Por qué no vas a cumplir tus propósitos

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Acéptalo de una vez… tus propósitos, igual que el año pasado, quedaran inconclusos y antes de que esa larga lista de éxitos no logrados te deprima ¡debes leer esto!  

La bicicleta de montaña que compraste hace un año sigue guardada en la cochera, tu refrigerador aún se mantiene repleto de pastelitos congelados y esa escaladora se convirtió lentamente en un ostentoso perchero dentro de tu habitación. Es más, las resoluciones para este Año Nuevo sólo precisan que les cambies la fecha porque no lograste cumplir ni una.

Miras, con un poco de celos, a todas esas personas que dejaron el tabaco, que se mantuvieron en las clases de CrossFit -que tú abandonaste al mes- y que cumplieron con su intensión de viajar por todo el país, sin entender cómo demonios lograron hacerlo. Quizás hay personas para las que cumplir sus resoluciones es casi tan fácil como escribirlas… sólo que tú no eres uno de ellos y mientras caminas resignado por la calle, con tu cigarrillo en la mano, te preguntas ¿por qué nos es tan difícil cumplir nuestros propósitos?  

Los propósitos de Año Nuevo o las resoluciones son casi tan antiguas como el mundo mismo. A pesar de que en la antigüedad el Año Nuevo no se presentaba en enero (y era más bien reservado al momento en el que llegaba la primavera o los ríos llenaban sus caudales o se presentaba el solsticio de invierno) desde Babilonia hasta Egipto, sin excluir Mesopotamia o la Antigua Roma… ¡todos celebraban el nuevo comienzo y hacían promesas a los dioses! 

Hace 4,000 años los babilonios comenzaron las festividades de Año Nuevo que celebraba el equinoccio vernal (momento en marzo que se caracteriza por tener el mismo número de horas de día que de noche). Durante este festejo rendían honores a Marduk (deidad que triunfo sobre los males del océano y creo la tierra), además coronaban a su nuevo rey y realizaban promesas a sus dioses de empezar el año devolviendo los objetos que habían pedido prestados o saldando sus deudas.

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Después llegó Julio Cesar y decidió cambiar el calendario que había sido empleado desde el siglo VIII porque cada cierto tiempo dejaba de estar en sincronía con el ciclo solar. Propuso entonces el calendario juliano (muy similar al Gregoriano que empleamos hoy en día) y decidió nombrar al 1 de enero como el primer día del año para honrar a Janus, el dios de los comienzos y las transiciones.

Janus tiene dos caras, una que mira al futuro y otra que mira al pasado. Él presidia cualquier comienzo o termino de conflictos, guerra o paz. Era solicitado durante esta época y se le ofrecían sacrificios, la gente intercambiaba regalos los unos con los otros, decoraban sus hogares con ramas de laurel y asistían a estridentes fiestas.

Aunque desde el inicio de los tiempos la gente ya hacia resoluciones y promesas, no era costumbre abandonarlas o dejarlas inconclusas como ahora. Los expertos afirman que nuestra falta de disciplina, al igual que la facilidad con la que caemos en el hedonismo en lugar de apegarnos a un propósito tiene relación con el estrés.

Baba Shiv, economista conductual de la Universidad de Stanford, realizó un experimento para el que reclutó a varias docenas de pasantes y los dividió en dos grupos. Al grupo A se le pidió recordar un número de dos dígitos, mientras que al grupo B, uno de siete; después, condujeron a los pasantes por un pasillo para que seleccionaran una de dos opciones para comer: una rebanada de pastel de chocolate o un tazón con ensalada de frutas.

¿Los resultados? aquellos estudiantes que debían recordar siete dígitos fueron dos veces más propensos a elegir el pastel. Según Shiv, la razón radica en que los números adicionales ocupan un valioso espacio adicional en el cerebro —son una «carga cognitiva»—, que hace mucho más difícil resistirse a un postre tentador. En otras palabras, la fuerza de voluntad es tan débil, y la mente consciente tan sobrecargada, que bastan cinco datos adicionales para que el cerebro no pueda resistirse a un pedazo de pastel.

Esto puede explicar por qué, después de una ruptura, un largo día en la oficina o una pelea, somos más propensos a caer en la indulgencia. Un cerebro cansado, preocupado por problemas y aniquilado por el peso de la responsabilidad, no podrá resistirse demasiado tiempo a los placeres que la comida y las drogas suaves nos proporcionan -¡saluda a tu café y a ese tabaco!-, aún cuando lo que quiera no sea realmente lo que necesita. De acuerdo con la Universidad de Michigan el simple acto de transitar en una calle concurrida puede ser suficiente para agotar nuestro autocontrol y esto explica por qué  el 46% de las personas desisten en sus resoluciones dentro del primer mes o por qué el 88% de los propósitos terminan en fracaso.

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