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El Plan Cerdà: cómo Barcelona cambió su fisionomía

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La situación actual que está viviendo nuestro planeta con el COVID-19 ha llevado a mucha gente a plantearse cómo tendrán que ser las ciudades en el futuro: mejora de servicios, aumento de zonas verdes, viviendas más ecológicas y menos tráfico de coches u otros vehículos contaminantes; a esto último, muchas grandes urbes del mundo llevan años persiguiendo y fomentando el uso de transporte público.

Desde la consolidación de la Revolución Industrial, empezó a oírse la voz de especialistas de toda clase: ingenieros, economistas, médicos, arquitectos, etc., y también de urbanistas que, preocupados por los problemas que estaban surgiendo, buscaban soluciones para que la población de las ciudades viviera de una manera digna. Mucha gente había dejado el campo para ir a las zonas urbanas, pero éstas no estaban preparadas para admitir a los nuevos habitantes en situaciones decentes, por lo que muchos se tuvieron que instalar en barrios hacinados y en condiciones realmente horribles: sin sistemas de saneamientos de cloacas y una escasa atención médica. Estos barrios eran caldo de cultivo para numerosas enfermedades como el cólera o el tifus, además de que en muchas urbes, las fábricas estaban dentro de las ciudades, lo que también contribuía a una baja calidad de vida.

Idelfons Cerda
Idelfons Cerdá, urbanista de origen español (Imagen: El País).

A mediados del siglo XIX se hicieron cada vez más importantes las Tesis Higienistas, que junto a los avances científicos y médicos que habían, influyeron positivamente en la sociedad. La salud de la gente empezó a preocupar seriamente a las clases dirigentes. Se empezó a defender un nuevo tipo de ciudades: barrios con calles amplias, limpias y con sistema de iluminación, creación de zonas verdes; además de instalaciones eficientes de alcantarillado e incluso casas con agua corriente.

En la ciudad de Barcelona, a principios de la segunda mitad del siglo XIX se empezó a ver que la expansión de la ciudad era una necesidad prioritaria, ya que más de 120 mil personas vivían en un territorio de poca extensión, amurallado, con los problemas de salubridad que ello conllevaba. El territorio de la capital catalana se extendía por lo que hoy es el Distrito de Ciutat Vella. Es por eso, que parte de la sociedad barcelonesa y las autoridades locales, pidieron al gobierno español que se permitiese un nuevo plan de urbanismo para la ciudad.

Las murallas se empezaron a derribar en 1853 y es en este momento donde entra la figura de Ildefons Cerdà (1815-1876), un ingeniero que en 1855 realizó un plano topográfico sobre el enorme terreno que rodeaba la ciudad y empezó a idear cómo podría ser urbanizado. Además, escribió una obra: Monografía de la case obra (1856) en donde trataba las condiciones de la vida de los obreros y cómo poder mejorar su situación. Cerdà estaba influenciado por las Tesis Higienistas que habían empezado a surgir en Inglaterra una década antes; uno de cuyos máximos exponentes fue el reformista Edwin Chadwick (1800-1890), quien consiguió en 1848, que se aprobara una ley de salud pública y de ayuda a los pobres. Sus ideas progresistas contrastaban con la actitud de la burguesía y los industriales, que pregonaban un urbanismo más clasista y jerarquizada, donde las clases obreras y las ricas no se mezclasen.

Mapa del proyecto original del Plan Cerda
Mapa del proyecto original del Plan Cerdà, en el que se marca en negro la Ciudad Antigua de Barcelona (Imagen: Universidad de Barcelona).

El ingeniero catalán defendió el proyecto ante el gobierno del país, en aquellos años en manos de la Unión Liberal de Leopoldo O’Donnell  (1858-1863) que vio con buenos ojos las ideas modernas que se proyectaban, recibiendo el apoyo también de figuras, como: Pascual Madoz, el padre de la Ley de Desamortización de 1855.

En 1859, se convocó un concurso para escoger el proyecto definitivo del nuevo Ensanche de la ciudad –Eixample en catalán–, sin la participación del Plan Cerdà, resultando ganador el proyecto de Antonio Rovira y Trías; pero finalmente el Ministerio de fomento y el gobierno impusieron el proyecto de Ildefons Cerdà en 1860. 

El objetivo de esta nueva planificación fue crear nuevas calles de trazo perpendicular y paralelas. Con algunas avenidas principales que llegasen al centro de la ciudad; además de numerosos parques y zonas verdes para esparcimiento de sus habitantes. Las aceras debían ser amplias y con numerosos árboles. Los bloques tenían forma octogonal irregular, ya que en cada esquina se establecía un chaflán que daba más espacio para los peatones, facilitando la circulación y la visión del tráfico, un aspecto que Ildefons Cerdà también daba importancia porque pensaba en que el transporte urbano fuese fluido; en aquella época, con los tranvías de tracción animal y los carros tirados por caballos. Pero se tuvieron en cuenta también, las vías de acceso a la ciudad y del ferrocarril, que llevaba pocos años en territorio catalán.

En lo que respecta al estilo de las viviendas, la innovación que defendía el ingeniero era que los bloques sólo debían tener edificados dos lados, para que en el interior hubiese una zona verde de acceso público; además de acabar con el hacinamiento en el que vivían muchos de los habitantes de la ciudad, pues las casas no podían pasar de los 16 metros, con 4 o 5 pisos como máximo. Cerdà, basándose en las Tesis Higienistas, pensó en el establecimiento de numerosos servicios esenciales: en el proyecto inicial se planteaban 3 hospitales, que con el crecimiento de la población se tendrían que ir construyendo nuevas instalaciones médicas. Asimismo, las nuevas calles tendrían un sistema de recolección de aguas más eficiente. Tenía que haber un mercado cada 900 metros y las industrias más contaminantes tenían que irse a las afueras de la ciudad, al lado del río Llobregat o del río Besós.

eixample
Fotografía aérea del Eixample (Imagen: Periódico de Cataluña).

El proyecto contó con la oposición de mucha gente. Varios arquitectos no vieron con buenos ojos que el plan fuera obra de un ingeniero y a buena parte de la clase política de Cataluña, no les gustó que se hubiese impuesto desde el gobierno central. Ildefons Cerdà fue menospreciado en la prensa durante muchos años y se le negaron numerosos trabajos. Hasta su muerte acaecida en 1876, realizó numerosos tratados sobre urbanismo. Aunque lo que no entusiasmó a buena parte de la burguesía y de las clases privilegiadas es que se buscasen mejoras para toda la sociedad sin distinción de clases. Era una idea racionalista, ya que primaba el bienestar de la población a los grandes edificios y monumentos; se quería que las construcciones fueran funcionales y sirviesen a las personas. Buena parte de las ideas de Cerdà no se cumplieron; se construyeron edificios más altos y en todos los lados de los bloques; las zonas verdes interiores prácticamente no se hicieron. Pero a finales de siglo XIX, en plena época del modernismo, las familias ricas empezaron dejar la zona antigua de la ciudad para ir al Ensanche, en donde se edificaron numerosas casas de Antoni Gaudí, Josep Puig i Cadafalch o Lluís Domènech i Montaner, quien había sido un crítico del proyecto del Eixample.

Con el paso de los años, se empezó a reivindicar la figura de Cerdà y en la actualidad se estudia en numerosas escuelas de arquitectura; además se quiere recuperar su idea de las zonas verdes interiores. En 2009 se celebró el “Año Cerdà”, conmemorando el 150 aniversario del inicio de las obras del Ensanche; aunque solamente una plaza en Barcelona lleva su nombre. En su pueblo natal, Centelles, en la provincia de Barcelona, hay un monumento en su honor.

monumento a cerda
Escultura dedicada a Idelfons Cerdà, en su pueblo natal de Centelles, Barcelona. La obra fue realizada por el escultor Jorge Diez Fernández (Imagen: El País).

El Plan Cerdà no fue el primer plan de urbanismo que se desarrollaba en Europa; unos años antes, en los inicios del reinado del emperador Napoleón III, se encargó al barón George-Eugène Haussmann la modernización de la ciudad de París. Se crearon los grandes bulevares y grandes parques –como el Bois de Boulogne– que hoy son característicos de la ciudad, además de nuevas viviendas en buenas condiciones. Se mejoraron los servicios y el sistema de alcantarillado. También el establecimiento de grandes avenidas respondía a la necesidad de crear una vía rápida para que las tropas pudieran circular y llegar a cualquier punto de la ciudad para sofocar cualquier rebelión o manifestación.

 En Ciudad de México, fue muy importante la figura de Miguel Ángel de Quevedo (1862-1846), quien trabajó en el Departamento Forestal de la Secretaría de Agricultura; este ingeniero favoreció la creación de numerosas zonas verdes en la capital de la República, con la idea de que era necesario para la salubridad de las personas oxigenar una urbe, que durante la época del Porfiriato, su crecimiento poblacional había aumentado enormemente. En 1907, consiguió que unos terrenos que había donado unos años antes, situados al sur de la ciudad, se convirtieran en un parque público, fundándose así: Los Viveros de Coyoacán. Asimismo, dio apoyo a la construcción de edificios y otras instalaciones que seguían las Tesis Higienistas.


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La riqueza de las ciudades, Adam Smith revelado entrelíneas

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Recuerdo, de los primeros días de julio del anterior año electoral, la dicha reflejada en gesto: “un gobierno –de izquierda– más, en la CDMX”… las ensoñaciones e ilusiones más nobles de los capitalinos, mermadas calendáricamente por las desilusiones inflingidas por los gobiernos precedidos, por enésima ocasión se sitúan y buscan, en el tlatoani capitalino, las respuestas y los caminos a seguir para transitar hacia nuevos modelos de crecimiento, de mejoramiento, de desarrollo y de evolución de nuestro más preciado multiverso chilango. En esta anhelada pero exigua búsqueda, siempre es de gran ayuda la existencia formal de un tlatoani-proyecto de ciudad que sea claro y contundente y, obviamente también, que éste se base en un diagnóstico idem, y que, a pesar de la multidimensionalidad del fenómeno urbano citadino, logre comprender y aprehender abiertamente sus límites propios, sus particularidades y singularidades que, llamativamente y en más de las veces, esconden las claves instrumentales y facultativas para avanzar hacia un modelo más equitativo y sustentable… vamos, ¡el quid del asunto!

También recuerdo, pero sin mediar existencia corpórea, que hace ya prácticamente 250 años, Adam Smith, mejor conocido en el ámbito económico como el padre de la economía de la era moderna –germen sobreviviente del oscurantismo medieval, periodo en el que se confundía la dimensión física de la propiedad privada al aceptar que trascendía lo terrenal y se extendía sin límite hacia arriba y hacia abajo–, con base en un estudio diagnóstico y analítico de las relaciones económicas de su época publicó, en 1776, Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones. También se le conoció con el título de La riqueza de las naciones, con el que logra impostar en el entorno intelectual, académico y social de su época; al igual que hasta nuestros días –a manera de espíritu dogmático transhistórico– el liberalismo económico, progenitor primigenio del actual modelo capitalista, fundado –y fundido, en altísimo valor, ¡como sucede con el wolframio!– con el individualismo optimista.

Desde luego, obviamente cargado de harto pensamiento ético de la más sublime aspiración humanista que, en jornada de fantástica ensoñación smithsiana, idealiza a su semejante señalando que la búsqueda y persecución de su interés individual propio. Es decir, el conjunto multidimensional de decisiones y acciones económicas que emprende el de a pie en lo particular y/o privado –o, parafraseando a la redacción de El Semanario Sin Límites: el juego espontáneo del egoísmo humano –redundaría, aquí Smith diría ¡necesariamente!– en la prosecución del interés común, en la cristalización del interés económico y material de todos, del interés comunitario y sus valores derivados.

Adam Smith, mano invisible
Imagen: Pinterest.

Veamos, lo inferido, en La riqueza de las naciones es que la riqueza nacional descansa y gravita en la prístina empatía social y comunitaria, fruto “natural” del designio humano original… esto a mí no me suena nada… si acaso, en un mundo habitado y vivido desde el ascetismo más obstinado, el modelo individualista-optimista resultaría, por decir lo menos, natural y hasta deseable; no así, por desgracia o falta de gracia humanística, en el tristemente comunitarismo pesimista, producto histórico del capitalismo liberal –¿humanista?–, construido desde su versión más optimista y proseguido hasta nuestros días.

Y, desde esta prominencia categorial e in crescendo, se sigue pensando y proclamando demencial y doctrinariamente –como si les fuera la vida en ello–, desde el individualismo más optimista y liberal, que el empresariado como sistema es el único agente o sujeto económico generador de riqueza; fortaleciendo así y en una suerte de ilusionismo transhistórico doctrinario, el supuesto genealógico de la riqueza económica basado en la natural y humana persecución del interés individual –el juego espontáneo del egoísmo humano–. Quizás, Smith –no el doctor que estuvo perdido en el espacio por varias temporadas, sino el economista moderno-, en un trance de circunspección analítica sólo logra enfocar su ojo reflexivo en el fenómeno económico en abstracto, en sí mismo.

Sí, abstrayendo el ámbito físico y espacial de soporte del fenómeno examinado, soslayando la transformación agregada que, a largo plazo, a dicho ámbito socio-espacial y material, con el perpetuo proceso de la multiplicidad de actividades y relaciones económicas que le van dando su forma, le sobrevendría. Parecería que, a Adam Smith, en franca taxidermia económica y mirando por encima del hombro, se le pasa a apreciar el valor agregado generado en dicho proceso de transformación transhistórica del ámbito de soporte, dejándolo en la ignominia y en la deshonra teórica capitalista liberal; al menos, desde la visión más liberal e individualista patrimonial.

libro de Adam Smith
Imagen: La Nave Va.

Y, entonces, ¿cuál es o en dónde se encuentra la riqueza de las ciudades? Digamos que las ciudades, además de ser cobijo y ámbito de desarrollo de la actual sociedad hipertecnificada –sociedad que, en más de las veces, ya no logra ver más allá de los confines de lo que discurre in silico en sus teléfonos móviles, convertidos estos, en demasía, en inmovilizadores de su cuerpo y mente–, consciente –en minoría o excepción a la regla– de su ámbito socio-espacial vivido o sufrido, y consciente aún de la necesaria hiperespecialización que una ciudad como la nuestra y otras tantas, de igual modo, gentilmente abarrotadas e hiperconsumidas, requiere para la consecución de su designio original, sus cualidades y singularidades futuras, y que también son tejidos socio-espaciales que en su cotidiano discurrir se convierten en organismos hiperdimensionales generadores de riqueza hiperdiversa.

Si bien podemos afirmar que indudablemente la riqueza de las ciudades deriva de la persecución del interés particular de sus conciudadanos y de su circunstancia urbana particular, también lo es que las ciudades, incluida la CDMX, encubren sus activos y riqueza en lo que sus particularidades y singularidades permite realizar o desarrollar en sus bienes y recursos, especialmente, en lo que hace a sus componentes regulatorios materializados comunitariamente.

¿Acaso a usted, en su discurrir por las calles de la ciudad, no le ha tocado avistar el esperpéntico y desafortunado espectáculo propagandístico, inevitablemente autoinflingido por la pubescencia grupal citadina con gesto de santiamén insufrible por falta de mejores oportunidades, soportando, durante la luz roja del semáforo y sobre el paso peatonal y frontalmente a la vista de los azorados automovilistas?, ¿“la sabana santa comercial” de algún gimnasio que busca contrarrestrar los efectos de las mercancía de ciertas otras empresas dedicadas a fortalecer y acrecentar la diabetes y la obesidad en las nuevas generaciones? Bendita ánima inexperta e inmaculada. Nada más grotesco para un alma pura citadina que experimentar la desazón que genera un grupo de ciclistas que, a pesar de sus humedecidos esfuerzos exorbitantes, no logran avanzar ni un ápice y solamente dan cuerpo a una escena del más acabado realismo mágico urbano chilango: el vehículo que los transporta, ataviado como relicario posmoderno, con un sinfín de símbolos, alegorías e insignias del gimnasio que, apersonándose públicamente en franco empeño de apropiamiento del valor comunitario agregado que resulta de nuestro discurrir urbano, expele su mercadotecnia ad nauseam: “sin sufrimiento no hay felicidaaaad”… o peor aún “no encajes, ¡rompe el moooolde!”… con reverberación urbana incluida y toda la cosa.

urbanismo ciudades
Fotografía: El País.

Se preguntará, si es usted millennial o centennial, “¿Y?” –¡abreviando siempre!– o, si es antediluviano como yo, se preguntaría “¿Y esto qué tiene que ver con la riqueza de las ciudades?”… uff, ¡mucho, amigo mío! Lo que se esconde detrás de esto no es sino un acto de privatización, Adam Smith, con gesto desafiante, diría “no amigo mío, no es más que la persecución de un interés individual propio”, de una parte de la riqueza agregada de la ciudad. Sí, de la riqueza de las ciudades; esa riqueza citadina que es comunitaria, de los comunes, de la comunidad, de los citadinos; porque ha sido materializada conciudadana e históricamente lo que, a los más optimistas liberales individualistas les suena exótico, extraño e irreconocible, o inexistente; vamos, como si se les hablara del ¡bosón de Higgs!

Al fin y al cabo, y en una suerte de desvelo arqueológico interpretativo, es posible inferir de Adam Smith que, parte de la riqueza de las ciudades, es el constructo físico y material erigido durante el transcurrir citadino de los grupos de conciudadanos que las habitaron y las habitamos. Es decir, la persecución del interés individual o privado, o el juego espontáneo del egoísmo humano, ejercido en un ámbito de responsabilidad y empatía social, redunda –necesariamente, diría Adam– en la materialización, obviamente social e histórica, de sendos ámbitos físicos y materiales de soporte del sistema económico que, actual y proporcionalmente, por su condición de espacios de concentración poblacional y económica, las ciudades resultan atesorar y ser receptáculos de harta riqueza comunitaria agregada. Sí, las ciudades como ámbitos espaciales-materiales de soporte del intercambio social y económico, son, precisamente, la manifestación material más acabada de la prosecución del interés común y, por tanto, son espléndidas generadoras de riqueza… claro, de riqueza comunitaria; puro y duro capitalismo, pero ¡capitalismo comunitario!

planeacion y arquitectura
Imagen: ONU Habitat.

El quid del asunto está en saber distinguir o separar los componentes básicos u originales generadores de riqueza de dichos organismos, para lo cual, y echando mano de mi más reciente experiencia digital educativa, la química nos brinda múltiples procedimientos de separación de sustancias, de disociar y desvelar componentes escabrosamente mezclados, por lo que la decantación resulta útil ya que todo cae por su propio peso.

La nación tendrá en todo tiempo el derecho de imponer a la propiedad privada las modalidades que dicte el interés público, así como el de regular, en beneficio social, el aprovechamiento de los elementos naturales susceptibles de apropiación, con objeto de hacer una distribución equitativa de la riqueza pública, cuidar de su conservación, lograr el desarrollo equilibrado del país y el mejoramiento de las condiciones de vida de la población rural y urbana. En consecuencia, se dictarán las medidas necesarias para ordenar los asentamientos humanos y establecer adecuadas provisiones, usos, reservas y destinos de tierras, aguas y bosques, a efecto de ejecutar obras públicas y de planear y regular la fundación, conservación, mejoramiento y crecimiento de los centros de población… [Tercer párrafo, artículo 27, Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos].

constitucion de mexico
Ilustración: Nexos.

No sé a usted, pero a su servidor esta disposición constitucional me suena –que digo me suena, ¡me parte mi mandarina en gajos, pues!– como la más clara alusión y materialidad jurídica de lo que es la prosecución del interés común, al grado de poner el vello como puya de picador. Por un lado, reconoce la propiedad privada como derecho individual a la posesión, al control y a la disposición de un bien –¡muy bien!–pero, por el otro lado, reconoce esencialmente que el aprovechamiento de los elementos naturales –y el suelo es uno de ellos, e igual, es un bien– susceptibles de apropiación deben ser regulados –léase aquí, determinar las reglas o normas a que debe sujetarse algo– con objeto de hacer una distribución equitativa de la riqueza pública.

Y, entonces, ¿en dónde está o de dónde proviene dicha riqueza pública o comunitaria?, pues, a diferencia de las actividades de posesión, control y disposición de los bienes privados y/o particulares, la regulación de esos bienes o tierras es, precisamente, lo que les otorga su valor; la regulación de los bienes naturales, de la que forma parte la zonificación del uso y destino del suelo, al delimitar lo que sí o lo que no se puede edificar en cada predio –especialmente en las zonas urbanas: en las ciudades– se convierte en un agente o mecanismo –construido pública y comunitariamente– generador decisivo de la riqueza de las ciudades.

propiedad privada
Imagen: Periódico El Economista.

Por lo que, resulta exacto y correcto afirmar que las ciudades son fábricas de riqueza pública, ¡comunitaria! ¿Había usted escuchado algo tan disparatado? Supongo que no, porque, parecería que en los últimos 50 años de planeación urbana en la Ciudad de México no se deseaba desvelarlo o se desconocía que se le había puesto un velo encima. La riqueza comunitaria de las ciudades es generada tanto por la inversión que realizan los que participan en  la industria de la transformación inmobiliaria como, fundamentalmente, por los marcos jurídicos y normativos que regulan el uso y aprovechamiento de su suelo –qué y cuánto se puede construir en cada predio– y que, adicionalmente, son la primicia que han resultado del ejercicio político y comunitario de un pacto social de convivencia conciudadana, para el emprendimiento de la inversión inmobiliaria. Las ciudades, y la Ciudad de México no es la distinción, son ámbitos económicos por excelencia, y las relaciones y actividades que suceden en su ecosistema conforman amplios y diversos circuitos de distribución e intercambio económico, cuyo activo fundamental resulta ser su suelo; sí, el suelo y particularmente el suelo regulado es un generador de riqueza que, por su condición primigenia, es riqueza comunitaria.

Y, una vez más, se preguntará ¿y? Pues, con la misma orientación privatizante y especulativa del aprovechamiento que se hace del espacio público de la ciudad como escaparate de gratuidad comercial de las estrategias propagandísticas de diversos productos y servicios privados; de la misma forma, las actividades de compra-venta de lotes urbanos para la inversión y el desarrollo inmobiliario han incorporado, como privado, el valor comunitario de la normativa urbana pervirtiendo así su fundamento y designio originales “…el de regular, en beneficio social, el aprovechamiento de los elementos naturales susceptibles de apropiación, con objeto de hacer una distribución equitativa de la riqueza pública…”

intercambio social ciudades
Imagen: Paisaje Transversal.

…sí, de la riqueza pública que resulta de la regulación del suelo y que se materializa en los excedentes económicos que generan la expedición, democrática y estatal –como parte del constructo social inter e intrageneracional chilango–, de los programas de desarrollo urbano y de la normativa urbana que en ellos se determina. Y que en una suerte de desventura legislativa y administrativa, su histórico desaprovechamiento como riqueza pública y comunitaria ha dado como resultado un ámbito categorial individualista y liberal, basado en el desatino interpretativo que resulta de la confusión práctica entre lo que debe considerarse como valor resultante del esfuerzo y del trabajo comunitario y del individual –que son diferentes… ¡que si no!–. Ha quedado equívocamente sintetizado en lo que el vox populi, con satisfacción inquebrantable abrevia en “…la ley de lo caído, caído…”, o el tristemente clásico “¡haiga sido como haiga sido!”…vaya, como si se hubiese escrito en piedra.

El inconveniente resulta de la errónea e histórica interpretación patrimonial de la normativa urbana que, al ser incorporada en los certificados particulares de uso del suelo de la CDMX se asume, erróneamente, que se está reconociendo como parte de la propiedad privada confundiéndolos con el derecho de que todo ciudadano mexicano disfrute de una vivienda digna y decorosa, y, asimismo, asumiendo erróneamente que la regulación urbana aplicable también debe ser considerada como parte sustantiva del ámbito de la propiedad privada. Sí, se está considerando, errónea y artificialmente, que la riqueza que genera la regulación y la normativa del desarrollo urbano e inmobiliario derivan del trabajo individual, y del ¡supuesto esfuerzo de los propietarios del suelo!… ¡hágame usted el favor!…. y negando, lo que realmente sucede, que el valor resultante que genera la regulación urbana –particularmente la de fomento– es resultado de un sinnúmero de acciones y acuerdos de transformación y mejoramiento de la ciudad que venimos materializando, histórica y comunitariamente, los chilangos desde tiempos inmemoriales y que dicha riqueza comunitaria debe regresar en beneficios urbanos a las comunidades en donde se genera –y no en las arcas privadas–; ya que, dichos acuerdos de desarrollo, han quedado plasmados como normas e instrumentos en los programas de desarrollo urbano, por lo que, resulta, por decir lo menos, pasmoso e insólito escuchar, no sólo a los afanosos desarrolladores, sino a la propia autoridad, en su esfuerzo sobrehumano de diseño programático especial de regeneración urbana y vivienda incluyente, señalar que:

“No puede seguir creciendo el valor del suelo en la ciudad, porque entonces vamos a acabar expulsando a muchísima gente de la Ciudad de México”, afirmó la jefa de Gobierno de la capital del país, Claudia Sheinbaum Pardo, al catalogar este tema como prioritario en el Nuevo Modelo de Desarrollo Urbano.

Gerardo Hernández, El Economista, 10 de julio, 2019.


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Primer movimiento: Allegro maestoso!

Nunca antes se había visto, en la historia democrática de la Ciudad de México, que un candidato a jefe de gobierno ganara con tal ventaja de votos. Claro, hay que considerar que dicha historia, sí, la de la vida democrática y electoral de la jefatura de gobierno en la Ciudad de México, es muy breve, tan sólo lleva 23 años y cuatro administraciones completas, y la quinta en curso; digamos que está en su mera juventud y que, el logro alcanzado, todavía puede –y seguramente podrá ser–superado.

Segundo movimiento: Scherzo!

Días felices para el gobierno recién electo, todo era felicidad y goce, los pasillos del antiguo palacio del ayuntamiento rebosaban de voces que sugerían ideas, proyectos, programas sociales y económicos, infinidad de imágenes, ilusiones y utopías que, a la fecha, se convertirían, en voz de dicho séquito, en confesiones de un pasado turbulento. En este ámbito bullicioso y juguetón, en este cúmulo de ideas brillantes… –bueno, no todas–, se distingue una que, desde una visión simplista, conceptual y jurídicamente hablando, y en un lapsus de delirio de superioridad interpretativa y de negación de la norma urbana como sistema jurídico –en negación autoinfligida del criterio de completitud de los sistemas jurídicos, en este caso, el del derecho urbano citadino–, su líder, en materia urbana, se embarcó en la falsa premisa de dar cauce a la inversión inmobiliaria en la ciudad. Y no económicamente, sino en sentido jurídico, inverso, a través de una innoble –irregular, por decir lo menos– constitución de polígonos de actuación. Aquellos instrumentos de la Ley de Desarrollo Urbano de nuestra ciudad tan desconocidos pero, por su uso incorrecto, definitiva y trágicamente satanizados.

Tercer movimiento: Adagio!

El Polígono de Actuación es un instrumento establecido en la Ley de Desarrollo Urbano del Distrito Federal, al menos desde la publicada en 1996 (TÍTULO V. De la ejecución de los programas. CAPÍTULO I. De la ejecución, GODF, 7 de febrero de 1996). Su origen conceptual, muy probablemente data de la Ley de Zonificación de 1916 (1916 Zoning Resolution) de Manhattan, cuyo ejemplo material más acabado –al menos para orgullo del gremio de los arquitectos– es el proyecto que realizó para el edificio Seagram el arquitecto alemán considerado el padre del estilo internacional, Ludwig Mies van der Rohe, y cuyos principios generales se fundaban en la necesidad de lograr mayores alturas y menores áreas de desplante; con lo que se lograban dos cosas, primero, más superficie de espacio no construido y, por supuesto, de espacio público –el espacio dedicado a mejorar la habitabilidad urbana, a la habitabilidad de la ciudad– y, segundo, garantizar la entrada de luz solar a las plantas bajas de las edificaciones, en una ciudad que tenía por designio lo que actualmente es nombrado como manhattanismo, un espíritu de verticalidad e intensidad en el uso de su territorio y maximización de la densidad de su suelo urbano y de su limitado territorio isleño.

Mies van der Rohe
Mies van der Rohe (ABC.es).

Regresando a nuestra historia –a la fiesta chilanga del chivo–, la de la constitución de los polígonos de actuación en la Ciudad de México, y revisando las machincuepas urbano-normativas que fueron expedidas, en un gesto de desvelamiento y claridad, los principios generales y el espíritu de los polígonos de actuación, negados y desconocidos por la autoridad, se pervirtieron tergiversando su uso al transferir superficies de construcción entre predios con realidades urbanas, económicas y sociales muy diversas y, en más de los casos, contrastantes. Dichas transferencias –para las que existe un instrumento específico en la Ley de Desarrollo Urbano del Distrito Federal desde 1996, y que también desconocieron–, entre predios ubicados en colonias diferentes con distintas características sociales, económicas, ambientales, territoriales, urbanas, físicas, espaciales y normativas –características que precisamente se cristalizan en su zonificación y, por tanto, en sus condiciones de desarrollo urbano e inmobiliario y regulan la superficie de construcción y el número de viviendas disponibles y, por supuesto, su valor inmobiliario–, no han constituido otra cosa que la demolición de los supuestos originales y básicos de la planeación urbana: la delimitación –en nuestro caso, vía la zonificación– de la capacidad de carga de cada territorio, colonia, manzana, calle, predio.

En resumen, en una suerte de prestidigitación de cambio de la unidad monetaria –como transformar pesos en dólares–, compraron superficie de construcción en suelo barato y lo transfirieron a suelos caros y mejor ubicados, aumentado así el valor de dichas superficies de construcción transferidas… presto, ma non troppo!

zonificacion chilanga
Fotografía: Ángel Metropolitano.
Cuarto movimiento: Scherzando!

Esta ensoñación delirante urbana, fundada, por un lado, en la cristalización de ámbitos de oscuridad administrativa y, por el otro, en el menosprecio explícito de la autoridad por –lo que Jung llamó– el inconsciente colectivo, y que resulta ser un organismo consciente construido por la comunidad chilanga participativa que, por su amplia experiencia de sinsabores y desaciertos administrativos, en una suerte de inmediatismo burocrático, la autoridad no logra comprender ni prever los nefastos e incontrolables impactos negativos que dichas actuaciones tendrán sobre la delicada y ya de por sí impactada trama del valor del suelo y de la función social de dicho suelo en la Ciudad de México.

Quinto movimiento: Crescendo!

Ese inconsciente colectivo compartido por todos –como organismo consciente comunitario– reconoce que el valor de cualquier predio en la ciudad depende directamente de su ubicación y, por supuesto, en gran medida, de su zonificación. Es decir, de los derechos de desarrollo que tiene asignados –superficie de construcción permitida, número de niveles, área libre de construcción, densidad de vivienda, usos y destinos del suelo permitidos–, y la autorización irregular de polígonos de actuación con predios de alcaldías y/o colonias distintas –y valores distintos–, no hizo sino promover una burbuja especulativa del valor de los predios en la Ciudad de México que prácticamente será irreversible… bueno, a menos que llegase un virus tan contagioso que lograse echar abajo el modelo económico inmobiliario de la Ciudad (¡!).

zonificacion chilanga
Fotografía: Tinsa México.

En esta suerte de quimera urbana-administrativa se prevé que los propietarios del suelo impondrán –y ya lo están haciendo– un mayor valor a sus predios, precisamente por la modificación al valor de cambio que ya presuponen por la transferencia interna o externa de superficies de construcción de sus predios, por la expectativa de relocalización o desterritorialización de dichos potenciales constructivos, entre territorios con diferenciados valores de renta urbana en razón de la reglamentación urbana aplicable en los programas de desarrollo urbano. Ahora, gracias a este sueño delirante de una barbie, todo en rosa, la zonificación y la superficie de construcción de cada predio puede “viajar” hacia otros predios de mayor valor, desterritorializando, errónea y engañosamente, estas superficies de construcción, el valor de esos “inmuebles” y modificando al alza los valores del suelo de la ciudad. Y todo por el valor expectativo artificial generado por la irresponsable autorización que llevaron al cabo de polígonos de actuación entre predios con ubicaciones y zonificaciones distintas y, por lo tanto, con valores originales distintos.

Sexto movimiento: Finale, ma non allegro!

Como toda fiesta, a pesar del inefable deseo de perpetuidad, llega a su fin y con éste los desechos y los excesos de lo vivido, la herencia pública –escrita en piedra, edificada– de sus participantes, aquellos que supuestamente tutelaban el orden público y el interés general de la ciudadanía y que, con la autorización de polígonos de actuación interdelegacionales –o interalcaldías–, no han hecho más que transgredir los principios generales de la planeación urbana, ambiental y democrática, trastocando fatídicamente el de por sí ya malogrado mercado de valor del suelo de la ciudad; e inmóviles hacia su mandato ciudadano, en un lapsus de delirio de superioridad interpretativa, se justifican, única y exclusivamente, con el principio jurídico de prohibición: todo lo que no está prohibido está permitido, dijo el líder, evidenciando obscenamente su desconocimiento y su cerrazón jurídica al utilizar un principio que no le aplica al servidor público sino a los particulares, y contraviniendo, formal y material, la interpretación completa y compleja del sistema jurídico y normativo de la ciudad; modificando, errónea y desafortunadamente, las delicadas dinámicas del desarrollo urbano sustentable; y trastocando y encareciendo, nefasta e irremediablemente, el valor del suelo de la Ciudad de México… ¡tran tran!


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Demoler la historia

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La voracidad inmobiliaria, amparados en una ley obsoleta y en la negligencia de las autoridades INBAL-INAH, está acabando con la historia arquitectónica de las ciudades del país. La historia está plasmada en la arquitectura, no sólo en monumentos y zonas arqueológicas, las construcciones para usos cotidianos, comerciales, que contienen estilos determinantes de una época, que poseen materiales nobles, son de gran valor histórico y artístico.

La Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicas, Artísticos e Históricos, es obsoleta, data de 1972 y la revisión es de 1986, deja en el desamparo a la arquitectura del siglo XX, y ese vacío y las incongruencias del reglamento, permiten que la especulación inmobiliaria derribe toda clase de inmuebles de gran valor y pongan adefesios de vidrio o estacionamientos. La Ley, para empezar, contempla como valor “histórico” a la arquitectura desde el siglo XVI hasta el siglo XIX, es decir, los edificios Art Decó, Art Nouveau, Bauhaus, las casas estilo “californiano”, “porfiriano”, postrevolucionaria, no están amparados.

grafitti sobre inmuebles antiguos
Fotografía: Revista Visiones Alternas.

Lo más terrible es que edificios catalogados son destruidos por el gobierno de la Ciudad de México, como la Octava Estación de Policía de Avenida Cuauhtémoc, de los años 30. O también, la gasolinera Súper Servicio Lomas del arquitecto funcionalista Vladimir Kaspé, construida en 1948, fue destruida por los vacíos de la Ley para colocar el mediocre y enorme edificio del arquitecto Teodoro González de León.

Las demoliciones de inmuebles antiguos de la colonia Roma, Condesa, Polanco, Del Valle, Santa María la Ribera, y Centro, están fuera del criterio de la Ley, no son monumentos históricos. La ley, a pesar de afirmar en su Artículo 33 que “Son monumentos artísticos los bienes muebles e inmuebles que revistan valor estético relevante. Para determinar el valor estético relevante de algún bien se atenderá a cualquiera de las siguientes características: representatividad, inserción en determinada corriente estilística, grado de innovación, materiales y técnicas utilizadas y otras análogas”, no asume que el siglo XX es de valor histórico además de artístico, como es la arquitectura de las Olimpiadas de 1968.

inmuebles antiguos
Súper Servicio Lomas (MXCity).

El registro no lo hacen las autoridades, es una iniciativa de los dueños del inmueble, así que si los dueños nunca lo registran, ese inmueble se vende y se derriba. El INBAL y el INAH no tienen un catálogo de edificios con estilos artísticos del siglo XX y, por supuesto, no hacen inspecciones para localizar estos inmuebles. Las remodelaciones están reglamentadas, y la misma autoridad autorizó la espantosa “adecuación” del Museo del Chopo, que contradice la estética del espacio.

Obviamente por eso no somos París, ni Florencia, porque aquí tiene prioridad la corrupción inmobiliaria, que desde hace décadas destruye esa arquitectura que aporta carácter y belleza a la ciudad. Es urgente que la Ley de monumentos sea revisada y actualizada, para proteger la historia de las ciudades, y que las autoridades ya no sean cómplices de las inmobiliarias.


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La Ciudad de los Palacios

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La ciudad de Roma es conocida como: “La Ciudad Eterna”, París es llamada: “La Ciudad de la Luz”, y la ciudad de Nueva York tiene el apodo de: “La Gran Manzana”. La expresión: “La Ciudad de los Palacios”, se utiliza para describir a la Ciudad de México; ya que en toda ella, podemos admirar un gran número de construcciones increíbles. Esta cita se atribuyó durante muchos años al científico alemán Alexander von Humboldt cuando visitó lo que aún se llamaba Nueva España en 1804, pero en realidad la frase la dijo el viajero inglés Charles La Trobe en 1835, cuando el país ya era independiente.

La Trobe publicó un libro titulado El paseante en México (The Rambler in Mexico, 1836), en el que explicaba que se quedó maravillado al ver la capital de México. En uno de los escritos de esta obra afirma: Mira sus obras: Las moles, acueductos, iglesias, caminos y la Lujosa Ciudad de los Palacios. El Barón Von Humboldt también se había impresionado al ver la capital de la Nueva España, tal como había escrito en su obra: Ensayo político sobre el reino de la Nueva España (1811); consideraba que era la urbe más desarrollada y moderna de las colonias españolas. En la época que realizó su viaje, la ciudad tenía 113 mil habitantes y algo más de 1 millón con las áreas circundantes.

En el mismo Zócalo capitalino podemos encontrar ejemplos que justifican el apodo de la Ciudad de México: el Palacio Nacional –sede del poder ejecutivo–; el Antiguo Palacio del Ayuntamiento o la Catedral Metropolitana; y por todo el Centro Histórico –Patrimonio de la Humanidad desde 1987– hay también obras destacadas, como el Palacio de Minería –construido en los últimos años del Virreinato–; o el Palacio de Bellas Artes (1904-1934) y el Palacio de Correos (1902-1907), ambas construcciones del arquitecto italiano Adamo Boari y realizadas en tiempos del Porfiriato. No solamente en el centro vemos este tipo de construcciones, en el Bosque de Chapultepec, podemos ver el Castillo que lleva el mismo nombre y que fue la residencia del emperador Maximiliano (1864-1867), desde el cual puede contemplarse una vista impresionante del Paseo de la Reforma. Muy cerca, también encontramos obras realizadas en la segunda mitad del siglo XX: el Museo Nacional de Antropología, el Auditorio Nacional o el Museo Tamayo de Arte Contemporáneo, las cuales destacan por su maravillosa arquitectura.

palacio de bellas artes
Palacio de Bellas Artes (Fotografía: TimeOut).

Los diferentes gobiernos, tanto federales como locales, han intentado siempre dejar su impronta en alguna obra espectacular con la que puedan ser recordados, dejando de lado, muchas veces, las verdaderas necesidades de los habitantes de la ciudad.

La urbe ha tenido un crecimiento acelerado desde finales de la década de 1940 cuando empezó a consolidarse la industrialización del país. Mucha gente se trasladó de todas partes de la República a la capital en busca de trabajo y una vida mejor. La urbe se fue expandiendo en muchas ocasiones de manera desordenada y con poca planificación para poder sostener al rápido crecimiento de la población, lo cual provocó carencias de servicios básicos en muchas colonias, sobre todo de agua potable. Por otro lado, los graves terremotos que ha sufrido el antiguo Distrito Federal en los últimos 60 años –1957, 1985 y 2017–; afectaron a su desarrollo. Aunque se empezó a invertir en construcciones que pudiesen resistir un temblor de tierra, lo cierto es que la explotación urbanística propició el rápido crecimiento de edificios en varios casos mal cimentados. Muchas construcciones que sustituyeron a inmuebles derrumbados en el temblor de 1985, tuvieron problemas con el que ocurrió en el 2017, e incluso muchos quedaron inhabitables.

Es cierto que durante la segunda mitad del siglo XX se proyectó un urbanismo moderno en donde la gente pudiera vivir en buenas condiciones. Uno de sus mayores promotores fue el arquitecto Mario Pani, quien siguió una arquitectura funcional y moderna. El Conjunto Habitacional Miguel Alemán (1947-1949) o el Conjunto Urbano Tlatelolco (1957-1964) fueron dos de sus proyectos de vivienda y urbanismo más famosos; además fue uno de los responsables en la creación de Ciudad Universitaria (C.U.) de la UNAM junto a los arquitectos Enrique del Moral y Mauricio M. Campo, en las cercanías del Pedregal de San Ángel. Aunque Pani y otros arquitectos, urbanistas e ingenieros, como Pedro Ramírez Vázquez o Bernardo Quintana, realizaron grandes obras que modernizaron diversas ciudades de México, lo cierto es que también se siguieron desarrollando asentamientos irregulares y mal planificados.

inba
Museo Nacional de Arte INBA (Fotografía: @nadi_djg).

En la actualidad, la Ciudad de México tiene una gran variedad arquitectónica y urbanística, por eso podemos encontrar barrios que aún conservan características propias. Uno es el Centro Histórico de Coyoacán en el que podemos ver edificaciones como: la Casa Alvarado (sede de la Fonoteca Nacional), construida en el siglo XVIII; el Antiguo Palacio del Ayuntamiento de Coyoacán o Casa de Hernán Cortés; o la Iglesia de San Juan Bautista. Durante la época de Porfirio Díaz, se construyeron grandes casas para familias ricas, imitando el estilo colonial; algunas calles aún conservan el piso empedrado de entonces. En la actualidad, se considera el centro bohemio de la ciudad. En esta zona residieron Diego Rivera y Frida Kahlo en la Casa Azul (situada en la calle Londres); y en la Avenida Río Churubusco, está la Casa donde residió y fue asesinado León Trosky; hoy es la sede del Museo que lleva su nombre y del Instituto del Derecho de Asilo.

Otro barrio similar es el Centro Histórico de Tlalpan, situado en el norte de la alcaldía homónima. Esta villa había formado parte del Estado de México, llegando incluso a ser su capital en 1827; pero en 1855 pasó a formar parte del Distrito Federal. Conserva una distribución parecida a la de diversos pueblos o ciudades mexicanas. La Plaza de la Constitución, con el Palacio del Ayuntamiento a un lado, con un pequeño parque en medio –incluido el típico kiosco de estilo francés–, un edificio con pórticos, diversos lugares de restauración y la Iglesia de San Agustín de las Cuevas en el otro extremo de la plaza. Justo detrás del ayuntamiento, está el Mercado de La Paz, similar a los que se pueden ver en todo el país. Muchas de sus vías aledañas, conservan también la calzada empedrada, como la calle Miguel Hidalgo o la calle Magisterio Nacional, y tienen una cierta tranquilidad que parece que no estamos en una de las ciudades más pobladas del mundo.

Es un lugar con construcciones notables del siglo XVIII, como la Casa Chata o la Casa de Moneda; y otras más nuevas como la Casa Frissac, que fue propiedad del ex presidente Adolfo López Mateos y hoy es sede del Instituto Javier Barrios Sierra; o la Casa de la Cultura de Tlalpan (1986-1988), cuya fachada pertenece a un edificio que había en la Colonia Condesa: la Casa de Bombas (1907). 

Casa Frissac
Casa Frissac de Tlalpan (Fotografía: MxCity).

Estos dos barrios contrastan con la modernidad y el rápido crecimiento urbanístico del Barrio de Santa Fe, ubicado en las alcaldías de Cuajimalpa y Álvaro Obregón. Anteriormente, era una zona de minas de arena y un enorme basurero; pero cuando se clausuraron ambos, tuvo una rápida urbanización desde la década de 1980, ya que durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari se planificó un distrito financiero similar a La Defense, en París, pero también con zonas residenciales. Su crecimiento acelerado no ha ido de la mano con el desarrollo de una buena infraestructura y vías de comunicación y también de servicios básicos; ya que Santa Fe está en el extremo poniente de la ciudad. Sus calles están pensadas sobre todo para coches, con aceras estrechas y hay poco transporte público, lo que provoca que las vías siempre tengan un gran flujo vehicular.

En definitiva, la Ciudad de México siempre será “La Ciudad de los Palacios”. La majestuosidad de muchos de sus edificios, los ha convertido en iconos de la ciudad y desde hace algunos años, es muy visitada por los turistas. Ya no es solamente un punto de enlace para viajeros que hacen escala para ir a las playas de Cancún o de Puerto Vallarta, sino un lugar donde poder quedarse unos días y conocer una ciudad increíble con gran actividad cultural y comercial.

Pero es cierto, la gran metrópoli debe establecer políticas que ayuden a que su desarrollo urbano sea más ordenado; donde la corrupción urbanística –presente en todo el mundo– no tenga cabida, en la que el acceso a los servicios más básicos sea algo fácil y llegue a todos sus habitantes.


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Caracol, euritmia y el lenguaje arquitectónico

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¿Qué tienen en común al caracol mesoamericano, la arquitectura y el diseño de muebles de un mexicano?

Todo mundo ha escuchado el sonido del mar en un caracol. En él se guarda el sonido del tiempo: se atrapa, en su rumor de fondo marino, la huella de su origen tanto como en sus curvas de espiral se dibuja la forma del vórtice de las olas que chocan con la arena. Su forma es tan perfecta que los pueblos mesoamericanos, geómetras (geo-tierra; metron-medida),  asemejan el glifo de la palabra al de una vírgula que como caracol vibra y suena; en ese glifo sagrado se unen la consonante y la vocal, el ritmo y el silencio, el tiempo y el espacio. El aliento del hombre es la palabra, su flujo constante: la tradición; el sonido del caracol es un latido sordo y continuo como el de un cordón umbilical bombeando sangre, su flujo es la vida, el agua. Es un retorno al origen. El hogar del hombre sucede al reordenar el espacio y trascender en el tiempo. El caracol atrapa el aliento, descifra con perfección matemática la distribución del espacio y captura al tiempo: nos retorna al origen uterino y materno. Nos refleja un flujo divino.

Tecciztecatl o tecuciztécatl es el dios azteca asociado al caracol. Su etimología significa: “el morador de la Luna”. La asociación entre la Luna y el caracol me cautiva, sin ser especialista, por muchas coincidencias: la marea y la Luna siempre han estado asociadas. La Luna en Mesoamérica se asocia al mundo femenino y los ciclos menstruales también se asocian al astro. El astro de la transformación y el cambio: ciclo lunar.

Las trayectorias de los astros en el mundo mesoamericano tejen la urdimbre de un tiempo complejo en el que el Sol, la Luna y Venus entrelazan sus ciclos y dan forma al tiempo con unidades de medida distintas. Una complejidad que sólo se devela a través de la observación y el entendimiento de la naturaleza y de un tiempo cultural no lineal. El mundo mesoamericano es un cuidadoso engranaje matemático. Dos cuentas se combinan y forman complejas mezclas. El xihuitl en náhuatl o haab en maya, calculaba la trayectoria solar: era el calendario. En él, dieciocho meses de veinte días y cinco días sobrantes contabilizaban los 365 días en que la Tierra le da la vuelta al Sol.

La otra cuenta, sin clara asociación natural, que aunque podría describir la trayectoria de Venus, no existe acuerdo entre académicos, se lo ve como una cuenta del destino o cuenta de los días y consiste en 260 días divididos en trece veintenas, cada trecena y veintena asociadas a símbolos específicos, de tal manera que la combinación obedecía a los artes de la adivinación: el que nacía en un día tenía ciertas cualidades. Se llama Tzolkin en maya o Tonalpohualli en náhuatl. Esta cuenta, nos dice el arqueoastrónomo Stanislaw Iwaniszewski, se da de la combinación de número y signo iguales y vuelve a repetirse 260 días más tarde. Cuando termina un ciclo, empieza el otro y de este modo paulatinamente se sigue el flujo del tiempo infinito. Cada 52 años la combinación de la cuenta de los días con el calendario solar generaba un ciclo completo: el fuego nuevo.  Un invento único en el mundo: el arte adivinatorio mesoamericano se unía a los ciclos de la naturaleza. Los astrónomos mesoamericanos: maestros de la proporción hacían del tiempo un ciclo equidistante. La articulación del tiempo natural con la vida cosmológica es la síntesis del tiempo.

Tiempo y numerología en Mesoamérica
Tomado de “El tiempo y la numerología en Mesoamérica”, Stanislaw Iwaniszewski.

Ciclo: caracol, elipse; movimiento, ritmo, sucesión; equidistancia, espacio, simetría: el juego del tiempo. Todas en una palabra: proporción. Bello ritmo. La piedra del Sol se representa en una forma circular porque el tiempo no puede ser detenido en una línea. La perfección matemática del calendario azteca puede ser resumida por la proporción.  La simetría de las ofrendas mesoamericanas, el respeto por la espacialidad y su iconografía son las descripciones de un orden natural que crece de manera proporcional. El lenguaje del tiempo mesoamericano no sólo es simétrico, es eurítmico. Se organiza a partir de un centro. Se parece más a los helicoides que dibujan la edad de los árboles que al tiempo lineal. Su armonía de líneas, colores y formas, y sus patrones de repetición explican a la perfección lo que el sabio romano Vitruvio intentó explicar –más de un milenio después de cuando los mesoamericanos integraron ese complejo sistema, pero al otro lado del Atlántico– que la arquitectura era la conjunción de edificatio (construcción de edificios), gnomónica (el estudio del movimiento de los astros) y machinatio (el estudio de la construcción de máquinas). Si hubiera visto la piedra del Sol, seguramente se hubiese dado cuenta de que cumplía con todas ellas y de haber viajado al futuro unos trece siglos después de su muerte en el año 15 a.C., para gozar la vista que Cortés tuvo de la gran Tenochtitlán, con seguridad, habría otro tratado de la arquitectura.

La piedra del Sol
“La piedra del Sol” (Tomado de Wikipedia).

Pero la obsesión geométrica del sabio romano no fue, en absoluto,  un acto teórico. Su tratado da cuenta de la práctica: la transformación del espacio y de los objetos, de la construcción. Estudia cómo se interrelacionan la técnica, la mecánica y la estética. En su mundo la separación entre ingeniería y arquitectura no sucedía. Por eso explica tanto las máquinas como su estética. La segunda no era decoración sino producto de su función. La función y la forma partían de una simbiosis que la modernidad separó como al cuerpo y al alma. El mundo clásico, que inspiraba al arquitecto, es un análisis profundo de la geometría. Geometría-belleza-función; alma-cuerpo; razón-sentimiento.

Otro seguidor de Vitruvio fue el pintor renacentista Alberto Durero. Su obra, oda a la proporción y al simbolismo, es una exploración de la geometría en la naturaleza. Como Fibonacci, el pintor germano buscó develar la matemática de las cosas. Tal vez, su obsesión, más que en otros de sus contemporáneos, fue develar un lenguaje: el de la belleza natural. La meticulosa observación desvelaba las proporciones. Un decodificador y un matemático atrapado en las manos de un pintor superdotado, quien a los trece años mostraría sus dotes al hacer un autoretrato con una técnica compleja para un docto artesano. Durero al igual que algunos contemporáneos como Leonardo Da Vinci, se preocupan por la relación de la forma con la matemática, sólo porque ésta es la llave para acceder al lenguaje de la naturaleza. Algo, sin embargo, que el mundo moderno traerá, es la dislocación entre forma y función. La estética como decoración será la ganadora en un mundo en el que lo superficial ganará a la esencia y al fundamento.

El estudioso de la arquitectura Bernard Cache, en una conferencia en Suecia y en un artículo ¿Después del diseño paramétrico?, explica cómo esa unión entre forma y función, esa función utilitaria en donde diseño y construcción no se separan, tiene raíces profundas asociadas al entendimiento de la mecánica natural. La maquinación y el diseño, la matemática como cálculo que da sustento a la forma, precede por mucho al invento de la computadora. Bernard da cuenta de cómo en la obra vitruviana, en el libro décimo, se hilvanan los argumentos del arquitecto romano a través de sus diez libros, y aclara que la voz de Vitruvio es la amalgama temporal del conocimiento arquitectónico del Mediterráneo, no es su voz la que habla sino la voz de siglos de conocimiento y tradición. La base de esa tradición es entender que la forma se deduce a partir del cálculo de las funciones de un edificio. Para ello explica cómo un edificio, como la Torre de los Vientos, es en sí una síntesis de cómo el cálculo de la forma octogonal del edificio y sus dimensiones se debe al parámetro utilizado para su uso. Es ese parámetro el que da la base del diseño paramétrico, que en la actualidad parecería de forma errónea derivarse de las computadoras. La revelación del teórico francés brinda las bases para comprender los fundamentos de los parámetros en los cálculos de los constructores clásicos y de éstos a los principios algorítmicos.  La Torre de los Vientos sería una máquina para calcular el tiempo, un mecanismo en donde la piedra es una cáscara de una compleja red de engranajes de madera que funcionaban para producir información sobre el tiempo y el espacio.

torre de los vientos
torre de los vientos
Torre de los vientos (Fuente: National Geographic, https://historia.nationalgeographic.com.es/a/torre-vientos-atenas-abre-publico-por-primera-vez-varias-decadas_10612).

En alguna ocasión visité un taller de muebles de madera en Guadalajara. Una obra monumental resguardaba el cuarto de armado. Las vetas del nogal destacaban entre decenas de ventanas y nichos que casi semejaban un retablo de una iglesia: era un mueble que cualquier arqueólogo lo hubiera clasificado como de uso ritual. Le pregunté al artesano qué era: “una cava que resguardará vinos”. Metido en sus cálculos desvelaba una función: los espejos en cada nicho deberían ayudar al usuario a ver las etiquetas estando parado frente al mueble, la madera abrazaría a un refrigerador. Todo ese complejo mecanismo era calculado y diseñado en un programa paramétrico. La geometría, el peso del vino y el mueble estaban relacionadas. La estética del mueble se derivaba de su función.

El maestro de ese taller, Rodrigo Loaiza, es un alumno de Bernard.  Él ha importado la reflexión y la práctica de la euritmia y la proporción a la creación arquitectónica. Su proceso de creación tiene raíces profundas: un análisis de los principios geométricos y de la obra de esos autores clásicos. Seguidor de Gottfried Semper (1803-1879), Loaiza explora la madera porque el arquitecto alemán funda las bases de la arquitectura en la construcción en dicho material. La simpleza de las obras de Rodrigo seduce a la vista porque en ellas se cumplen las reglas que hace dos mil años Vitruvio estableciera. Su obsesión por la perfección y las proporciones elevan un banco o una mesa a un arte de simplicidad casi renacentista. Su visión más que su propia trascendencia es la de llevar esos principios a la producción de objetos y a la transformación del paisaje arquitectónico. Ahí más que a los autores renacentistas, se parece a los medievales o pre-medievales: prefiere esconder su nombre y trabajar en talleres, formar equipos, hacer tareas. Supermorphe, su marca, son obras conjuntas de artesanos. En equipo diseñan con los principios de la euritmia y suman tecnología y modelos de manufactura computacional que dan precisión nanométrica. La exactitud y la artesanalidad de un relojero suizo son llevadas a las articulaciones de cuerpos de madera que parecen cobrar vida.

mueble renacentista de madera
Bargueño, Supermorphe.

Rodrigo respeta el principio que Durero siguió, según el cual, la belleza no está en el ojo del observador sino en un lenguaje que las cosas tienen. Belleza: principio de la naturaleza. La primera vez que se lo escuché pensé que hablaba con alguien detenido en el tiempo. Después de todo, parecería una verdad a ciegas que gran parte de la antropología defiende: la belleza es relativa a la cultura y sus valores. Pero después de entender su obra y hablar con muchos de sus clientes –quienes no han estado expuestos a propaganda alguna sino a una sola voz: los muebles; y de escuchar de forma repetida la frase “es un clásico pero moderno”, “son piezas atemporales”–, comprendí que no es que esté atrapado en el tiempo sino que son él y su obra quienes atrapan al tiempo. La arquitectura de Supermorphe, parafraseando a Paz sobre la poesía, es como el caracol: en sus espirales está grabada la música del tiempo. La geometría vence al tiempo y a sus accidentes; el tiempo y sus accidentes, a su vez, se resuelven en música y poema. Poética: entusiasmo y geometría. Supermorphe es una poesía del objeto; poesía de la proporción y la forma: geometría.

mueble de Supermorphe, Rodrigo Loaiza
Bargueño, Supermorphe.

Memorias con César Pelli en la Ciudad de México

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Era una fría y lluviosa tarde del mes de septiembre de 2003 en la tumultuosa y exótica sala de llegadas internacionales del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, donde siempre que iba a recogerlo llegaba con mucho tiempo de anticipación, ya que mi percepción y fama de la puntualidad constantemente ha sido cuestionada por los que me rodean. Quería que todo estuviera controlado y nada saliera mal, caminaba de un lado a otro invadido por los nervios tan sólo de pensar en un nuevo encuentro con él y la agenda tan amplia que tendríamos.

Respiraba hondo con cierta ansiedad sin quitar la vista ni un minuto a aquellas puertas corredizas, esperando que se abrieran y ver ante mí la distinguida e inconfundible figura de gran porte, para llamarle con gran vivacidad y potente voz  “¡César!”, quien al verme levantó su mano y con una sonrisa de carcajada maravillosa, saludándome se acercó a paso acelerado. Luego me abrazó efusivamente, aunque con cierta rigidez motriz, al mismo tiempo que decía “mi protector”, como él se refería a mí todo el tiempo porque le hacía de su chofer personal, de cliente, de organizador, de guarura y cómplice para rescatarlo de los eventos tumultuosos y encuentros sociales llenos de excentricidades mexicanas.

César Pelli y José Serur
César Pelli y José Serur en el Castillo de Chapultepec (Fotografía: Archivo Ideurban).
cesar pelli y jose serur cababie
César Pelli, José Serur y Fred Clarke (Fotografía: Archivo Ideurban)

Invariablemente lo acompañaba su sencillo portatrajes negro y su pequeña maleta de mano llena de sorpresas con sus materiales de “arquitecto”, y a la que se aferraba casi obsesivamente a todo lugar donde llegáramos. En realidad, para ser sincero, también, entre otras cosas, siempre me ofrecí de chofer y asistente del maestro César Pelli, ya que con su agenda de celebridad tenía la oportunidad de platicar muchísimos temas que disfrutábamos durante las horas que pasábamos en el “bellísimo” y eterno tráfico vehicular de la Ciudad de México. Como era su costumbre, tenía un lenguaje sumamente académico, educado, expresaba frases amables y pausadas con su muy fino y elegante acento argentino-americano, tan peculiar en él.

Su riqueza cultural e intelectual era evidente, recuerdo que en una ocasión charló de temas memorables cuando transitábamos en los carriles centrales del Viaducto Miguel Alemán, y que anoté esa misma noche en uno de mis diarios. Nuestras conversaciones giraban en torno a México y su cultura, la guerra o mal llamado conflicto en Chiapas y el Comandante Marcos, el EZLN (Ejercito Zapatista de Liberación Nacional), de su infancia en Argentina y el peronismo, de la familia de mis abuelos sefaraditas, y de los grandes arquitectos con quienes colaboró, y que dejó testimonio en su libro Observations –que publicara unos años antes–, escrito para aconsejar a los jóvenes arquitectos universitarios en temas de cultura general, arte y sabiduría práctica. He de confesar que fui testigo de su fascinación por los tacos de bistec con queso y poca salsa verde; se deleitaba al comerlos, y solía hacerlo de contrabando ya que nunca estaban programados en la agenda, pero eran forzosamente obligatorios siempre en una taquería de las Lomas de Chapultepec, entre charcos y ranas, y que posteriormente se convertiría en delicados cisnes en el lago.

Torre Liberta, Mexico
Torre Libertad (Fotografía: Archivo Ideurban).

En la mayoría de sus visitas a la Ciudad de México vino acompañado de su distinguido y entrañable amigo y socio el arquitecto Fred Clarke, un tipo muy amable de semblante afable, preciso, carismático, que por mucho era su hombre corporativo y el que hacía que todo sucediera; ambos demostraban su erudición en las múltiples juntas de trabajo que teníamos, especialmente por su profesional trato, firmeza y respeto por el trabajo de sus equipos de ingenieros, arquitectos y técnicos mexicanos, sin duda alguna la sencillez en su manejo con los clientes conquistaba todos los corazones. Para César Pelli, México le resultaba un país enigmático que le reflejaban sus orígenes latinoamericanos, se sentía “hechizado por México” como lo repetía constantemente en sus conferencias.

Siempre quiso hacer arquitectura en México, pues nos consideraba como potencia cultural mundial y símbolo de la influencia arquitectónica latinoamericana, incluso llegó a afirmar que México es el país más cálido del mundo para trabajar, por la calidad y talento de su gente, sus albañiles y obreros. César Pelli estaba muy familiarizado y respetaba el trabajo de diversos arquitectos mexicanos como Luis Barragán, Ricardo Legorreta, Abraham Zabludovsky, Teodoro González de León y don Mario Pani, de quien se maravillaba del proyecto de Tlatelolco como un símbolo poderoso del modernismo mexicano. Se presentó en varias ocasiones en abarrotados auditorios de diversas universidades de la ciudad como la Universidad Anáhuac (mi alma mater) y en la UNAM, por mencionar algunas, alentando a los jóvenes a “amar” los valores culturales y arquitectónicos mexicanos.

El Palacio de Bellas Artes fue escenario de dos memorables conferencias y recuerdo perfectamente las filas que se hacían sobre el gran atrio del acceso con cientos de estudiantes, arquitectos, periodistas y personas de diversos ámbitos para tomarse fotografías –en un tiempo que las selfies no eran moda–, y el maestro Pelli repartía autógrafos en libros y programas que hizo con una cordialidad y paciencia inaudita. En todo momento fue recibido como una gran celebridad por intelectuales, maestros, empresarios y dirigentes políticos.

Cesar Pelli, rascacielos
César Pelli en el Palacio de Bellas Artes (Fotografía: Archivo Ideurban).

Siempre orgulloso de sus orígenes argentinos y latinoamericanos, César nació en la provincia de San Miguel de Tucumán, noroeste de Argentina, el 12 octubre de 1926. Estudió arquitectura en la Universidad Nacional de Tucumán durante los años de 1944 a 1949, posteriormente realizó estudios de posgrado en la Universidad de Illinois (1952-1954) donde se destacó, llevándolo después al despacho del gran maestro del movimiento moderno, el finlandés Eero Saarinen, durante los años de 1954 a 1964, y a quien siempre consideró su maestro y mentor. Años más tarde, en 1984, Pelli fue decano de la Universidad de Yale en New Haven, Connecticut, donde fundó su firma Cesar Pelli architects en un edificio contiguo al campus, y que luego cambiaría su nombre a Pelli Clarke Pelli Architects hasta su muerte el 19 de julio de 2019.

Su legado y despacho continúa hasta el día de hoy con su socio Fred y sus hijos Denis y Rafael Pelli. La obra arquitectónica de César Pelli en la Ciudad de México fue muy prolífica, significativa e icónica para un arquitecto extranjero de su generación que data desde principios de los años 90 con el proyecto “Del Bosque”, desarrollado por un consorcio de varias empresas llamado Grupo Metrópolis. Hacia los principios del nuevo milenio diseñaría la “Torre Libertad” que albergaría el hotel San Regis, desarrollado por Grupo Ideurban, y luego trabajaría en la conceptualización del plan maestro y diseño de la “Torre Mitikah” en el sur de la ciudad, en colaboración con Grupo Ideurban y Azar Arquitectos para el desarrollador Prudential Capital, que a la postre vendería el proyecto a la Fibra Uno y que actualmente se encuentra en construcción.

Toda la historia comenzaría para mí en el mes de marzo del año de 1992 con una mortal desvelada, acompañada con música de Joan Manuel Serrat en un sábado por la noche cuando trabajaba en una frenética entrega, típica “de lunes”, de diseño arquitectónico de séptimo semestre, y que tenía que entregar a mis venerables maestros Jose Greenberg y José Luis Calderón, cuando de pronto… mi padre, el Ing. David Serur, se acercó cauteloso con semblante de lástima a mi recámara, la cual parecía zona de desastre, a ofrecerme ayuda en temas estructurales de ingeniería sabiendo que era mi debilidad.

Intercambiamos algunos puntos y me comentó que había tenido una junta por la mañana con algunos de sus colegas –entre ellos estaban Roberto Trad Aboumbrad, Jorge Trad Aboumbrad, Alfredo Elías Ayub y el desarrollador texano Gerald Hines; quienes más adelante conformarían Grupo Metrópolis–, donde habían comentado que necesitaban evaluar algunos arquitectos con cierto prestigio, de fama nacional e internacional que hubieran diseñado algunos edificios altos residenciales y de oficinas, con la intención de ser contratado para un proyecto que estaban planeando desarrollar frente al Bosque de Chapultepec en la calle de Rubén Darío.

Recuerdo que saqué dentro de los escombros de papeles tirados, botes de tinta china vacíos y pedacerías de papel batería, algunos libros de la obra de varios arquitectos nacionales y extranjeros, entre ellos el famoso libro “naranja” de César Pelli de la casa editorial Rizzoli que, sin duda, era de mis favoritos, y que en ese momento mi padre hojeó con gran interés y me pidió llevárselo –junto con otros más– a su próxima reunión que tenía programada el mismo lunes. Para mi sorpresa, ese lunes por la tarde mi papá me comentó que de la oficina de Gerald Hines conocían bien a Pelli y que habían trabajado con él anteriormente, por lo que sería un buen candidato para el proyecto, de modo que concertarían una cita en las próximas semanas para visitarle todo el equipo. Sin más preámbulo, fui incluido en la comitiva, la cual significó una emoción indescriptible para mí, ¡era como conocer a Maradona en privado!

César Pelli, Arq. Pedro Ramírez Vázquez y Arq. Arturo Aispuro Coronel
El Arq.César Pelli, Arq. Pedro Ramírez Vázquez y Arq. Arturo Aispuro Coronel (Fofografía: Archivo Ideurban).

El plazo llegó y viajamos a Nueva York para dormir una noche, al día siguiente partiríamos en un viaje por tierra de dos horas a New Haven, Connecticut, donde se encontraba el estudio de César justo enfrente de la Universidad de Yale, su alma mater, y en la que era docente de cátedra regularmente. Subimos por una escalera exterior de un edificio de usos mixtos de tres niveles y entramos por una discreta puerta en la segunda planta que decía en pequeñas letras “Cesar Pelli Architects”. Confieso que mi corazón se aceleraba y mis manos sudaban al cruzar esa puerta, porque no se podía creer la magia que había tras ese umbral. Fuimos recibidos muy cálidamente por su staff, entre ellos por Fred Clarke y su muy simpático arquitecto  Roberto Espejo, quienes nos dieron un breve tour por todo el despacho, mostrándonos varios proyectos que estaban en proceso y la metodología racional que utilizaban para trabajar de esa manera.

Cesar Pelli y su obra
Fotografía: República.com.

También nos presentaron a muchos miembros del equipo, arquitectos y colaboradores de más de veintitrés nacionalidades distintas, luego nos condujeron a una gran sala de juntas donde sería nuestra reunión. César, con su enorme sonrisa, entró a los pocos minutos por una puerta privada contigua saludándonos uno a uno con mucho respeto y calidez, mi emoción era inaudita, por fin tenía enfrente a un personaje del cual había visto sus fotos en la biblioteca, había leído todos sus libros, y era una fuente de inspiración del movimiento moderno en mi carrera universitaria.

Todos tomamos nuestros asientos en una gran mesa de tamaño considerable de mármol beige, sencilla y elegante que le daba un toque más suntuoso y formal al aire del momento. César tomó la palabra, y “rompiendo el hielo” de inmediato, bromeó que en dónde firmaba el contrato ya que por fin se le haría el sueño de trabajar en México. Este gesto de parte de él nos hizo sentir muy cómodos porque no estábamos seguros que lo convenceríamos y le confirmamos la firme intención para contratarle un anteproyecto conceptual. Posteriormente le introdujimos a las generalidades del proyecto, como información del terreno, fotografías del entorno y enfatizamos la importancia de las vistas al Bosque de Chapultepec. Recuerdo que en ese momento se dirigió a las paredes de la sala donde existían varios lienzos en blanco, tomó algunos plumones y comenzó a dibujar algunas ideas de edificios escandalosamente circulares sin pensarlo demasiado, y que a la postre sería el modelo arquitectónico seleccionado por todos.

Ing. David Serur y Arq. César Pelli (Fotografía: Archivo Ideurban).

Después de un merecido lunch de sándwiches preparados por el restaurante de abajo, acordamos que visitaría la Ciudad de México a la brevedad porque para él era muy importante y vital conocer tanto el terreno como el entorno para poder desarrollar una idea más clara. De manera que así sucedió, convenimos una fecha, “nos dimos la mano”, y ahí en ese preciso momento comenzó la magia y la aventura de una relación de trabajo productiva, llena de cordialidad y cariño, que duraría por más de 27 años ininterrumpidos hasta el último día de su vida.


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La Catedral espera su tragedia

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La fe construye al arte sacro, es la fuerza que levanta las cúpulas y que hace interminables las columnas que las sostiene. Ken Follett escribió un pequeño libro sobre Notre Dame, basado en su novela Los Pilares de la Tierra, con la finalidad de donar las regalías para su reconstrucción. En la investigación para escribir este libro conoció las grandes catedrales de Europa, en todas recuerda cómo los trabajadores dejaban en el interior de sus torres, basura, restos de materiales de reparación y colillas de cigarros, y pensaba que esos desperdicios un día provocarían una desgracia.

Las catedrales antiguas son obras de arte en sí mismas, cada fragmento está realizado por artistas y artesanos, las esculturas y capiteles, los murales y pinturas de los altares. La obra no concluye con el edificio, le mandan escribir música coral y conciertos, por eso en su corazón habita un órgano que se fabrica especialmente para cada recinto, la atmósfera es una obra de arte, lo que se escucha y vemos, la luz del sol que se filtra por los vitrales de colores, y entendemos que el camino del misticismo inicia en los sentidos. La Catedral de Notre Dame fue incendiada por la negligencia y la irresponsabilidad humana, es una pérdida irreparable para la Historia del Arte, hoy no existe esa decisión de construir la devoción en la Tierra, y la devoción al arte.

La Catedral Metropolitana de la Ciudad de México está esperando su propia tragedia, no vivimos tiempos de fe, el revanchismo no da espacio ni para el arte ni para la protección de obras maestras irrepetibles. Desde la plaza del Zócalo se ven las grandes ramas que crecen encima de las cúpulas, que están rompiendo las estructuras, el despedazamiento de las piedras de sus torres, las ventanas arqueológicas del piso están invadidas por vegetación. ¿Qué están esperando para reparar ese daño? Si esto está así es porque el interior debe ser más grave. La pérdida de Notre Dame le enseñó al mundo que el arte verdadero es insustituible, que no se hace con tecnología, se hace con la voluntad humana, cuando hicieron estas catedrales había voluntad de hacer arte, ahora hay voluntad de hacer dinero, de pagar arquitectos estrambóticos que no piensan en la misión del recinto, piensan en hacer negocio con materiales y constructoras.

Las cúpulas, ese milagro de la arquitectura, fueron verdaderos experimentos científicos, los antiguos arquitectos se arriesgaban con un ejército de trabajadores, para levantar aún más alto esas bóvedas que concentrarían un fragmento de la divinidad. Es inconcebible que una obra como nuestra catedral padezca ese deterioro y ese abandono. Si en esta época no pueden hacer bien un centro comercial y las obras públicas quedan a la medida de la mediocridad imperante, qué van a hacer si esta catedral se viene abajo, no hay elementos humanos ni tecnológicos para reconstruirla.

El abandono de estas obras es consecuencia del desprecio generalizado que hay por el arte y la cultura, creen que son un lujo prescindible y quedan fuera de la agenda política. De esos miles de millones que van a gastar en el Orozco Park, podrían destinar un poco para reparar la Catedral Metropolitana, que es más valiosa que todo ese proyecto.