista entre intelectuales mexicanos, algunos empresarios, un distinguido funcionario de la Secretaría de Educación Pública, y un exótico grupo de extranjeros de muy diversos orígenes, en su mayoría académicos de bachillerato y universitarios, procedentes de Hamburgo (Alemania), París (Francia), Hertzelia (Israel), y una inimaginable pareja de Denver, Colorado, que recién había llegado a México para asistir en los próximos días a un congreso sobre “Desarrollo de Tecnologías y su impacto en la Educación” y que, de primera impresión, he de confesar que me pareció un tema insufriblemente aburrido. Sin embargo, ante mi incredulidad al momento de presentarse cada asistente, la velada prometía una plática interesante y mucha diversión. Como es de imaginarse, en un encuentro como estos, la conversación siempre comienza haciendo alusión a trivialidades climáticas, seguido del automático tema referente al “problema de la inseguridad” en México ‒aseverando uno de los presentes que “¡nuestro país estaba al nivel de Irak y Siria!”‒, la victoria del “TRI” ante Alemania, el “mentado muro fronterizo” del repudiado Trump y su nuevo amiguito Kim Jong-Un.

Así, ya roto el protocolo, entre chalupas poblanas, yendo y viniendo de un tema a otro, se destacó la participación de uno de los honorables invitados y que refería a las sistemáticas transformaciones en la educación pública que se han obligado a implementar muchos países desarrollados, en virtud de los tiempos modernos, considerando que la educación más que enfocarse en las ocupaciones prácticas y tecnocráticas, debe poner atención en el desarrollo de las potencialidades psíquicas y cognitivas de cada joven, y la felicidad como único objetivo importante, aunque en México nos parezca sorprendente. Asimismo, comentaban que en sus países ser maestro es la profesión más valorada, respetada y casi venerada por la sociedad. Los académicos universitarios se encuentran en el pico de la pirámide del reconocimiento social; el aprendizaje y el conocimiento son de las políticas de Estado más esenciales; y qué decir de las prestaciones económicas que les permiten vidas muy dignas a los ciudadanos. Como padres de familia de cualquier sector socioeconómico, sin duda prefieren la educación pública por su calidad y alto nivel competitivo, razón por la cual se pugnan por asegurar un lugar. Como dijo uno de los invitados, “es más, en Israel ni siquiera existen escuelas y bachilleres privados, todos los jóvenes son educados por el sistema público sin excepciones”.

De pronto, el académico alemán que estaba sentado a unos lugares continuos del mío, preguntó en voz alta y en tono de inocente duda si “alguno de nosotros teníamos a nuestros hijos estudiando en una escuela pública del sistema mexicano”. Los rostros de los presentes se transformaron cual exorcismo y se hizo un silencio sepulcral. Bajé la cuchara con sopa de hongos que empezaban a convertirse en alucinógenos por lo que vi venir, de modo que para no regarla, instintivamente giré mi vista al alto funcionario de la SEP, quien sólo desvió la mirada como harían la mayoría de los políticos mexicanos de elevado rango y que, desde luego, me atrevería asegurar que ninguno inscribirá a sus hijos en escuelas públicas, porque en México estamos lejos de poner el ejemplo.

Nuestro incrédulo amigo alemán sorprendido ante la falta de alguna respuesta positiva, reaccionó con extrañeza al no comprender cuál era la razón de que nadie de los ahí presentes, mexicanos, teníamos a nuestros hijos en las escuelas públicas, a lo que contestamos con la frase típica de que “su nivel académico es muy bajo”, “la mala calidad de los maestros”, y frases necias como esas. El académico con cierta incomodidad en su rostro interrumpió y comentó lo siguiente: ”Ahora entiendo. En México hay educación de primera clase y otra de segunda clase, la de primera es para quienes pueden pagarla y la segunda para aquellos que no pueden. Vaya, en conclusión, la educación es un tema de estatus y clases sociales” (…).  He de confesar que me quedé helado, y luego añadió que en la mayoría de los países europeos resultaría inimaginable una situación de esas dimensiones, algo que ni siquiera la misma sociedad permitiría. ”Si le dieran la mejor educación a los que menos tienen quizás México tendría otro destino”, concluyó al final. Mi amigo alemán no volvió a abrir la boca en toda la cena. En la incomodidad del momento de pronto recordé una conferencia sobre “la adolescencia”, organizada por una ONG para padres de familia y a la que había ido unos meses antes en un centro educativo privado, donde los asistentes al presentarse con el público debíamos mencionar en cuál colegio estaban inscritos nuestros hijos, a lo que todos, sin excepción, mencionaron diversos nombres de escuelas particulares, y ante tanta pedantería (incluyéndome por supuesto) por un instante pensé en tono irónico hacer la broma intencionada de que mis hijas estudiaban en la Escuela Benito Juárez en el horario nocturno, y me imaginé claramente cómo las miradas de vergüenza social se clavaban en mí, condenado a la exclusión. Luego, reconocí que ¡jamás hubiera sido una opción para ellas!, por lo que asumo que yo también participo de esa complicidad arrogante al formar parte de una clase privilegiada.

Pero analicemos el problema, ¿por qué en México una selecta minoría tiene la oportunidad de recibir una formación de alta calidad académica, mientras que gran parte de la población es víctima de una educación masiva mediocre? ¿Por qué rechazamos de manera automática la educación pública y damos tanta importancia al estatus? En México la calidad de la educación siempre ha sido desigual y fragmentada, de manera que elegir una escuela para nuestros hijos se orienta a lo que económicamente la familia es capaz de pagar. Pareciera, absurdamente, que entre mayor prestigio o cara sea una institución, mayor nivel educativo nos ofrecerá.

Quizás, querido lector, opinar sobre el tema educativo resulta algo trillado, pero necesitamos comprender bien la importancia de la calidad de la educación, y cuáles son los patrones de socialización que nos han impuesto, cuáles los diversos contextos de relación entre dominados y dominantes, que sólo acentúan la desintegración social.

Hemos escuchado como cliché que la educación es base fundamental del progreso, la igualdad, el bienestar, la libertad, la identidad e integridad del ser humano, para la convivencia en sociedad. La mayoría de los pensadores y los filósofos a través de los siglos han abarcado ampliamente la problemática de la educación de las masas, y los sociólogos más reconocidos en la actualidad reconocen que la escuela es el espacio clave y absoluto de la integración social y la amalgama de las clases sociales, así como de los valores de ética y moralidad cívica de una sociedad preocupada por la cooperación y el concepto del bien común. Aquí quizás se encuentra el principio del quiebre social de nuestro país, pues por más que usemos la misma camiseta verde en el Ángel de la Independencia cuando gana “nuestra” Selección, somos una sociedad elitista llena de racismo y resentimiento. Produce un escalofrío inquietante pensar que exista una absoluta desintegración social sólo por el hecho de ser pobre, sólo por haber nacido “morenito”. Aun cuando vivamos en una sociedad con diversos matices y diferencias culturales que, precisamente son las que enriquecen una sociedad, es intolerable una condena social automática por parte de la gente y el mismo gobierno, el cual divide y segrega dejando a la deriva, desprotegido y vulnerable, a quien menos tiene.

Eres afortunado si cuentas con los recursos económicos suficientes para pagar un seguro de gastos médicos mayores e ir a un hospital privado. Pero cuídate si únicamente tienes la opción de ir a la Clínica 7 del IMMSS, mala suerte si no te atienden bien, aunque eso ya sea mucha ganancia, ya que es común que permanezcas en lista de espera sin importar la gravedad de tu salud. Hacer uso de los servicios públicos, como viajar en camión, pesero o metro, separa las clases (casi que “dime en qué tipo de transporte o coche andas, y te diré quién eres”), porque el gobierno también se ha encargado de que estos servicios denigren a quien los usa, marcando la desigualdad y la distancia social.

Por las razones que sean, muchos de nosotros tenemos un estatus al que no estamos dispuestos a renunciar. Y aquí no juzgo a nadie. Todos queremos darle lo mejor a nuestros hijos. En México, quizás, lo grave no son las diferencias, porque eso es parte fundamental de los grupos sociales y los seres humanos; ése no es el verdadero motivo de desigualdad, opresión, ni la falta de libertades y oportunidades, sino que el gobierno sea incapaz de dar una educación “de calidad”. En nuestra sociedad encontramos muchos méxicos, muchas realidades heterogéneas, muchos estilos de vida, y así con esas características, tenemos un gobierno que sólo gobierna para unos cuantos.

Con todo lo expuesto hasta ahora, pareciera que nacer siendo mexicano y pobre, estás condenado a la tragedia. ¿Por qué México si es de las primeras economías del mundo, junto con Francia, Alemania, Japón, y generamos una cantidad brutal de dinero, no puede garantizarle a nuestros hijos (por el simple hecho de nacer mexicanos) una educación y salud gratuita y de calidad? La educación de calidad no debe estar en manos de quienes sólo tienden a ocupar posiciones privilegiadas ni mucho menos en las lógicas del mercado. De ahí que el futuro de la educación en México dependa en que ésta sea incluyente; es una realidad que las brechas sociales no van a desaparecer, pero la educación pública debería ser un contrapeso para aminorar el elitismo, la exclusividad, y la desigualdad, imperantes en nuestro país. ¿Queremos cambiar la perspectiva? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a involucrarnos en este gran desafío social?

El origen. Una historia del segundo piso del Periférico

Lectura: 7 minutosTranscurría el año de 1987, eran tiempos de agitación política previos a una nueva elección presidencial donde los destapes en la pasarela del PRI ocupaban la expectación de la gente que, en sus corazones, todavía retumbaban las secuelas de la dolorosa experiencia por el terremoto de 1985. La vapuleada CDMX necesitaba proyectos de innovación pero aún se encontraba en plena reconstrucción y replaneación urbana que lo impedía, la expansión de la red vial de la ciudad seguía estancada y no se contaban con proyectos específicos. La problemática de la reconformación del uso del suelo se convertía en una necesidad de debate impostergable, y la mente de los dirigentes de la “Regencia” estaba enfocada en los reglamentos de construcción para nuevas edificaciones que estaban siendo modificados radicalmente para prevenir que otra tragedia similar se repitiera. Era una época en la que todavía teníamos fresco en nuestra cosmovisión la “mano de dios” de Maradona en el Estadio Azteca, la literatura de Joseph Brodsky, en las primeras planas de los diarios veíamos el anunciado ocaso de la Guerra Fría que estaba por venirse, donde Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov discutían el tratado de “no proliferación de armas nucleares”, noches donde los mexicanos estábamos pegados a los televisores viendo “Cuna de lobos” y los oficialistas noticieros de Jacobo Zabludovsky, tiempos donde nos divertíamos bailando en el “Magic” al ritmo de Timbiriche, Flans, Luis “Mi Rey” y Mijares, y nuestros caóticos cines llenos de adolescentes aterrados por el “Depredador” con Arnold Schwarzenegger.

Fue ahí en estos tiempos, en una fría tarde de noviembre de ese mismo año, que se encontraban reunidos ‒como era costumbre cada semana‒ en las oficinas de Televisa San Ángel, el Ing. David Serur Edid y el señor Don Emilio Azcárraga Milmo, mejor conocido como “El Tigre”, con el motivo de dar seguimiento a las obras de expansión que se estaban realizando en las instalaciones de la televisora. En medio de la reunión, de forma casual y ocurrente, “El Tigre” le comentó a Serur que con la reciente venta de una filial de la empresa, tenía recursos disponibles que deseaba invertirlos en un proyecto de infraestructura importante para la Ciudad de México ‒como decía, en “la Ciudad de sus amores”‒. Recuperado de la sorpresa y la incredulidad, Serur le respondió de manera elocuente que tenía la “loca” e “idílica” idea de hacer un segundo piso en el Periférico, ya que como él vivía en Ciudad Satélite, todas las mañanas padecía en carne propia las consecuencias del tráfico constante que todos los “satelucos” y los capitalinos sufrían diariamente. La reacción de Azcárraga fue inmediata y de sumo entusiasmo, de manera que a partir de ese momento comenzó a analizarse la factibilidad urbana y constructiva de plantear un prototipo funcional que tuviera sentido y pudiera ser de interés para las autoridades de la Ciudad.

Ciudad Satélite

Con el liderazgo de ambos y la firma de Serur, Ideurban, reunieron a un gran equipo de especialistas que incluían grandes figuras de la ingeniería mexicana como la firma DIRAC, el Ing. Samuel Zundelevich, el Ing. Alberto Buzali, a José María Riobóo, entre otros, para sustentar y justificar la idea que comprendía un circuito “elevado” de cuota que abarcara Periférico, Viaducto-Aeropuerto y el enlace con todas las salidas y entradas a las carreteras, y a la que se le denominó “VIRA” (“VÍAS RÁPIDAS”). Para mediados de 1988 se tenían los proyectos conceptuales, imágenes y una serie de amplios estudios que estaban listos para presentar a las nuevas y flamantes autoridades de la Ciudad de México. Así llegó aquel día tan esperado en el que Azcárraga y Serur, acompañados en esta ocasión por Don Miguel Alemán Velasco y Don Rómulo O´Farril, se presentaron con su “provocador paquete” en mano ante Don Manuel Camacho Solís, en sus oficinas centrales donde fueron recibidos ansiosamente. Lo que sucedió en esa reunión podría describirse como escandaloso, incendiario e intenso; a Camacho Solís le agradó bastante el proyecto, pero ya entrando a los detalles de su posible ejecución, los diálogos se tornaron complicados y los enfrentamientos ideológicos se hicieron patentes, cual “lucha de titanes” del olimpo político y privado, que a la postre acabó por postergar la iniciativa del VIRA para mejores tiempos.

Aunque anteriormente a la reunión con Camacho, el entonces presidente electo Carlos Salinas de Gortari, y Pedro Aspe, quien fungiera como Secretario de Hacienda y Crédito Público, conocieron el proyecto, por distintas razones tampoco fue posible hacer mucho para poner en marcha el proyecto; inclusive otros jefes de Gobierno del Distrito Federal como Óscar Espinosa Villareal y Cuauhtémoc Cárdenas, tuvieron conocimiento amplio de la idea, considerándola con simpatía una opción viable pese a todos los retos y la valentía política que la decisión de construirlo traería. Pero como todo en la vida, las intenciones tienen su “momento” exacto, y por eso debieron transcurrir 12 años para que la idea del VIRA diera fruto y esta vez fue la “vencida”.

A principios del mes de octubre del año 2001, en una cena ofrecida por Andrés Manuel López Obrador (AMLO), entonces flamante Jefe del Departamento del Distrito Federal, fueron convocados varios ingenieros, arquitectos, urbanistas y desarrolladores inmobiliarios para discutir los temas de “Desarrollo Urbano de la Ciudad”. La reunión estaba organizada en diversas mesas, el Ing. Serur y AMLO compartieron una de ellas con otros invitados, dándose una plática informal previa a los discursos y tensas discusiones formales que precedían; entre chascarrillos, mole y bolillos, uno de los comensales le dijo al Jefe de Gobierno que Serur era el creador del concepto de los “Segundos pisos del Periférico”, a lo cual López Obrador reaccionó de forma sorpresiva, y de manera curiosa e inmediata solicitó al Ing. Serur que le platicara un poco de la idea, ya que le interesaba ver más a detalle en otra ocasión apropiada. Fue así que al término del evento acordaron pactar una reunión, y para ello Andrés Manuel se ofreció ir, personalmente, a las oficinas de Ideurban para conocer con precisión el proyecto del VIRA.

A los pocos días oficiales del Gobierno, visitaron las instalaciones y acordaron la fecha para el 18 de octubre. Mientras tanto, el Ing. Serur junto con su equipo de trabajo, se dedicaron a marchas forzadas a reunir la información necesaria, desempolvarla, y actualizar las presentaciones en diversos formatos para que estuvieran “al día”. Dieron las 11:00 a.m. en punto del día 18 de octubre de 2001 cuando AMLO llegó a bordo del famoso “Tsuru” blanco, con el tan hablado “súper chofer”, a las instalaciones de Ideurban, ingresó a ellas y con sonrisas saludó afablemente al petit comité que ahí se encontraba. Al inicio de la reunión solicitó un vaso con agua, y en lo sucesivo escuchó atentamente la presentación que le fue preparada; después de algunos minutos de tomar notas, preguntó sin titubeos: “¿el proyecto puede dividirse en fases autosustentables y autónomas en función vial?”, “¿con qué tipo de ingeniería podría hacerse?”. Y también cuestionó: “¿en qué lapso de tiempo menor podría realizarse un tramo de la obra?”. “¿Cuánto podría ser el costo por kilómetro?”. Escuchó algunas explicaciones y luego enfatizó que, en caso de construirse, de principio sería con recursos públicos y éste no sería un proyecto de cuota, sino “libre de paga para ciudadanía”, al igual que “cero expropiaciones” de lotes o edificios aledaños como condición absoluta. Solicitó una nueva reunión en el mismo sitio en un lapso de 15 días posteriores, con toda la información actualizada y subdividida, así como una cantidad de estudios que parecían imposibles al esfuerzo humano en tan corto tiempo, pero el Ing. Serur y su equipo aceptaron el reto.

Segundo Piso obra terminada
Archivo Ideurban.

Cumplido el plazo y ante el trabajo de muchos “desvelados” ingenieros fue presentado en una abarrotada y cálida sala de juntas el cuantioso material que incluía: conceptos y estadísticas viales actualizadas, unos primeros métodos constructivos innovadores de ingeniería, también la idea del efecto “culebra” en el comportamiento de las vigas estructurales de manufactura prefabricada y columnas pre-esforzadas de sitio, algunos primeros cálculos de “sismos” y nuevas visuales del impacto estético, así como una previa viabilidad económica y tiempos de ejecución; por lo que en dicha reunión todos acordaron enfocarse en un primer tramo que consistía en un distribuidor vial en el Eje San Antonio, enlazando el Viaducto Río Becerra con el Periférico. Al finalizar la junta y ante la incrédula, nerviosa y atenta mirada de los agotados asistentes, AMLO se paró de la mesa diciendo categóricamente “éste será un día histórico para la Ciudad de México”, palabras que no pudieron significar más que alivio, emoción y absoluta catarsis en todos los presentes.

Posterior a esta junta, de manera casi inmediata, fueron establecidas varias mesas de trabajo, lideradas personalmente por el equipo de trabajo AMLO y el Ing. Serur, para avanzar velozmente en afinar todos los detalles y lanzar a la luz pública la idea, estableciendo los mecanismos políticos y de “consulta pública”, con el objetivo de llevar a cabo la aprobación del proyecto ejecutivo y la posterior construcción del “Segundo Piso”. A primera hora del día 5 de diciembre, el Ing. Serur y López Obrador se presentaron ante los medios de comunicación para dar a conocer la intención de construir el segundo piso y sus características técnicas, hecho que provocó un gran impacto mediático en la sociedad, ocupando los espacios en todas las primeras planas de los diarios nacionales, con lo cual dio inicio un debate constante en las esferas políticas y la opinión pública en general.

Segundo Piso, periferico
Archivo Ideurban.

Días más tarde se establecieron los comités de trabajo para el desarrollo del proyecto ejecutivo y las muy necesarias estrategias financieras, además de la organización del “referéndum” público para validar la construcción del “Segundo Piso” con la intervención de Claudia Sheinbaum y el liderazgo político de Alejandro Encinas. Asimismo, fue solicitada la colaboración técnica y académica del Instituto de Ingeniería de la UNAM, que sería el responsable de las pruebas técnicas de laboratorio, y la participación de varias empresas de diseño vial y estructural de suma experiencia y altamente calificadas. Finalmente, hacia mediados del mes de enero del 2002, se aprobaron las primeras fases que terminaría siendo a la postre el megaproyecto que hoy todos los usuarios de esta megalópolis conocemos. Así fue que aquella reunión de 1987 entre Azcárraga y Serur, se convirtió en la semilla que determinara el “poder de una idea”, transformando a la Ciudad de México para siempre.

A pesar de recibir varias ofertas de trabajo para la realización de este proyecto, el Ing. David Serur eligió motu proprio ser únicamente asesor técnico personal de López Obrador, entregando desinteresadamente sus ideas a las autoridades y a otras empresas para ejecutar los trabajos. Una vez que fue terminada la primera fase de la obra, generando 32,250 empleos directos, 96,750 empleos indirectos, 24 km 700 m de construcción, lo cual sumaría 271 mil 877 m² de superficie, utilizándose 302,523 m³ de concreto y 81,331 toneladas de acero durante un lapso de más de tres años, el Ing. Serur se retiró en 2005 del proyecto como asesor de las etapas posteriores.

“El Tigre” jamás vio su sueño terminado.

Las trampas de los sueños

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“NO SABEMOS SOÑAR PORQUE NO SABEMOS VIVIR”

Algunas veces tienes que autodestruirte para descubrirte a ti mismo y

obtener entendimiento que la única persona que tienes que dejar ir es… a ti mismo.

                                                                R.M. Drake.

No hay vida más verdadera que la soñada.

                                  André Comte-Sponville.

Y luego de tanto esperar cientos de preparativos y soportar miles de insufribles chats del “grupo”, finalmente ahí nos encontrábamos todos después de no habernos visto e ignorado por tantísimos años: “el súper evento del reencuentro de ex alumnos”, celebrado en un exótico salón de fiestas dentro de un multifamiliar conocido por los taxistas como “los avisperos” en un pueblo de rumbos sospechosos, ambientado con tintes góticos y surrealistas, llamado Interlomas. El intolerable tráfico de este moderno barrio hacía eterna mi ansiedad por llegar a tan esperado evento y debo reconocer que los nervios me invadían todos los sentidos de mi cuerpo. Aunque en realidad no tenía idea qué esperar de este reencuentro histórico, pasaban por mi mente casi torturándome como ráfagas mentales, las “trágicas etiquetas” que nos poníamos y cómo me percibían mis compañeros en esa época juvenil: “gordinflón”, “nerd” por mi amor obsesivo a los libros y a los nombres científicos de los animales, “la metralleta” por tartamudo y “Osito Bimbo” porque era infladito y esponjosito; en esos  tiempos donde el bullying, hoy de moda, no existía en la más loca imaginación del lenguaje educativo.

Finalmente bajé del dichoso Uber, pisé el lugar de la reunión y casi de inmediato cuando entré al salón, me encontré con música de John Travolta, tequilas, tacos chafas de garnachas, cabelleras canosas, barrigas y caderas monumentales, calvas de “quesito Oaxaca” brillosas, arrugas en rostros ocultos por el maquillaje, y silicones saltarines alegremente evidentes. Nos abrazábamos entre todos efusivamente con sonrisa honesta aunque me costaba trabajo reconocer a uno que otro; pero siendo justos, algunas compañeras estaban “muy bien conservaditas” gracias a la yoga, y al “bendito divorcio”, como me dijo sonriente una de ellas.

Ya entradas las horas y las pláticas “aflojadas” y desinhibidas por el alcohol que  había ya sostenido con casi todos los presentes, donde te contaban 30 años de vida resumida en segundos temas como los hijos, la reinvención, el matrimonio, Andrés Manuel López Obrador, el odioso Trump, el divorcio, lo difícil y pinche de la vida, la lana y sus tragedias personales como temas dominantes sin excepción, aquello se transformó en un “confesionario” irreverente hasta que los vecinos nos invitaron a  “pasarnos a retirar” por tanta ¡escandalera!

En el radiotaxi de regreso a casa, recapitulé algo que me llamó profundamente la atención, y fue que la gran mayoría de los presentes me dijo que: “tuvo que renovarse completamente en tiempos recientes por tantas decepciones”, algunos más “que están hasta la madre de sus parejas y sus matrimonios”, y además “trabajan en algo distinto a lo que estudiaron en las Universidades que se suponía había sido una elección personal importante”, porque según esto, “la vida es complicada” y el destino “los llevó por otros caminos” ‒afirmaban‒, inclusive recordaba con nostalgia lo que varios deseábamos ser cuando estuviéramos más “creciditos”, un sinnúmero de cosas tan increíbles y distintas, pero para mi asombro me di cuenta que ¡sólo unos cuantos hizo eso que tanto imagino soñar!

De hecho, ya al final del evento, platiqué con quien fuera gran amigo mío; siempre quiso ser biólogo marino pero sus padres le decían que “eso no dejaba lana”, por lo que acabó estudiando Contaduría y, con algunos tequilas encima, me gritó de manera decepcionada y escandalosa: “¡Serur, eso de los sueños son una mam…!” (hoy, por cierto, este tipo se dedica a vender “guara” [1]).  Y mirando a través de la ventana bajada del auto, me venía preguntado con cierto enojo: “¡¡caray!! ¿Qué nos pasó? ¿Qué nos salió tan terriblemente mal? ¿Cómo podemos ésta, nuestra generación, inspirar a nuestros hijos con tales mediocres resultados?”. O más bien, “¿será que la manera de estructurarnos la vida está equivocada?”. He tenido la suerte de haber charlado con muchos jóvenes y alumnos durante el paso de los años, al igual que con muchas personas adultas de todos los estratos sociales y económicos del país y del mundo, y todos nos enfrentamos al mismo enigma sobre los sueños, las metas y la felicidad, precisamente porque todos deseamos tenerlos con desesperación, con gran ilusión, pero no sabemos qué son en realidad.

¿Qué es la felicidad? Pareciera una pregunta aburrida de la que todo mundo habla, y estúpida cuando la planteábamos siendo jóvenes e idealistas, sin embargo, ciertas cosas nos obstaculizan y por alguna razón se nos complica llevar a cabo muchas de nuestras aspiraciones. ¿Será que debemos pensar diferente? Quizás algo no está bien en la construcción psico-emocional humana, “en realidad nadie nos vino a enseñar nada”, las clases de Desarrollo Humano fueron canceladas de la agenda escolar, los libros desaparecen de los burós de los jóvenes y uno creería que lo importante de la vida tiene que venir por “ósmosis”, de la providencia celestial, o de nuestros acelerados y poco atentos padres contemporáneos.

Hoy queremos relaciones amorosas exitosas, pero nadie nos enseña a amar, seguimos amando según los mitos románticos culturales de Disneylandia, el sexo satánico y prohibido lo aprendemos en los prostíbulos y en los mitos sexuales de la cultura popular, continuamos produciendo una fábrica interminable de “machos” y mujeres que lo “merecen todo”. Queremos éxito profesional y económico pero no sabemos cómo manejar nuestras emociones  fundamentales, permitiendo que  la ignorancia nos consuma; queremos salud mental pero nos llenamos de ideas tradicionales falsas y absurdas, como si le pidiéramos a una máquina que haga una cosa pero el software está programado para hacer otra; queremos hijos libres, “soñadores” y talentosos pero los limitamos transmitiéndoles nuestras propias creencias, sobreprotección, idioteces ideológicas, miedos, patrones repetidos, deficiencias culturales y mismos complejos y frustraciones, cuando omitimos por completo aquellas capacidades que sirven para verdaderamente tener una vida, libre, plena y significativa, “la vida del hombre no puede ser vivida repitiendo las patrones de su especie” (Fernando Savater, Ética para Amador, 1991). Pero ¿por qué no?, una ayudadita no nos caería nada mal. ¿Cuál es el precio que seguiremos pagando? “La mente y las emociones jodidas, distorsionadas, sólo provocarán acciones jodidas y descompuestas de origen, por lo que estamos condenados a fallar siempre”.

Casi todos los seres humanos de este planeta queremos ser libres y felices, tener una buena vida, pero honestamente no sabemos cómo hacerlo y no es nuestra culpa. Pareciera que todos hemos caído en “la trampa de nuestros propios sueños”, muchos de ellos impuestos, ideas, creencias y obsesiones mal fundamentadas, y así vamos caminando por la vida en el transcurrir de los años, persiguiendo sueños obsesivos que juramos que son verdad absoluta pero al paso del tiempo nos damos cuenta que no tiene sentido alguno y nos damos cuenta de la metida de pata. Sin duda, las respuestas a estas difíciles preguntas pueden ser cientos y bastante variadas; muchos sociólogos, psicólogos,  filósofos y pensadores han abordado el tema con interpretaciones muy diferentes postulando que en esencia hay algo básico que no “checa” del todo en la sociedad y en el pensamiento moderno, pero curiosamente una gran mayoría de estas interpretaciones coinciden en algo muy básico: la diferencia de conseguir los sueños y una vida relativamente feliz radica en la construcción de un ser humano lo suficientemente capaz de entender la vida, evolucionar con ella, entender su libertad, la flexibilidad, adaptabilidad y la capacidad que tienes de respuesta a los problemas de la vida y enfrentarla con sabiduría y responsabilidad.

Esto último es un pensamiento sólido que resume perfectamente la combinación de frases de un libro de Fernando Savater, filósofo español que estudié durante la Maestría, y quien afirma que quizás el gran problema de hoy es que somos seres construidos por nuestro entorno y jamás nos enseñaron a pensar a estructurar sólidamente nuestros sueños e ideales, a tener la cualidad del entendimiento por la vida, a discernir lo que nos conviene y lo que no en nuestra forma de vivir, a darnos el tiempo de conocer nuestra verdadera esencia, descubrir la felicidad, porque también para ser feliz hay que aprenderlo a hacer como las matemáticas en la escuela y, sobre todo, aprender a vivir y a hacer lo que nos plazca, ya que sólo nos enseñan a dar resultados (Savater, 1991).

A fin de cuentas, en el mundo hay otras muchas voluntades y necesidades que no controlo a mi gusto. Si no me conozco ni a mí mismo ni al mundo en que vivo, mi libertad se estrellará una y otra vez contra lo necesario (Savater, 1991). No hay que culparnos de nuestros fracasos, sólo incurrimos en errores de juicio como consecuencia de la vida misma, de modo que ve entendiendo algo, querido lector, y dejemos las cosas claras en varios puntos relevantes. Todos los seres humanos desde que nacemos somos construidos y programados bajo una estructura de ideas, órdenes y costumbres. Lo que nos han dicho que es verdadero son simples ideas inventadas por alguien o adaptadas por grandes grupos de personas. Nos convertimos en seres productivos porque se nos ha impuesto un sistema social y moral desde que nacemos. Nuestra cabeza desde que nacemos es bombardeada masivamente de conceptos y deberes inflexibles a lo largo de la vida; la cultura, mitos y tonterías nos comen el coco y se incrustan en lo más profundo del subconsciente; nuestro pensamiento es moldeado y se nos exige cumplir muchas expectativas de los padres que hacen lo que “pueden”, de los maestros, de la sociedad en general, y de todo aquello que se espera de nosotros, así que de pronto vamos construyendo una imagen y percepción de nuestro ser, tan ficticia, que nos hace prisionero de ella misma, hasta que vamos descubriéndonos a lo largo de los años cuando este “ser construido” empieza a enfrentarse con la realidad misma y es ahí donde nos atoramos. La sociedad con su política de “avestruz” no precisamente está acostumbrada a hablar, en esta época de nuestras vidas, de felicidad, de amor, de libertad de emociones, de sabiduría, de desarrollo cognitivo, cuando son las emociones mismas que marcan y manejan el destino de una persona en el desarrollo de su vida.

Todo esto nos lleva como consecuencia a empezar a estructurar decisiones híbridas de vida inminentes, jamás olvidemos esta máxima: vamos siempre a responder conforme a lo que tengamos en la cabeza. Es así que empezamos a soñar y a decidir, a elegir profesiones y caminos, mundos nuevos de nuestra fantasía que, quizás, muchos de esos sueños que tuvimos en realidad fueron impuestos y desperdiciamos muchos años en cumplir “expectativas”, y no sueños propios, al contrario, alcanzamos metas inconsistentes con nuestros deseos. Por desgracia, cada una de estas reflexiones que ahora he querido compartirte, adorado lector, no es poca cosa. Desafortunadamente en esta vida tan vertiginosa y, por flojera mental, jamás nos detuvimos para pensar en nuestra formación, o en algún momento de nuestras vidas nos hicimos las grandes preguntas de la existencia y cuáles eran nuestros verdaderos sueños. Justo ahí es donde nos “trabamos”, pero te aseguro que tú mismo puedes encontrar las respuestas en tu mente si modificas tu comportamiento y percepción de todo lo que haces. Es más, ahora que lees estas palabras, neta, ¿recuerdas tus ideales y anhelos juveniles? ¿Los cumpliste? ¿Te identificas con el tan sonado evento de ex alumnos?

Desde pequeños hemos estado saturados de las expectativas del entorno, de la gente que nos rodea, y de los ideales de nuestros padres a quienes “debimos” responderles como una consigna obligatoria. Sin embargo, ¿cuántos de tus sueños, metas e ideas son verdaderamente “tuyas”? ¿Cuántos de tus sueños están basados en lo que te impusieron y no lo que realmente deseabas en tu esencia? ¿Cuántos de los supuestos sueños que has tenido en tu vida los has alcanzado? ¿Cuántas metas fallidas y sueños fracasados? ¿Te has sentido frustrado, desesperanzado y decepcionado en el camino hacia tu felicidad?

Después de la desesperanza viene la sabiduría, la simpleza que, de pronto, te regala mucha luz, nunca es demasiado tarde, siempre es muy gratificante volver a empezar y reestructurar la vida, componer el pensamiento y reforzar las ideas pero, sobre todo, reinventar los sueños. Como dicen en la cultura francesa, todo ser humano tiene que pasar necesariamente por la “petit mort” –la pequeña muerte–, donde mueres y vuelves a resurgir, y si logras hacerlo correctamente surgirá de tu interior la mejor versión de ti mismo, serás impecable en todo lo que hagas. Por eso, querido lector, más bien la solución es “aprender a vivir bien” y a darte una buena vida, así que ¡atrévete ya a hacerlo!

Aunque no lo creas, formas de conducta que aprendemos pueden llegar a ser nuestras peores enemigas porque nos hace necios y a la larga acaba matándonos. ¿A cuantas personas de tu alrededor o de tu familia conoces que siguen neceando en ideas arcaicas, creencias, mitos y deberes que han hecho de sus vidas sólo frustración? El aprendizaje, el conocimiento, la autoexploración, la sabiduría, el hecho de cambiar las prioridades, la evolución de los sueños y transformar tu pensamiento haciéndolo más flexible y tolerante nos permite ver miles de oportunidades hermosas que te ayudan a percibir tu vida y realidad con ojos nuevos y frescos. He aquí los componentes fundamentales de la felicidad.

Los grandes sueños de la existencia como ser futbolista, llegar a la luna o ser cantante, son solamente un camino o conjunto de ideas y objetivos que fueron construidos en nuestra mente a partir de muchas cosas que hemos captado de nuestro entorno, lo cual dan sentido metódico del porqué nos levantamos de la cama cada día. Pero debes saber, adorado lector, que los sueños y las metas cambian, van transformándose conforme pasan los años y adquirimos experiencias en la vida, por eso el pensamiento no es lineal ni estático. Es tu derecho pensar con flexibilidad y casi una obligación aprender y entender que la vida no funciona de esa manera, porque de lo contrario caeríamos en una espiral constante de desesperanza y frustración que nos llevaría al desastre a la resignación y al aburrimiento.

Miles de tesis y pensadores actuales coinciden que antes de soñar hay que construirse y evolucionar como persona, si no siempre serás víctima de “planes fallidos de vida”. Quizás, tu vida misma en realidad sea el sueño que hay que aprender a vivir y a “vivir bien”. La felicidad es un derecho, pero hay que saber construírtela, no te cae del cielo ni a punta de fregadazos; ya ponte a leer, pide ayuda, edúcate, aprende, renueva tus ideas, adáptate y quítate tanta basura innecesaria del cerebro que cargas y que te lleva a hacer lo mismo constantemente a pesar de las “circunstancias que vives” que se volvió el pretexto favorito para no atreverte.

Las respuestas no están en los mensajes inspiradores de Facebook, de los Snapchats, ni en tanta corrupción y banalidad espiritual de la que te venden hoy en día. Neta, querido lector, tómate ya tu tiempo y dedícate a pensar en ella, como decía el gran pensador y filósofo judío Baruch SpinozaLos niños no son libres por su poco entendimiento, dependen de las ideas de sus progenitores, pero aquél que no evoluciona en su mente sobre su cuerpo y pasiones, estará condenado a jamás descubrir su propia libertad viviendo bajo el sometimiento a las causas exteriores y a las tragedias de sus propias ideas (Gilles Deleuze, Spinoza: Filosofía práctica, 2016).

Sin duda, “la vida es el sueño que debemos vivir tal como es”. El sueño es la búsqueda de la sabiduría y el conocimiento; en tu propia evolución, desarrollo y apertura mental, aparecerán ante ti miles de nuevos sueños y oportunidades que ni siquiera imaginabas, sólo hay que tener la cabeza lista y los ojos muy abiertos para mirarlos, muchos de ellos ¡están enfrente de tus propias narices! En una reciente conferencia que impartía en una universidad, me preguntó un alumno que “si había cumplido mis sueños”, y después de una pausa mientras pensaba mi respuesta, le contesté que “había cumplido hacer edificios, escribir libros, ser aviador, tener hijas, pero en realidad había logrado mucho más allá de los sueños que alguna vez imaginé, porque la vida misma día a día me regala momentos que jamás hubiera imaginado ¡ni en los sueños más locos!”.  Y son mucho más hermosos porque aprendí a verlos en mi vida cotidiana en los pequeños detalles; las necedades de las ideas rígidas a veces nos crean obsesiones por alcanzar algo de una forma específica y metódica que nos priva de ver otros miles de oportunidades que se presentan en el camino.

Por eso, deja ya de ser víctima de tus propios supuestos sueños que te llevan por caminos equivocados, de aquellos pensamientos e ideas caducas mal estructuradas que llevas cargando durante años y que han consumido gran parte de tu vida y tu verdad. ¿Vas a seguir siendo parte de la estadística de los viejos que mueren frustrados o de quienes jamás hicieron lo que quisieron en esencia y verdaderamente? ¡Si no me crees… siéntate a hablar con tus abuelos y la gente mayor que te rodea y nadie te va a hablar de sus éxitos económicos, te hablarán de sus emociones y sus sueños!”. Esto es cosa muy seria, así que atrévete a descubrirte y a pensar cómo quieres vivir, como ¡se te pegue la regalada gana! Nunca es tarde, ve ya a buscar tus verdaderos sueños limpios y puros y déjate de hacerte güey… ¡Hazlo! ¡Te sorprenderás!

[1] Facturas falsas.

Soy del color equivocado

Lectura: 6 minutosHe de reconocer que el comprar regalos no es mi fuerte, sobre todo cuando apenas conozco a los beneficiarios, incluso, creo que sufro de más con ello, a pesar de que siempre he sostenido que algo hecho con las manos para otra persona siempre resultará más halagador en estos tiempos de que ya nada sorprende e importa del todo. Pero… si llegar a una boda de alta sociedad, en donde pretendía “quedar bien” con una cartita con unas bellas palabras escritas y un angelito pintado a mano por mis básicos talentos artísticos, resulta una auténtica ¡mentada de madre! para la familia de los novios y una marca más a mi ya cuestionada reputación ‒a menos que el sobrecito traiga una “buena lana adentro”‒, entonces, mejor decidí por razonamiento tener un poco de  “dignidad y categoría social” y me dirigí a prisa a la “mesa de regalos” en el Palacio de Hierro de Polanco, que es uno de los conceptos de tienda más impresionantes y surrealistas que haya yo visto jamás.

Cruzando las puertas de este castillo de estimulación sensorial, me topé con un sinnúmero de boutiques de finas marcas famosas a nivel mundial que sólo se explican con las múltiples estadísticas de las cámaras de comercio. En 2016 los mexicanos fuimos uno de los mayores consumidores de productos de lujo tanto aquí como a nivel global, junto con los japoneses y chinos… pero, en fin… en medio de tanto barullo me sentí desconcertado con el tamaño del lugar y le pregunté al serio “poli”, con metralleta en mano, en dónde se encontraba el dichoso lugar de los regalos. Me dio la instrucción y tomé las majestuosas escaleras eléctricas, donde amablemente fui interceptado por un “bello mozo” alto delgado en traje y corbata negra que parecía modelo de revista italiana, acompañado de dos bellas mujeres de nariz respingada ‒quienes parecían como de origen noruego‒ en entallados vestidos negros a ofrecerme con un marcadísimo acento argentino “la tarjeta Palacio” y sus grandes beneficios.

He de confesar que hasta me intimidó la “guapura” de estos amigos y los escuché un tiempo por sólo la mera curiosidad de lo que mecánicamente fueron instruidos en comunicarme, pero al mismo tiempo me preguntaba “¿qué hacen estos tipos aquí?”. Ante lo obvio, y después de unos minutos del cortejo y manipulación comercial, finalmente accedí a llenar mi registro para mi nuevo plástico amarillo y negro, me enviaron a otro escritorio aledaño donde estaba su superior, otra mujer escultural, de origen venezolano, que para qué les platico… terminé mi proceso de afiliación con tintes sudamericanos y partí orgulloso por ser parte de este club “Que es parte de mi vida”. Seguí mi camino y fui atendido finalmente por una amable mujer mexicana, quien me guio en la compra de mi regalo de bodas; posteriormente fui a la juguetería y adquirí un Lego de sorpresa para una de mis hijas.

Ya en el departamento de envolturas, donde agobiadas mujeres doblaban con una destreza increíble papeles y moños a gran velocidad, entablé platica con una de ellas y le pregunté por qué tenían modelos extranjeros vendiendo membresías de crédito y su enojada respuesta me dejó helado: porque las mujeres prietas y de facciones mexicanas no somos lo suficientemente glamorosas para eso, no somos del color correcto, parece que somos chafas, ¡estamos condenadas!! (…), y además agregó, la agencia que las contrata les pagan el doble o hasta el triple, según las comisiones que ganen a diferencia de todas nosotras (…). Neta, se me fue el aire, ya no supe qué decir, pero no me sorprendió tanto porque todos sabemos que así funciona nuestro país. Lo que me dijo esta mujer es tan sólo un pequeño reflejo de lo que sucede constantemente, pero preferimos callarnos, como decimos “somos la raza cósmica” o “un pueblo de feítos”, y así nos percibimos digan lo que digan. Ahí están algunas estadísticas, como que 68% de las mujeres mexicanas en encuestas anónimas afirman que no están satisfechas con su cuerpo, el tono de su piel y su belleza y, aunque públicamente queramos ser políticamente correctos, las realidades son otras, de estos temas a nadie le gusta hablar ni escribir, nos incomodan porque quedan perfecto al dicho de que la gente piensa una cosa y dice otra.

El aparente nacionalismo mexicano que nos une en el Estadio Azteca “poniéndote la verde”, o la efervescencia que nos ha regalado Donald Trump con su bad hombres, es sólo un falso espejismo de lo que sucede porque el verdadero racismo y clasismo económico, religioso e ideológico, está en nuestra propia puerta, que viene disfrazado en todos los sentidos y formas: “todos los grupos sociales contra todos”. Una tensión latente en no mezclar “los diferentes códigos postales”, una total auto discriminación múltiple rampante, estos muros sociales invisibles dentro de nuestro territorio, ciudades, o colonias que son más terribles y dolorosas que los muros fronterizos.

En una reciente comida, un conocido de una banda de amigos que maneja agencias de publicidad me comprobó lo que viví en el Palacio de Hierro y dijo que, usar modelos de guapitos argentinos en diversos eventos mercadológicos de varias compañías mexicanas, les incrementan hasta 148% la eficiencia comercial porque venden eficientemente “percepciones aspiracionales”, y aparte estos chavos “vienen felices a México por lo que les pago”. Ya para rematar se aventó el finísimo comentario: porque en México no encontramos chavos “bonitos” que cobren barato y tenemos que lidiar con puro morenito, en Argentina en cambio hasta las sirvientas son muy bellas… afirmo este susodicho… no tengo nada en contra de los argentinos, es más, me caen bastante bien, pero la verdad se me calentó la sangre y ya no sabía si llorar o ponérmele al brinco a este tipo, acomodándole dos cachetadones en el rostro. Sin embargo, en el fondo tristemente así pensamos todos y no nos engañemos es una verdad inexorable. En un estudio publicado por el periódico Excelsior el día sábado 17 de junio de 2017, menciona que según un reporte del INEGI: […] el color de la piel en la población adulta es un determinante del bienestar y la posición social que alcanzan las personas en México por arriba de su nivel de conocimientos, una persona con piel clara tiene 3 veces más de posibilidades de tener un puesto directivo que una de piel morena [].

A pesar de que los mexicanos somos multirraciales y nos hemos enriquecido de la multiculturalidad y la migración histórica, no hemos sabido potencializarlo como otros países y hay algo incoherente y que de plano no está funcionando del todo en la cohesión social y nacional. Existen diferencias abismales de identidad entre nuestra población que provocan una confusión como nación, y cada día se hace más profunda e injusta al grado de desgastar considerablemente nuestro progreso y desarrollo, aun más que la corrupción y los malos gobiernos, así como el constante incumplimiento de la ley e instituciones sumamente débiles.

[] México si quiere llegar a ser una potencia mundial tiene la encomienda de enfrentar primero el reto del resentimiento étnico, clasista y racial que lo frena enormemente en su crecimiento económico y competitivo y que lo erosiona internamente [], como afirma la revista The Economist en su análisis sobre la posibilidad que México y el bloque México-Americano del sur de Estados Unidos pudiera ser la sexta economía global hacia 2027.

Existen hoy un sinnúmero de instituciones superiores, fundaciones, profesionales e intelectuales mexicanos que han abordado el tema del racismo interno desde el punto de vista literario, académico, religioso, psicológico, biológico-evolutivo, y han tratado de explicar este fenómeno en nuestro país desde la llegada de los europeos en 1492 y la conquista de la gran Tenochtitlán hasta nuestros días, lidiando con tantos mitos como  el del “pinche güero culero”, el “síndrome del sometido o conquistado”, el “complejo del agachado” o el “indio resentido”, y a pesar de tantas conclusiones, los resultados de todas estas investigaciones y recomendaciones de nada han servido para revertir esto, son los mismos o peores estigmas que nos obsesionarán por los tiempos venideros. Tan sólo consulten las deprimentes estadísticas de CONAPRED-INEGI, organismos federales que investigan el fenómeno de la discriminación en cada rincón del país, que va en aumento exponencial día a día.

Hablando “la neta”, tenemos hoy más que nunca un serio problema de concepto entre lo “bello y lo feo”, una percepción aprendida de la cultura occidental que nos arrasa y nos causa un problema de autoaceptación, amor propio y una autoestima de lo que físicamente somos, estándares de belleza inventados, tan crueles e incongruentes que no nos pertenecen, los cuales han causado estragos terribles a nuestra mexicanidad de cómo nos vemos nosotros mismos con vergüenza e inferioridad a otros pueblos y, lo peor de todo, es que nos hemos dejado de reconocer, ¡nos negamos! Sólo los invito que, por un momento, cuando estén súper aburridos en el tráfico local, observen detenidamente en cualquier espectacular, si están viendo televisión, si leen cualquier revista o revisan su Facebook, observen la publicidad de los medios nacionales que resulta pírrica y hasta ridícula ‒pero no nos damos cuenta, lo damos por natural‒, pues no encontrarás un solo humano que aparezca en la publicidad que se parezca al 94.3% de las características físicas de nuestra población, ni cerca. Abre cualquier folleto de ventas de un conjunto residencial y parece que estás comprando un departamento en algún país escandinavo y no en la Narvarte. ¿Te imaginas una portada de revista de moda y belleza con una mujer de rasgos indígenas? ¿Un anuncio de moda de ropa con chavos comunes mexicanos? ¿Has visto un anuncio de ropa deportiva donde aparezca una mujer típica nacional o un bebé anunciando pañales que no sea ricitos de oro? Es más, ¡hasta da risa imaginárselo! Los niños indígenas son perfectos para causar lástima mercadológica para las publicidades de un Kilo de ayuda o fundaciones para las instituciones de jodidos. Tal situación no es muy común en el mundo, ya que muchos países que se han ocupado en regular esto de manera energética como Japón, Indonesia, China y Sudáfrica, entre otros, obligan a los publicistas a incluir hasta en un 80% personas con los rasgos mayoritarios de sus poblaciones en sus respectivas campañas publicitarias y revistas, pero aquí sin duda poner “prietitos” no es rentable.

¿Te atreves a hacer algo o así nos quedamos?

Mi alma pesa 172 gramos

Lectura: 9 minutosMe encontraba un miércoles entrando en el Viaducto Miguel Alemán camino al Aeropuerto Benito Juárez de la Ciudad de México a las 5 de la tarde, en ese tráfico insufrible; a decir verdad, esta vía de comunicación, “neta”, sólo NO tiene tráfico por las madrugadas si es que tienes la suerte de que no te la cierren para pegar posters publicitarios de mayonesas y felices atunes enlatados en los bajo puentes que ahora hasta efectos de sonidos terribles les ponen. Pero como era costumbre, ya se me había hecho tarde y traía vuelto loco al pobre e indefenso taxista por mis embates de histeria, ya que mi vuelo a Guadalajara estaba a poco menos de una hora y media de salir y debía llegar porque tenía una cena importante con un grupo de empresarios locales.

En la ansiedad del momento se me ocurrió utilizar la aplicación de Waze  para tratar de buscar la mejor ruta infalible con tal de llegar lo más rápido y de paso revisar los muchos WhatsApp pendientes; me prestaba a iniciar el tan común ritual automático de tomar el celular, ese fiel compañero que siempre está conmigo y obedece sin cuestionar, la inteligencia de mi “Smart phone” me pertenece… comencé a buscar en mis bolsas del saco mi iPhone 6 plus y no se encontraba, instintivamente llevé a mis manos a tocar las cavidades del pantalón con una destreza entrenada y mi estómago empezó a revolverse ante el vacío de no sentir este familiar rectángulo metálico en mis bolsos; acto seguido me empezaron dolores abdominales de los nervios y busqué con una verdadera histeria frenética en mi portafolio el dichoso aparato y simplemente no lo encontraba.

Literal perdí la respiración y empecé a sudar, de pronto no pude pensar, me sentía en una vil tragedia, inclusive le pedí al taxista que buscara debajo de su asiento y revisé todos los rincones del Tsuru (al cual, por cierto, le urgía una limpieza mayor), y no estaba el inmaculado aparato en ninguna parte. Entré en verdadero pánico y me imaginé todo tipo de escenarios; por mi cabeza pasaron muchos pensamientos macabros ya que sin el celular todos mis planes estaban destinados a “valer madre”… ¿qué pasa si lo tiré en la calle al subirme al taxi o si me fue robado sin darme cuenta? ¡Ohh! ¡Maldita sea!…

Tampoco traía mi ordenador portátil, en un momento en que respiré un poco, caí en cuenta que mi iPhone lo había dejado en el escritorio de mi oficina por distracción y las prisas al empacar lo necesario. Al menos respiré que estaba en un lugar relativamente seguro, pero ¿qué haría sin mi celular en este momento? ¿Debería regresarme por él con la seguridad de perder el vuelo y la cena? ¿Debería seguir mi camino sin él? ¿Cómo iba a llegar a Guadalajara sin recibir ninguna instrucción?, ya que las personas que visitaba me pidieron que les avisara cuando llegase para saber quién me recogería y a qué restaurante dirigirme.

Por supuesto que de memoria no me sabía, ni cerca, el teléfono de alguien, tampoco el de mi secretaria, quien ya se había retirado a su casa; es más, ni siquiera pensé que encontraría un teléfono público.  Me hallaba en un gran dilema y, literal, en mi parálisis no sabía qué hacer, sentí el aislamiento más profundo de mi vida, “desconectado” del mundo porque literalmente mi conciencia es dependiente de ese aparato, más la incómoda sensación de “incomunicación” me llenaba de una ansiedad que en el pasado jamás había sentido por alguna situación similar.

Pensaba en todas las personas que necesitaban estar en contacto conmigo de manera estratégica en las próximas horas; que mis hijas no podrían comunicarse conmigo y llamarían seguramente a “Locatel” o al 911;  que mis padres no me localizarían y pensarían que se había estrellado el avión (y eso que mi madre no es dramática); que al no marcarle llegando a mi novia, creyera que fui a un lugar sospechoso, corriendo el riesgo de que me mande a volar “porque no supo nada de ti en 5 horas”; y  que literalmente si no contestas un WhatsApp o Messenger, piensen que te secuestraron o que algo serio pasó; también, de aquellos correos no contestados de inmediato te cataloguen de informal y poco eficiente en el mundo moderno veloz e insensible de los negocios donde la “velocidad es oportunidad”.

De repente, todos estamos enloquecidos en este modus operandi de las conductas sociales que estos aparatos ya nos han heredado y sin duda la comunicación “cambio para siempre”, ya nadie entiende y no tolera de plano que estés “fuera de línea”.

A pesar del escenario tan negro, decidí seguir adelante con mi camino y arriesgarme de poder encontrar otros métodos de comunicación. Me sentía como “súper héroe” por decidir semejante tontería y, “neta”, ahora que escribo estas palabras me pregunto qué pensaría mi bisabuelo que estuvo incomunicado con su esposa por 4 meses cuando huía de las persecuciones y las masacres en Polonia en su camino a México en 1928, y aquellas filas en el año de 1992 en el teléfono público de 50 centavos que me aventaba en los “los gallineros” de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Anáhuac cuando hablaba a casa para avisar que me iría con mis amigos y, por cierto, recuerdo que era el pretexto perfecto para conocer chavas porque sabíamos que ahí se juntaban todas… y con todo esto, en mi delirio fue que le pedí al taxista que me vendiera unos minutos de “tiempo aire” de su amigo kit y  así pude avisar a casa de mis padres (el único teléfono que me sabía de memoria y que por “mero churro” todavía estaba en mi disco duro mental), quienes pudieron avisar a mis seres queridos de la “espantosa” noticia de que había olvidado mi celular.

Ya en el pasillo del flamante avión Boeing 737-800 de Aeroméxico y como yo era el último pasajero en subir, pude ver que todos, y digo literalmente “todos los pasajeros”, en fila por fila tenían el celular en la mano escribiendo mensajes de último minuto. Me senté en mi asiento 24 A casi al final del avión y, por primera vez en mucho tiempo, estaba viendo a la sobrecargo explicar cómo usar la mascarilla de oxígeno en caso de despresurización, porque he de confesar que últimamente ya no las pelaba ni en broma, ya que siempre que viajo ando en el WhatsApp mandando mensajes como loco como si no hubiera mañana y como si nada existiera más que la pequeña pantalla, porque ya volando no hay señal y quedaría atrapado en la tragedia y el drama de estar en “modo vuelo” por unas horas. Me senté como todos y me sentí triste al darme cuenta que ya estaba perdiendo la cabeza como si mi realidad no existiera; sentí con ganas de llorar.

Ya en el Aeropuerto Internacional de Guadalajara no tenía la más remota idea de qué hacer. Por suerte había en la puerta un tipo sonriente con mi nombre impreso en una hoja de papel esperando y me llevó al flamante y chic restaurante con una decoración terrible de huesos y osamentas animales pintadas de blanco en las paredes, en donde ya me esperaban los directivos con quienes me reuniría. A pesar de que todo resultó ser una exitosa reunión, en momentos me sentí avergonzado de pensar que pude haberme perdido de esto; sentí un ridículo extremo que mi capacidad intelectual ya me hubiera hecho un zombi como todos.

Llegando por fin a mi habitación pude hacer algunas llamadas de teléfonos dictados por mi madre por el extraño aparato telefónico de “botoncitos” del lugar. Por cierto,  no me acordaba que hablar de larga distancia de un cuarto de hotel salía más caro que la renta de la habitación misma y de las llamadas “por cobrar” que hacíamos en nuestras desesperadas llamadas del pasado… Ya por fin mi cabeza en la almohada, con mi cuerpo inerte sobre el colchón, con pleno ataque del SAC, Síndrome de Abstinencia Celular, miraba al techo y por la ventana al infinito me di cuenta que de verdad ya era totalmente co-dependiente mal plan de “estar en línea”,  mi máquina fiel compañera me faltaba y sentía un vacío importante, me sentía desnudo, literalmente descobijado, las lecciones y las ironías fueron crudas y al darme cuenta que, según yo, un hombre letrado, profesionista, evolucionado, con posgrados en varias disciplinas, practicante del cinismo filosófico, seguidor de la ética de Spinoza y liberal de ideas y espíritu, le aventaba discursos-sermones a mis hijas sobre el excesivo uso del celular en cada sentada de restaurante, dándome cuenta que ya estaba más “enfermito” yo mismo que ellas o cualquier adolescente o millenial.

Mi iPhone 6 plus quiere mi atención todo el tiempo, lo reviso cientos de veces diarias por impulso en cada segundo que tengo libre, en el auto, en el baño, en las salas de espera, caminando, caray, ¡¡en todos lados!! Literalmente ya soy un esclavo absoluto de algo que supuestamente te ayudaría a ser más “libre” en teoría, y la necesidad tan tremenda de estar recibiendo y mandando mensajes compulsivamente, de ver el Facebook y glorificando mi ego con los likes, que son “la nueva nicotina cerebral”, una adicción de dopamina emotiva. Cada vez que abres tu teléfono obtienes un premio-reward que dice que realmente importas; los urgentes mails y las tonterías que todos mis “amigos” suben, los memes y los videos porno que todos los grupos de cuates exponen,  ya son una privacidad inexistente, los tweets de Trump y su amor por el presidente Ruso Vladimir Putin y su nuevo cuate Comey, ex director del FBI,  así como el pastel de chocolate que se está comiendo un amigo en un restaurante en Malasia que, en realidad, ¡me importa un carajo! También mi supuesta forma de expresión de ideas que honestamente a nadie le importa con tantas y tantas cosas que 3,500 millones de personas de casi 7,000 millones de habitantes en el planeta que tienen acceso a las redes sociales “suben” diariamente cualquier cantidad de cosas sin identidad ni rostro.

Ahora entiendo por qué la OMS (Organización Mundial de la Salud) en sus intentos por medir la felicidad en los jóvenes, actualmente sostiene que la “conectividad y la pertenencia al círculo social cibernético” es vital para la satisfacción y calidad de vida en un adolescente por arriba de tener ¡¡trabajo, dinero y familia!! Instagram y Snapchat estuvieron hasta arriba del estudio como las redes sociales más “emocionalmente dañinas en los jóvenes” en su integración y desarrollo social; y obvio también, ya la misma institución está empezando a emitir alertas serias sobre los efectos en la salud mental y las transformaciones sociales que estos aparatos han creado en tan corto tiempo. Pero ¿qué vamos a hacer cuando ya todo el sistema funciona así?

En un principio, hace unos años reconocí estos aparatos como un gran tema que tiene muchas virtudes y una gran herramienta sin duda. Lo aceptaba como algo normal en los tiempos modernos que me ha brindado un apoyo absoluto en la comunicación en todos los aspectos de mi vida, sobre todo en lo laboral y familiar,  pero hoy sinceramente pasé todas las “trancas” y todas las delgadas líneas de la moderación,  a tal grado que fui capaz de considerar regresarme por él y perder mi vuelo y mi cena tan importante, y de otras muchas actitudes “lunáticas” que he hecho por olvidar el celular.

A través del tiempo y sin darme cuenta, poco a poco se apoderaba de mi realidad y se trasladaría en mi nuevo espacio físico de mi espacio emocional y mi nuevo “hogar virtual”, donde reside mi estado psicológico emocional y cognitivo, y cada día varios aspectos de mi vida estaban más adentro de esta morada mía: pensamientos, ideas, vida social, vida familiar, negocios, vida financiera, mis secretos, confesiones, mis códigos y claves, mi vida sentimental, contactos, mi pertenencia, mi conectividad, mi entretenimiento, mi música, mi cine y mi literatura, mi fuente e investigación de información literal, ¡ufff!, vaya, se convirtió en mi alma sometida a una religión de nuevos dioses modernos que me hacen recordar de pronto mitos del psique social de programas de televisión pseudocientíficos y metafísicos de History Channel, de algunas películas y discursos tragicómicos de sacerdotes religiosos que afirman que el alma tenía peso físico y que era aproximadamente de 21 gramos.

Sin embargo, más bien concluí que mi alma ya había adquirido forma física real. Finalmente obtuve la luz y, pese a mi escepticismo metafísico, concluí que más bien eran 172 gramos, justo el peso que tiene mi iPhone 6 plus, una extensión neta y real de mí, un nuevo órgano evolucionado integrado en mi biología que Charles Darwin no imaginó como mi par de pulmones, mis dos riñones, mi próstata y corazón, y un supuesto cerebro ya maniatado. Siento que por fin encontré mi “Santo Grial” en mi nuevo sistema extendido y funcional que hasta cuido más que mi colesterol y mi presión cardiaca; me volví ya un ferviente creyente y ciego sirviente religioso de que el hombre si tiene alma física en estos nuestros tiempos, los nuevos dioses del “Olimpo Cibernético” nos juzgan condenados al infierno del “tiempo aire perdido”. Como bien decía el comediante estadounidense Bill Maher: “hoy todo el mundo siempre mira hacia abajo por estar viendo el celular… parece que Philip Morris (fabricante de cigarros) quiere tus pulmones, pero el App Store quiere tu alma.

No soy “moralino” ni nostálgico del pasado y mucho menos criticón, al contrario, esta nueva alma y religión es una realidad inexorable que todos tenemos y que no tiene remedio nos guste o no. Esto ya no depende de nosotros mismos, no está en nuestro control porque ya es un sistema cultural generalizado funcional, un status quo del que todos estamos bajo esta influencia ¡¡hasta el tuétano!! Quizás lo único que me queda es asistir a este curso que acabo de leer de cómo ser más eficiente en el uso de las redes sociales y chance así pueda volver a estar consciente de que mi bella realidad está en mi humanidad y de lo que debe ser la sabiduría de la vida misma.

Hoy empiezo mi rehabilitación de esta adicción con poco optimismo, pero total, hoy nada importa. Sin embargo, en lo “en lo que eso sucede” mis queridos lectores, me despido por ahora porque voy a dirigirme a la Mac Store por mi nuevo iPhone 7 de 128 GB rojo, pues sin duda ya necesito un alma más pesada y eficiente.

¿A caso no te ha pasado algo similar?

Me hubiera gustado saber…

Lectura: 4 minutosHe tenido la virtud de vivir personalmente la gran luz y la gran obscuridad en el camino de mi vida, y son sin duda las dos “grandes maestras” implacables de la existencia, quizás siempre con la esperanza de que en algún momento se pueda tener el entendimiento suficiente de ellas para corregir los caminos en el tiempo propicio y cuando sea necesario hacerlo. Quizás en mi vida, como la de muchos adultos maduros, se dio por entendido que aprenderíamos a vivir a ser felices y libres con el paso del tiempo, a través de la experiencia misma, y de los golpes de la vida, como si fuera normal crecer a base de fregadazos y sufrimiento para que tenga chiste hacer lo debido y lo correcto sumidos en los patrones ideológicos y sociales que nos tocó vivir, logrando de manera casi empírica adaptarte y desarrollarte como persona en todos los aspectos: trabajar, formar familias, creer en dioses, etc., porque sólo así se podría aprender honorablemente a vivir.

Es, por demás, común para mí, tener diversas charlas con personas de diferentes regiones del país, ricas, de escasos recursos que batallan por el pan diario, empresarios y obreros, personas educadas e ignorantes, gente exitosa socialmente, o aquellos quienes son ignorados, y me resulta por demás curioso que la mayoría coinciden en que sus más grandes problemas en la vida son el amor la sexualidad, los problemas familiares, las dificultades matrimoniales, problemas con los hijos, de afectividad, de confusión espiritual y religiosa, de amistad, el manejo del dinero, no haber vivido lo que querían, la frustración, la culpa por sus errores, e infinitas situaciones muy similares; siempre damos por hecho que estos temas tan importantes de desarrollo humano se aprenden en casa o deberíamos aprenderlos “así nomás”, por osmosis o dados por la providencia divina , y jamás incluidos en los temarios de las escuelas y, “neta”, hasta el día de hoy nunca he escuchado a alguien comentarme que tuvo un problema con el algebra o de física cuántica, que se vea afectado porque Napoleón fracasó en su campaña militar por Rusia, o con problemas para entender la química cerebral, etc.

Hoy, sin duda, vivimos inmersos en el mundo de las emociones y se ha probado constantemente en cientos de estudios serios que el éxito de una persona en la vida depende de su habilidad de percibir, manejar y motivar su mundo internamente. Por lo que siempre me he preguntado “¿por qué jamás se nos enseñó en nuestro sistema educativo el humanismo, el desarrollo del pensamiento y las emociones humanas?”. Porque nos guste o no, así como en la vida se aprenden matemáticas, también se aprende a ser feliz; así como se aprende la historia, también se aprende a saber que eres libre y que tienes el derecho a vivir como quieres por propia dignidad. ¿Por qué se subestima la capacidad de los niños, adolescentes y jóvenes universitarios a que tengan la capacidad de saberlo y el derecho inexorable por nacimiento de aprenderlo?

Hasta el día de hoy no existe ningún estudio razonablemente aceptable que refute que los primeros 7 años de vida de un niño son vitales para la formación de su personalidad, y que los próximos 10 años de la vida son igual de esenciales para el pensamiento y la formación del razonamiento, y ¿qué decir del choteadísimo y cursi tema de los valores fundamentales? Entonces, ¿por qué no enseñamos a nuestros jóvenes a aprender la ciencia del manejo de las emociones fundamentales de la existencia, el razonamiento, el enamoramiento y la ética filosófica básica? Porque quizás les podríamos dar una “ayudadita” para que ellos puedan diseñar su vida un poco mejor y se den cuenta de las infinitas posibilidades de decidir una vida más plena y satisfactoria, que sepan que pueden hacer lo que quieran, pues no se puede “vivir” condenado y repitiendo los mismos patrones culturales de nuestra sociedad, religión o de nuestros padres, ya que precisamente ese derecho a cuestionar y pensarlo se aprende también.

Hoy, a mis 46 años, concluyo que me hubiese gustado saber que aparte de la física, la química y las matemáticas en la escuela –que sin duda también son necesarias–, que alguien me enseñara otras cosas que no sólo se acotaran a que a recibir órdenes y deberes, que hubiera puesto frente a mis ojos las preguntas básicas de la existencia, mover mi pensamiento y desarrollar mi capacidad y humanismo; quizás no me hubiera resuelto la vida pero al menos hubiese sido un poco mas fácil encontrar el significado de lo que es la realidad, la libertad, Dios, el amor, la pareja, el sentido de la vida, las emociones básicas humanas, la ética, la resolución de problemas, el dinero, el bien o el mal, lo que me conviene o no; porque sin duda para mí, muchos de estos aprendizajes llegaron demasiado tarde y confieso que pude haberme ahorrado algo de dolor, y si lo hubiese encausado un poco más sobre mí mismo quizás habría tomado otro tipo de decisiones.

Académicamente es claro que hasta el día de hoy no hay un psicólogo o teoría psiquiátrica sensata que se oponga a validar que las decisiones de la vida se toman por lo que se tiene en la cabeza, por cómo experimentamos la realidad, de la experiencia percibida, así como del concepto que tenemos de nuestro ser. Entonces, ¿por qué si sabemos todo esto no tomamos las medidas educativas necesarias? Porque hoy sólo estamos tan preocupados y enfocados en las escuelas, en el “bullying”, en la adicción a las redes sociales, estar fit, que los jóvenes no tomen muchos refrescos y comida chatarra, que vayan a cuatro clases de fútbol y de inglés, y que a los 13 años vayan a educarse en sexualidad con una “amiguis” de Sullivan para que así aprenda a amar… Sin duda alguna, ésta es la mejor forma de aprender a cómo tratar a una mujer o el arte del matrimonio cuando el chamaco se case, y así podríamos escribir varias de estas ironías o “joyas de la educación contemporánea”. Pensamos que esta política de que el aprendizaje de lo importante es, “así nomás”, pero, más bien, en el fondo no confiamos en nuestros jóvenes; a ellos los subestimamos pensando que son tan estúpidos, que no pueden tener la capacidad de entendimiento de “los grandes temas de la vida”. Quizás tan sólo sea un reflejo de nosotros mismos. Quizás, si aprendiéramos más de todo esto, hoy no tuviésemos tantos ciudadanos adultos tan insatisfechos con su propia existencia.