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¿Qué son los “Derechos Bioculturales?

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La noticia del otorgamiento de una patente por parte de la Oficina de Estados Unidos para el proceso de elaboración de la “panela”, ha generado una reacción generalizada de rechazo que ha desbordado los límites de Colombia, país en que se produce el tradicional dulce.

La panela es el equivalente del “piloncillo” mexicano, el cual recibe nombres diversos en los distintos países de la región, pero en todos tiene una larga tradición de manufactura y uso en la alimentación como endulzante en una larga serie de aplicaciones. La patente fue otorgada a Jorge González Ulloa con el número 10,632,167 argumentando para su concesión que el método permite fabricar un alimento de bajo costo que reduce significativamente el colesterol, permitiendo que sectores que no pueden acceder a medicamentos de alto precio puedan beneficiarse de esta “invención”.

Ésta no es la primera vez que ante una oficina de patentes se presenta una solicitud para pretender derechos exclusivos respecto de un producto o un proceso ampliamente conocido en una región o población, sorprendiendo la buena fe de quienes analizan las solicitudes y su ignorancia de los métodos y productos de este tipo. De hecho, son muchos los casos en los que han sido documentados robos de productos ancestrales –particularmente remedios herbolarios–, por parte de laboratorios que obtienen la información y la convierten en un producto alimenticio o farmacéutico de probada eficacia.

derechos bioculturales piloncillo
Imagen: The New York Times.

Este tipo de casos es lo que ha llevado, desde hace tres décadas, a desarrollar en diversos foros internacionales discusiones orientadas a salvaguardar el denominado “conocimiento tradicional”, no sólo para evitar este tipo de conductas parasitarias, sino para definir, al mismo tiempo, criterios y acuerdos que en el plano internacional permitan sistemas de balance para que esta clase de conocimiento sea aprovechable por el mundo, pero reconociendo a los pueblos y comunidades que los han preservado sus derechos primigenios sobre sus productos étnicos. A la pregunta sobre cómo se benefician estas comunidades del uso de su conocimiento tradicional, habría que decir que el primer acto de justicia es reconocer de dónde proviene el producto; en segunda instancia, si el mismo se desarrolla a partir de plantas endémicas para evitar la biopiratería; y en tercera instancia, reconociendo que quienes han preservado el conocimiento se vean beneficiados económicamente de cualquier explotación comercial futura.

En realidad, este no es otro principio de justicia que el mismo que se aplica para impedir el plagio de creaciones culturales indígenas, de los que nuestros grupos étnicos han sido víctimas reiteradamente, particularmente en sus artesanías y en productos del ramo textil.

La gran diferencia de esta clase de figuras respecto de las restantes de la Propiedad Intelectual es la singular condición consistente en que la titularidad del derecho no se atribuye a un individuo o persona moral en particular, sino a una comunidad que por su propia naturaleza se ubica en una posición conceptual difusa; la otra nota peculiar es que se trata de un derecho colectivo, que se acuña en la propia identidad del andamiaje cultural que le precede. A esta clase de derechos, que conectan a las comunidades con su entorno, forman parte de la nueva categoría denominada “derechos bioculturales”.

lucha de originalidad
Imagen: @julianguionbajo.

Debemos referir, como antecedente de esta novedosa categoría jurídica, que es resultado de la evolución del movimiento identificado como “Constitucionalismo Latinoamericano”, que en este punto parte del entendimiento de que los derechos del medio ambiente mutan a raíz de la aceptación de fenómenos críticos como el cambio climático y el agotamiento de los recursos naturales, siendo las Constituciones de Ecuador (2008) y Bolivia (2009) las pioneras en el reconocimiento de la naturaleza y quienes la conforman, como un sujeto de derechos, amparadas en el principio ancestral del buen vivir: sumak kawsay –quechua– y suma qamaña –aymara–. Colombia, en una sentencia histórica del año 2016, llevó el concepto a su más elevada concepción definiendo los derechos bioculturales como el reconocimiento de la profunda e intrínseca conexión que existe entre la naturaleza, sus recursos y la cultura de las comunidades étnicas e indígenas que los habitan, los cuales son interdependientes entre sí y no pueden comprenderse aisladamente.

Los objetivos de este tipo de regulación van mucho más lejos que los clamores inflamados por súbitos ataques nacionalistas como los que regularmente presenciamos, cada vez que se reporta una copia o imitación de productos de arte indígena. La protección incluye la literatura popular, artes y oficios tradicionales, música, artes visuales y ceremonias, creencias populares, arquitectura tradicional asociada con localidades específicas, así como formas de conocimientos populares relacionados con preparaciones medicinales y la práctica de la medicina tradicional, la agricultura, la conservación y el empleo sostenido de la diversidad biológica.

Otra de las manifestaciones más acabadas de los derechos bioculturales son las llamadas Denominaciones de Origen y las Indicaciones Geográficas, que permiten que los grupos de productores de una región determinada puedan preservar para sí el empleo de la denominación del producto al que han dado nombre, dando a estos grupos y comunidades una razón de pertenencia que los aglutina y que les permite construir cadenas productivas de valor que les dan visibilidad e ingresos.

Estamos, claramente, ante una nueva generación de derechos que por fin reconoce a “los derechos de la Tierra” como una realidad que debemos considerar y respetar en la forma de una obligación transversal y progresiva. No es una moda, es un llamado, tal vez desesperado, por modificar nuestra relación con el lugar que habitamos.


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Legado de gigantes en la península de Baja California

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En las alturas de la Sierra de San Francisco, se pueden ver hoy miles de metros de muros de piedra que ostentan los soberbios testimonios de una antiquísima y enigmática civilización.

Esas extraordinarias pinturas manifiestan la forma de vida de un grupo humano envuelto en misterio del que sabemos muy poco.

En el pasado ultralejano no existía la Península de Baja California; esa cenefa de tierra estaba adherida al continente, era una extensión del mismo.

Los geólogos estiman que hace aproximadamente cinco millones de años, las aguas del Océano Pacífico subieron dramáticamente de nivel y cercenaron la parte occidental de lo que hoy es nuestro país.

sierra california
Imagen: INAH.

Este proceso separó una franja de tierra que mide aproximadamente 144,000 Km². Así surgió la península de Baja California y como resultado de lo anterior también el mar de Cortés.

La Península de Baja California, además de su muy particular estructura geológica, cuenta con características ecológicas y restos arqueológicos que la hacen particularmente relevante.

Durante administraciones anteriores, gracias al enorme esfuerzo del gobierno federal, a través de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (CONANP), se crearon en Baja California 19 Áreas Naturales Protegidas, 3 Parques Nacionales, 2 Áreas de Protección de Flora y Fauna, 4 Reservas de la Biósfera y 10 áreas destinadas a la conservación.

El reconocimiento internacional por el valor natural y cultural de Baja California, lo demuestra el hecho de que allí existen dos Reservas de la Biósfera designadas “Patrimonio de la Humanidad” por la UNESCO: “El Vizcaíno” y “Las Islas y Áreas Protegidas del Mar de Cortés”.

En la Sierra de San Francisco, la cual forma parte de la Reserva “El Vizcaíno”, se encuentra uno de los tesoros arqueológicos y artísticos más extraordinarios de México y del mundo; se trata de las inauditas pinturas rupestres.

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Imagen: SEGOB.

Algunos de estos frescos pertenecen al estilo denominado “Gran Mural”; éstas son composiciones pictóricas de enorme formato. Su preeminencia se debe a sus dimensiones, la calidad de la ejecución, y la gran extensión geográfica en la que están presentes, dado que se localizan en numerosos sitios; además, por si lo anterior fuera poco, en excelente estado de preservación.

Los estudiosos piensan que su origen se remonta a los antiguos californianos, quienes habitaron la zona antes del pueblo Cochimi o Guachimi.

Los Cochimi pensaban que los creadores de aquellas enormes pinturas habían sido individuos de gran tamaño, auténticos gigantes venidos del norte para ocupar las sierras centrales de la península; los cuales habían desaparecido debido a conflictos internos.

Las luchas armadas que aparecen en las paredes de las cuevas dan pie a esta suposición.

Las pinturas fueron ejecutadas en distintas épocas, a lo largo de más de 7000 años. Recientemente se logró determinar que la más antigua es una figura humana que se encuentra en la cueva San Borjitas, y data de hace 7500 años, por ende, es también la pintura rupestre más arcaica del continente.

Estas extraordinarias manifestaciones plásticas fueron plasmadas sobre la piedra por grupos de cazadores, pescadores y recolectores, los cuales, para nuestro beneficio, también eran artistas.

Aquellos legendarios pintores emplearon pigmentos minerales para trazar esas enormes imágenes, principalmente en el interior de las cuevas.

Los frescos describen escenas de interacción entre el hombre y la naturaleza, también ceremonias religiosas. Hay quienes piensan que algunas de esas composiciones se podrían interpretar como un intento por manifestar la existencia de fuerzas energéticas o mágicas.

Las figuras son muy variadas, aunque predomina el ser humano (hombres mujeres y niños). Además aparecen distintos tipos de armas ya sea mientras eran empleadas para la cacería o cuando se utilizaban para la guerra y, por supuesto, los animales de la región: conejo, puma, lince, venado, cabra salvaje y el gallardo borrego cimarrón.

sierra baja california
Imagen: Más México.

No es de sorprender encontrar también pintadas en las rocas, imágenes de tortugas, atunes, sardinas y pulpos, entre las aves están presentes: el águila y el pelícano.

Aquellos anónimos artistas plásticos de antaño, agregaron al arte figurativo, elementos abstractos: círculos, triángulos y soles policromados que a veces se yuxtaponen; plagando aún más de interrogantes a las pinturas.

En los murales se logra apreciar una enorme gama de colores, si bien, predominan el negro, el rojo el amarillo y el blanco.

El descubrimiento de este tesoro pictórico, se debe al jesuita Francisco Javier en el siglo XVIII. La Sierra de San Francisco es la zona con mayor concentración de arte prehispánico en la península de Baja California. En 1993 la UNESCO concedió a estas pinturas rupestres la nominación de “Patrimonio Cultural de la Humanidad”.

Enrique Hambleton (fotógrafo autor y conservacionista) captó con su lente imágenes extraordinarias de estas pinturas rupestres; esas célebres fotografías fueron una piedra angular en la designación de la UNESCO.

Este extraordinario legado pictórico es un auténtico rompecabezas que abre una enorme ventana hacia el pasado. Pertenece al pueblo de México, su estudio y preservación deben ser prioritarios para salvaguardar este patrimonio de inimaginable valor.


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Chapultepec, Naturaleza y Cultura: un proyecto parasitario

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Por Gustavo A. Ramírez Castilla.

Secretario General del Sindicato Nacional de Profesores
de Investigación Científica y Docencia del INAH.

Un proyecto parasitario que se chupará los recursos vitales para el desarrollo de la cultura en México

El jueves 12 de noviembre del año en curso, el Pleno de la Cámara de Diputados, desechó la reserva presentada por el diputado Sergio Mayer Bretón, presidente de la Comisión de Cultura y Cinematografía, al Proyecto de Presupuesto de Egresos de la Federación (PPEF) 2021, para reasignar más de 1 mil 900 millones de pesos a las instituciones del Sector Cultura, de los 3 mil 508 millones de pesos designados por la SHCP al proyecto Chapultepec, Naturaleza y Cultura. Con esta decisión, se asesta un duro golpe a la cultura y educación en México, al dar vida a una megaobra multianual que, durante los tres años siguientes, chupará recursos de todas las instituciones y programas del Sector Cultura, tanto federales como estatales y municipales, dejando a la población del interior de la República sin acceso a obras, productos, servicios culturales y educativos de calidad y, a las instituciones culturales y creadores, al borde de la ruina.

Durante décadas, el sector cultura del país, se ha visto limitado en su desarrollo por la carencia consuetudinaria de suficiencia presupuestal; pero nunca antes como ahora, se le han reducido los recursos para, al menos, funcionar, de hasta el 0.47 % del PIB de sexenios anteriores, al 0.17% del PIB en la actualidad. “Estábamos mejor, cuando estábamos peor”, reza un dicho popular. Se puede entender que, por la crisis económica mundial generada por la pandemia del COVID-19, una gran parte de los recursos económicos se destinen a garantizar la salud de la población. Lo que no puede entenderse es que, bajo estas circunstancias, se concentre casi un 25% del presupuesto destinado en el PPEF 2021 al Ramo 48, en una sola obra. Y que, para ello, se les quiten recursos a las instituciones fundamentales del sector y se le otorguen a un solo, nuevo e innecesario proyecto: Chapultepec, Naturaleza y Cultura. Ello ocasiona un desequilibrio tanto presupuestal como de distribución horizontal, pues esa obra se concentra en la Ciudad de México, excluyéndose a los demás Estados y municipios del país de los beneficios de los programas locales de cultura. Chapultepec, Naturaleza y Cultura es un proyecto atractivo; pero no es un proyecto prioritario ni necesario –así también lo afirmó el diputado Mayer pues, según sus propias palabras–, hasta ahora, nadie ha podido demostrarlo. No obstante, sí es un proyecto parasitario que se chupará los recursos vitales para el desarrollo de la cultura en México.

El Proyecto Chapultepec, Naturaleza y Cultura tendrá un costo de más de 10 mil millones de pesos. Y tal como lo impone la Ley de Hierro de todo megaproyecto, los sobrecostos suelen multiplicarse y los retrasos a prolongarse, por lo que podría esperarse que los siguientes años la obra se encarezca y se alargue, asfixiando aún más al Sector Cultura.  De acuerdo con los análisis de Carlos Villaseñor, reconocido experto en políticas culturales y consultor de la UNESCO, para dotar al proyecto Chapultepec de recursos en el ejercicio fiscal 2021, se les quitan recursos a las entidades y organismos de la Secretaría de Cultura en porcentajes que van del -1.65% al -19.43%. Particularmente sensible en los casos del INAH y del INBAL; del total asignado al Ramo 48, es decir, Cultura, $3,508 millones de pesos se destinan sólo al proyecto Chapultepec, con lo que el presupuesto real total es de únicamente 10 mil 477 millones 117 mil 395 pesos. Lo que significa que tan sólo el 0.17% del gasto federal será destinado a la cultura; muy lejos del 1% recomendado por la UNESCO.

Comparativo del Presupuesto asignado para el PEF 2020 y el Proyecto PEF 2021, Sector Cultura

Tabla presupuesto proyecto cultura
Elaboró: Carlos J. Villaseñor Anaya (se permite utilizar los datos, citando la fuente, 9 de septiembre de 2020; gaia@prodigy.net.mx).

El proyecto Chapultepec contempla integrar el espacio natural con la oferta cultural existente en una gran área peatonal. Entre las propuestas de oferta cultural contempla un jardín botánico, pabellones, una casa de cultura política y una Bodega Nacional de Arte. De acuerdo con la información de la página web, esta bodega será un:

Espacio expositivo y de conservación, que otorgará condiciones óptimas de seguridad, iluminación y climatización para garantizar la conservación de acervos, salas de reserva y equipamientos técnicos para la conservación, servicio y estudio de las colecciones públicas y de los museos históricos del país. Servirá como plataforma pedagógica para estudiantes de restauración y profesionales de museos que busquen realizar talleres, investigaciones o estadías de trabajo. Podrá también ser utilizada para resguardar colecciones privadas dentro de la cuarta sección.

Tan sólo la Bodega tendrá un costo mayor a mil millones de pesos y se prevé que cuente con el mejor equipamiento y personal para el adecuado resguardo, conservación y estudio de las colecciones, además de dar cabida a colecciones privadas. Lo anterior es inconcebible; crear un nuevo espacio de almacenamiento de colecciones, cuando los museos, centros de investigación, laboratorios y bodegas del Instituto Nacional de Antropología e Historia en sus sedes estatales, carecen de las mínimas condiciones para el resguardo, conservación y estudio de las colecciones arqueológicas, paleontológicas e históricas, propiedad de la Nación. Para muestra basta un botón.

La bodega de colecciones de salvamento arqueológico ubicado en un antiguo edificio de la calle de la Alhóndiga, en el Centro de la CDMX, se inunda frecuentemente con aguas negras; algunos de los invaluables materiales arqueológicos del país, se hunden en la temporada de lluvias entre excremento y aguas putrefactas. Tampoco es inusual ver en los Centros INAH del país, las importantes colecciones recuperadas en los proyectos, guardadas en cajas de huevo, estibadas una sobre otra por carencia de estantería. Cajas aplastadas con enterramientos humanos, cubiertas con hules para evitar que los chorros de agua que se cuelan por los techos las mojen. Espacios colmados de humedad, sales y hongos como la fortaleza de San Juan de Ulúa, del centro INAH Veracruz, usada de almacén de colecciones, o el sofocante edificio del Centro INAH Campeche que también almacena piezas arqueológicas, mientras sus aplanados se caen por el salitre de los muros; y así por todo el país.

Ni qué decir de los museos, como el de Paquimé en Chihuahua, donde llueve más adentro que afuera; o la biblioteca Antonio Peñafiel del Centro INAH Hidalgo, donde las filtraciones han dañado severamente su acervo bibliográfico, como sucedió también en la Biblioteca y el Museo Nacional de Antropología, hasta hace poco, por décadas de falta de mantenimiento apropiado. No debe crearse nueva infraestructura sino cuidar, reparar y conservar la que ya se tiene. ¿Para qué otro elefante blanco que en pocos años también estará abandonado a su suerte, pasado el furor de la 4T?

Las zonas arqueológicas, esos mal llamados atractivos turísticos que tanto se pretenden explotar con los turistas del Tren Maya, tampoco son la excepción. Los visitantes no se pueden imaginar los estragos de la humedad y la lluvia que exfolia la roca, invade de sales los muros, corroe el interior de las paredes poniendo en riesgo su estabilidad. Y cada día, cada año, se deberían invertir millones de pesos en mantenimiento, que la venta de boletos no alcanza a cubrir, contrario a la creencia popular. Sanitarios inservibles, techumbres perforadas, casetas estropeadas, es lo frecuente. Pero como no se tiene el recurso suficiente, los daños se acumulan en todas las zonas arqueológicas abiertas al público, principalmente en las más famosas: Teotihuacán, Tajín, Chichén Itzá, Palenque y muchas más. Otras, las menos famosas, están en el completo abandono, una vergüenza nacional, como Las Higueras en Vega de Alatorre, Veracruz; Las Flores y Tammapul en Tampico y Tula, Tamaulipas; Xiutetelco en Puebla, etc. No se deberían abrir más zonas arqueológicas al público hasta no dignificar y conservar adecuadamente las que ya se tienen.

Las Higueras en Vega de Alatorre, Veracruz
Las Higueras en Vega de Alatorre, Veracruz en estado de abandono y cerrada al público.

El INAH tiene un déficit presupuestal de 1 mil 200 millones de pesos, actualmente adeuda casi 400 millones de pesos a prestadores de servicios de arrendamientos de vehículos y computadoras, servicios de limpieza, de seguridad y vigilancia, entre otras. Sin un presupuesto suficiente, digno y respetuoso de sus aportes a la Nación, el Instituto está al borde de la quiebra y de la parálisis de sus funciones sustantivas.

Cómo se asienta en el reclamo de los sindicatos del INAH y del INBAL a los diputados que desdeñaron las necesidades del Sector Cultura, “A 500 años de la Conquista, ¡se asesta otro golpe letal a las culturas de México!

Bajo las actuales circunstancias, digo ¡No, al proyecto Chapultepec!

Cholula, Puebla, deslaves en el perfil expuesto.

Nota: Mi sincero agradecimiento a los colegas del INAH que proporcionaron las fotos que ilustran este artículo.

Demoler la historia

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La voracidad inmobiliaria, amparados en una ley obsoleta y en la negligencia de las autoridades INBAL-INAH, está acabando con la historia arquitectónica de las ciudades del país. La historia está plasmada en la arquitectura, no sólo en monumentos y zonas arqueológicas, las construcciones para usos cotidianos, comerciales, que contienen estilos determinantes de una época, que poseen materiales nobles, son de gran valor histórico y artístico.

La Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicas, Artísticos e Históricos, es obsoleta, data de 1972 y la revisión es de 1986, deja en el desamparo a la arquitectura del siglo XX, y ese vacío y las incongruencias del reglamento, permiten que la especulación inmobiliaria derribe toda clase de inmuebles de gran valor y pongan adefesios de vidrio o estacionamientos. La Ley, para empezar, contempla como valor “histórico” a la arquitectura desde el siglo XVI hasta el siglo XIX, es decir, los edificios Art Decó, Art Nouveau, Bauhaus, las casas estilo “californiano”, “porfiriano”, postrevolucionaria, no están amparados.

grafitti sobre inmuebles antiguos
Fotografía: Revista Visiones Alternas.

Lo más terrible es que edificios catalogados son destruidos por el gobierno de la Ciudad de México, como la Octava Estación de Policía de Avenida Cuauhtémoc, de los años 30. O también, la gasolinera Súper Servicio Lomas del arquitecto funcionalista Vladimir Kaspé, construida en 1948, fue destruida por los vacíos de la Ley para colocar el mediocre y enorme edificio del arquitecto Teodoro González de León.

Las demoliciones de inmuebles antiguos de la colonia Roma, Condesa, Polanco, Del Valle, Santa María la Ribera, y Centro, están fuera del criterio de la Ley, no son monumentos históricos. La ley, a pesar de afirmar en su Artículo 33 que “Son monumentos artísticos los bienes muebles e inmuebles que revistan valor estético relevante. Para determinar el valor estético relevante de algún bien se atenderá a cualquiera de las siguientes características: representatividad, inserción en determinada corriente estilística, grado de innovación, materiales y técnicas utilizadas y otras análogas”, no asume que el siglo XX es de valor histórico además de artístico, como es la arquitectura de las Olimpiadas de 1968.

inmuebles antiguos
Súper Servicio Lomas (MXCity).

El registro no lo hacen las autoridades, es una iniciativa de los dueños del inmueble, así que si los dueños nunca lo registran, ese inmueble se vende y se derriba. El INBAL y el INAH no tienen un catálogo de edificios con estilos artísticos del siglo XX y, por supuesto, no hacen inspecciones para localizar estos inmuebles. Las remodelaciones están reglamentadas, y la misma autoridad autorizó la espantosa “adecuación” del Museo del Chopo, que contradice la estética del espacio.

Obviamente por eso no somos París, ni Florencia, porque aquí tiene prioridad la corrupción inmobiliaria, que desde hace décadas destruye esa arquitectura que aporta carácter y belleza a la ciudad. Es urgente que la Ley de monumentos sea revisada y actualizada, para proteger la historia de las ciudades, y que las autoridades ya no sean cómplices de las inmobiliarias.


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Al grito de guerra: el patrimonio amenazado en un tuit

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Días de tensión creciente se han vivido a raíz del ataque en Bagdad, en el cual murió el comandante militar iraní Qasem Soleimani. Más allá de glosar notas que todos hemos leído en días recientes, este hecho y uno de los tuits del presidente Donald Trump me hicieron reflexionar en algo que ha estado en la mesa desde tiempo atrás y que también se ha discutido con motivo de los acontecimientos en nuestro país: ¿qué papel cumple el patrimonio? ¿Para quiénes, en qué entornos, en qué contextos consideramos a algo motivo de protección?

Patrimonio es legado, entraña tanto la herencia que se ha recibido como los bienes adquiridos y acumulados por uno mismo. El patrimonio tiene un carácter aditivo, como la tradición: se transmite, se elabora, se custodia, se defiende, se engrandece, se valora. Patrimonio es riqueza y siempre es de alguien. El patrimonio tiene, entre otras cosas, significado y por ello es determinante esta relación de pertenencia que, a su vez origina protección.

Imagen: Reporte Indigo.

¿Quién valora el patrimonio? Hay dos antecedentes que es necesario tomar en cuenta. A raíz de la destrucción de bienes muebles e inmuebles derivada de la Segunda Guerra Mundial, se contempló en la Convención de La Haya (1954) la protección de la propiedad cultural en el caso de un conflicto armado; por otro lado, el 16 de noviembre de 1972 se firmó en París la Convención sobre la protección del patrimonio mundial, cultural y natural; la inclusión de este último rubro es lo que le da especificidad al documento que, en lo tocante a lo cultural, no plantea algo sustancialmente distinto a lo que se define como patrimonio cultural en la Convención de 1954. El Artículo 1º de la Convención de 1972 dice que es considerado patrimonio:

los monumentos: obras arquitectónicas, de escultura o de pintura monumentales, elementos o estructuras de carácter arqueológico, inscripciones, cavernas y grupos de elementos, que tengan un valor universal excepcional desde el punto de vista de la historia, del arte o de la ciencia–los conjuntos: grupos de construcciones, aisladas o reunidas, cuya arquitectura, unidad e integración en el paisaje les dé un valor universal excepcional desde el punto de vista de la historia, del arte o de la ciencia–, los lugares: obras del hombre u obras conjuntas del hombre y la naturaleza así como las zonas, incluidos los lugares arqueológicos que tengan un valor universal excepcional desde el punto de vista histórico, estético, etnológico o antropológico.

patrimonio cultural  Bam

En 2003, la UNESCO incorporó la noción de patrimonio inmaterial, consistente en prácticas culturales, artefactos que intervienen en ellas, expresiones orales, conocimientos relativos a la naturaleza y al universo, actos festivos, etc.

Ahora bien, estas convenciones apuntan directrices generales para la protección del legado, un legado que, por su importancia, ya no solamente debe ser custodiado por una comunidad específicamente, sino por todos los países que suscriben los documentos. En días recientes, Audrey Azoulay, directora general de la UNESCO, le recordó al presidente Trump que su país ha suscrito compromisos en convenios internacionales que lo impelen a respetar el patrimonio cultural. Diversos actores en redes sociales han publicado, a partir de la lista de la UNESCO, fotografías de los lugares emblemáticos de Irán que están en riesgo a raíz de la amenaza de Trump del pasado 4 de enero. No refiere cuáles; habla de 52 objetivos de alta importancia para Irán y la cultura iraní. La AAMC (The Association of Art Museum Curators) condenó el pasado lunes 6 la amenaza de destrucción y se refirió a “nuestra global y compartida herencia cultural”. Es decir, no es de Irán, es de todos. Amenazas y destrucciones de facto ya han tenido lugar en diversos momentos: la destrucción de monumentos como los budas gigantes de Afganistán, destruidos por los talibanes; el arco de Palmira en Siria y el ataque a esculturas en el Museo de la Civilización de Mosul por parte de yihadistas de ISIS; mausoleos sufíes de la ciudad de Tombuctú (Mali) que sucumbieron a manos de tuaregs e islamistas radicales. La cuenta, desafortunadamente, es larga y me limito a recordar sólo lo que ha sucedido en los años más recientes.

Audrey Azoulay, directora general de la Unesco (Fotografía: Telesurtv).

¿Por qué amenazar con destruir monumentos? ¿Por qué podría ser significativo destruir el patrimonio cultural? Porque significa. Esta significación puede estar asentada en motivos religiosos para una comunidad muy específica y quizá más próxima, en motivos estéticos y de apreciación histórica para otros. Los monumentos no son piedras estables e impasibles que testimonian los logros técnicos del pasado: son construcciones discursivas vivas, que se hacen en el presente. Redimensionan tragedias del pasado, nivelan el terreno en términos simbólicos, palian dolores, rinden homenaje, reivindican, dan prueba de un poder alcanzado, tranquilizan, perturban, lo que sea, pero permiten construir continuidad. Los monumentos (en general) son medios físicos para trascender la muerte en términos culturales. Para trascender el olvido.

Hace meses que estamos presenciando marchas de mujeres que realizan pintas en los monumentos de Paseo de la Reforma. Mi postura ya fue expresada en esta columna y de ninguna manera creo que una serie de pintas pongan en riesgo de destrucción total a ninguna construcción. Cuando cayó, presa de las llamas, la aguja de Notre Dame en abril del año pasado, miles de parisinos y visitantes de la Ciudad Luz se hermanaron en un sentimiento de irreparable pérdida con quienes presenciábamos el acontecimiento a través de la televisión y las redes sociales. Hace no mucho las reacciones producidas a raíz del escándalo que suscitó en un grupo de campesinos el Zapata gay de Cháirez fueron todo un tópico y motivaron una serie de reflexiones en torno al machismo que ya también he refigurado en La deriva de los tiempos. Ninguno de los ejemplos que he referido obedece a las mismas circunstancias. No obstante, hay un hilo en común: es patrimonio cultural, se vulnera significativamente a alguien y el legado se encuentra en el centro de las disputas puesto que representa, semantiza, iconiza diversos intereses. ¿Hay motivos para destruir completamente lo que ha sido significativo para muchos, por mucho tiempo?

patrimonio cultural Mezquita Rosa

La cosa se pone muy, pero muy espinosa. No puedo defender la destrucción sino tratar de entender razones y de reflexionar en los significados. Cuando un grupo invade a otro o trata de imponerle su credo religioso, es obvio que los que van a sufrir primero las consecuencias van a ser los monumentos y artefactos creados con fines litúrgicos. Si no, recuerden cómo les fue a los “ídolos” y construcciones indígenas durante La Conquista y evangelización del territorio mesoamericano. Un reclamo de atención, por demás legítimo, por parte de las mujeres como grupo vulnerado a causa del machismo, la impunidad, la inseguridad y la violencia despertó la conciencia de protección patrimonial (que andaba medio dormida) de un sector que estimaba que “ésas no eran maneras de protestar” sin parar mientes en que las cifras de mujeres asesinadas, violadas y acosadas han ido en aumento exponencial durante los últimos años. De nuevo, no estoy justificando nada, pero que un presidente (y no cualquiera, el de los Estados Unidos de Norteamérica) lance una amenaza que, por salir en Twitter no es menos peligrosa contra una serie de objetivos de interés cultural para Medio Oriente y capitales para comprender el devenir de la historia de Occidente, me parece fuera de toda proporción.

Me hago las mismas preguntas siempre que leo sobre estas cosas y que veo las palabras “patrimonio mundial”, que se supone que es de interés para la humanidad. No sé si a un migrante africano le interese la posible destrucción de la mezquita de Isfahán. No sé si a una mujer ultrajada en Corea del Norte le despierte alguna emoción el hecho de saber de la pérdida de Notre Dame. Tampoco estoy segura de si un migrante mexicano que marcha desesperado a la frontera del Bravo se sentiría muy vulnerado al saber de la subasta de piezas arqueológicas mesoamericanas que se llevó a cabo en París hace unos meses y que fue foco de reclamos bastante pueriles por parte de nuestras autoridades diplomáticas nacionales.

patrimonio cultural Golestan en Teheran

En varios medios se dijo que destruir el patrimonio cultural en medio de un conflicto armado (y con la deliberación de Trump) es un crimen de guerra. Yo digo que la guerra es un crimen. Las pérdidas de la población civil son inconmensurables en todos los sentidos; los daños al patrimonio intangible y, por supuesto, la destrucción de monumentos antiguos que dan fe de lo que otras culturas han sido capaces de hacer, no tienen ninguna justificación. No exhorto a ponderar si Trump tuvo o no razón al haber proferido la amenaza. Exhorto a pensar en el término “patrimonio”. Con todo, preferiría usar el de legado o herencia, para quitarle la carga jurídica y patriarcal, pero eso es otro asunto. Legado, herencia y tradición van juntos en términos de cómo pensamos en lo que tenemos y para quién lo tenemos. Cada quien cuida su parcela, bien es cierto, y en algunos lugares no nos da el presupuesto o la estrategia para ejercer una buena custodia. El legado se transmite de generación en generación (dejemos de lado eso de “de padres a hijos”, pues no nos deja extender la reflexión hacia entornos más comprensivos) con la finalidad de enorgullecer, formar, identificar, permitir la comprensión de una serie de procesos y el autorreconocimiento. Lo que hay en Irán, en Iraq, en Armenia, en Siria, en Jordania, en Líbano, en Turkmenistán es tan valioso como lo que hay en Teotihuacán o Chichén Itzá. No creo que a Trump lo tenga preocupado la reacción airada de la comunidad mundial que vela por proteger al patrimonio y no sé si haya reparado en que la UNESCO contempla sanciones para quienes incurran en destrucción, siendo parte de los países firmantes de las convenciones; no lo creo, como no veo que a Andrés Manuel le preocupe la devastación natural, social y arqueológica que va a implicar la construcción del Tren maya. Lo que creo es que como humanidad no debemos permitir que semejantes sujetos lleguen a decisiones de poder.