Política y megaproyectos del siglo XXI

Lectura: 4 minutos

Los primeros 17 años del siglo actual concluyen con una frenética y radical transformación del espacio global. La voluntad político-económica tras ese cambio geográfico emana de despachos presidenciales a oficinas corporativas, donde los CEO’s aprueban obras en las que se remueven millones de toneladas de tierra, millones de metros cúbicos de agua y el concreto se ensambla con vidrios en poderosas vigas de metal. Canales marítimos interregionales y ciudades que brotan mes a mes, ya son mega-construcciones cotidianas. Y mientras se traza la ruta marítima posterior al deshielo del Ártico, se afina el proyecto del paso interoceánico de Nicaragua, en las Maldivas se piensa en un hotel espacial y Noruega planea un túnel para barcos.

Detrás de esas obras faraónicas radica la necesidad de agilizar el tránsito de mercancías y personas o capitalizar con divisas los extraordinarios paisajes de Oriente y Occidente. Ese interés político-empresarial por transportar más pasajeros y bienes inspiró los canales de Panamá y Suez, así como el Eurotúnel, que en sólo 35 minutos une los 50.45 kilómetros que por milenios separaron a Francia del Reino Unido, en la mayor construcción submarina del planeta.

En una insólita expresión de geopolítica y pragmatismo, ha llegado al espacio extraterrestre con la Estación Espacial Internacional, megaobra de ingeniería. El afán por encontrar nuevos recursos, rutas y espacios habitables, estuvo detrás del lanzamiento al espacio de ese centro de investigación tripulado por astronautas de distintas agencias. Mientras, en la Tierra ocurren grandiosos procesos de evolución urbanística. Tras la apertura económica de China, el estudio del Economist Intelligence Unit previó un fuerte impacto socio-económico que, en dos décadas se ha traducido en la creación de cientos de metrópolis en el gigante asiático.

Pero quizás la más radical mutación del entorno geográfico se viva hoy en Medio Oriente. Como ejemplo está el megaproyecto turístico del Mar Rojo, donde estrategas geopolíticos y economistas apuestan transformar el Golfo de Aqaba, que separa las penínsulas del Sinaí (egipcia) y la arábiga. Se trata de un enorme proyecto (de unos 180 kilómetros de longitud y en 26 mil 500 kilómetros cuadrados), que busca conectar las 500 islas del Mar Rojo, con hoteles, zonas residenciales, centros comerciales y esparcimiento de lujo, donde el puente Rey Salman unirá al reino saudita con el Sinaí, y otras obras portuarias. La primera fase comenzará en 2019 y se concluirá en 2022; lo financian 2,500 inversionistas y está ideado para darle una salida al mundo.

Con esa obra, la petromonarquía busca reflejar el afán modernizador del príncipe heredero Mohamed bin Salman. Sus 2,500 socios e inversionistas aseguran que es un intento por volver a vivir en un Islam moderado, abierto al mundo y todas las religiones; destacan además que el proyecto atraerá cadenas de valor a las industrias y alta tecnología, pues se alimentará con energía solar y habrá “más robots que personas”.

En tanto esa ciudad se levanta entre las arenas, en la capital saudita se erige la Jeddah Tower que con sus mil metros de altura será el edificio más alto del planeta. Así compite con el esbelto rascacielos de 189 pisos, Burj Khalifa de Dubai, que desafía las altas temperaturas con su hermética fachada vidriada de 142 mil metros cuadrados. Y mientras el desierto se cubre de altísimas agujas de concreto, en ese mismo emirato el azul turquesa del Golfo Pérsico ha sido poblado con las fabulosas islas artificiales Palm Islands de Dubai, que ganaron 520 kilómetros de playa para el turismo.

Esa intrépida transformación del desierto precede a la remodelación geográfica del sureste asiático, donde las economías emergentes han incrementado sus ingresos con obras que son verdaderos homenajes a la naturaleza. Es el caso de Gardens by the Bay en Singapur, diseñado para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos en sus 101 hectáreas, que evocan la selva amazónica americana, la fauna australiana y la limpieza del aire alpino. De ahí que se diga que con ese edén urbano se alcanzó la utopía de una “Ciudad en el Jardín”.

Al otro lado del mundo la concesionaria china HKND afina el canal interoceánico de Nicaragua, una megaobra que será tres veces más larga que el canal panameño (276 kilómetros de longitud) y propuesta hace ya más de un lustro. Contempla puertos, aeropuertos, lagos artificiales, ferrocarriles y nuevas ciudades; sólo espera mayor financiación (su costo estimado es de 50 mil millones de dólares) y atenuar protestas de ecologistas y países vecinos por el trazo de la ruta. Y mientras se concreta ese canal, se moderniza la más célebre línea de ferrocarril del mundo: el Tren Transiberiano, que corre 9,288 kilómetros y une la capital rusa con Vladivostok, la ciudad más oriental del enorme país. Inaugurado en 1904 hoy se pone al día para hacer más atractivo y eficiente su recorrido. Se apuntalan sus 574 puentes sobre lagos y ríos y se cambian los “bogeys” (ruedas) de todos los vagones para adaptarlos a las nuevas vías que llevan el convoy por siete husos horarios. Así de visionaria y tradicional es la geografía política contemporánea.

0 0 votos
Calificación del artículo
Subscribir
Notificar a
guest
1 Comentario
Más viejo
Nuevo Más Votado
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios
Jose M

Otro gigantesco proyecto a mencionar que se perfila para cambiar la Tierra como la conocemos es la llamada “nueva ruta de la seda” impulsada por el gobierno Chino y con enormes implicaciones, no solo de Infraestructuras y urbanas, sino mas geopolíticas y ambientales.

1
0
Danos tu opinión.x