¿Amor fraternal?

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Nunca entendiste realmente por qué tus padres decidieron quedarse con esa bolita de carne sin pelo que lloraba toda la noche, pero ahora no te parece tan mala idea ¿qué hay detrás del amor entre hermanos?

Ciudad de México.- Los celos fraternales han sido interpretados en diversas ocasiones a lo largo de la historia de la génesis humana -sí, hablamos de ti Caín- no como una especie de rivalidad vital, a diferencia de las conductas animales, sino como una fuerte identificación mental.

Puede que no exista ni un solo individuo con hermanos que no haya sido victima o victimario, en al menos una ocasión. Todos tenemos buenas historias sobre haber sido encerrados en el armario, haber logrado convencer a nuestro hermano de ser hijo ilegitimo del lechero o sobre aquella divertida vez en la que una pelea por el control remoto terminó rápidamente en una visita urgente al dentista… ¿ésto significa realmente que en secreto odiamos a nuestros hermanos? 

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Para nada, aunque en realidad existe un fuerte desajuste en la psique de un individuo que se creía único hasta que sus padres decidieron que -de la nada y sin previo aviso- tendrían otro costal de alegría; hecho que llegará para romper con la estructura vinculativa vertical que el niño manejaba hasta el momento.

Desde Freud con su complejo fraterno, hasta Lacan con su, más evolucionado, complejo de intrusión, todas las teorías apuntan al desajuste anímico y psíquico que sufre el infante cuando se le obliga a ser consciente de su fantasía como ‘unicato’, cuando este descubre que debe comenzar a compartir el amor y la atención de sus objetos primarios (los padres) y se le establece un nuevo mundo de límites a sus creencias narcisistas.

Lacan explica que la fenomenología más pura de los celos infantiles es captada por San Agustín, quien en su escrito Confesiones escribe: “En una ocasión observe a un pequeño presa de los celos. Todavía no sabía hablar y contemplaba, todo pálido y con una mirada envenenada, a un hermano suyo deseando tomar la leche que éste mamaba del pecho de su madre. Se dice que las madres y nodrizas pueden calmar estas cosas con no sé qué remedios. Tales comportamientos se toleran, no porque asean nimios o de ninguna importancia, sino porque desaparecen con el paso del tiempo.” 

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San Agustín demuestra dos fundamentos importantes de los celos fraternales, el primero: los niños pueden llegar a sentir celos incluso antes de poder acceder al lenguaje. Esta es la etapa más peligrosa para los celos, pues cuando el niño (o los niños) se encuentran en aquello que es conocido como el periodo infans, no es capaz de moderar o resolver la ansiedad, la angustia y frustración que le generan sus celos y, por lo tanto, éstos aspectos pueden influir en la mala relación futura que llegue a tener con ese objeto pues los niños a esa edad- aproximadamente hasta los dos años- aún no tienen un aparato simbólico adecuado para poder enfrentar a ese real intruso.

Otro aspecto importante que menciona San Agustín tiene que ver con la desaparición de los celos al paso del tiempo. El niño es capaz de identificarse con ese objeto intruso pues ambos comparten figuras primarias y comparten el pecho de la madre -la alimentación pero tambien el grado de vinculación que esta pueda generar hacia sus hijos- y por eso mismo existe una relación de entendimiento-amor, combinado con odio y miedo a perder (el amor primario) ante un otro, fantasías paranoicas que el niño maneja ante su desplazamiento.

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Los celos, la envidia y la rivalidad entre hermanos, son estructuralmente inevitables dentro del psiquismo humano. Son sentimientos arcaicos que se producen tras la llegada de quien antes no estaba en el espacio familiar y que de pronto muestra su presencia -¡Y de qué manera!, toda la familia se moviliza en derredor del recién llegado-.

Lo peor que puede pasar es que los hermanos dejen de hablar pues los remite a ambos a un estado sin lenguaje -y por lo tanto sin medios para solucionar sus conflictos-, los lleva de nuevo a la etapa de infans. A falta de palabra como elemento mediador de los conflictos fraternos, los celos y la envidia se incrementan aún más, aunque se disfracen, a duras penas, con un barniz de impasible indiferencia.

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Los padres pueden influir mucho en el conflicto interno que se libera entre hermanos a través del propio ejemplo -la relación que ellos mismos mantengan con sus hermanos y como se expresen de ellos-, el uso de comparativos es fundamental en el mantenimiento del complejo fraterno y la atención indiscriminada que presten a uno por sobre el otro son variables que indudablemente contribuirán a la fantasía de preferencia y abandono que alguno de los hijos mantenga.

Hacer esto da pie a un juego mucho más perverso: el juego del favoritismo -que es ejemplificado con la historia de Caín, quien consumido por los celos, decide matar al favorito de Dios (quien representa la figura de padre supremo) Abel, cometiendo el más terrible de los actos: fraternicidio-. Es importante por ello entender que cada hijo es un individuo que mantiene sus propios gustos, temperamentos, actitudes y expresiones; respetar esa singularidad y evitar intervenir lo menos posible en las peleas fraternales son las recomendaciones que suelen manejar diversos expertos en el tema pues es fundamental que los hermanos logren aprender a gestionar sus conflictos al tiempo que se propicia que el vinculo fraternal se establezca más allá del vinculo con los padres. 

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