Del interés general al interés particular: ¿La crispación social?

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Históricamente, desde el punto de vista de la filosofía política, el interés general y el interés particular se consideraban relativamente irreconciliables. Ello, aun cuando la razón del Estado, desde la visión de Hobbes en el Leviatán, imponía que los ciudadanos entregaran ciertos derechos al soberano para que les garantizara individualmente derechos relativamente elementales, como el derecho a la vida. Así, en un signo de “contrato social”, el interés particular debería relativamente subordinarse al interés general.

Es hasta Adam Smith, el Adam y el Smith de la economía, que se argumentó trascendentemente que persiguiendo el interés individual era posible lograr el interés colectivo, gracias a una mano invisible operando a través del mercado. Es así como los economistas y filósofos de aquel tiempo encontraron una conjetura para pregonar la relevancia del mercado, sin mayor interferencia del soberano, como la “Deus ex machina” que permitía reconciliar el interés general de los ciudadanos con el interés particular de los individuos, el interés público frente al interés individual.

De esta forma, la conjetura de la trascendencia del mercado, “enajenado” de la sociedad, terminó gobernando a la colectividad misma y a los individuos que le dan origen, para hacer posible que el bien colectivo fuese alcanzado por la vía de la persecución del propio bien particular. El mercado, así concebido, no sólo implicó teóricamente un asunto mercantil y económico, sino también un valor esencialmente moral, que el estado debería respetar.

El mercado, producto esencialmente de la interacción económica entre los propios individuos, se presumió como la máquina divina que socialmente permitía reconciliar los intereses que hasta entonces se estimaban contrapuestos. Además, se supuso que cualquier distorsión de la operación del mercado y de su implícita mano invisible podría ser corregida per se, por lo que no requería mayor intervención externa o ajena al mercado mismo, so pena de afectar negativamente el principio moral del interés particular y, consecuentemente, del interés general.

Tal visión existencial de la máquina divina del mercado permeó filosóficamente hasta convertirse en la esencia de la agenda y acción política que sustentaría la expansión capitalista del siglo XIX, lograda sin freno ni cortapisas. Bajo este principio la ciencia economía se desarrolló hasta bien entrado el siglo XX, independientemente del daño económico y existencial que generó a la mayoría de los individuos de las economía capitalistas en beneficio de una minoría capitalista y a pesar de crisis recurrentes que pusieron en tela de juicio la pertinencia social de la filosofía del laissez faire, laissez passer, es decir, del “dejar hacer, dejar pasar”.

Keynes presentó su “Fin del Laissez Faire” (1926) posteriormente al fragor de una Europa que se había desangrado en una lucha armada estimada ingenuamente irrepetible. Lo hizo en un decadente ambiente imperialista, cuya escala mundial había hecho que el comercio mundial de principios del siglo XX, tuviera un volumen equiparable al de un siglo más tarde, en plena globalización moderna. Ambiente especulativo y sin freno financiero que en muy pocos años generaría la Gran Depresión económica global, que afectaría en empleo y miseria a millones de ciudadanos, para convertirse en el preámbulo de la Alemania hitleriana.

Keynes vislumbró la necesidad de un cambio en la teoría económica a partir de nuevas ideas que dieron pie a la acción del Estado y el gobierno sobre el mercado, para privilegiar el interés general sobre el interés particular. Keynes hizo el magno aporte con su obra The General Theory of Employment, Interest and Money (1936), con una lucidez digna de un hombre erudito y sabio, forjado en la más pura tradición científica británica. Tal cambio, finalmente filosófico y político, ayudó a instrumentar medidas gubernamentales que pudieron atemperar la intermitencia de las crisis económicas y posibilitó instaurar, después de la segunda Guerra Mundial, la creación del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM).

Como resultado de las ideas de Keynes surgió un nuevo capitalismo por el que el mundo vivió una larga etapa de prosperidad nunca antes vista, al poner la acción pública, como garante del interés general, en el centro de la agenda política y económica. Después, en una suerte de regreso de los tiempos, a partir de la década de 1980, el dogma del laissez faire, laissez passer se fue imponiendo con mayor ímpetu que en el pasado para dar preminencia al interés particular sobre el interés general. El regreso del pasado fue asociado discursivamente con el Nuevo Liberalismo.

El retorno del paradigma del libre mercado fue engendrado desde la máquina de la educación, especialmente de las escuelas de economía, avasallando adversamente la condición social de los países desarrollados, no sin antes haber hecho más frágiles y miserables a los ya de por sí empobrecidos países como México. La improcedencia del llamado libre mercado para compaginar el interés general con el interés particular se puso una vez más de manifiesto con la crisis económica, a escala mundial, iniciada a fines de 2008.

Desde entonces, el empleo y, consecuentemente, las condiciones de vida se han visto demeritados en la mayoría de los países desarrollados y en buena parte de los países emergentes. En tanto, las medidas financieras y monetarias aplicadas para atender la crisis han agudizado la precarización de los salarios, acrecentado la mala distribución del ingreso y la crispación social. Hechos que han llevado a buscar vanamente las causas de las crisis en moradas más allá del mercado y en prevalencia actual del interés particular sobre interés general. En tal promoción, los intereses del capital oligopolístico y financiero, así como el de los gobernantes en turno no han estado ausentes.

En el contexto de la crisis económica mundial y local, que pretende ser paliada financieramente, bien vale la pena recordar lo dicho entonces por el maestro de Cambridge. “No hay ningún partido en el mundo, en el momento actual, que me parezca estar persiguiendo objetivos correctos por medio de métodos correctos. La pobreza material proporciona el incentivo para cambiar precisamente en situaciones en las que hay muy poco margen para la experimentación. […] Necesitamos una nueva serie de convicciones que broten naturalmente de un sincero examen de nuestros propios sentimientos íntimos en relación con los hechos exteriores.”

¿Cuánto más habremos política y socialmente de pagar los ciudadanos por continuar con un dogma que cada vez se aleja más de toda razón moral y económica? ¿Hasta cuándo la máquina de generar pobreza y miseria dejará de ser retroalimentada por las acciones públicas, validadas con la ceguera política de los ciudadanos? ¿Cuánta más pobreza y crispación social habrá de ser generada, antes de atender los derechos básicos y sociales de los ciudadanos?

Más allá de estas preguntas, no hay duda que está en ciernes un nuevo final para el viejo laissez faire, laissez passer, aunque los doctores de la fe se atrevan aún a negarlo y luchen políticamente por mantenerlo. Esperemos que, más que temprano que tarde, los ciudadanos se lo hagan entender a los gobernantes, aunque ello sea producto de una emergencia.

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