¡No tengo qué ponerme!

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Amigos queridos:

Hará un par de semanas se llegó el 86 onomástico de mi Abuela, sí así, con mayúscula. Para mí gran fortuna yo no tuve una “abue”, “mamá equis” o “tita”, fui bendecida con una Abuela. Una mujer: hermosa, elegante, moderna, parrandera, rebelde y bien bragada (por decir solo algunos adjetivos que les hagan una idea). Ya se me hizo viejita, pero aún quedan los vestigios de glorias pasadas en la presencia y los andares de Doña Socorro Aviña.

Amén de la celebración familiar del fin de semana, no quise que la fecha pasara desapercibida, así que la invité a comer y al teatro. Elegí Amor, Dolor, ¡Y lo que traía puesto! casi por azar y resultó ser de lo más pertinente para la ocasión.

Es la historia de “la güera” interpretada por la Sra. Silvia Pinal, quien so pretexto de esbozos de sus prendas preferidas, va narrando la historia de su vida, recreando seis décadas de la vida en México a partir de los 40´s. Esto conforma el hilo conductor al que se entrelazan otras historias femeninas: algunas cómicas, otras emotivas, algunas otras (afortunadamente las menos) sentimentaloides y hasta cursis. Todas ellas giran en torno de la ropa.

Está basada en el libro homónimo de Ilene Beckerman, quien se autodenomina “La Cenicienta post menopáusica.” Cuenta que una noche de insomnio recordó un vestido que le había hecho su mamá, decidió dibujarlo y escribir algunas memorias en torno a él, le gustó el resultado final y se siguió con varias prendas más. Quiso narrar la historia de su vida para sus hijos y un par de amigas, al cabo de un tiempo, una de ellas le habló para informarle que una editora quería publicarlo. Ilene estaba sorprendida, no había hecho nada “importante” durante su vida, era una abuela y madre que pasaba los sesenta, quien ni siquiera había escrito un libro. Nunca imaginó el éxito que iba a alcanzar al contar su historia. Una biografía honesta impregnada de experiencia y emoción, pero al fin y al cabo una vida ordinaria que podría ser la de cualquiera… tal vez aquí radica el éxito de la misma.

Las hermanas Ephron, (las recordaran por la película Julie & Julia protagonizada por Meryl Streep) basándose en el libro, van contando historias de féminas y escriben esta obra teatral que ha sido muy bien recibida por la audiencia, traducida a cuatro idiomas e interpretada por grandes personalidades en las grandes orbes.

Es teatro de atril enriquecido con algunas acciones escénicas, baile y canto. Lo más aplaudible a mí gusto, es la musicalización y la adaptación realizada por María Rene Prudencio. En general cumple para pasar un rato ameno, aunque tengo algunas dudas acerca de qué opina el público masculino, vamos se ríen y aparentemente lo pasan bien, pero me parece una obra completamente femenina (que no feminista como aquella de Los monólogos de la vagina, que francamente me chocó).

Me parece que el impacto de la ropa es completamente diferente dependiendo del género. Tal vez lo más divertido de la obra, sean los lugares comunes en que incurrimos las mujeres (incluyendo a las más prácticas) en torno a la relación entre nosotras y  nuestras prendas de vestir.

Las dotamos de universos de significación, dependiendo de estados anímicos y experiencias vividas con ellas, por ellas y hasta gracias a ellas. Algunas prendas fungen como gatillos para la memoria, que disparan los recuerdos, mientras que otras se vuelven cómplices del anhelo por vivir o revivir un cierto estadío de la consciencia. En otras ocasiones te contextualiza, como un disfraz para enfrentar la circunstancia.

Tal vez algunos de mis amigos gays puedan comprenderlo, pero ni el más metrosexual de los heterosexuales (incluyendo a Julio) es capaz de introyectarlo con empatía. Entienden, sí claro que lo hacen, están rodeados de mujeres, pero no comprenden. Así  como nosotras no lo hacemos con otros objetos como los autos. En apariencia quizás sea una diferencia cultural, pero tiendo a creer que es más bien genética, dada su universalidad.

La tesis puede parecer algo exagerada, basten dos ejemplos para enfatizar mi punto:

Sales de la regadera, abres el armario lleno o quizás repleto de prendas, paseas la mirada sobre la ropa, mientras calibras tu estado anímico y te preguntas ¿cómo quiero lucir hoy? El cerebro acelera el procesamiento de combinaciones y permutaciones posibles en las que se ponderan simultáneamente n factores, tales como: el clima, si te han visto o no con eso, accesorios que combinen, cómo luce tu figura, si el color es adecuado para la temporada…. y todas estas sinapsis ocurren a la velocidad de la luz.

Quizás hasta tomas algo para modelarlo frente al espejo y con pánico descubres lo que ya sabías desde el principio de los tiempos: ¡NO TENGO NADA QUE PONERME! Te recriminas por no haber comprado algo, enfureces por tu peso, entra el desespero, pero ante la necesidad de salir vestida reduces tus opciones (usualmente a dos) y lo llamas con un grito que bien podría parecer extraído de algún Munch.

Ante el desconcierto del pobre hombre bajas la voz y en un tono lastimero, casi suplicante preguntas: ¿Cuál me pongo este o ese? Tras modelarle, el pobre hombre quien no vio diferencia alguna, osa decir: cualquiera, con los dos luces espléndida. Para esa segunda parte de la oración, tu sistema auditivo se encuentre en off, sólo retumba indiferente y burlón el: cualquiera. Lo que te lleva a pensar: claro no le importa o sí, ya lo sé, luzco fatal no importa cuál elija. Reaccionas furiosa o tristísima y ya nada de lo que diga después  podrá salvarlo. Quiero aclarar en defensa del sujeto, que habla con verdad. Para él los dos lucen igual, su cerebro no alcanza a distinguir la diferencia, no ve lo evidente, aquello que a nosotras nos resalta, esos detalles fundamentales tales como: si se marca demasiado, si se frunce de algún lado, si las nalgas lucen escurridas, etc.

Aleccionado por experiencias previas o tratándose de un hombre valiente, tal vez su respuesta sea: “ése” a lo que inmediatamente respondes con al menos dos preguntas simultaneas: “¿por qué? ¿con éste me veo gorda?” ¡Alerta máxima! Créanme no se trata de una pregunta retórica, tiene más parecido con la prueba de la Esfinge. (Al menos mi marido sabía que debía huir de la escena, no importaba lo que dijera, el mero hecho de no responder al instante era interpretado por mí y mi gordura), vuelves a modelarte y te pones el que te vino en gana. Su opinión no valió de nada.

Tal es la importancia de la prenda que aún recuerdo nítidamente como durante la experiencia más dura que he enfrentado en la vida, subí a cambiarme para empezar con lo que sabía, sería una noche interminable. Me puse ropa cómoda, zapatos bajos, un sweater que me tejió mi abuela y una bufanda, casi innecesaria, que me tejió mi madre. No buscaba verme linda, ni siquiera pensé en si combinaban, pero el subconsciente eligió estas prendas porque me hacían sentir protegida. No traía la ropa, cargaba con mi estirpe, con su amor y su ternura… ya no lo enfrentaba sola.

Les mando un fuerte y apretado abrazo,

Claudia

Teatro de los Insurgentes ubicado en Av Insurgentes Sur 1587  San José Insurgentes, Ju 20:30 hrs. Vi 19:00 y 21:30 hrs. Sa 18:00 y 20:30 hrs. Do 17:00 y 19:30 hrs.

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