Citas desde Barcelona

La Costa Brava: refugio de artistas

Lectura: 6 minutos

La zona costera de Cataluña que va desde la localidad de Blanes hasta el pequeño pueblo de Portbou, junto a la frontera con Francia, recibe el nombre de Costa Brava,  por su paisaje escarpado y agreste. Desde hace décadas es un destino turístico muy importante, caracterizado por sus bosques en primera línea de mar y por el “Camino de Ronda”, un sendero que recorre todo este litoral. Localidades, como los anteriormente citados y otros como: Tossa de Mar, Lloret de Mar, Sant Feliu de Guixols, Cadaqués, Palafrugell, Platja d’Aro, Palamós o Roses, son lugares que se han hecho famosos en buena parte del mundo.

Situada en el noreste de la península ibérica, en la provincia de Girona, ha visto a numerosos pueblos. Los íberos estaban asentados en este territorio –se conservan vestigios en Ulastret y Lloret de Mar– cuando los griegos llegaron en el siglo VI a.C. y fundaron la colonia de Empúries; tres siglos después llegaron los romanos. En el siglo VIII d.C. los musulmanes conquistaron buena parte de la zona, pero a mediados del siglo IX, Carlomagno la reconquistó. Unos cuantos siglos después, la Costa Brava fue escenario de batallas contra las tropas de Napoleón. Poco antes del asedio francés de la ciudad de Girona, capital de la provincia homónima, que duró de mayo a diciembre de 1809, desembarcó en Roses el mítico capitán de navío inglés, Lord Thomas Cochrane, en  noviembre de 1808. Durante cuatro semanas y con muchos menos hombres, resistió el avance de las tropas napoleónicas en el Castillo de la Trinidad. Finalmente, se retiró con sus tropas al barco, volando por los aires la fortaleza.

En este artículo quiero centrarme en los numerosos artistas que hicieron famoso este territorio o que vinieron para poder inspirarse. El pintor Marc Chagall, el escritor Truman Capote o artistas de cine como Ava Gardner, Elizabeth Taylor o Kirk Douglas, quienes rodaron diversas películas aquí. Pero sin duda, no hay que olvidar, a dos artistas autóctonos que dieron fama a la Costa Brava: Salvador Dalí y el escritor y periodista Josep Pla.

costa brava cadaques
Dalí en su casa de Cadaqués (Imagen: Museus Salvador Dalí).

El pintor surrealista era oriundo de la ciudad de Figueres, pero su familia tenía una casa de verano en el pequeño pueblo costero de Cadaqués, en la zona de Portlligat; donde Dalí pasó largas temporadas junto con su pareja y musa Gala. En el transcurso de esa época, la imagen del pintor empezó a estar ligada a la Costa Brava, sobre todo por los numerosos reportajes que le hacían las televisiones nacionales y extranjeras. En su juventud, sus grandes amigos Federico García Lorca y Luis Buñuel habían ido con él a la localidad. A partir de la década de 1950, fueron muchas las personas que empezaron a visitar al pintor en su casa: el artista y ajedrecista Marcel Duchamp –le gustó tanto Cadaqués que se compró una casa–, el fotógrafo Man Ray, los pintores Pablo Picasso, Joan Miró, Richard Hamilton, Maurice Boitel y Joan-Josep Tharrats, quien publicó un libro en 1981, titulado Cent anys de pintura en Cadaquès, (1981). Tharrats afirmó: “Cadaqués es el pueblo con más pintores por metro cuadrado del mundo”.

Josep Pla (1897-1981) es otro personaje que resulta imposible no relacionarlo con la Costa Brava. Este escritor y periodista es considerado el literato más importante de la literatura catalana del siglo XX. Al igual que Dalí, era de la zona del Empordà, la parte norte de la Costa Brava, concretamente del pueblo de Palafrugell. Pla destacó en numerosos campos como el periodístico, la narrativa y la biografía. Su dietario publicado en 1966 con el título de El quadern gris, es quizá su obra magna. Pero este prolífico autor también se destacó en los relatos de viajes y en el ensayo antropológico y costumbrista; teniendo una obra considerable sobre lugares de la Costa Brava: Guía de la Costa Brava (1941), la cual publicó de nuevo en 1976 en catalán, como parte de sus obras completas; Cadaquès (1947) y el libro sobre la gastronomía Empordà: El que hem menjat (1972). Pla y Dalí habían sido amigos en su juventud, aunque se distanciaron un largo periodo, reanudaron su amistad en 1970, elaborando juntos la obra bibliófila Obres de Museu (1981).

Tossa de Mar
Tossa de Mar (La Vanguardia).

Otro lugar donde acudieron muchos pintores fue la pequeña localidad de Tossa de Mar, desde la segunda mitad del siglo XIX hasta mediados de los años 30 del siglo XX. Era un pequeño pueblo de pescadores con una espectacular ciudad medieval amurallada que tenía vistas al Mediterráneo con una luz muy peculiar que llamó la atención a pintores como Jaume Villalonga (1861-1904), Joan Bull (1863-1912), Rafael Benet (1889-1979); pero también a artistas extranjeros como la georgiana Olga Sacharoff (1889-1967), André Masson (1896-1987) o Marc Chagall (1887-1985); el pintor de origen bielorruso pasó algunas temporadas en el pueblo durante la década de 1930, calificando a Tossa de Mar como “Paraíso Azul“. En el Museo Municipal de Tossa, se pueden ver obras de estos artistas: El violinista celeste, del propio Chagall, o La inglesa de George Kars, uno de los fundadores de este museo. 

violinista celeste
El violinista celeste” de Marc Chagall, 1934, en Tossa de Mar.

El estallido de la Guerra Civil Española en verano de 1936, provocó que muchos artistas abandonasen el país. Años después, a principios de los años 50, fue la industria cinematográfica estadounidense la que empezó a sentir interés por la Costa Brava.  Buñuel y Dalí habían realizado sus filmes surrealistas en este territorio: Un perro andaluz (1928) y La Edad de oro (1930); pero en la década de 1950, grandes cineastas y actores empezaron a llegar a la zona. En aquel momento, España vivía una dura postguerra y los productores podían encontrar un lugar poco masificado y alejado del turismo de masas y mucho más barato.

Una de las primeras películas estadounidenses que se rodó en la Costa Brava, fue Pandora and the flying Dutchman, dirigida por Albert Lewin y protagonizada por James Mason, Ava Gardner y Nigel Patrick. La película era un drama romántico basado en la leyenda del “holandés errante”, que se rodó en las localidades de Tossa de Mar –aunque en la película el pueblo recibe el nombre de Esperanza–, Palamós y S’Agaró. Pero lo que dio fama a la película fue los problemas sentimentales de Ava Gardner con su marido Frank Sinatra. Éste creyó que la actriz tenía un romance con el torero y actor Mario Cabré, quien actuaba en la película, por lo que fue rápidamente al rodaje para comprobarlo. Años después, a la actriz le erigieron una estatua en Tossa.

costa brava cadaques
Ava Gardner y Frank Sinatra en Tossa (tomada de: El Cinefil).

Siguieron otros largometrajes notables como: Mr. Arkadin (1955) de Orson Welles, The Spanish Gardener (1956), Chase a Crokked Shadow (1958) de Michael Anderson y Suddenly, Last Summer (1959), una polémica película dirigida por Joseph L. Mankiewicz, basada en una obra de Tennessee Williams y protagonizada por Katharine Hepburn, Elizabeth Taylor y Montgomery Clifft. Otra película fue Nicholas and Alexandra (1971) de Franklin J. Schaffner, “El Hostal de la Gavina”, un hotel de lujo situado en S’Agaró, se convirtió en el lugar donde iban todas las estrellas internacionales cuando visitaban la Costa Brava.

Hasta principios de los años 70 siguieron realizándose numerosas películas, incluyendo algunas adaptaciones de obras de Julio Verne como: Mysterious island (1961) de Cy Endfield o The Light at the Edge of the World (1971), protagonizada por Kirk Douglas y Yul Brynner. También numerosos directores españoles rodaron películas en la Costa Brava: Gonzalo Suárez, Jaime Camino, Juan Antonio Bardem o Josep María Forn.

Muchos escritores encontraron un lugar para vivir o inspirarse en la Costa Brava. El mítico Truman Capote estuvo tres veranos seguidos (1960, 1961 y 1962), en Palamós, donde acabó escribiendo la que se considera su obra maestra: In Cold Blood (1965).  El británico Tom Sharpe (1928-2013), autor de la saga de novelas de Wilt, pasó muchos años en la localidad de Llafranc, en Palafrugell. Asimismo, el escritor catalán Terenci Moix tuvo una casa en la localidad de Ventalló, en la comarca del Alt Empordà. Gabriel García Márquez vivió varios años en Barcelona y solía visitar la Costa Brava con frecuencia, dedicando un cuento al fuerte viento típico de la región, La Tramuntana.

costa brava cadaques
Cadaqués (National Geographic).

Pero quien pasó muchos años fue Roberto Bolaño, el escritor chileno se instaló en 1985 en Blanes, donde vivió hasta su pronta muerte en 2003. Autor de obras, como: Estrella distante (1996), Los detectives salvajes (1998) o la publicada póstumamente, 2666 (2004). Bolaño escribió buena parte de su obra en esta villa y tras su muerte recibió numerosos homenajes en esta localidad. Llegó a decir: “Nunca sospeché que un día llegaría a Blanes, y que ya nunca más desearía marcharme”.

La Costa Brava es un lugar increíble que merece ser visitado. Obviamente es difícil encontrar las mismas características de lo que fue a principios del siglo XX, al haber sido un territorio dedicado a la pesca o a la agricultura. Ahora es un centro turístico con algunos lugares demasiado masificados, pero dentro de su extensión se encuentran muchos otros rincones que son realmente bellos.


También te puede interesar: Leonora Carrington: de Inglaterra a México.

Leonora Carrington: de Inglaterra a México

Lectura: 6 minutos

México se convirtió en un lugar de acogida para miles de refugiados españoles tras la caída de la República en 1939, pero también lo fue para numerosas personas que huían de la invasión alemana de Europa durante la Segunda Guerra Mundial. El cuerpo diplomático mexicano ayudó a mucha gente otorgándoles documentos y protección para que pudiesen empezar una nueva vida. Una de las personas que llegó a México en 1942 fue la pintora y escritora inglesa Leonora Carrington (1917-2011). Fue en su país de acogida donde pudo continuar desarrollando su obra y se convirtió en una de las artistas más importantes del siglo XX. La escritora Elena Poniatowska le dedicó una magnífica biografía: Leonora (2011).

Carrington formó parte del Movimiento Surrealista a finales de la década de 1930. Llegó a París en 1937 cuando el movimiento todavía seguía teniendo mucha fuerza. La artista británica inició una relación con Max Ernst, pero cuando el ejército alemán invadió Francia, Ernst fue detenido debido a su nacionalidad alemana y Carrington tuvo que huir a España donde estuvo ingresada en un sanatorio en Santander. Finalmente, pudo llegar a México, gracias al diplomático y escritor Renato Leduc. Allí obtuvo la nacionalidad y encontró un lugar que le inspiró enormemente para realizar sus obras, ya que Carrington con una inclinación siempre hacia lo onírico y lo imaginario, encontró una fuente de inspiración en la cultura mexica y maya.

Leonora Carrington nació en 1917 en una rica familia dedicada a la industria textil. En la sociedad de entonces, la educación de las mujeres de la alta sociedad consistía básicamente en prepararlas para el matrimonio. Eso es lo que parecía a lo que estaba destinada la joven Leonora, pero ella se rebeló contra esas costumbres sociales. Acudió a numerosas escuelas en Inglaterra, en las que nunca se sintió a gusto y de las que fue expulsada; también asistió a “escuelas de señoritas” y de “buenos modales” en Florencia y en París donde se aburrió inmensamente. A los 18 años de edad fue presentada en sociedad en Buckingham Palace, pero ella estuvo leyendo un libro durante todo el evento, demostrando definitivamente que las rígidas normas británicas no estaban hechas para ella. Poco después convenció a su familia de que pospusieran los planes de su matrimonio y la dejasen estudiar en la Academia de Bellas Artes Ozenfant, fundada por el pintor cubista francés Amédée Ozenfant en Londres.

En 1936 asistió a la Exposición Internacional Surrealista celebrada en Londres; fue ahí donde se sintió enormemente atraída por dicho movimiento, ya que expusieron diversos artistas, entre los que se encontraban: Alberto Giacometti, Salvador Dalí, Joan Miró, René Magritte, Wolfgang Paalen, el escultor Henry Moore y, desde luego, Max Ernst. A Ernst lo conoció en una cena en 1937 y un año después volvieron a verse en París donde iniciaron su relación, misma que su familia no aprobó; Leonora tenía 20 años y Max Ernst 47. La pareja vivió en una casa en Saint-Martin d’Ardèche al sur de Francia. Carrington no se sintió del todo a gusto al lado de los surrealistas, ya que consideraba que eran bastantes machistas pues muchos de ellos concebían a las mujeres como meras musas y  no como artistas. En una entrevista de 1983 afirmó: “No tuve tiempo de ser la musa de nadie… Estaba demasiado ocupada rebelándome contra mi familia y aprendiendo a ser una artista”. En aquella época destacó con cuadros como: Autorretrato (1938) o Retrato de Max Ernst (1939).

green tea
Green Tea (1942), del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA).

Pero la felicidad con Max Ernst no duró mucho, ya que en 1939 Francia y Alemania se declararon la guerra y el pintor fue detenido por ser alemán, a pesar de sus ideas antinazis. Con el ejército nazi invadiendo el país, Carrington se vio obligada a  huir hacia España a través de Andorra, acompañada de unos amigos ingleses mediante salvoconductos conseguidos por su padre. En esta situación, sufrió un colapso nervioso, por lo que fue internada en un sanatorio de Santander por mediación de su familia. Estuvo seis meses de 1940, sufriendo un tratamiento durísimo a base de cardiazol; pero lejos de perder la razón, Carrington aguantó este tiempo haciendo uso de su imaginación, creando un mundo mágico que le salvo de caer en la locura. Estas vivencias fueron plasmadas en uno de sus primeros libros: Memorias de Abajo,  publicadas en 1943.

Finalmente, se fue del sanatorio y viajó a Madrid con una enfermera; al llegar le informaron de que su progenitor la iba a enviar a una clínica de Sudáfrica. Por suerte en la capital española se encontró con Renato Leduc –a quien conocía desde hacía un tiempo– y después de explicarle su situación, le dijo que le buscara en la embajada mexicana en Lisboa. Leonora ya iba con destino a la capital portuguesa a tomar un barco para su nuevo destino, pero al llegar el tren a la estación lisboeta, se escapó de sus acompañantes, se subió a un taxi y fue directa a la embajada mexicana, donde trabajaba Leduc. Se casaron, así Leonora pudo irse a México, aunque antes estuvieron unos meses en Nueva York, llegando a su nuevo país de acogida en 1942. En la capital portuguesa se había encontrado con Max Ernst, quien había conseguido ser liberado gracias a la mediación de Peggy Guggenheim, con la que se casó poco después de llegar a Nueva York.

Cocodrilo de Paseo Reforma
Cocodrilo de Paseo Reforma (Imagen: MX City).

Fue en México donde Leonora pudo seguir con su carrera y vivir en libertad, junto con otros tantos artistas surrealistas exiliados, como el poeta Benjamin Péret, la pintora Remedios Varo, el pintor Wolfgang Paalen, el director Luis Buñuel, Alice Rahon, entre otros. Además se les sumaron algunos artistas latinoamericanos influenciados por el movimiento: Gunther Gerzso, Octavio Paz, al igual que el poeta y pintor peruano César Moto. También se relacionó con Diego Rivera y Frida Kahlo. Los surrealistas encontraron en México un país dónde poder desarrollar su obra, influenciadas por el arte indígena y el paisaje del país. André Bretón había considerado a México en 1938: “el país más surrealista del mundo”. 

Carrington se divorció de Leduc en 1943, se instaló en la Colonia Roma, obtuvo la nacionalidad mexicana y se casó con el fotógrafo húngaro Emerico Weisz, con quien tuvo dos hijos. En México encontró nuevas fuentes de inspiración, mezclándolas con las historias de su infancia en Inglaterra –incluyendo leyendas celtas–: el esoterismo, el misticismo, la astrología, leyendas, su imaginación y animales; era una gran amante de los gatos y realizó numerosas obras en las que aparecen. Leonora siempre fue por libre como artista y nunca le gustó que lo relacionasen con ningún movimiento artístico oficial, como el Muralismo Nacionalista que había en México cuando ella llegó y, aunque hubiese formado parte del Movimiento Surrealista durante su estancia en Francia, en su país de acogida fue por una vía más independiente.

Leonora Carrington desarrolló una carrera impresionante en México, donde se distinguió en diversas disciplinas, no sólo en la pintura, también en la escultura y literatura. Realizó pinturas tan famosas como: Green Tea (1942), La casa de enfrente (1945), El gato (1951), Quería ser pájaro (1960), o el magnífico mural que realizó para el Museo Nacional de Antropología en 1964, El Mundo mágico de los mayas. Más tarde, empezó a realizar esculturas en bronce –ya había hecho alguna con anterioridad–, muchas de ellas basadas en animales, tales como: El gato sin botas, La barca de las grullas, El gato de la nocheLa Dragonesa.  En el Paseo de la Reforma, junto al cruce con la  Calle Havre, se pude admirar la impresionante escultura Cocodrilo, donada por la artista a la Ciudad de México en 2000. 

Muchas de las esculturas de Leonora Carrington, están hoy en el Museo que lleva su nombre en la ciudad de San Luis Potosí, abierto en 2018. En la Huasteca Potosina, en Xilitla, también hay un Museo dedicado a la pintora, muy cerca del Bosque de Las Pozas o llamado Jardín Escultórico Edward James, que lleva el nombre del ciudadano británico que lo fundó, un mecenas de muchos artistas surrealistas. También la obra escrita de la artista inglesa ha sido notable, que va desde: La Mansión del miedo (La maison de la Peur, 1938), a La Invención del Mole (1960) a La Trompetilla Acústica  (The Hearing Trumpet, 1974), entre otras.

Lo cierto es que Leonora Carrington fue una artista revolucionaria, que luchó para poder tener su propia vida, libre de las ataduras de la aristocrática sociedad en la que nació. Finalmente lo consiguió muy lejos de su país, en México, lugar donde vivió alternando algunas temporadas en Estados Unidos. Allí siguió mostrando su faceta contestataria al apoyar las manifestaciones de 1968. Durante toda su vida fue una férrea defensora de los derechos de la mujer, diseñando carteles para el movimiento de liberación de mujeres en México. Falleció en Ciudad de México en 2011, dejando un legado magnífico.

liberacion de mujeres en mexico
Cartel del Movimiento de Liberación de Mujeres de México (1972) (Imagen: Portal C Cultura).

También te puede interesar: El Plan Cerdà: cómo Barcelona cambió su fisionomía.

El Plan Cerdà: cómo Barcelona cambió su fisionomía

Lectura: 6 minutos

La situación actual que está viviendo nuestro planeta con el COVID-19 ha llevado a mucha gente a plantearse cómo tendrán que ser las ciudades en el futuro: mejora de servicios, aumento de zonas verdes, viviendas más ecológicas y menos tráfico de coches u otros vehículos contaminantes; a esto último, muchas grandes urbes del mundo llevan años persiguiendo y fomentando el uso de transporte público.

Desde la consolidación de la Revolución Industrial, empezó a oírse la voz de especialistas de toda clase: ingenieros, economistas, médicos, arquitectos, etc., y también de urbanistas que, preocupados por los problemas que estaban surgiendo, buscaban soluciones para que la población de las ciudades viviera de una manera digna. Mucha gente había dejado el campo para ir a las zonas urbanas, pero éstas no estaban preparadas para admitir a los nuevos habitantes en situaciones decentes, por lo que muchos se tuvieron que instalar en barrios hacinados y en condiciones realmente horribles: sin sistemas de saneamientos de cloacas y una escasa atención médica. Estos barrios eran caldo de cultivo para numerosas enfermedades como el cólera o el tifus, además de que en muchas urbes, las fábricas estaban dentro de las ciudades, lo que también contribuía a una baja calidad de vida.

Idelfons Cerda
Idelfons Cerdá, urbanista de origen español (Imagen: El País).

A mediados del siglo XIX se hicieron cada vez más importantes las Tesis Higienistas, que junto a los avances científicos y médicos que habían, influyeron positivamente en la sociedad. La salud de la gente empezó a preocupar seriamente a las clases dirigentes. Se empezó a defender un nuevo tipo de ciudades: barrios con calles amplias, limpias y con sistema de iluminación, creación de zonas verdes; además de instalaciones eficientes de alcantarillado e incluso casas con agua corriente.

En la ciudad de Barcelona, a principios de la segunda mitad del siglo XIX se empezó a ver que la expansión de la ciudad era una necesidad prioritaria, ya que más de 120 mil personas vivían en un territorio de poca extensión, amurallado, con los problemas de salubridad que ello conllevaba. El territorio de la capital catalana se extendía por lo que hoy es el Distrito de Ciutat Vella. Es por eso, que parte de la sociedad barcelonesa y las autoridades locales, pidieron al gobierno español que se permitiese un nuevo plan de urbanismo para la ciudad.

Las murallas se empezaron a derribar en 1853 y es en este momento donde entra la figura de Ildefons Cerdà (1815-1876), un ingeniero que en 1855 realizó un plano topográfico sobre el enorme terreno que rodeaba la ciudad y empezó a idear cómo podría ser urbanizado. Además, escribió una obra: Monografía de la case obra (1856) en donde trataba las condiciones de la vida de los obreros y cómo poder mejorar su situación. Cerdà estaba influenciado por las Tesis Higienistas que habían empezado a surgir en Inglaterra una década antes; uno de cuyos máximos exponentes fue el reformista Edwin Chadwick (1800-1890), quien consiguió en 1848, que se aprobara una ley de salud pública y de ayuda a los pobres. Sus ideas progresistas contrastaban con la actitud de la burguesía y los industriales, que pregonaban un urbanismo más clasista y jerarquizada, donde las clases obreras y las ricas no se mezclasen.

Mapa del proyecto original del Plan Cerda
Mapa del proyecto original del Plan Cerdà, en el que se marca en negro la Ciudad Antigua de Barcelona (Imagen: Universidad de Barcelona).

El ingeniero catalán defendió el proyecto ante el gobierno del país, en aquellos años en manos de la Unión Liberal de Leopoldo O’Donnell  (1858-1863) que vio con buenos ojos las ideas modernas que se proyectaban, recibiendo el apoyo también de figuras, como: Pascual Madoz, el padre de la Ley de Desamortización de 1855.

En 1859, se convocó un concurso para escoger el proyecto definitivo del nuevo Ensanche de la ciudad –Eixample en catalán–, sin la participación del Plan Cerdà, resultando ganador el proyecto de Antonio Rovira y Trías; pero finalmente el Ministerio de fomento y el gobierno impusieron el proyecto de Ildefons Cerdà en 1860. 

El objetivo de esta nueva planificación fue crear nuevas calles de trazo perpendicular y paralelas. Con algunas avenidas principales que llegasen al centro de la ciudad; además de numerosos parques y zonas verdes para esparcimiento de sus habitantes. Las aceras debían ser amplias y con numerosos árboles. Los bloques tenían forma octogonal irregular, ya que en cada esquina se establecía un chaflán que daba más espacio para los peatones, facilitando la circulación y la visión del tráfico, un aspecto que Ildefons Cerdà también daba importancia porque pensaba en que el transporte urbano fuese fluido; en aquella época, con los tranvías de tracción animal y los carros tirados por caballos. Pero se tuvieron en cuenta también, las vías de acceso a la ciudad y del ferrocarril, que llevaba pocos años en territorio catalán.

En lo que respecta al estilo de las viviendas, la innovación que defendía el ingeniero era que los bloques sólo debían tener edificados dos lados, para que en el interior hubiese una zona verde de acceso público; además de acabar con el hacinamiento en el que vivían muchos de los habitantes de la ciudad, pues las casas no podían pasar de los 16 metros, con 4 o 5 pisos como máximo. Cerdà, basándose en las Tesis Higienistas, pensó en el establecimiento de numerosos servicios esenciales: en el proyecto inicial se planteaban 3 hospitales, que con el crecimiento de la población se tendrían que ir construyendo nuevas instalaciones médicas. Asimismo, las nuevas calles tendrían un sistema de recolección de aguas más eficiente. Tenía que haber un mercado cada 900 metros y las industrias más contaminantes tenían que irse a las afueras de la ciudad, al lado del río Llobregat o del río Besós.

eixample
Fotografía aérea del Eixample (Imagen: Periódico de Cataluña).

El proyecto contó con la oposición de mucha gente. Varios arquitectos no vieron con buenos ojos que el plan fuera obra de un ingeniero y a buena parte de la clase política de Cataluña, no les gustó que se hubiese impuesto desde el gobierno central. Ildefons Cerdà fue menospreciado en la prensa durante muchos años y se le negaron numerosos trabajos. Hasta su muerte acaecida en 1876, realizó numerosos tratados sobre urbanismo. Aunque lo que no entusiasmó a buena parte de la burguesía y de las clases privilegiadas es que se buscasen mejoras para toda la sociedad sin distinción de clases. Era una idea racionalista, ya que primaba el bienestar de la población a los grandes edificios y monumentos; se quería que las construcciones fueran funcionales y sirviesen a las personas. Buena parte de las ideas de Cerdà no se cumplieron; se construyeron edificios más altos y en todos los lados de los bloques; las zonas verdes interiores prácticamente no se hicieron. Pero a finales de siglo XIX, en plena época del modernismo, las familias ricas empezaron dejar la zona antigua de la ciudad para ir al Ensanche, en donde se edificaron numerosas casas de Antoni Gaudí, Josep Puig i Cadafalch o Lluís Domènech i Montaner, quien había sido un crítico del proyecto del Eixample.

Con el paso de los años, se empezó a reivindicar la figura de Cerdà y en la actualidad se estudia en numerosas escuelas de arquitectura; además se quiere recuperar su idea de las zonas verdes interiores. En 2009 se celebró el “Año Cerdà”, conmemorando el 150 aniversario del inicio de las obras del Ensanche; aunque solamente una plaza en Barcelona lleva su nombre. En su pueblo natal, Centelles, en la provincia de Barcelona, hay un monumento en su honor.

monumento a cerda
Escultura dedicada a Idelfons Cerdà, en su pueblo natal de Centelles, Barcelona. La obra fue realizada por el escultor Jorge Diez Fernández (Imagen: El País).

El Plan Cerdà no fue el primer plan de urbanismo que se desarrollaba en Europa; unos años antes, en los inicios del reinado del emperador Napoleón III, se encargó al barón George-Eugène Haussmann la modernización de la ciudad de París. Se crearon los grandes bulevares y grandes parques –como el Bois de Boulogne– que hoy son característicos de la ciudad, además de nuevas viviendas en buenas condiciones. Se mejoraron los servicios y el sistema de alcantarillado. También el establecimiento de grandes avenidas respondía a la necesidad de crear una vía rápida para que las tropas pudieran circular y llegar a cualquier punto de la ciudad para sofocar cualquier rebelión o manifestación.

 En Ciudad de México, fue muy importante la figura de Miguel Ángel de Quevedo (1862-1846), quien trabajó en el Departamento Forestal de la Secretaría de Agricultura; este ingeniero favoreció la creación de numerosas zonas verdes en la capital de la República, con la idea de que era necesario para la salubridad de las personas oxigenar una urbe, que durante la época del Porfiriato, su crecimiento poblacional había aumentado enormemente. En 1907, consiguió que unos terrenos que había donado unos años antes, situados al sur de la ciudad, se convirtieran en un parque público, fundándose así: Los Viveros de Coyoacán. Asimismo, dio apoyo a la construcción de edificios y otras instalaciones que seguían las Tesis Higienistas.


También te puede interesar: El automovilismo en México: una afición histórica

El automovilismo en México: una afición histórica

Lectura: 8 minutos

La pasión por la velocidad y la competición ha acompañado al ser humano desde los albores de la automoción, ya que siempre ha intentado establecer y batir récords. México no ha sido la excepción, ya que desde principios del siglo XX se han celebrado numerosas pruebas y carreras en su territorio y se siguen celebrando. Además, muchos pilotos mexicanos han intentado hacerse un hueco en la historia de la competición, como: los Hermanos Rodríguez en los años 60 o actualmente Sergio “Checo” Pérez

En la actualidad, el Gran Premio de Fórmula 1 en la Ciudad de México y el Rally de México en Guanajuato, son los acontecimientos más importantes del mundo del motor en el país. También se realiza la Carrera Panamericana aunque de una manera un tanto distinta a la original, que fue llevada a cabo de 1950 a 1954. Una carrera a través de todo el país, donde acudieron los mejores pilotos del momento, pero que solamente tuvo cinco ediciones debido a su peligrosidad.

Gran premio de México
Gran premio de México (Fotografía: Motor.es).

A principios de siglo XX –durante el porfiriato–, las familias más pudientes de México empezaron  a usar vehículos a motor como medio de transporte. Pronto llegaron noticias de las carreras que se celebraban en Europa, por lo que el Secretario de Hacienda, José Yves Limantour, impulsó la creación del Automóvil Club de México en 1903, una asociación que quería fomentar la automoción en México, así como la competición de motor y la mejora de las vías de circulación. La sede fue establecida y edificada en el Bosque de Chapultepec, lo que es ahora la famosa Casa del Lago; convertida actualmente en centro cultural de la UNAM. Pero fue el Automóvil Club de Guadalajara, el que consiguió organizar la primera carrera en el país en mayo de 1907, que tenía inicio en la capital jalisciense y finalizaba en Atequipa, pasando por Chapala. Pronto surgieron otras pruebas, que iban de la capital a diversas ciudades como Toluca, Guadalajara o Puebla; esta última organizada por el diario El Imparcial

El estallido de la Revolución dejó un poco de lado la celebración de pruebas deportivas; pero en 1918, cuando el automóvil se había introducido con más fuerza en el país, volvieron a resurgir. En abril de ese mismo año, hubo una carrera curiosa en la que sólo podían participar conductores que tuvieran licencia y hubiesen estudiado el reglamento de circulación de la ciudad. Ésta se llevó a cabo en el Hipódromo que había en la colonia Condesa y que dejó de funcionar en los años 20. Estas carreras tenían como público a las clases altas, principalmente, ya que eran los únicos que podían permitirse un vehículo para competiciones y los que podían pagar la entrada.

Juan Manuel Fangio
Juan Manuel Fangio en la Carrera Panamericana de 1953.

En los años 30 y 40 las carreras de autos fueron escasas, aunque fue aumentando el número de vehículos que eran importados desde Estados Unidos o Europa, lo que se tradujo en un aumento de la red de carreteras del país. Las tres primeras fueron inauguradas a finales de los años 20 (1927-1929): la México-Pachuca, la México-Acapulco y la México-Guadalajara. La primera es conocida como la Carretera Federal 85, que en 1936 tuvo su extensión definitiva hasta la ciudad de Nuevo Laredo (Tamaulipas), en la frontera con el vecino del norte, con una longitud de más de 1220 km. Ese mismo año se inauguró el tramo que va desde Ciudad de México hasta Panamá. Y es que esta larga carretera forma parte de la conocida Carretera Panamericana que cruza todo el continente americano desde Alaska hasta Tierra del Fuego en Argentina y tiene más de 12 mil kilómetros. La parte que va de Nuevo Laredo hasta Panamá se conoce como carretera Interamericana y tiene más de 5 mil kilómetros.

A finales de los años 40, en gran crecimiento económico y con una industria turística que estaba dando sus primeros pasos, el gobierno de Miguel Alemán decidió organizar una carrera que cruzase el país a través de esa vía. Y ésta fue la Carrera Panamericana, la cual duró cinco ediciones (1950-1954) y en la que compitieron los mejores pilotos de la época. En la primera edición, los participantes fueron sobre todo automóviles estadounidenses, de hecho, el vencedor fue un Oldsmobile 88 pilotado por Hershel McGriff. La normativa especificaba que sólo podían participar coches producidos en serie, con más de 500 unidades. Con Europa todavía recuperándose del desastre de la Segunda Guerra Mundial, apenas hubo constructores del viejo continente. Pero en las ediciones siguientes se cambiaron las normas y se permitió que pudieran participar coches con ciertas modificaciones aunque no hubiesen sido producidos en grandes cantidades. En ediciones posteriores se establecieron dos categorías: deportivos de dos plazas y una de turismos de 4 plazas.

Boleto Gran Premio de México 1970
Boleto Gran Premio de México 1970 (Imagen: Clase Turista).

Fueron muchos los grandes pilotos y copilotos que participaron: Alberto Ascari, Piero Taruffi, Phil Hill, Karl Kling, el mexicano Moisés Solana o Juan Manuel Fangio, que ganó la edición de 1953 al volante de un Lancia D24. En la prueba se pudieron ver algunos de los bólidos más increíbles de la historia: el Mercedes Benz 300 SL “Alas de Gaviota”, ganador de la edición de 1952 o el Ferrari 340 México, construido especialmente para la prueba y de la misma marca, el 375 Plus o el Porsche 550. Pero esta prueba duró poco debido a los fatídicos accidentes en los que perdieron la vida 27 personas durante las cinco ediciones que se disputaron, como: José “Che” Estrada Menocal en 1952, en el tramo de Oaxaca, o Felice Bonetto que chocó contra el balcón de una casa, muriendo en el acto. No hay que olvidar que era una época con apenas medidas de seguridad y por unas carreteras que no siempre estaban en buen estado.

La afición por el motor no paró de crecer en México y se empezó a idear la construcción de un trazado permanente; lo que fue posible a finales de 1958 cuando Adolfo López Mateos llegó a la presidencia de la República. El nuevo mandatario era muy aficionado a los coches deportivos y con el apoyo de algunos empresarios y también clubes de automovilismo, se dio vía libre a principios de 1959 a la construcción de un circuito en la nueva Ciudad Deportiva de Magdalena de Mixhuca en la capital del país, diseñado por el ingeniero Óscar Fernández Gómez Daza, inaugurándose en diciembre de 1959. Uno de los empresarios que más apoyó el nuevo circuito fue el empresario Pedro Rodríguez, gran amigo de López Mateos y padre de dos jóvenes que inscribirían sus nombres en oro dentro de la historia del automovilismo mexicano: Pedro y Ricardo Rodríguez. De hecho, en la prueba inaugural del trazado, el 20 de diciembre de 1959,  llamada 500 kilómetros de México, Pedro resultó vencedor y Ricardo quedó en tercer lugar; el segundo puesto fue para Moisés Solana.

Moisés Solana
Moisés Solana (Fotografía: Yancuic).

La fama de los Hermanos Rodríguez, fue creciendo tras participar en algunas carreras importantes. Ricardo llegó a conseguir un segundo puesto en las 24 Horas de Le Mans de 1960 a bordo de un Ferrari y poco después ya era piloto oficial de la escudería italianaen Fórmula 1. En 1962 fue compañero del campeón del mundo del año anterior: Phil Hill. Eso llevó consigo la oportunidad de oro para México en celebrar una prueba de Fórmula 1 no puntuable en noviembre de 1962, para así demostrar a la Federación Internacional del Automóvil (FIA) que el país era capaz de organizar una carrera oficial de dicho campeonato. Pero como la prueba no puntuaba, Ferrari decidió no asistir, aunque dejó que su joven promesa utilizase otro coche, un Lotus. Pero la desgracia se cebó en el menor de los Hermanos Rodríguez cuando en el primer día de entrenamientos se salió en la famosa curva peraltada y chocó con las barreras de protección, muriendo en el instante.

La FIA dio el visto bueno para organizar la prueba de manera puntuable en el mundial a partir de 1963, teniendo entre sus ganadores a Jim Clark, Dan Gurney, Graham Hill o Denny Hulme, entre otros. El Gran Premio se disputó hasta 1970, porque en la edición de ese año sucedió una invasión de la pista por varios aficionados, ya que hubo más de 80 mil personas de las permitidas, además de invasiones de perros, uno de los cuales fue embestido por el escocés Jackie Stewart.

Ricardo Rodríguez
Ricardo Rodríguez (Fotografía: Alvolante-Info).

Pedro Rodríguez decidió seguir en las competiciones de autos y durante los años siguientes obtuvo numerosos éxitos. En Fórmula 1 consiguió numerosos podios y 2 victorias, compitiendo en escuderías como: Cooper y BRM. Pero donde también brilló fue en el Campeonato de Resistencia, contribuyendo a que Porsche ganase los títulos de 1970 y 1971. Asimismo, ganó 4 veces las 24 Horas de Daytona, las de Le Mans en 1968 –junto con Lucien Bianchi al volante de un Ford GTO–, las 6 horas de Spa en Bélgica y otras muchas pruebas de resistencia.

En julio de 1971, la muerte sorprendió a Pedro Rodríguez durante una prueba de resistencia en el circuito urbano de Norisring, en Nuremberg, Alemania. Moisés Solana había fallecido dos años antes en una carrera de subida en cuesta: La Valle Bravo-Bosencheve. En los siguientes años, se empezó a hacer énfasis en la seguridad y se redujo el número de competiciones. Pero surgieron algunos pilotos que intentaron hacerse un hueco en la competición, como Héctor Rebaque.

Gran Premio de México
Gran Premio de México 1962 (Fotografía: Esto).

La Fórmula 1 no volvió al país hasta 1986, con un autódromo renovado y más seguro, con el nombre actual de los “Hermanos Rodríguez”. Hasta 1992 se vivieron grandes carreras con pilotos como: Ayrton Senna, Alain Prost, Nigel Mansell, Riccardo Patrese  o Gerhard Berger. Finalmente volvió en 2013 en el mismo escenario, aunque este año no se ha podido celebrar debido a la Pandemia del COVID-19. La prueba ha sido escogida varias veces, la mejor de la temporada. También se disputa el Rally de México –como prueba puntuable del mundial– desde 2004 en Guanajuato.

Ha habido pilotos nacionales que han tenido bastantes éxitos como Adrián Fernández, campeón en el mundial de resistencia y ganador de diversas carreras en las CART World Series de Estados Unidos; o Benito Guerra en Rallyes. En Fórmula 1 ha destacado sobre todo Sergio “Checo” Pérez, quien ha logrado numerosos pódiums en los últimos años, el más reciente hace unos días en el Gran Premio de Turquía. Además, están surgiendo jóvenes promesas, como Patricio O’Ward, con un gran futuro por delante.

Sergio "Checo" Pérez
Sergio “Checo” Pérez ganó el tercer lugar del Gran Premio de Azerbaiyán, 2018 (Fotografía: El País).

La afición por las carreras de autos continua siendo enorme en el público mexicano. En la edición del Gran Premio de Fórmula 1 del año pasado, asistieron más de 345 mil personas en los tres días que duró el evento. Estoy seguro que la próxima edición volverá a ser un éxito para la Ciudad de México.    


También te puede interesar: El cine y las letras: escritores en la cinematografía mexicana.

El cine y las letras: escritores en la cinematografía mexicana

Lectura: 6 minutos

Durante mucho tiempo, la figura de los guionistas fue poco considerada en la industria del cine. Eran vistos como los simples creadores de los diálogos; los cuales después podían ser cambiados o quitados por el director y el productor. Incluso, el libreto podía ser reescrito sin el consentimiento del guionista original. Muchos escritores pensaban que trabajar en la industria cinematográfica era algo poco atractivo, pero también un lugar donde podían ganarse la vida mientras intentaban triunfar en la literatura. William Faulkner, quien ganó el premio Nobel en 1949, fue un claro ejemplo en los años 30 y principios de los 40. El autor trabajaba en Hollywood para directores como Howard Hawks o George Stevens, mientras se publicaban algunas de sus grandes obras maestras, Santuario (Sanctuary, 1931) o ¡Absalón, Absalón! (Absalom, Absalom, 1936).

No fue hasta las nuevas vanguardias en el cine, con la Nouvelle Vague en Francia, el Neorrealismo en Italia, la Generación de los 70 en Estados Unidos o el Nuevo Cine Latinoamericano, surgido en los años 60, donde la figura del guionista y, sobre todo, al ser también director, adquirió un nuevo respeto y prestigio. También durante un tiempo, el trabajo de los escritores de series de televisión era poco valorado, a pesar del enorme éxito que tenían y los espectadores que iban ganando a la industria fílmica. No ha sido hasta hace pocos años cuando los creadores de series han empezado a ser bien considerados; sumado a que son muchos los intérpretes y directores que encuentran proyectos más interesantes en la pequeña pantalla que en el cine. Canales, como: HBO, Showtime o Netflix, son claros ejemplos.

Pero en este artículo me quiero centrar en los escritores que trabajaron en la industria cinematográfica mexicana. Muchos de ellos no tuvieron ningún problema en incursionar en ella, incluso ya siendo escritores consagrados. Un caso reciente es Guillermo Arriaga, quien publicó su primera novela en 1991, Escuadrón Guillotina, a la que siguieron: Un dulce olor a muerte (1994) y El búfalo de la noche (1999); la primera llevada al cine en 1999 por Gabriel Retes y la segunda en 2007 por Jorge Hernández Aldana. Después de algunos cortometrajes, Arriaga debutó en la escritura de guiones para largometrajes con la ópera prima de Alejandro González Iñárritu con Amores Perros (2000) y las siguientes obras del director en Estados Unidos, 21 Gramos (21 grams, 2003) y Babel (2006). También fue guionista de Los tres entierros de Melquiades Estrada (The Three Burials of Melquiades Estrada, 2005) de Tommy Lee Jones y escribió y dirigió Lejos de la Tierra Quemada (The Burning Plain, 2009).

amores perros
Imagen: IMDB.

Pero si miramos hacia el pasado, podemos encontrar también la huella de grandes escritores en el cine azteca, que no solamente escribían guiones originales o sobre sus propias obras, también adaptaban obras de otros autores. El escritor Juan de la Cabada (1899-1986) participó en la elaboración del guion de unos 15 largometrajes, entre los años 50 y 70, en algunos de ellos sin aparecer en los créditos. Sus dos primeras colaboraciones fueron en dos obras de Luis Buñuel, Subida al cielo (1952) y La ilusión viaja en tranvía (1954), en la que junto con José Revueltas fue el responsable de incluir diálogos y el argot típico de los barrios capitalinos, al guion escrito por Mauricio de la Serna y Luis Alcoriza.

El escritor de Campeche, Juan de la Cabada, fue nominado a un Premio Ariel al Mejor Guion Adaptado, por Canasta de cuentos mexicanos (1956) y trabajó con directores como Luis Alcoriza y Alfonso Arau. Por otro lado, José Revueltas (1914-1976), que tras los hechos de 1968 había estado preso durante dos años en la prisión de Lecumberri, participó en algunos guiones, varios de ellos con Roberto Gavaldón. De hecho, el autor de El apando (1969), colaboró con el director y guionista hasta en cuatro ocasiones durante la “Época de Oro” del cine mexicano: La otra (1946), La diosa arrodillada (1947), En la palma de tu mano (1950) y La noche avanza (1951), estas dos últimas basadas en un argumento de Luis Spota. También participó en el guion de Perdida (1950) de Fernando A. Rivero y tras su fallecimiento algunas de sus obras fueron llevadas al cine.

Luis Spota (1925-1985) tuvo una prolífica carrera artística y periodística, escribió casi treinta novelas, incluida la que ganó el Premio Mazatlán en 1984: Paraíso 25 (1983). Incluso fue presidente de la Comisión de Boxeo y Lucha Libre Mexicana durante más de 25 años; pero también trabajó en la industria cinematográfica. Varias de sus novelas fueron llevadas al cine por directores como Ismael Rodríguez en El Hombre de Papel (1963), una adaptación de su cuento, El billete, o por Arturo Ripstein, quien dirigió Cadena perpetua (1978), adaptando la novela Lo de antes (1968). Creó el argumento de muchas obras –aparte de sus colaboraciones con Roberto Gavaldón– y escribió guiones como el de la película Donde el círculo termina (1956) de Alfredo B.  Crevenna, y La culpa de los hombres (1954) de Roberto Rodríguez. Algunos guiones en los que participó fueron escritos bajo los seudónimos de José Walter y Oscar Ayala. Pero, además, Spota dirigió una decena de obras fílmicas, incluido cortometrajes, películas y documentales. Su primer largometraje fue Nadie muere dos veces (1953), a la cual le siguió Amor en cuatro tiempos (1955), protagonizada por Arturo de Córdoba, Marga López, Silvia Mistral y Jorge Mistral; una obra formada por cuatro historias distintas que trataban sobre el amor y las relaciones. Realizó también el documental La Revolución Mexicana en sus murales (1957) y filmes como La tumba (1958) o El anónimo (1965).

También el gran Juan Rulfo laboró en el cine. Después de la publicación, de sus dos novelas El llano en llamas (1953) y Pedro Páramo (1955), el escritor de Jalisco se dedicó a la creación de guiones a petición de Emilio “El Indio” Fernández; con el que colaboró en el filme Paloma Herida (1963), protagonizada por Patricia Conde y Andrés Soler. Además, fue el guionista del extraño y experimental cortometraje de Antonio Reynoso, El despojo (1960), que trataba sobre la dura vida de un campesino que vive sometido a un cacique en un apartado lugar del campo mexicano. También trabajó como asesor histórico en algunas películas. Muchos de los cuentos que fue escribiendo Rulfo, acabaron convertidos en guiones de películas, Talpa (1956) de Alfredo B. Cravenna y El rincón de las vírgenes (1972) de Alberto Isaac, quien adaptó dos cuentos del escritor. En estas dos no participó en la escritura del guion; algo que también sucedió en una de sus obras más conocidas: El Gallo de oro. Escrito a finales de la década de 1950, fue primero un argumento para el cine, ya que no se publicó hasta 1980 como novela corta; en 1964 se realizó una película dirigida por Roberto Gavaldón, también escrita por él mismo y por dos escritores que años después se convertirían en exponentes del “boom” de la literatura latinoamericana: Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez.

escritores de cine
Alberto Isaac, con Gabriel García Márquez (Imagen: El País).

Estos dos escritores han tenido varias adaptaciones de sus obras, pero también trabajaron como guionistas. García Márquez participó como guionista en Lola de mi vida (1965) de Miguel Barbachano-Ponce, 4 contra el crimen (1968) de Sergio Véjar y El año de la peste (1979) de Felipe Cazals. Un cuento de García Márquez, En este pueblo no hay ladrones, fue llevado al cine por Alberto Isaac en 1965 y otra historia suya fue llevada al cine por Arturo Ripstein y adaptada por Carlos Fuentes en 1966: Tiempo de morir (1966), basada en el cuento El charro. Años más tarde, Ripstein adaptó y dirigió una película sobre una de las novelas más célebres del escritor, El Coronel no tiene quien le escriba (1961), en 1998. El escritor colombiano trabajó en el cine mexicano antes de adquirir fama mundial con la publicación de Cien años de soledad (1967).

Por otro lado, Carlos Fuentes también trabajo en el cine, en las películas anteriormente citadas y en otras como Las dos Elenas (1964), basada en un cuento suyo, Los caifanes (1967) de Juan Ibáñez, y además participó en una de las adaptaciones de Pedro Páramo, dirigida en 1967 por Carlos Velo

Arturo Ripstein también colaboró con otro de los escritores mexicanos más importantes del siglo XX, José Emilio Pacheco, en algunas de sus películas más famosas: El castillo de la pureza (1973), El santo oficio (1974), Foxtrot (1976) y El lugar sin límites (1978); la primera película mexicana que abordaba la homosexualidad y la represión sexual en México de una manera seria. Este filme adaptó una novela del escritor chileno José Donoso.  

El castillo de la Pureza
El castillo de la Pureza, de Arturo Ripstein (Imagen: Sensacine).

Ha habido muchos grandes escritores que no tuvieron problema en trabajar para la industria cinematográfica mexicana. No se veía como un paso atrás en su carrera, sino como un trabajo que podía añadir versatilidad a su profesión. He pensado en los escritores, de los que conozco más en su aportación al cine mexicano, pero hay otros nombres que se deben mencionar como: José Agustín, Vicente Leñero, Inés Arredondo –aunque sólo escribió dos películas– y Laura Esquivel quien adaptó su exitosa novela Como agua para chocolate en 1992, dirigida por su marido Alfonso Arau.


También te puede interesar: Lázaro Cárdenas: 80 años después de dejar el poder.

Lázaro Cárdenas: 80 años después de dejar el poder

Lectura: 6 minutos

En unas semanas se cumplirán 80 años del fin del mandato del presidente Lázaro Cárdenas, uno de los líderes políticos más importantes de la historia mexicana y del siglo XX. Su gobierno realizó una serie de reformas que cambiaron el rumbo de México: impulsó la Reforma Agraria con la repartición de tierras entre los campesinos a través de la creación de los Ejidos; la expansión de la educación por todo el país, consiguiendo alfabetizar casi en su totalidad a la población; la nacionalización de los ferrocarriles; y, el que quizá sea el logro más trascendente de su mandato: la nacionalización del petróleo mexicano.

En el plano exterior, México reafirmó el principio de no intervención, pero fue prácticamente la única nación que aceptó refugiados republicanos españoles y como miembro de la Sociedad de Naciones fue de los pocos miembros que condenó enérgicamente la invasión italiana de Etiopía, enviando incluso armas al gobierno de este país. Por otro lado, durante el gobierno “cardenista” se acabó de consolidar el sistema de partido hegemónico con el Partido de la Revolución Mexicana (PRM).

Lázaro Cárdenas con campesinos
Lázaro Cárdenas con campesinos, 1935 (fotografía anónima, Secretaría de Cultura, INAH).

La administración del general Cárdenas fue la primera que duró un sexenio entero (1934-1940), inaugurando una época de “estabilidad institucional”  a través del Partido Nacional Revolucionario (PNR), que pasó a denominarse Partido de la Revolución Mexicana (PRM) en 1938. Éste se basaba en cuatro sectores: el obrero, el campesino, el popular y el militar; además de tener varias organizaciones bajo su órbita como la Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM), la Confederación de Trabajadores de México (CTM), la Confederación de Campesinos de México (CCM), entre otros muchos sindicatos, mineros, electricistas, industriales, etc. Durante el gobierno de Ávila Camacho (1940-1946), el sector militar fue apartado del partido que se refundó en el Partido Revolucionario Institucional (PRI).

Pero si bien es cierto que Cárdenas acabó de consolidar el sistema que gobernó México durante décadas, su mandato dio un definitivo impulso al país en muchos aspectos. Durante sus años de gobernador de Michoacán (1928-1932) había realizado una serie de reformas, sobre todo educativas y de reparto de tierras entre los pobladores, y debido a esto le apodaron: “Tata Lázaro”.  En aquellos momentos, Cárdenas era visto como uno de los protegidos del líder político del país, Plutarco Elías Calles, quien después de su presidencia (1924-1928) tuvo el control de la vida política del país durante los años del “Maximato”. Por eso el “Jefe Máximo” hizo uso del “dedazo” escogiéndole como candidato a la presidencia por el PNR y ganando las elecciones. En los primeros años de su gobierno tuvo que aceptar a miembros “callistas”; Calles pensaba que podía influir en el presidente que había escogido. Pero enseguida, Cárdenas demostró que tenía autoridad y era independiente de cualquier cacique político. El partido, con toda su organización, era cada vez más cercano al presidente y se iba alejando más de Calles, como también los obreros y buena parte de la prensa. Finalmente, en abril de 1936, Cárdenas expulsó a Calles de México, junto con otros colaboradores de su entorno. Consiguiendo que, a partir de ese momento, la máxima autoridad fuese el presidente electo.

Lázaro Cárdenas
Imagen: Centro Lombardo.

En el ámbito educativo y cultural también destacó el gobierno “cardenista”. Se implantó la educación “socialista” y se continuaron las políticas de alfabetización por todo el país; aunque en algunas zonas de fuerte implantación cristera, hubo conflicto, debido a los ataques que sufrieron muchos profesores enviados por el gobierno. El castillo de Chapultepec, dejó de ser la residencia oficial del presidente, convirtiéndose en el Museo Nacional de Historia;  a partir de entonces la máxima autoridad del país pasó a residir en “Los Pinos”. Se crearon el Instituto Politécnico Nacional (IPN), el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y el Colegio de México, en donde muchos profesores e intelectuales republicanos dieron clase.

Precisamente, el asilo otorgado a muchos exiliados republicanos y de perseguidos de otros países fue una de las acciones por la que más se le recuerda a Cárdenas. A México llegaron más de 40 mil refugiados españoles, entre ellos políticos, profesores, profesionales, médicos, intelectuales u obreros. Famoso fue el caso de “Los Chicos de Morelia”, un grupo de más de 400 menores huérfanos que se les dio alojamiento en la capital michoacana. No fue una tarea fácil ya que, a mediados de 1940, Francia había sido ocupada por el ejército alemán y muchos refugiados se habían quedado en el sur, en la “Francia de Vichy”. Los diplomáticos mexicanos, como Gilberto Bosques o Luis I. Rodríguez hicieron todo lo posible para salvar a todos los refugiados españoles y de otras partes del mundo. Ningún país quiso intervenir a favor de la República, pero México estuvo del lado del gobierno republicano en todos los organismos internacionales; además proveyó de armas y dinero. 

Lázaro Cárdenas y familia
Fotografía familiar de Cárdenas (México Desconocido).

En 1937, Cárdenas ordenó la nacionalización de los ferrocarriles mexicanos y al año siguiente realizó la acción más importante de su administración: la nacionalización del petróleo mexicano. Desde la época de Porfirio Díaz, buena parte de los recursos naturales de la nación estaban en manos extranjeras. Cuando en 1917 se aprobó la actual Constitución política, en el artículo 27 se reafirmaba la propiedad de todos los recursos naturales que se encontraban en la nación mexicana por parte de ésta.

 Cada vez había más conflicto con la industria petrolera, los gobiernos posrevolucionarios anteriores no habían hecho nada para garantizar mejoras laborales en los trabajadores petroleros y habían garantizado a las empresas extranjeras que nunca se tomaría ninguna medida contra ellas. En 1935, se creó el Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana y en 1936 se aprobó la Ley de Expropiación. El sindicato pedía un aumento salarial y mejoras de las condiciones laborales.  La  Junta de Conciliación y Arbitraje que dictaminó que las empresas extranjeras podían hacer frente a un aumento de los salarios. El economista e historiador Jesús Silva Herzog fue uno de los intelectuales que defendió la postura gubernamental. Éstas no lo aceptaron y pusieron un recurso en la Suprema Corte de Justicia que falló a favor de los trabajadores. Como se negaban a seguir el acuerdo, Cárdenas basándose en la Constitución, ordenó la expropiación el 18 de marzo de 1938, prometiendo una compensación a las empresas, tal como estipulaba el artículo 27. Aunque en un principio las relaciones con Estados Unidos, Reino Unido y Países Bajos se estropearon, volvieron a recomponerse con la entrada de México al lado de los aliados en la Segunda Guerra Mundial y se llegaron a acuerdos de compensación.

Cárdenas con los Niños de Morelia
Cárdenas con los Niños de Morelia (fotografía tomada de la web “Mi Morelia”).

Tras dejar el poder, el general Cárdenas sirvió como Secretario de Defensa durante el gobierno de Ávila Camacho. En los años posteriores, se negó a intervenir o influir en los siguientes gobiernos que hubo y se fue a vivir a su natal Michoacán. Se dedicó a supervisar proyectos para los más desfavorecidos, defendió a los ferrocarrileros en la huelga de 1959, y medió entre los estudiantes y el gobierno en el conflicto estudiantil de 1968. Además, mostró simpatías por la Revolución cubana, asistiendo al primer aniversario de ésta por invitación de Fidel Castro. Lázaro Cárdenas murió en 1970.  Años después, su hijo Cuauhtémoc, siguió sus pasos como gobernador de Michoacán, convirtiéndose en el líder moral de la izquierda mexicana, tras las polémicas elecciones de 1988.

Hoy en día, Lázaro Cárdenas sigue siendo uno de los mexicanos más universales. Se han escrito numerosos libros y ensayos sobre él, en los que podemos destacar la obra de Fernando Benítez, El Cardenismo (Fondo de Cultura Económica, 1977), o una más reciente escrita por Cuauhtémoc Cárdenas, Cárdenas por Cárdenas (Debate, 2016).

Es recordado en numerosos lugares en México como el Eje Central en la Ciudad de México o la Ciudad Lázaro Cárdenas en el estado de Michoacán. En lugares como Barcelona, Madrid, Praga o Belgrado, hay lugares que llevan su nombre o monumentos en su honor.


También te puede interesar: El Museo de las Intervenciones: una mirada al pasado de México en defensa de su soberanía.

El Museo de las Intervenciones: una mirada al pasado de México en defensa de su soberanía

Lectura: 6 minutos

La Ciudad de México es la segunda metrópoli con más museos del mundo, siendo sólo superada por Londres. En ella se pueden encontrar instituciones como: el Museo Nacional de Antropología (MNA) –posiblemente el más prominente de la capital del país y administrado por el INAH–, el Museo Nacional de Historia en el Castillo de Chapultepec y el Museo del Templo Mayor. Sin olvidar otros igualmente importantes, el Museo Nacional de Arte (MUNAL) en la Plaza Manuel Tolsá, el Antiguo Colegio de San Ildefonso y el Museo Frida Kahlo –ahí mismo la famosa Casa Azul–. También podemos ver otros de más reciente inauguración, el futurista Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC) de la UNAM –inaugurado en 2008, situado en la misma Ciudad Universitaria–, el Museo Soumaya –inaugurado en 2011–, y el Museo del Estanquillo que data de 2006, albergando colecciones y objetos de Carlos Monsiváis. Estos son algunos de los más de 150 museos –que tienen dicha categoría– distribuidos por toda la ciudad.

Desde mi punto de vista, uno de los más singulares es el Museo de las Intervenciones. Tal como dice su nombre, trata sobre las intervenciones extranjeras que ha tenido México a lo largo de su historia. Y es que durante sus poco más de 200 años como país independiente, ha sufrido las ansias expansionistas de su poderoso vecino del norte: los Estados Unidos de América o la Intervención Francesa (1862-1867) que instauró la monarquía de Maximiliano de Habsburgo.

El museo está situado en el ex Convento de Nuestra Señora de los Ángeles de Churubusco en la alcaldía de Coyoacán. Fue construido durante la primera mitad del siglo XVI por la orden de los franciscanos, pasando más tarde a otra rama de su orden, la de los dieguinos.

museo de las intervenciones
Fotografía: MX City.

Unos años después de conseguir el país su independencia, el edificio y sus alrededores fueron escenario de la famosa Batalla de Churubusco durante la Primera Intervención de Estados Unidos (1847-1848). El 20 de agosto de 1847, las tropas del General Winfield Scott en su camino hacia la Ciudad de México se encontraron con 1300 efectivos mexicanos –incluidos miembros del Batallón de San Patricio– que se habían fortificado en el convento. Resistieron heroicamente a más de 8000 efectivos estadounidenses, pero tras quedarse sin municiones el mismo día tuvieron que rendirse. Cuando el general estadounidense David Twiggs pidió a los batallones mexicanos que entregaran sus armas, el general Pedro María Anaya en actitud orgullosa le espetó: Si hubiera parque, no estaría usted aquí. En homenaje a los que defendieron la plaza, justo al lado del museo, se encuentra la estatua en honor al general Anaya y la plaza frontal del convento lleva el nombre del Batallón de San Patricio. En las cercanías, una calle tiene el nombre del general Anaya y otra la de “Mártires Irlandeses”.

El edificio fue declarado Monumento Nacional por Benito Juárez y hasta 1914 fue un hospital militar. Funcionó también como una escuela de pintura y con posterioridad un Museo de la Historia del Transporte. El museo actual se estableció en septiembre de 1981 por orden del presidente José López Portillo.

Durante la visita al museo se pueden admirar las antiguas estancias que han sido minuciosamente conservadas: la cocina, el refectorio, el claustro o el estupendo jardín; asimismo, se pueden observar numerosas obras de arte sacro. Un museo sobre esta temática puede sorprender a mucha gente; pero lo cierto es que las intervenciones extranjeras que ha sufrido la República mexicana desde su independencia, han ido conformando la identidad nacional de México. En la exposición podemos ver cuadros, litografías y diversos documentos, banderas, armas, uniformes, muebles y diversos objetos de cada acontecimiento histórico. Para enriquecer el recorrido, el museo cuenta con el apoyo de textos explicativos respaldados por documentos sonoros y audiovisuales.

museo
Fotografía: INAH.

No me extenderé en las diez salas del museo establecidas en orden cronológico, pero además de las intervenciones extranjeras, también existe una parte dedicada a la Guerra de Independencia y otra posterior sobre el largo gobierno de Porfirio Díaz, cuando gran parte de los recursos del país estaban en manos de empresas extranjeras. Incluso, hay una sala dedicada a la Revolución en la que se muestra cómo Estados Unidos apoyó la conspiración para derrocar a Francisco I. Madero en 1913 durante La Decena Trágica.Las últimas invasiones que se exhiben son las dos intervenciones de Estados Unidos en territorio mexicano durante la Revolución.

Sin duda, las dos salas más importantes son las dedicadas a la Primera Intervención de Estados Unidos (1846-1848) y a la Intervención Francesa (1862-1867), que instauró el Segundo Imperio Mexicano. En la primera, podemos ver cómo Estados Unidos hizo todo lo posible para adueñarse de territorio nacional tras la Independencia de Texas en 1836, la cual se anexionó nueve años más tarde. México se opuso a la par que aumentaban los enfrentamientos en la frontera entre los dos países, lo que llevó a que se declararan la guerra oficialmente en mayo de 1846.

Con anterioridad, Estados Unidos había intentado comprar los territorios de la Alta California y del actual Nuevo México, sobre todo justificándose en la idea del “Destino Manifiesto”, defendiendo que Estados Unidos tenía el deber divino de gobernar todo el continente americano. Tras casi un año y medio de conflicto, el vecino del norte se anexionó más de la mitad del territorio mexicano, incluyendo los actuales estados de California, Nevada, Utah y Nuevo México, entre otros, y la definitiva incorporación de Texas al país del norte; algo que hizo oficial el Tratado de Guadalupe-Hidalgo.

En la sala dedicada a la Intervención Francesa vemos otro periodo intrincado de la historia mexicana. Habían pasado pocos años desde la pérdida de territorio nacional en manos del vecino del norte y la Guerra de Reforma (1858-1861) en la que los liberales de Benito Juárez ganaron y así pudieron aplicar la Constitución de 1857, que establecía la desamortización de los bienes eclesiásticos y la enseñanza laica. Debido a que el gobierno suspendió el pago de la deuda exterior por dos años con Francia, Reino Unido y España, estos países desembarcaron en Veracruz reclamando el pago. Los españoles y los británicos llegaron a un acuerdo con el gobierno mexicano sobre los pagos, pero Francia tenía ambiciones imperialistas hacia el país, por lo que decidió invadirlo.

recorrido museo
Fotografía: INAH.

A pesar de su avance constante, el 5 de mayo de 1862, el ejército francés sufrió una derrota en Puebla ante las tropas comandadas por el general Ignacio Zaragoza, lo que paralizó durante unos meses el avance invasor hacia la Ciudad de México. En la exposición del museo podemos ver lo que decía la prensa gala de México, menospreciando a los mexicanos o los comentarios del general Charles Latrille de Lorencez que en un mensaje destinado al emperador francés afirmaba que eran superiores a los mexicanos en todo, incluyendo en organización, sensibilidad y raza.

A pesar de esta gran victoria, los franceses tomaron Puebla unos meses después, llegando a la capital del país en junio de 1863. En este tiempo los conservadores mexicanos habían estado buscando, bajo el amparo de Napoleón III, un candidato a monarca, encontrándolo en la figura de Maximiliano de Habsburgo, hermano del emperador Francisco-José de Austria. El Segundo Imperio mexicano duró apenas tres años, ya que los franceses empezaron a abandonar México en 1866 y los conservadores se desilusionaron con Maximiliano debido a que realizó diversas políticas liberales y las tropas juaristas no cesaron en su lucha para reinstaurar la República.

Se puede afirmar que el Museo de las Intervenciones permite conocer el largo camino de México para reafirmarse como un país independiente. Un proceso difícil, ya que tuvo que padecer una invasión que le privó de más de la mitad de su territorio, la instauración de un monarca extranjero, y una larga dictadura –la de Porfirio Díaz– que dejó los recursos del país en manos de empresas foráneas que pagaban salarios muy precarios a los trabajadores mexicanos. La Revolución mexicana (1910-1920) intentó paliar esta situación, sentando las bases de un proceso de construcción nacional que aunque dio impulso al país, se sustentó en un sistema de partido hegemónico.


También te puede interesar: Los Olvidados de Luis Buñuel: 70 aniversario de su estreno.

Los Olvidados de Luis Buñuel: 70 aniversario de su estreno

Lectura: 6 minutos

El próximo 9 de noviembre se cumplirá el 70 aniversario del estreno de la película Los Olvidados de Luis Buñuel. Un filme que fue un triunfo para la cinematografía mexicana pero cuyo camino al éxito no fue fácil, ya que antes de llegar a los cines se le calificó de ser una obra “denigrante” para México. La película mostraba las vivencias de unos niños en una barriada pobre de Ciudad de México y lo hacía de una manera descarnada y alejada de cualquier sentimentalismo, mostrando la pobreza y la violencia que había. Duró poco en los cines, pero unos meses después y gracias al apoyo de algunos intelectuales –como Octavio Paz– fue presentada en el Festival de Cannes de 1951, ganando el Premio al Mejor Director. Se reestrenó en las salas mexicanas con gran éxito, obteniendo además 11 Premios Ariel. Buñuel logró consolidar su carrera en México y se convirtió en un cineasta reconocido internacionalmente.

El pasado 9 de Julio, la Filmoteca de la UNAM ofreció el visionado gratuito de la película –en su versión restaurada– durante un día, coincidiendo con la celebración del 60 aniversario de la fundación de la institución. Por la actual emergencia sanitaria es posible que los homenajes a la película no vayan a ser muy numerosos; pero es cierto que esta obra ha sido reconocida en muchos países y aparece a menudo en la lista de las mejores películas de la historia. La UNESCO, en 2003, declaró a su negativo original “Memoria del Mundo”, siendo uno de los tres largometrajes que tienen esta distinción, los otros son Metrópolis (1927) de Fritz Lang, y El Mago de Oz (1939) de Victor Fleming, además de la obra completa de los Hermanos Lumière.

los olvidados luis bunuel
Luis Buñuel y Octavio Paz en los años 70 (Fotografía: Enfilme).

Antes de llegar a México, Buñuel era conocido en algunos círculos artísticos y por haber formado parte del Movimiento Surrealista. Sus dos primeras obras, El perro andaluz (1928) y La Edad de Oro (1930), se engloban dentro de este movimiento. Después rodó el polémico documental Las Hurdes: Tierra sin Pan (1933). Tras el fin de la Guerra Civil tuvo que exiliarse en Estados Unidos, durante algunos años trabajó en el Museo de Arte Moderno (MOMA) de Nueva York como productor y montador de documentales para la Coordinación de Asuntos Interamericanos, organización que presidia el filántropo Nelson Rockefeller. En 1943, Dalí publicó su libro La vida Secreta de Salvador Dalí, en el que acusaba al director de ser ateo y comunista. Debido a la presión de algunos sectores reaccionarios de Estados Unidos, tuvo que dimitir y después de un breve paso por Hollywood como supervisor de doblajes, se trasladó a México, ya que le ofrecieron dirigir una adaptación de la obra La casa de Bernarda Alba de Federico García Lorca, aunque finalmente no se llevó a cabo. El productor Oscar Dancigers le propuso dirigir otra obra: Gran Casino (1947) con Jorge Negrete y Libertad Lamarque de protagonista. La película fue un fracaso de taquilla. Tres años después, Dancigers le invitó a dirigir El Gran Calavera (1949), la cual sí fue un éxito. Buñuel se quedó definitivamente en México y solicitó la nacionalidad. Lo curioso es que al director nunca le había atraído vivir en América Latina, y como afirma en su biografía, solía decirle a sus amigos: Si desaparezco, buscadme en cualquier parte, menos allí.

Luis Buñuel fue preparando ideas para su nueva película durante los casi tres años que pasaron entre el estreno de sus dos primeros largometrajes mexicanos; el cineasta realizaba paseos por los arrabales de la Ciudad de México y de su área metropolitana. Lugares que parecían olvidados por la ley y las autoridades y que acogían a los numerosos emigrantes que venían a la urbe desde el campo. Para documentarse, tuvo reuniones con asesores, burócratas y psicólogos infantiles. Después del segundo largometraje que realizaron juntos, Dancigers le propuso hacer una película distinta a las anteriores, y Buñuel con toda la información que había ido reuniendo elaboró el guion, junto con Luis Alcoriza y con la ayuda de Jesús Camacho Villaseñor –conocido con el nombre artístico de Pedro de Urdimalas, uno de los guionistas de las dos primeras películas de la trilogía de Pepe El Toro (1948-1952), Nosotros los pobres (1948) y Ustedes los Ricos (1948), dirigidas por Ismael Rodríguez–.

Durante el rodaje de la película hubo críticas de una parte del equipo técnico; el guionista Pedro de Urdimalas pidió que su nombre no apareciera en los créditos por una escena en la que unos niños buscaban comida entre la basura y aparecía el retrato de un “hidalgo” español, pues consideraba que era un insulto a la “Madre Patria”, es decir: España. La peluquera dimitió porque consideró que daba una mala imagen de las madres mexicanas; sobre todo por la escena en la que la madre de Pedro no le permite entrar en casa, rechazándolo. Y otros técnicos le decían que por qué no rodaba una película en un barrio rico, como Las Lomas de Chapultepec.

los olvidados luis bunuel
Fotograma de la película “Los Olvidados” (Fuente: El gabinete del Doctor Marbuse).

En un visionado, previo a su estreno, ante algunos intelectuales sufrió críticas durísimas, Lupe, la hija de Diego Rivera, se negó a dirigirle la palabra; la mujer del poeta español Luis Felipe, le acusó de haber realizado un ataque a México y de que los niños que salían no eran mexicanos y que haría que le expulsaran del país. En cambio, David Alfaro Siqueiros, presente en la proyección, felicitó a Buñuel.

Buena parte de la prensa atacó la película y eso hizo que estuviese pocos días en cartelera. La película se había estrenado en 1950, una época en la que México estaba acabando de consolidarse como un país moderno e industrial. Desde los años 30, México había entrado en un periodo de cierta estabilidad política y económica, gracias al sistema político, en el que el partido hegemónico –el Partido Revolucionario Institucional (PRI)– dominaba no sólo en el gobierno, sino también el Poder Legislativo, los diferentes gobiernos estatales, los Ayuntamientos y buena parte de la Administración Pública. El PRI gobernaba con un discurso nacionalista en el que se mostraba un país en constante desarrollo en todos sus ámbitos y donde no existían problemas de ninguna clase.

Un México con grandes instituciones educativas y culturales de primer nivel, con un turismo que empezaba a dar sus primeros pasos y un desarrollo industrial en aumento. Un lugar donde la libertad de prensa estaba controlada en muchos aspectos y en consecuencia no se hablaba de los “Olvidados” de la sociedad. Para las autoridades, parte de la prensa y muchos intelectuales era imposible que en el México moderno hubiese esos problemas que mostraba la película y afirmaban que todo era una invención del director para deshonrar el país. Incluso el intelectual y diplomático Jaime Torres Bodet –en aquellos momentos representante de México ante la UNESCO– opinaba lo mismo cuando la película estaba a punto de presentarse en Cannes.

Los Olvidados
Fotograma de la película “Los Olvidados” (Fuente: La Jornada).

El cineasta, aunque ambientase la película en México, quería hablar de las dificultades que se enfrentan en todas las grandes ciudades del mundo. En el inicio de la película, un narrador informa que muchas urbes del mundo, entre ellas, Nueva York, París o Londres, hay pobreza y niños con muchos problemas. La sociedad, a pesar de sus buenas intenciones no consigue erradicarlos, afirmando que la Ciudad de México no es la excepción a esta situación. Luis Buñuel mostraba esos problemas de una manera dura y cruel sin dulcificar la pobreza, a diferencia de muchas películas de la “Edad de Oro” en donde sus protagonistas, a pesar de su miseria y desgracia, mostraban siempre una gran felicidad y en donde los ricos tenían envidia de ellos. Un ejemplo claro es la Trilogía de Pepe el Toro.

En Los Olvidados, Buñuel no dudó en mostrar la violencia que puede surgir en lugares con mucha pobreza y marginación. La escena del grupo de jóvenes que roban y maltratan a un señor tullido, u otra donde El Jaibo mata a un chico que le había delatado, son buenos ejemplos de esto. El director español incluso consiguió poner un final más duro, a pesar de que habían rodado también un final alternativo feliz, en el que Pedro mata a El Jaibo y vuelve al reformatorio. 

A pesar de los problemas que encontró Luis Buñuel, el posterior reestreno de la película después del éxito en Cannes, afianzó la carrera del cineasta, quedándose a vivir en México, donde encontró un hogar y un lugar de trabajo. Además, fue el inicio de su colaboración con Gabriel Figueroa. Siguió realizando obras maestras como: Ensayo de un crimen (1955), Nazarín (1959), Viridiana (1961) y El Ángel exterminador (1962). Aunque también tuvo que rodar películas alimenticias para seguir manteniendo su lugar en la industria nacional: Susana (1951), Abismos de pasión (1954), Robinson Crusoe (1954), entre otras.

Los Olvidados y su director influyeron en muchos cineastas del Nuevo Cine Latinoamericano, formado por movimientos como los de la Escuela Documentalista de Santa Fe (Argentina), el Cinema Novo (Brasil) o el Nuevo Cine Cubano, y por directores como los brasileños Nelson Pereira dos Santos, Glauber Rocha, el cubano Tomás Gutiérrez Alea o el chileno Miguel Littín. En México, también surgió esta influencia en directores tan importantes como Arturo Ripstein, Alberto Isaac, Paul Leduc y, el colaborador de Buñuel, Luis Alcoriza.


También te puede interesar: La cocina mexicana en el mundo.