Al ver Hotel Good Luck sólo me quedé pensando en la urgencia de contar historias mexicanas que empaticen con nuestra cultura. No es asunto nacionalista gratuito sino más bien de entablar una comunicación verdadera.
Por fin llega Hotel Good Luck para la carrera de Luis Gerardo Méndez. Después de haberse repetido en sus personajes durante cinco años consecutivos puede representar a alguien más que Javi Noble. En este montaje de Alejandro Ricaño se muestra como un actor solvente sin tampoco hacerle un “pollo con mole” por algo extraordinario.
Méndez es solvente y agradezco que esté al servicio de un texto congruente de principio a fin. Hotel Good Luck habla sobre cómo Bobby está condenado a vivir la muerte de sus familiares y gente cercana el mismo día al año; en medio de esta desgracia logra viajar a universos paralelos donde vuelve a ver a sus muertos con vida.
Ricaño traza el viaje de Bobby desde el horror a la muerte hasta su aceptación (y por qué no: reconciliación). No estoy vendiendo nada de la trama; el core de Hotel Good Luck está en cómo Bobby logra vencer sus miedos hacia lo finito. No me encanta la narraturgia del texto: prefiero mil veces ver la acción a que me cuenten esa acción.
Entiendo que éste es el estilo de Ricaño, sin embargo, pienso en cómo por momentos la historia pierde fluidez. A decir verdad, Hotel Good Luck se vuelve su siguiente gran paso desde Más pequeños que el Guggenheim; todo lo de en medio me parecía una búsqueda muy cercana al Guggenheim con varios elementos de sobra como pronunciamientos políticos y estructuras repetidas.
Ahora Ricaño se perfecciona con su Hotel… al ejecutar con maestría deliciosas formas abstractas sobre la muerte. No estoy seguro si los que aman con ciega fe el Club de Cuervos de Méndez les interese este tipo de experiencia escénica, no obstante, la historia vale la pena por el lenguaje, la estructura y los contrapuntos.
El mismo Ricaño dirige y me sorprende que haya una saturación de elementos en el montaje. Sus dos preocupaciones más grandes son el texto y el actor; cuando veo un sinfín de utilería y curiosos dispositivos escénicos sólo pienso en lo innecesario del asunto.
Ahora, por otro lado, la mirada comercial del proyecto considera a ciertas audiencias que necesitan ver “cosas pirotécnicas” para sentirse compensadas por el precio del boleto. O porque no conocen la trayectoria de Ricaño o, tal vez, sea su primera vez en el teatro. El montaje me dejó una sensación de atosigamiento y lo digo en el buen sentido de la palabra porque el personaje pasa por lo mismo.
La historia logra pasar y me parece que el público puede hacer un alto al trabajo, a los novi@s, a la familia, a los amigos, al dinero y preguntarse qué pasa si su vida se acabara en este momento. El trabajo actoral es preciso y eficaz; ni hace derroches ni hay carencias. Méndez tiene la fuerza para sostener este casi monólogo y me sorprendió no verlo usar sus mismos recursos de siempre. De hecho, se lo agradecí.
La comparsa que hace Méndez con Pablo Chemor, quien por momentos musicaliza en vivo y por otros hace un pequeñísimo personaje como el mejor amigo de Bobby, le viene muy bien al montaje porque en él recaen los grandes momentos de comedia. Todo el montaje es una digna experiencia escénica a secas; tal vez lo sobresaliente viene para Méndez y Ricaño en sus propias trayectorias.
Al ver Hotel Good Luck sólo me quedé pensando en la urgencia de contar historias mexicanas que empaticen con nuestra cultura. No es asunto nacionalista gratuito sino más bien de entablar una comunicación verdadera, un gusto continuo por ir al teatro y una posible industria. Porque sólo montar a Ricaño con un gran plan de marketing no basta.
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Hotel Good Luck
Escrita y dirigida por: Alejandro Ricaño
Teatro Milán (Lucerna 64, esquina Milán, colonia Juárez)
Viernes 20:00 y 22:00 hrs., sábados 19:00 y 21:00 hrs., domingos 18:00 y 20:00 hrs.