En vista de que la tesis dualista de René Descartes (La Haye, 1596 – Estocolmo, 1650) inaugura al problema mente-cuerpo en los términos contemporáneos, es preciso presentarla con la mayor claridad posible. Empecemos por su expresión más conocida, “cogito ergo sum”, el famoso “pienso luego existo” que se comprende mejor con una traducción llana y actual: “yo estoy pensando y por lo tanto existo”. El cogito cartesiano, este yo que piensa, representa el principio del sujeto como tema filosófico, pues, en su estrategia de cultivar la duda metódica, Descartes concluyó que puede dudar de todo, menos de que algo inmaterial está dudando. Ese algo es precisamente el yo. Éste es uno de los varios temas de su libro esencial El Discurso del método para dirigir bien la razón y buscar la verdad en las ciencias de 1637 que inaugura la filosofía moderna y las bases del método científico.
Para Descartes el ser humano está compuesto de dos principios: una mente inmaterial llamada res cogitans o “cosa pensante” y un cuerpo en el espacio que concibe como res extensa o “cosa extensa”. ¿Cómo se relacionan la mente inmaterial y el cuerpo físico? El intento de respuesta por el gran pensador francés instaura una de las contribuciones más notables al conocimiento humano, no porque finalmente haya demostrado su tesis dualista central, sino porque lo llevó a una exploración no sólo teórica sino anatómica y fisiológica cuyo objetivo sería desentrañar cómo funciona la máquina del cuerpo para albergar a la mente inmaterial y cómo ésta afecta a las funciones corporales y el comportamiento.
Para conocer mejor este abordaje es muy apto el diagrama 53 del Tratado del hombre fechado en 1662, donde se propone ilustrar la respuesta a una pregunta en apariencia sencilla: ¿cómo logra una persona señalar un objeto que se encuentra frente a sus ojos? Frente a la figura humana se encuentra una flecha a la cual el personaje señala con su brazo derecho en dos posiciones. La figura de la flecha es captada por los ojos del sujeto y transportada por los nervios ópticos y por las llamadas cintillas ópticas hacia el cerebro.
Descartes consideraba que los nervios son tubos con filamentos que conducen los “espíritus animales” de Galeno, la explicación aún entonces en boga de los mecanismos que trasladan o traducen algo “físico” en algo “mental”. Dado que la neuroanatomía de su tiempo desconocía el destino de las cintillas ópticas, Descartes plantea que debe haber algún sitio del cerebro donde ocurra la liga y la transformación entre lo físico y lo mental. Postula entonces que la figura proveniente de las cintillas llega a la glándula pineal donde se forman los pensamientos y las ideas, en este caso la imagen de la flecha en la mente. Selecciona la pineal, que aparece en el diagrama como una gran gota en la cabeza, porque es la única parte del cerebro que no es doble, en tanto que las imágenes, pensamientos y las ideas son únicas. Concibe la transformación de manera mecánica: los estímulos transportados por los nervios jalarían a unos filamentos de la pineal para que fluyan los espíritus animales y el sujeto pueda disfrutar la imagen mental de la flecha que se encuentra ante sus ojos. A partir de ese momento ocurre la parte complementaria del proceso y se refiere a cómo algo mental, la imagen de la flecha, se traduce en un acto físico: el señalarla con el dedo. La explicación es que los espíritus animales dejan la glándula pineal para descender por los nervios hasta los músculos del brazo, el cual se mueve coordinadamente para señalar la flecha ante los ojos.
Es emocionante hacer este recorrido por el diagrama de 1662, pues es el primer planteamiento neurofisiológico o incluso psicofisiológico de lo que debe ocurrir en el cuerpo durante un acto tan cotidiano como ver un objeto y señalarlo o manipularlo. En otros análisis y diagramas, Descartes describe por primera vez los reflejos, cómo es el de apartar súbitamente un pie al ser quemado y explica cómo sucede esto antes que el sujeto se percate de haberlo hecho. Estas aportaciones no sólo hacen de su autor el pionero más destacado de la neurofisiología, sino el primer psicofisiólogo al plantear preguntas que conciernen simultáneamente a la psicología y la fisiología.
A partir de Descartes, el requerimiento central del problema mente-cuerpo ha sido el de localizar no sólo el sitio del cerebro en el que ocurre la liga, sino algo más difícil de resolver: cómo sucede esta transformación entre lo físico y lo psíquico y viceversa. Han pasado más de tres siglos desde esta fórmula del problema mente-cuerpo y el esfuerzo de muchos pensadores e investigadores se ha dirigido a combatir el dualismo cartesiano, pues se encuentra en conflicto con un monismo científico compatible con el resto de las ciencias que consideran al universo compuesto de una sola materia y contradice el principio fisicoquímico de conservación de la energía. Sin embargo, el meollo del problema mente-cuerpo tal y como se pondera en la ciencia y la filosofía modernas sigue siendo heredero de Descartes en el sentido de que se desconoce esa liga entre los actos mentales y los mecanismos neurológicos que las expliquen cabalmente.
La tesis cartesiana complicó a la neurobiología moderna por la llamada “falacia del homúnculo” la idea de que debe existir un sitio en el cerebro responsable del sujeto, del observador o de la conciencia que tenga acceso a los contenidos mentales. En los años 40 el filósofo británico de la escuela analítica Gilbert Ryle llamó irónicamente a esta suposición el “fantasma en la máquina”, es decir, un elemento espiritual encerrado en las operaciones del cuerpo mecánico. En efecto: el yo más arraigado y problemático planteado por el dualismo de Descartes implicaría a una especie de observador y agente de los procesos cognitivos, un homúnculo que guía la atención y las acciones voluntarias o percibe los procesos mentales. Algunos filósofos actuales de la mente consideran a esta empresa un engaño “cartesiano” la idea que dentro del cráneo debe existir un ente, un alma, un homúnculo, algo que percibe y decide. Muchos neurocientíficos connotados también niegan un “yo” de ese tipo como algo innecesario y estorboso para realizar modelos consecuentes de la mente y sus fundamentos nerviosos. En contraste, en su libro The Self ants Brain (El Ser y su Cerebro, 1977), un connotado neurocientífico y premio Nobel, John Eccles, y un destacado filósofo de la ciencia, Karl Popper, se han declarado partidarios del dualismo cartesiano, con la especificación de que el asiento de la mente no es la pineal, sino la corteza cerebral responsable del lenguaje.
Hay otras implicaciones problemáticas en el dualismo cartesiano, como considerar que los animales, al carecer de res cogitans, son robots mecánicos sin conciencia. ¿Cómo se explica que reaccionen a las lesiones con muestras de dolor? La pineal sería el centro de mando de un sistema mecánico en cualquier animal que tuviera respuestas adecuadas a su medio, como una presa que huye ante el predador, y como sucede con los reflejos en los humanos que no requieren de conciencia. Ahora bien, en el ser humano la percepción a veces pone en marcha una operación de razonamiento e imaginación que puede modificar la respuesta porque el humano piensa y el pensamiento opera en el cuerpo mediante una interacción entre el alma y el cerebro que es el meollo de la propuesta de Descartes.
De esta forma resguardemos la idea de un dualismo interaccionista como la tesis cartesiana que desde su inicio levantó la tormenta intelectual que conocemos como el problema mente-cuerpo en su versión moderna. Veremos a partir de ahora el agitado devenir de esta trascedente doctrina.