Revolución digital y empleo

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El vértigo que produce una época marcada por los rápidos avances tecnológicos, impide en la mayoría de las ocasiones una planificación hecha desde una visión estratégica de conjunto, y por lo tanto de una dirección clara que seguir.

El cambio de un sistema analógico como corriente o voltaje que varía suave y continuamente frente a un sistema digital, binario de incrementos discretos, que va transformando los ámbitos sociales, científicos y económicos.  Creando además una brecha entre el mundo rico y pobre porque según los datos de la UNESCO y a modo de ejemplo solo el 11% de la población tiene acceso a internet, de los cuales el 90% pertenece a los países desarrollados. Es una revolución discreta como el funcionamiento de los sistemas digitales, que nos obliga a dar una respuesta con la que perfilar los escenarios futuros. Porque además hay quien también advierte, como es el caso del neurociéntifico estadounidense Gary Small, en su libro El cerebro digital , de que se está configurando un mundo con un alto grado de estrés, y por lo tanto con un tiempo menor para la reflexión y la toma de decisiones meditadas, como consecuencia de la continua atención parcial a la que obligan las nuevas tecnologías, advirtiendo por ello, de la necesidad del necesario equilibrio para vivir en un mundo digital y no dejar a un lado las habilidades y sensibilidades humanas.

 Porque de no ser así, el resultado será una transformación profunda  de nuestra mente, con un altísimo riesgo de falta de empatía entre los seres humanos, con lo que esto significa en la relación entre individuo y sociedad.

Ese cambio sustancial lo describió a la perfección Ignacio Ramonet director de Le Monde Diplomatique en una conferencia sobre globalización y nuevas tecnologías: “la revolución digital no equivale al invento de la imprenta, como a veces se dice, sino al de la escritura, que tiene más calado “. Es por lo tanto, una revolución que trae de la mano un cambio sustancial de la manera en que pensamos, nos comunicamos y trabajamos, sin lugar a dudas una nueva modalidad de conocimiento, que obliga a reestructurar la propia economía, y dar respuestas novedosas a las necesidades que esta generará.

 Por eso llama la atención, como en el mundo desarrollado, no se han tenido en cuenta estas transformaciones, y me refiero concretamente al caso de Europa donde el desempleo juvenil alcanza el 40%. Mostrándonos con toda crudeza la falta de planificación del propio sistema educativo, que no ha sido capaz de prever y adaptarse a la rapidez de los avances de las nuevas tecnologías y generar así, más empleo alrededor de ellas.

 Se requieren nuevos perfiles profesionales de entorno digital, pero sin caer en el absurdo simplista de responder a estos cambios profundos con la compra de nuevas computadoras o con tener más técnicos en computación.

 La estrategia es otra, hay que trabajar en esta era de lo intangible, observando los nuevos nichos de creación de empleo; la estimación en Europa es que se necesitarán alrededor de 700.000 empleos para 2016 en el sector, pero podrían ser muchos más. Lo mismo sucede en EE.UU donde el 90% de los empleos que se han generado en los últimos años son de bajos salarios y preparación, tal y como lo ha demostrado el premio Nobel Michael Spence, muy alejados por lo tanto de las necesidades que precisan estos nuevos tiempos.

La reflexión pues, esta muy clara, habrá que generar otro tipo de empleo, que exige urgentemente de una reestructuración en profundidad de la actual formación profesional. Habrá que crear carreras específicas para una era digital en la que, como señala Small:

en lugar de discutir sobre la brecha cerebral entre generaciones, vamos a debatir las brechas que existen entre una computadora y un cerebro humano

Teresa Taboas

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