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El limitado progresismo de Biden

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Si Trump se reeligiera, sería incapaz de encauzar la recuperación post pandemia más allá de la simple gestión de la crisis; Biden por lo menos, tiene clara la necesidad de utilizar capacidades del Estado para afrontar algunos de los grandes problemas de su país, que no por casualidad son casi todos globales.

El mundo, con Estados Unidos todavía a la cabeza en poderío económico, científico, tecnológico y militar, enfrenta situaciones graves, como el colapso simultáneo de la oferta y la demanda, como una concentración de la riqueza fuera de control y la desaparición de millones de empleos; también la democracia y sus instituciones están en crisis en muchos países, como lo está el multilateralismo y por encima de todo, la emergencia climática que amenaza la supervivencia humana.

Biden tiene propuestas interesantes ante algunos de esos problemas, como el empleo y el calentamiento global, pero carece de un planteamiento sistémico como el que economistas e historiadores entre los que destacan Mariana Mazzucato, Joseph Stiglitz, Daron Acemoglu, y otros muchos están discutiendo en varios lugares.

La profundidad de los problemas obliga a refrescar conceptos y considerar reformas profundas para reorientar el sistema capitalista, aun cuando sean o parezcan, por el momento, de escasa viabilidad política. Lo bueno es que, de triunfar, Biden necesitaría, para contrarrestar el peso del trumpismo (resentimiento irracional de millones de excluidos), que se abra, al interior de su gobierno, la discusión sobre cómo hacer transitar su economía del bajo crecimiento al desarrollo.

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Imagen: Granma.

Lo inmediato para Estados Unidos y el resto del mundo industrial, es la recuperación económica; las que han seguido a cada recesión desde hace 40 años, han sido cada vez más lentas y flojas. Para que esta vez sea duradera, se tendrían que sentar bases para un crecimiento incluyente y menos desigual.

Se dice pronto, pero supone revertir la pérdida salarial que han sufrido los trabajadores en todo el mundo durante las últimas cuatro décadas, y elevar sustancialmente la calidad de los servicios públicos, cuya ineficacia evidenció la pandemia. Ello reforzaría la demanda solvente del mercado que es, al final del día, el mejor estímulo al dinamismo de las inversiones productivas.

Pero, además, la política fiscal no sólo tendría que fomentar esas inversiones como hasta ahora, sino incidir en su orientación para que favorezcan el bien común (Mazzucato). La política fiscal sería un instrumento para hacer evidente la asociación entre el Estado, las empresas y los trabajadores, la cual existe, pero sólo ha favorecido los beneficios privados.

 Avanzar en favor del desarrollo implica, ante todo, que el Estado intervenga, no sólo en las crisis sino en su prevención, recuperando capacidades institucionales que se han perdido –en México como en muchos otros países– al caer bajo influencia determinante de grandes corporaciones (Acemoglu).

El neoliberalismo se propuso poner la economía a salvo de influencias políticas, lo que dio lugar a recesiones, desigualdades y desprestigio de la democracia, al grado en que el trumpismo las ha llevado en Estados Unidos; del divisionismo nacional e internacional que ha provocado, Biden tendría que lograr la identificación de intereses propios del capital privado, público y laboral con los del bienestar general, y restablecer la cooperación multilateral para afrontar amenazas globales muy serias.


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Identidad política: clase, ideología, concientización

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Junto con los ingredientes que hemos revisado de sexo y género, raza y color, pueblo y cultura, la identidad de clase y la ideología política conforman el lugar, tanto objetivo como subjetivo, que un sujeto tiene y desempeña en su nicho social. La conciencia de clase ha sido tema de análisis y debate en las ciencias sociales y económicas a partir de la obra de Karl Marx, quien a mediados del siglo XIX propuso que, si bien la explotación era un hecho manifiesto de la sociedad capitalista, los trabajadores no siempre tienen conciencia de ser utilizados de esa manera y es necesario que se les exponga esa realidad y la adquieran por experiencia. Planteó que una creciente conciencia de clase sería condición necesaria no sólo para conquistar salarios y prestaciones justas y dignas como fruto de su labor, sino para revolucionar la sociedad y eventualmente eliminar las clases sociales.

Con frecuencia la discusión académica se ha centrado en temas teóricos, por ejemplo si la propiedad privada es algo natural o social, si la explotación ocurrió en los países comunistas, o si la situación económica ha cambiado de tal manera que ya no es vigente el concepto de clase social. Es verdad que desde mediados del siglo pasado el desarrollo de la empresa y el comercio en el planeta ha dado lugar a múltiples roles, como los gerenciales, los administrativos, los promotores o las diferentes calificaciones y capacidades de los trabajadores. El complejo sistema económico y laboral moderno rebasa las clases sociales identificadas en su momento como proletariado, burguesía o clase media. Ahora bien, las prerrogativas, las obligaciones y la conciencia laboral en las sociedades actuales mantienen una estratificación social, aunque más diversa y diferenciada. La jerarquización se hace muy patente en la deplorable desproporción económica entre pobres y ricos que se ha acentuado desde finales del siglo pasado a raíz de la hegemonía neoliberal y la globalización.

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Dos modelos piramidales de clases sociales. Izquierda: modelo de las clases sociales en la Colombia del Siglo XIX (tomado de Colopedia). Derecha: modelo de tres niveles (tomado de José Luis Trujillo).

Si bien en este último contexto se planteó que la noción de clase social estaba superada, las personas siguen aplicando la noción de clases jerárquicas y estratificadas para describir la sociedad en la que viven y para ubicarse en esa estructura. Esto se ha comprobado empíricamente en sociedades tan democráticas como la inglesa o tan igualitarias como la danesa. La remuneración y la situación económica siguen siendo los criterios para establecer la ordenación jerárquica de la sociedad, suplementados con cotejos del nivel educativo, nivel de vida y perfil ocupacional. De esta forma, además de entender la conciencia de clase como una situación colectiva de rangos y estratos, es necesario considerarla como un atributo subjetivo propio de la autoconciencia. Esto es así porque cada persona, al discernir su trabajo, forma de vida y situación económica en referencia a la organización de la sociedad se piensa y se establece como integrante de cierta clase y con ello adopta ciertas creencias, sentimientos y deseos. Esta noción personal y subjetiva difícilmente puede llegar a ser exacta en referencia al rol que la persona juega en la cadena laboral, los medios de producción, o la estructura social, pero está sujeta a una creciente concientización lo cual tiene un efecto importante en su liberación y su autorrealización, como lo analizó el pedagogo brasileño Paulo Freire. En la filosofía educativa de Freire, el potencial para ser libre en un entorno de dominación apunta a descubrir e implementar alternativas mediante la concientización: el proceso de toma de conciencia que el sujeto experimenta en su aprendizaje sobre el mundo y los obstáculos que enfrenta.

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Portada del libro “Concientización” de Paulo Freire y retrato de este autor y pedagogo brasileño (tomado de Art Station).

Durante su aprendizaje, desarrollo y experiencia laboral y social, las personas se plantean objetivos o metas para mejorar su situación, optimizar sus habilidades y conseguir mayor seguridad y satisfacción. Desgraciadamente, entre las diversas naciones y clases sociales es muy desigual la posibilidad de elegir e implementar una forma de ganarse una vida digna y satisfactoria al ejercer una labor grata, apropiada y eficiente en términos de habilidad, creatividad y retribución. Además de mejorar la oportunidad de lograr este objetivo, se plantea como deseable que todo sujeto activo y pensante pueda percibir y categorizar la sociedad en la que vive y su papel en ella en términos de justicia y de ética.

El conjunto de creencias y las acciones que toma una persona en referencia a las clases sociales constituye un nodo crucial de su orientación política y su identidad personal. La identidad política más conocida y reiterada se definió desde la Revolución Francesa como la posición ideológica que un individuo considera tener en una línea continua que va de izquierda a derecha con un centro figurado. Durante más de un siglo la izquierda se definió como el sector liberal, progresista y socialista que defendía la revolución o la reforma para producir una sociedad más justa, y la derecha por el sector conservador, tradicional y capitalista de quienes favorecían una separación de clases como necesaria para la economía y el funcionamiento social. A raíz del colapso del socialismo real en 1989, los conceptos de izquierda y derecha han sufrido una revaloración que no ha llegado a decantarse en una redefinición clara.

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Representación típica en una línea horizontal continua de la izquierda, la derecha y el centro del espectro político (tomada de Blog Salmón).

A pesar de los cambios y variaciones en el significado de los términos, creo que aún se puede mantener que la izquierda favorece el progreso y las reformas hacia una mayor igualdad social y económica en un estado que garantice el bienestar de la mayoría y en beneficio particular de los más desfavorecidos. Por su parte, la derecha apoya la autoridad, el orden y el reforzamiento de las tradiciones, instituciones y condiciones que garanticen la libre empresa, la ganancia y la generación irrestricta de capital. Es posible que la distinción más básica sea la tendencia para acercar, difuminar o desaparecer las jerarquías de clase como peculiar de la izquierda, a la cual se opone la tendencia para consolidar la existencia y las funciones de clases dominantes peculiar de la derecha. Esta bipartición no es del todo coherente, pues se encuentran posiciones autoritarias, libertarias o nacionalistas en los dos extremos del espectro. Más aún, lo que se entiende por conservador, liberal, radical, socialista, burgués, demócrata y otros términos ha variado en diferentes épocas y lugares. Además de la línea horizontal de izquierda a derecha se ha plantado otra variable que cursa del autoritarismo al libertarianismo y que se coloca a 90 grados sobre la anterior para conformar una cartografía dos dimensiones y cuatro cuadrantes para representar el territorio ideológico de manera más completa.

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Gráfica del espectro político en dos dimensiones, con un eje socioeconómico horizontal de izquierda a derecha y un eje sociocultural vertical de autoritarismo a libertarianismo. Los cuatro cuadrantes restantes del cruce ortogonal (a 90º) de estos ejes se dibujan en colores supuestamente representativos de cada ideología política. Modelo basado en las propuestas del psicólogo británico Hans Eysenck (1956) (tomado de Wikipedia).

En la actualidad la investigación científica sobre la identidad política concibe que la afinidad ideológica surge por la confluencia de factores “ascendentes” (a partir de los subsistemas psicobiológicos) de tipo genético, fisiológico, motivacional o moral, con acomodos “descendentes” (a partir del suprasistema social) de enseñanza, indoctrinación, información histórica y política. Hay también influencias “horizontales” que provienen del diálogo y la aprobación o repudio de personas contemporáneas. Phillip Hammack de la Universidad de California ha propuesto un modelo tripartita de la identidad política que integra aspectos cognitivos, sociales y culturales en un marco múltiple poniendo el foco del análisis en los contenidos, la estructura y los procesos. Define la identidad como la ideología estructurada en el proceso discursivo y manifestada en una narrativa personal que se construye y reconstruye en el curso de la vida a través de las interacciones y las prácticas sociales.


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Neoliberalismo epidemiológico

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El dilema en México –y en Jalisco– es sumamente complejo. Por un lado, la pandemia crece sin control, el país cierra junio como el sexto lugar mundial en número de defunciones, y el undécimo en cuanto al número de casos confirmados. Sin embargo, la economía también está en riesgo y agoniza, en poco tiempo se verán resultados aún más graves.

La crisis ya está dando sus primeros golpes. De acuerdo con la Canacintra, más de 250 mil negocios han cerrado y 500 mil PyMEs se encuentran en insolvencia en el país. La presión social –y empresarial– parece insostenible. Está claro que una cuarentena obligatoria ya no es viable, pero eso no debe significar que el Estado abandone su papel preponderante en tiempos aciagos.

El tan crítico panorama que vive México no es visto necesariamente en otras naciones. Aquellos gobiernos que han enfrentado de manera decisiva a la pandemia, sin eludir el papel fundamental del Estado en la vida pública, arrojan mucho mejores resultados. Hay varios casos: Nueva Zelanda ha podido literalmente domar la pandemia gracias al liderazgo de su gobierno; la Alemania de Angela Merkel ha enfrentado una situación más compleja, pero tiene al país con uno de los índices más bajos de mortandad por el COVID-19: 1.6% en comparación con un 12.3% que tiene México. Por su parte, el exitoso modelo de Vietnam, cuyo gobierno ha sido elogiado por la OMS, ha logrado cero muertes en un país que todavía está en desarrollo, con 95 millones de habitantes.

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Ilustración: Resilience.org

Sin embargo, la nueva filosofía del gobierno federal de “dejar hacer, dejar pasar”, es una opción sumamente peligrosa. A diferencia de lo que ocurre en contextos como Estados Unidos, esta postura no se ha interpretado como el respeto a las libertades individuales, sino como un reconocimiento de facto de la debilidad y fracaso institucionales. Parece estar tirándose la toalla, abdicando de la función de gobernar y resolver problemas de coordinación.

La pandemia no ha sido domada, sino que está en su punto más alto (López-Gatell dixit), y lo seguirá estando. Entonces, ¿por qué avanzamos hacia la “nueva normalidad”? La razón: se agotó el margen de maniobra (que nunca intentaron ampliar). No existen capacidades ni financieras ni institucionales para mantener confinamientos selectivos y ordenados.

De pronto nos volvimos neoliberales (ahora sí): replegando al Estado y dejando al ciudadano con la responsabilidad no sólo económica, sino sanitaria; a su suerte. Además, con diferencias clave respecto a otros países: en México no hay pruebas masivas, ni seguimiento de contactos, ni protocolos estrictos ante nuevos brotes. No hay comunicación clara, el gobierno perdió la narrativa. La gente está a la deriva, confundida; y lo peor, ya no muestra cautela ante el COVID-19.

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Imagen: Ethic.

En el caso del Estado de Jalisco, el gobernador ha impulsado el concepto de “responsabilidad individual” ante el COVID-19. El llamado es correcto, pero debe estar acompañado por políticas claras y, sobre todo, límites estrictos para los irresponsables. El odiado neoliberalismo sólo funciona cuando la libertad individual está acotada por un sólido Estado que fija reglas claras y las hace cumplir.

Una reapertura funciona cuando existen mecanismos para volver a cerrar si las condiciones epidemiológicas lo ameritan. En días pasados, China volvió a implementar medidas de confinamiento con 137 nuevos casos de infección. En varios estados de la Unión Americana, entre estos Texas y Florida, han dado marcha atrás a la reactivación económica ante el alarmante crecimiento que se ha dado justamente por dicha reapertura, apresurada y desordenada. Un nuevo confinamiento será difícil en México, la gente simplemente ya no confía en el gobierno.

La función del gobierno no es hacer decálogos, sino políticas públicas. En ausencia de éstas, la expectativa (¿esperanza?) es que la gente, al ver cada vez más de cerca los estragos de la pandemia, vuelva a ser cauta, responsable y se confine voluntariamente. Es de lo más neoliberal que hemos visto en México en décadas.


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¿AMLO es neoliberal?

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Llama la atención que el franco apoyo de López Obrador al T-MEC, ha dado lugar a simplones comentarios sobre paralelismos y convergencias entre el “satanizado” neoliberalismo de Carlos Salinas y el gobierno “transformador” de López Obrador, como si éste estuviera cayendo en lo mismo que aquel, en flagrante contradicción ideológica y política.

Hay quienes creen que la marca del neoliberalismo es el libre comercio y que al haber sido Salinas el gran impulsor de la apertura comercial, López Obrador se identifica con ese pasado al defender el T-MEC que fue negociado por Enrique Peña Nieto. Un columnista respetable como José Antonio Crespo llegó a sostener que López Obrador, si fuera congruente, tendría que cerrar al país comercialmente.

Nada que ver la 4T con el neoliberalismo ni contra la apertura comercial. Tiene otros problemas, muy serios algunos, pero no de identidad con el neoliberalismo; lo que inauguró esa política global no fue el comercio libre (que en la práctica, no hay un solo país desarrollado que lo cumpla), sino el haber puesto las libertades económicas por encima de la democracia.

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Imagen: teleSur.

Fernando Escalante lo explica bien en su Historia mínima del neoliberalismo (Taurus): “la preocupación central del neoliberalismo ha sido impedir que los derechos políticos que otorga la democracia liberal, llevara a las sociedades a exigirle al Estado que actuara contra las desigualdades mediante un mayor gasto en mejores servicios públicos de salud, educación y seguridad social”.

El neoliberalismo se levantó en contra del Estado benefactor europeo de la postguerra y, mediante el FMI y el Banco Mundial, se hizo extensivo a América Latina, actualmente envuelta en agitadas manifestaciones sociales que reclaman mejores servicios públicos, y que el Estado rediseñado, como el chileno, no tiene con qué responder.

La idea básica del neoliberalismo acerca del Estado es que hay derechos como el de la libertad y la propiedad que están por encima de la autoridad política, los cuales corresponden al orden del mercado y deben ser protegidos por el estado de derecho.

La erosión de las capacidades regulatorias del Estado era indispensable para elevar las libertades económicas por encima de cualquier pretensión –social o política– de atemperar las desigualdades que produce el mercado y que hoy, a 35 años de neoliberalismo, son el mayor obstáculo al desarrollo económico global.

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Ilustración: Medium.

El mercado produce desigual distribución del ingreso, por definición. Si se da prioridad a las libertades económicas, poniendo al mercado y el mecanismo de los precios fuera del alcance de la política significa, primero, que hay que admitir que seguirá habiendo desigualdad y, segundo, que cualquier intento por corregir sus causas distorsiona el buen funcionamiento de los mercados. Las desigualdades sólo son corregibles en sus efectos, no en sus causas.

La transición, o si se prefiere, la transformación del régimen por la que atraviesa el país, reivindica la política y las demandas sociales, y se propone acotar el excesivo poder que adquirieron algunos grupos al amparo del neoliberalismo, sin negar el orden del mercado. La circunstancia es inédita y requiere debates de altura en los espacios tradicionales de los cuales se dispone y en los que la propia sociedad va generando.

Resbalan economía y sociedades

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Los datos duros del contexto económico internacional para ver las perspectivas de crecimiento global –mismo del que se anticipa una recesión general–, dan cuenta inequívoca de que se viene desacelerando el crecimiento de las 15 economías más grandes: Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Japón y el Reino Unido no logran, desde hace décadas, bajarse de la resbaladilla.

Si en la década entre 1960 y 1969 esas economías tuvieron un crecimiento anual promedio de 5.1 por ciento, se conformaron con un 3.8 por ciento entre 1970 y 1979, después con un 2.7 por ciento en la década siguiente; 2.3 por ciento de 1990 a 1999, apenas un 1.4 por ciento del 2000 al 2009 y finalmente un 1.2 por ciento en esta segunda década del siglo XXI (Miguel y Tomás Peñaloza, Nexos, noviembre 2019).

No hay un sólo efecto favorable de esta desaceleración mundial, ni siquiera ha disminuido la emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera; en cambio, las repercusiones sociales, económicas y políticas tienen al mundo agitado, desconcertado, crispado, desconfiado. El neoliberalismo barrió con cualquier certeza, tanto colectiva como familiar.

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Ilustración: Entonointeligente.

Las protestas que hemos visto, lo mismo en Bolivia que en Chile, Colombia o en Francia, aunque tienen consignas diferentes, comparten hartazgo y urgencia social por recuperar certezas de que se puede volver a una mejor calidad de vida con una buena educación y formación intelectual, trabajando con esfuerzo y honradez.

Con el argumento de mejorar la competitividad, desde Alemania y Estados Unidos hasta Francia e Italia, bajaron los salarios y se hicieron recortes a programas sociales; la promesa fue que un mayor crecimiento económico derramaría beneficios a todos.

En la lógica de una economía de mercado, es obvio que la contención salarial y empobrecimiento de programas sociales reduciría los niveles de vida, que traducido a lenguaje económico, quiere decir menor demanda de los consumidores, y por tanto, menores inversiones productivas que estarán más concentradas en grupos oligopólicos, industriales y de mercado.

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Ilustración: Pinterest.

Mientras eso ocurría en la industria y el comercio, el capital financiero plenamente desregulado fue ganando predominio al ofrecer mayor rentabilidad por especular que por producir. Trillones de dólares que no tienen oportunidades de inversión en la economía real productiva, circulan por los mercados financieros en búsqueda de la rentabilidad que ofrece la compra-venta especulativa de títulos de deuda o accionarios.

La democracia liberal tampoco se ha visto favorecida en estas cuatro décadas de neoliberalismo. La globalización desplazó al Estado-nación y lo dejó incapacitado para corregir los desequilibrios del mercado, mientras que la solidaridad social perdió ante la apología del individualismo.

El planteamiento de los problemas debe contener la vía de su solución. El modelo neoliberal no da más, pero la restauración del Estado, la regulación de los mercados y del sentido de convivencia social sin abismos de desigualdad, inequidad e injusticias no acierta, todavía, a configurar un nuevo contrato social acorde a las transformaciones en curso y junto con la tecnológica por delante, que harán del siglo XXI algo único.

Amazon y el mito neoliberal

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Amazon es, sin duda alguna, una de las empresas más exitosas del planeta. Supera los 100 millones de suscriptores en Amazon Prime, “exhibe” alrededor de 30 millones de productos y sobrepasa los 130 mil millones de dólares anuales en ventas (lo que representa 20% más que el Producto Interno Bruto de Bolivia). Lo anterior ha hecho de Jeff Bezos, su CEO, el hombre más rico del mundo.

En este espacio confiable (no físico), se puede encontrar lo que quieras, al mejor precio y lo más rápido posible. El año pasado recaudó más de 42 mil millones de dólares ayudando a otras empresas a vender sus propios productos, 10 mil millones en venta de anuncios y 14 mil millones más por personas que se suscriben a sus servicios de Amazon Prime.

Cuando el neoliberalismo empezó a abrirse paso, la garantía hacia la libre competencia, como característica fundamental, parecía ser el camino más seguro y rápido hacia la prosperidad, en todos los sentidos. En este sistema se dogmatizó a la libertad y se hizo creer que el éxito era una recompensa al esfuerzo y al mérito.

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Ilustración: Eric Chow.

No obstante, Amazon es también uno de los mejores ejemplos del fracaso del modelo neoliberal. Demasiado grande y poderosa, que incluso reta el poder de naciones enteras. El neoliberalismo, como lo afirma Joseph Stiglitz, en los últimos 40 años no solamente ha tenido consecuencias negativas en la democracia, el medio ambiente, y la mala distribución de la riqueza, sino que además ha generado anomalías empresariales.

Amazon es una de estas anomalías; fallas de mercado. Está acumulando tanto poder que, de no tomarse medidas antimonopólicas globales, se pone en riesgo la propia libertad económica de los individuos (mantra central del modelo neoliberal).

Amazon, bajo el argumento de beneficiar al consumidor final eliminando a los intermediarios para reducir los precios, ha generado efectos perniciosos en la economía y en la sociedad. Steven Mnuchin, Secretario del Tesoro norteamericano, afirma que Amazon “ha destruido la industria minorista en los Estados Unidos, lo cual está afectando negativamente al tejido social”. Se estima que, sólo en 2016, Amazon provocó la eliminación de 150 mil empleos.

Hay quienes aseguran que este titán usa los datos confidenciales tanto de sus minoristas, como de sus clientes, para después sacar a la venta los productos más vendidos bajo su propia marca. Además de tener a la venta productos “dudosos” y que sus empleados no cuentan con las suficientes garantías de seguridad social.

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Ilustración: Matt Kenyon.

Por si esto fuera poco, tiene gran influencia en las negociaciones con empresas dedicas a la paquetería, como UPS y FedEX, encargadas de entregar sus productos. Tiene acaparado el mercado, eliminando a su potencial competencia. Amazon es quien hace las reglas y no hay manera de regularlo.

Pareciera que Amazon es el paraíso para los consumidores, pero no podemos olvidar que los individuos no sólo somos consumidores finales, sino también productores y vendedores. Eliminar a los intermediarios para convertirse en el gran intermediario global, no puede ser benéfico para ninguna sociedad. Además, corporaciones como éstas dejan de pagar los debidos impuestos en los países donde operan, por no tener domicilio fiscal local.

Para que el modelo de libertad económica funcione de mejor manera para la sociedad, se requieren estados fuertes que redistribuyan y generen redes de protección. Así como esquemas de gobernanza económica global para regular a estos gigantes tecnológicos, sin caer en la tentación de derrumbar el edificio de la “destrucción creativa” y la innovación. No se trata de volver al estatismo fallido de los 70, sino de una gobernanza más efectiva.

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