El asesino futbolero

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—¡Cómo no lo iba a matar, si jugó en el América, hombre!

Me dijo mi compadre Totopo en una plática acalorada, hablando de José de León Toral, quien “mató” al general Álvaro Obregón, en julio de 1928, en un restaurante de postín por los rumbos de San Ángel, cuando éste celebraba su reelección como presidente.

Las comillas en “mató” vienen porque a nueve décadas del crimen, el caso sigue dando de qué hablar, ya que, si Toral le disparó seis balas al famoso Manco de Celaya, en la autopsia se encontraron diecinueve agujeros en el cuerpo, además de calibres diferentes. Eso sí, las cuarenta personas que estuvieron presentes en el asesinato, todas apuntaron a Toral como el único autor, el “loquito en solitario” de siempre (¿por qué nos suena este cuento?).

José de León Toral era un fanático del deporte, pero más de la religión, si esto puede suceder. Producto de una generación que se formó durante las alborotadas décadas que le siguieron al estallido de la Revolución –y a la famosa Guerra Cristera, desatada por la Ley Calles–,[i] Toral, como muchos jóvenes, vio en la religión católica no sólo una forma de vida piadosa y redentora, sino el sendero para convertirse en un verdadero mártir, como los que leía con fervor en sus libros piadosos. Tanto el presidente Plutarco Elías Calles, y después Obregón, venían dándose a la tarea de menguar el poder de la Iglesia, controlándola con la aplicación de los artículos constitucionales que permitían la libertad de cualquier culto, además de la obligación para los sacerdotes de registrarse ante el gobierno. De tal manera que cuando Obregón logró su reelección, de 1928 a 1934, el sector católico y sus brazos extremistas decidieron eliminarlo.

El excrema Toral nació en Matehuala, San Luis Potosí, en 1900. Su madre, María de la Paz Toral y Rico, era acaloradamente religiosa e influenció mucho en su hijo, uno de once, que al parecer tuvo una niñez apática y seria: “José creció en un hogar conservador, convencido de poseer la verdad fundamental sobre la vida y la muerte”, dice Enrique Guerra Manzo.[ii]

José de León Toral y la madre Conchita
José de León Toral y la madre Conchita (Fotografía: Ecce Cristiano).

La primera vez que José escuchó el nombre de Álvaro Obregón fue cuando las tropas revolucionarias entraron a la capital, justo donde los De león Toral se habían mudado, en 1915. En esa época hubo un pomposo cerradero de escuelas de curas, entre ellas la de José, quien ni él ni sus compañeros comprendieron porqué clausuraban la institución “que les había inculcado el amor a la patria, con el argumento de que corrompía a la niñez”.

Con las escaramuzas y desórdenes era difícil para los jóvenes continuar sus estudios. José terminó un curso de taquimecanografía con buenos resultados, pero después los dejó, hasta finales de 1926, que ingresó a la Academia de San Carlos para estudiar por las noches dibujo, que sí se le daba (también era un entusiasta de la pintura). Entre tanto, trabajó de todo un poco, desde office boy en la compañía Gerber (sí, la del bebesote comepapillas), como maestro de dibujo elemental (por supuesto en un colegio católico) y en el periódico Excélsior.

Las correteadas e injusticias que sufría la Iglesia y que amenazaban la integridad de la buena sociedad y del país (católico), hicieron que José acentuara su devoción religiosa. Asistía a misa diario, estaba en todos los grupos de jóvenes católicos y su lectura era exclusivamente sobre temas píos: “Pensó que era muy importante dedicarse con gran actividad a la propaganda religiosa. De hecho, su conducta permite verlo alejado de los vicios, dedicando sus horas de ocio a prácticas religiosas y deportes”, dice Guerra Manzo. José era un atleta nato: atletismo, natación, box y basquetbol, todos los había practicado con esmero, aunque su favorito era el soccer. Se decía que fue un mediocampista excepcional.

¿Cómo terminó Toral en el América? El club se fundó el 12 de octubre de 1916, en los llanos de la Condesa. Como los integrantes preferían jugar, en vez de andar de creativos pensando en un nombre, aceptaron sin problema la propuesta del “Cheto” Quintanilla, quien sugirió se llamaran “América”, total, ese día era la fecha del descubrimiento dé: ¡Listo!, a patear el coco de un lado a otro.

Los chicos tuvieron un buen inicio, hasta llegar a la primera fuerza, en 1917. Sin embargo, vinieron vacas flacas que los obligaron a reforzarse con jugadores de otros clubes, hasta fusionarse con los equipos de los colegios de hermanos Maristas,[iii] entonces los más futboleros, como el Savignon, San José y Alvarado: “de este último llegó León Toral al América, que cambió su nombre al Centro Unión”, cuenta Héctor Hernández, historiador oficial del Club América.

Los Maristas, liderados por el hermano Joachim Chanel, ya habían inaugurado un centro deportivo, el Centro Unión, que integraba a jugadores de equipos desbandados, por eso de 1918 a 1920, con acoplamiento de todos los jugadores –entre ellos el América–, entraron a la Liga Nacional con el nombre de Centro Unión, junto con el Club España, Luz y Fuerza, Amicale Française y el Reforma A.C.

Ahora bien, “bajo su fachada de recreativo deportivo para los jóvenes de las colonias Santa María la Ribera (donde Toral vivía) y San Rafael, el Centro Unión era el brazo ejecutor de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana (ACJM)”, comenta Guerra Manzo. La ACJM fue decisiva en la lucha del clero contra el Estado. Con ella se atraía por medio del deporte y otras actividades a jóvenes de la clase media y alta, para darles una formación sólida que no sólo los alejara del socialismo y comunismo, sino también para convertirlos en verdaderos “jefes y soldados” dispuestos a la acción y a ir más allá.

Fue así como durante los años 20 salieron de la ACJM y el Centro Unión la mayoría de los kamikazes que intentaron matar a algún tirano laico, la mayor de las veces sin éxito. Por ejemplo, los “soldados” Juan Antonio Tirado Arias y Nahúm Lamberto Ruiz, quienes intentaron volar por los aires a Álvaro Obregón, en noviembre de 1927, cuando iba en su Cadillac a altura del Bosque de Chapultepec a una corrida de toros dominguera. Obregón la libró porque los dinamiteros tuvieron mala puntería (eran futbolistas, no beisboleros). Sólo sobrevivió Arias, quien después de algunos torniquetes de encéfalo confesó lo que fuera necesario. La versión oficial dijo que detrás del atentado estaba la Liga de Defensa de la Religión, afiliada a la ACJM, al mando del padre Miguel Pro y su hermano Humberto (quien era uno de los pocos amigos cercanos de Toral y había comprado el auto para el atentado). Días después apresaron al padre Pro, carismático y popular jesuita, y sin ningún juicio lo fusilaron. Esto lo convirtió al instante en un emblema de la resistencia a las leyes anticlericales del gobierno y en un mártir de ejemplo a seguir (Juan Pablo II lo beatificó en 1988).

Para entonces José de León Toral no sólo era un “soldado” del Club Unión, también pertenecía a una célula secreta católica todavía más brava, llamada “la U”, que operaba en varias partes del país. Entre sus líderes estaban Manuel Trejo Morales quien, después se supo, enseñó a tirar a Toral y le prestó la pistola con la que baleó al Caudillo, y la famosa madreConchita, Concepción Acevedo de la Llata, a quien se le acusó de ser la autora intelectual del asesinato de Obregón. “La U de la Ciudad de México –dice Guerra Manzo– operaba desde de abril de 1928 en dos planos: fabricaba bombas para dinamitar edificios públicos como protesta y brindaba ayuda material y humana a los cristeros en el campo”. Las juntas de la célula se llevaban a cabo la mayor de las veces en el convento encubierto de la madre Conchita, en la calle de Zaragoza, Santa María la Ribera, a donde Toral asistía con frecuencia a las misas clandestinas y fue “iniciado” (léase lavado de cerebro).

Así fue como el 17 de julio de 1928, el ex águila apareció a las 2:20 pm en el restauranteLa Bombilla, y con el pretexto de ser un humilde caricaturista que quería dibujar al insigne sonorense, se le acercó; y mientras en ese momento se escuchaba el son El Limoncito, interpretado por la orquesta del maestro Alfonso Esparza Oteo, se sirvió la sopa de balas. Fin de la fiesta.

Tanto Toral como la madre Conchita fueron apresados ese mismo día. De las torturas después hablamos. Toral jamás mostró arrepentimiento, sino todo lo contrario: en una carta desde la cárcel dirigida a Carlos Castro Balda, otro católico enfritado, le presumía que los hermanos Pro envidiarían su logro al alcanzar la “palma del martirio”:

“(…) Yo considero estos tres meses que hoy cumplo como una sobrevida (…) Dios lo que ve es mi intención; la consumación me atrevo a creer que es cosa secundaria. Y mi necesidad de esto, pues tengo la seguridad de que mi muerte será la muerte de un mártir. Dios no nos negará la corona (…)”.

Toral y Obregón.
Imagen: El Siglo de Torreón.

A José de León Toral lo fusilaron en febrero de 1929 mientras gritaba “¡Viva Cristo Rey!”. En cuanto a la madre Conchita la condenaron ese mismo año a cadena perpetua. Pudo conmutar su pena a las Islas Marías, donde conoció a su esposo, el arriba mencionado Carlos Castro Balda, preso por poner una bomba en los baños de la Cámara de Diputados.

Quién iba a decir que la madre Conchita, después de ser liberada en 1940, viviría hasta su muerte, en 1978, con su esposo en un pequeño departamento sobre la avenida Álvaro Obregón.

Como anécdota cabe decir que el consejero espiritual de toda la vida de la madre Conchita, fue el fundador de los Misioneros del Espíritu Santo, el sacerdote marista Félix de Jesús Rougier (o Reguier), quien además fue un profundo admirador del padre Pro (quería morir como él). Todavía en prisión, el padre Rougier siguió escribiéndose con Conchita, a quien llamaba “Tía Feliciana”.

Y mientras las dudas siguen bailando al son de El Limoncito sobre quién verdaderamente estuvo tras la muerte de Álvaro Obregón, dos cosas son seguras:

  1. si el ex mediocampista del América no lo mata, lo hubiera hecho muy pronto su enfermedad, pues el sonorense estaba desahuciado y,
  2. gracias a su asesinato nació el PRI, que tantas alegrías nos dio por setenta años… y las que vendrán.

Notas:

[i] . – La Ley Calles: ley expedida en 1926, oficialmente llamada “ley de tolerancia de cultos”, cuyo fin era controlar a la iglesia católica en México

[ii] . – En: Sociedades secretas clericales y no clericales en México en el siglo XX.

Universidad Iberoamericana, México, 2018.

[iii] . – Orden francesa dedicada a la educación de jóvenes y formación de colegios, que llegó a México a finales del siglo XIX.

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Luis

Divertidísimo, ameno como siempre y muy ilustrador. Permite al lector detrás de la historia llegar a sus propias conclusiones.

Gerardo Australia

Muchas gracias por leer, don Luis, y escribirme..Reciba un gran saludo!!

Excelente art

Salvador Segura Levy

Otra felicitación, querido Gerardo, siempre profundo y ligero de leer, a la vez. Abrazos de felicitaciones.

Gerardo Australia

Gracias por leer, querido Chava y darte el tiempo de escribirme…Abrazo

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