El arte se hace un lifting

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El dinero compra juventud. Puede comprar lo que sea: reputaciones, memorias, objetos, pero también puede adquirir esa frescura indolente y efímera de la juventud.

El mercado ofrece toda clase de productos que incrementan la apariencia de ser jóvenes. Cirugías estéticas que plastifican rostros y expresiones en una falacia rejuvenecedora. Coches de lujo que prometen potencia en una prolongación del vigor sexual y son tan efectivos como el viagra para conquistar a otros más jóvenes. ¿Si alguien es el rey de las finanzas a los 70 años por qué no tener el imán sexual de Elvis cuando era el Rey a los 25 años? El dinero es poder y esto se demuestra en tener a la mano el cuerpo y la voluntad de alguien que se entrega por una conveniencia material. Ante la incertidumbre de las emociones, por lo menos la certeza de las inversiones.

El mercado del arte VIP lo sabe y ofrece objetos de consumo que demuestran riqueza, estatus y que abren la puerta al paraíso de la púbermanía. Eso es parte de su éxito. Las ferias de arte venden obras que podrían ser la escenografía de un versión millonaria de Nerver Land, los coleccionistas con síndrome de Peter Pan se compran dulces gigantes envueltos en colores, “esculturas” de aluminio pintadas en alta temperatura de Laurence Jenkell, estas piezas colocadas en sus pedestales son ideales para que el coleccionista decore su casa con sillones rosas, azules y amarillos, y una alberca de pelotas de goma para jugar con niños y que lo juzguen, como a Jackson, por delitos contra la inocencia.

El arte se suma con descaro comercial, sin pudor y con el cinismo del que conoce el valor del dinero, a esta manipulación del cliente que desea desesperadamente tener a su lado todo lo que emane juventud. Jeff Koons ha llevado esto a los límites del mullido diván siquiátrico con pinturas de Hulk, de Popeye, gigantes corazones de color rosa, reproducciones en metal de juguetes inflables, su obra es una sucursal de la juguetería de Gepetto. Koons conoce bien a su cliente y le da juguetes, le da entretenimiento, lo premia por ser rico, lo consuela por tener arrugas y lo deja gastar en un escapismo que además llaman arte.

Los berrinches de niño majadero de Hirst, sus pinturas de puntos como tapiz de un kindergarten, las bolitas de Yayoi Kusama, que además se jacta de vivir en el psiquiátrico porque ahí las drogas son gratis. Los galeristas y los artistas saben que esta angustia de ver el tiempo pasar se compensa con el consumo y se diluye con objetos que nos hagan reír. Ofrecen paletas de caramelo, helados derretidos, y tubitos azucarados, de Desire Obtain Cherish, todos tamaño carb addict, y por supuesto el nombre del artista es el manifiesto y concepto de este estilo. La colección de mangas japonesas de Murakami, se apropia de los dibujos de pornografía soft que manosean los adolescentes, y sus flores de colores estridentes con caritas que sonríen. La publicidad deformó la imagen de la juventud, el éxito es ser feliz, sin granos y guapo. Esa juventud torturada y suicida del Romanticismo se extinguió con la llegada de la televisión y la pedagogía. El planteamiento estético del arte VIP está dirigido a que sí existe una noción de juventud esta debe ser un producto de consumo, una versión adolescente de Sanrio y Disney. Las obras son chistoretes, se apropian de los cartoons de Felix the cat, colocan muñecas y pelotas, viven en woderland y pueden convencer a los mecenas de que su obra es “arte joven” “expresiones emergentes” y que están investigando en “temas irreverentes que provoquen una ironía”.  El artista debe aparentar que es un producto fresco, que continua con esa fuerza que lo impulsó a vivir de la aventura del arte. La angustia de Madonna ahuyentando al tiempo con una jeringa de botox no es exclusiva de ella, la vive Tracy Emin haciendo neones con frases de canción de verano y la comparte Douglas Gordon apropiándose los programas de Star Trek, ya no son Young y tampoco son Artists pero tienen que seguir en la memoria del mercado como si lo fueran. Ir a una feria de arte o entrar a un museo, es la misma experiencia de estar en un parque de diversiones.  Comprar estas estas obras es hacerse un lifting sin cirugía.

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