Si los europeos están re-aprendiendo a interpretar el sentido de lo que llegó a llamarse el Alma Rusa, piense, lectora, lector apreciado, el modo en que aquella región del mundo, nos es en Latinoamérica, amén de lejana, ignota, por lo menos desde la perspectiva de nuestros mapas mentales.
Esto es cuantimás cierto, si nos tomamos la molestia de emplear el microscopio social y acercar la vista a esas repúblicas y territorios que formaron parte de las Rusias zaristas, de la Unión Soviética, que conforman hoy la Federación Rusa, o repúblicas independientes. Si lo hacemos con tiempo y cuidado, descubriremos que, en esas regiones, en tiempos remotos de la humanidad, habitaron pueblos extraordinarios y se desarrollaron culturas que hasta hoy influencian espacios insospechados del planeta.
En mi caso, he escuchado relatos de los amigos askenazis, que cuentan las historias de los pequeños pueblos o grandes ciudades de donde son originarios sus antepasados, a veces he coincidido con algún diplomático de aquella zona del mundo que me ha comentado de sus tradiciones y sus costumbres, he leído a sus poetas y algunos novelistas, visto las pinturas de algunos sus grandes maestros, europeizados algunos y reservados para consumo interno otros, en sus museos riquísimos, también he visitado como vulgar turista las capitales del oeste, Moscú, San Petersburgo, Kiev o las ya independientes Vilna, Riga o Talín. Estas incursiones puntuales, no alcanzan a revelar, sin embargo, la inmensidad de una de las complejidades culturales más significativas y ricas en el planeta.
Recientemente me he acercado, a través de ese metafórico microscopio para mirar desde la lente de las migraciones, algunas de las corrientes filosóficas, de pensamiento y de espiritualidad que irrigan y fertilizan aún esos territorios.
La diáspora judeocristiana en Anatolia después de la destrucción del templo de Jerusalén en el año 70, que, aunque no es parte de Rusia, son tantos los contactos, las imbricadas conexiones, las peculiares razones de las divisiones culturales y geográficas que entenderla arroja algunas luces sobre el conjunto de las culturas en la zona.
Era aquél, un tiempo en que judíos y cristianos se distinguían apenas, practicando los mismos rituales y que, al mezclarse en sus migraciones, con otras culturas y tradiciones, se fueron diferenciando, asimilando o perdiendo. Mazdeistas, zoroastristas, los conocimientos sumerios, de acadios, hititas y egipcios, inspiran así a antiguos cabalistas, más modernos nestorianos o a giróvagos derviches pre islamistas, entre otras culturas.
Hace unas cuantas semanas en uno de esos eventos improbables y felices de que está sembrada la existencia, recuperé en corto diálogo una añosa relación. Menos de amistad que de afinidades. En el breve intercambio, la persona que refiero me obsequió un libro que había recientemente publicado y en el que se inclinaba al estudio de personajes que habían deambulado en los territorios de lo que es hoy el Kurdistán, Siria, Turquía, Georgia, Armenia Egipto y Grecia.
El texto, cuyo contenido me resultaba a la vez familiar –porque referido‒ que extraño por sus implicaciones y contenido, me acompañó en un viaje reciente a la que en nuestros países llamamos La Vieja Europa y que en realidad se mira tan moderna cuando se la observa desde la óptica de los territorios del oriente medio.
Las páginas de este trabajo me hicieron recorrer caminos antiquísimos, ciudades desaparecidas, desiertos evocadores, montañas célebres, monasterios, y me refirieron nombres que me resultaban en algunos casos familiares y que cobraban, conforme avanzaba en la lectura del trabajo, un nuevo sentido.
Estos espacios ‒iba entendiendo conforme avanzaba en mi aprendizaje‒, son lugares de intercambio entre culturas. Al acercarme a ellas, desdibujaban mis prenociones establecidas burdamente; referían conocimientos que viajaban a tiempos muy antiguos, los más antiguos, los originales de las civilizaciones y lo hacían con naturalidad, a través de una suerte de topografía del conocimiento, de una geografía de las ideas, donde los conflictos humanos y los poderes terrenos, aparecen como nimios, frente a la contundencia de ideas que se mantuvieron o se mantienen vivas y que desdeñan los momentos de una historia humana que les resulta pequeña y que pretexta, sin embargo, el sentido último de conocimientos influyentes, desvanecidos unos y se preservados otros.
Siendo mexicano y pensándome latinoamericano en mi identidad, formado en la tradición judeocristiana europea, católico y libre pensador, sigo manteniendo un apego y una curiosidad siempre insatisfecha por los temas espirituales y esa lectura me resultó una provocación extraordinaria para recordar, precisar y, sobre todo, aprender de esos conocimientos.
He recorrido con libertad, en mí no corta existencia, a través de liturgias, rituales, lecturas e incursiones, diversas vías re-ligiosas, filosóficas formativas y he conocido en el andar, algunas personas que me han inspirado y provocado.
Del camino preservo en sedimento, que hay una suerte de física de la espiritualidad, un animismo en que viven individuos y culturas, donde todos los objetos que les envuelven se subjetivan para convertirse en elementos que guían a un sentido de totalidad envolvente. Las personas, la naturaleza, los seres vivos, los materiales aparentemente inanimados cobran a la luz de la perspectiva espiritual, en todas las sociedades, un sentido, adquieren un valor. Esta reflexión lleva a considerar la existencia de un momento primigenio en el desarrollo espiritual de toda la humanidad.
La lectura del libro ¿De dónde demonios salió el Eneagrama? de Fátima Fernández Christlieb, es consecuente con esta insatisfecha curiosidad, aunque me deja desde luego con más preguntas, que respuestas ofrece.
Este trabajo que es síntesis de una amplia y fascinante investigación, me resultó guía y un pretexto extraordinario para recorrer paisajes, escenas, personajes y filosofías de singular valor vinculante con otras religiosidades más cercanas en el tiempo.
La más rápida que precipitada lectura, me llevó desde luego a Gurdjief y sus Encuentros con Hombres notables, cuyos textos son referencia significativa en muchos de los Eneagramistas de referencia, Helen Palmer, Sandra Marítrí y los precursores latinoamericanos de la escuela de California como el boliviano Oscar Ichazo o el chileno Claudio Naranjo, cuyos trabajos me provocan a próximas lecturas.
El mestizaje, en América latina estamos bien plantados para saberlo, también pasa por la espiritualidad. Eso que los antropólogos llaman sincretismo, lo es sólo en la superficie, en sus capas más profundas, es el reflejo del continuum de una búsqueda de la verdad.
De esta suerte, el Eneagrama, suma, quizá de manera importante y significativa, pero no única, al camino de la sabiduría. Los pueblos originales de estos territorios, Mayas, Incas, Uto-Aztecas, y de otros, australes o extremo-orientales, aguardan, ya que sus fuentes son menos recurridas, a que se des-cubran sus aportaciones.
Así, la historia de la espiritualidad es, en buena medida, la interpretación cultural, humana e individual también, de la experiencia vital y su conectividad con la totalidad percibida o intuida. La vida espiritual refleja el afán por entender el fin, el origen y en ocasiones hasta el sentido de las cosas.
Mantras, salmos, invocaciones, rituales y símbolos, estructurados en complejas liturgias decantadas durante generaciones, constituyen formas de acercamiento a una vibración común, en donde el estado de paz y de armonía, es la resultante de una infusión/maceración, de conductas, actitudes y disposición espiritual.
Los asuntos espirituales, son la consecuencia y la motivación de búsquedas cuyas respuestas se expresan de múltiples formas en el universo y que sólo a través de complejos procedimientos siempre demandantes llegan a convertirse en paradigmas, religiones y vías.
Los seres humanos, por lo general, asumimos formas simples de espiritualidad a través de la cultura, sociedad, religión, o la fe. Algunos individuos, sin embargo, realizan esa búsqueda de forma enérgica, implicada, metódica y extendida en el tiempo, a esos les llamamos Maestros, de ellos aprendemos y con ellos nos acercamos a la Verdad.
Muy ilustrativo
Muy interesante texto Gastón, coincido contigo en esa interminable búsqueda del significado de la vida en su eterno peregrinar por descifrar el alma humana
Felicidades!