The Apprentice (Trump)

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La preocupación económica no es la mayor del

ser humano… lo es la integración armónica con

su mundo y consigo mismo.

 Eli de Gortari.

Si a un año de la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos aplicásemos los mismos criterios que él usaba para descalificar a posibles líderes de sus negocios ‒tal y como lo muestra en las distintas temporadas del “The Apprentice” (YouTube), un reality show que protagonizó en la primera década del presente siglo‒, probablemente estaría despedido para desempeñar la primera investidura de ese país, al no cubrir el perfil que sobre todo implica equilibrar la sensibilidad política (si acaso) con los costos y beneficios de sus decisiones.

Evidentemente Trump carece de vocación pública; se comprende, pero no tiene justificación que le sea fácil confundir su grave responsabilidad de armonizar y sustituirla con la costumbre de confrontar, lo cual es normal en una campaña electoral, más inadmisible en el ejercicio del poder gubernamental.

En lo interno, no ha hecho otra cosa que enfrentarse al pasado inmediato y a unas instituciones que considera deleznables, comenzando por los partidos, siguiendo con los medios de comunicación, continuando con la autonomía de los estados –a propósito, anteayer recibió un revés en las elecciones para la alcaldía de Nueva York y para los gobiernos de Nueva Jersey y Virginia. También ha arremetido contra el Congreso, la Judicatura y todo aquello que limite su poder. Ha exacerbado la política de inclusión social al prohibir el acceso de personas transgénero al Ejército; al propulsar el veto contra inmigrantes musulmanes; pretender deportar a millones de “dreamers”; defender la ideología supremacista blanca; persistir en derogar el “Obama Care”; pedir la expulsión de jugadores de fútbol americano que protestan contra la violencia policial hacia los negros, en fin…

En política exterior, ha actuado conforme al mismo principio de exclusión. Insiste, hasta con prototipos, en la construcción del muro fronterizo con México; amenaza con finiquitar el TLC con Canadá y nuestro país; pone freno al deshielo con Cuba; decide salirse del acuerdo de París contra el cambio climático; estira la liga frente a Corea del Norte; subestima a Europa; China le representa una incógnita y Rusia es el equivalente a un pariente indeseable.

Sin embargo, desde su inauguración son notorias las protestas en la calle y los defensores institucionales están actuando. Pero el clima de incertidumbre que siembra por todo el mundo altera los nervios, solamente habría que preguntarle a la Organización de las Naciones Unidas o a la UNESCO.

¿Cuándo se dará cuenta de que es imposible gobernar, sin información y argumentación, según su estado de ánimo? ¿Que no es inteligente comunicar por Twitter sentimientos o emociones como si no fuese el presidente, sino simplemente Donald? ¿Será consciente de los efectos de sus múltiples y excesivas expresiones, por ejemplo, cuando se declara amigo de la Asociación Nacional del Rifle y del libre comercio de armas?

Pero, siempre hay un “pero”, a pesar de su desaprobación ante la opinión pública mundial y nacional, Trump cuenta con un electorado todavía muy fuerte entre las mayorías blancas, trabajadoras, modestas, ansiosas de sentir de nuevo la “grandeza americana” a lo largo y ancho de ese enorme país. Se desvela así un nacionalismo anacrónico, que alimenta aún más el racismo y la xenofobia, lo cual seguramente recibe nutrientes del espíritu guerrero que prevalece masivamente en la población estadounidense. Trump se ha convertido en el adalid de un populismo digital.

Dentro del mismo “pero”, la oposición en el Congreso aún no logra articularse, requerirá un poco más de tiempo particularmente por la amenaza de guerra con Norcorea, la crisis nuclear con Irán, la influencia que ha cobrado Israel y Arabia Saudita en Oriente Medio con su apoyo. Mientras más tarde la oposición en organizarse, más difícil será detener a los llamados “halcones” (señores de la guerra).

¿Y qué puede hacer México ante este escenario?

Los optimistas e ingenuos pueden pensar que es nuestra oportunidad de pisar fuerte, reclamar, pelear contra Goliat. Los pesimistas temerosos podrían argüir que no nos queda otra que agachar la cabeza y seguir las instrucciones.

Objetivamente hablando, debemos buscar el equilibrio con nosotros mismos para propiciarlo con Estados Unidos. Es un enorme desafío para México recuperar la estabilidad social; también lo es lograr una economía menos dependiente de los vecinos del norte, por lo tanto, más diversificada. Estas dos cosas llevarán mucho tiempo implementarlas, independientemente de las coyunturas.

Lo que sí está a la mano es cuidar el proceso electoral como “la niña de nuestros ojos”. Estar seguros de que las autoridades vinculadas al mismo cuentan con los elementos para prevenir en lugar de lamentar: que los partidos, “entidades de interés público”, midan su responsabilidad, que entiendan el hecho de estar obligados, en primer y en última instancia con México; que los candidatos tomen conciencia de que el fortalecimiento de nuestra nación depende de la estabilidad política sostenible porque de ello deriva la estabilidad económica y social, y no al revés.

Las elecciones de 2018 serán ocasión inmejorable para demostrarnos a nosotros mismos y al mundo, qué tan grandes somos en la unidad.

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