El excéntrico de las polainas

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Se vestía con un buen frac, cogía un bastón puño de fierro bueno, se calaba un sombrero de fieltro, y se iba campante a caminar por la calle de Plateros.  A veces se hacía acompañar de un perro.  La gente cuchicheaba y se burlaba del pretensioso.  Él no volteaba, pero consigo reía sin que los otros se percataran de lo mucho que le divertía provocar tanto azoro.

En otras ocasiones se disfrazaba de pintor.  Se ponía una boina ladeada y se retrataba al modo de Rembrandt.  También le daba por hacerse el baudelairiano; por vestirse emulando a Wilde, a Lord Byron, al conde de Montesquiou: le ponía un clavel al ojal del bien cortado traje de paño gris, se apretaba justas las agujetas de los zapatos estilo Oxford y, maromeando el paraguas inglés en la muñeca, abandonaba su casa para esperar la reacción de la gente que sabía ya que era un loco, que no era más que un artista deschavetado.  ¡Qué tipo tan curioso, aquel marqués de las polainas!

Un día – relata en sus memorias – se vistió como indígena muy silvestre: con traje de manta, huaraches, paliacate colorado y sombrero de paja, se dirigió a la tienda de unos amigos italianos suyos.  Entró y se mezcló entre la gente, cerca del mostrador.  De pronto se oyó una sonora voz que alegaba elocuentemente en la lengua del Dante.  Confusión total.  Desconcierto generalizado: nunca antes los presentes habían escuchado a un indito hablar tan fuerte y en ese idioma…

Francisco Díaz de León era polifacético, inesperado, controversial, iluminado.  Iluminaba, también.  Había llegado a la Ciudad de los Palacios en 1917, con el afán de estudiar en la Academia Nacional de Bellas Artes.  Había nacido en Aguascalientes, cuna de otros relevantes artistas que le precedieron, como Saturnino Herrán – su maestro después – y José Guadalupe Posada, ese grabador adorado por Jean Charlot.  Con menos dinero del necesario, poco tiempo tras su llegada a México se ocupó como ilustrador en la revista Pegaso.  Ya después tendría más tiempo – o al menos se lo buscaría – para salir a divertirse y a retratarse y a escandalizar a la sociedad recatada.

Cinco minutos de vida licenciosa
Cinco minutos de vida licenciosa

Y sería precisamente el tema de la ilustración editorial algo que Díaz de León nos legaría como uno de sus más preciados regalos.  Hay que recordar de igual manera, como nos dice Renata Blaisten, que es a don Francisco a quien se debe la introducción del diseño editorial en México.

Francisco Díaz de León pasa a la historia como un maestro del grabado.  A pesar de todo, este pionero de la gráfica (que también fue dibujante – magnífico –, talentoso pintor y creativo fotógrafo) ha estado a menudo debatiéndose sobre una cuerda floja entre la prevalencia en la memoria colectiva y el olvido más tenebroso.  <<¿Olvidarse la gente del excéntrico marqués de las polainas?>>

Tlachiqueros
Tlachiqueros

Deberemos nosotros, por nuestra parte, evitar olvidar que podría incluso afirmarse – esto parece perogrullada y rebuscada imposición de ideas – que Díaz de León ha sido uno de los cuatro colosales artistas hidrocálidos de la historia, y sin duda uno de los pilares en la consolidación de las artes gráficas en el país.  Sin Díaz de León, así como sin Posada, la técnica del grabado tal y como la conocemos hoy en día sería imposible de ser concebida.

Aquellos tres vicios
Aquellos tres vicios

Y si bien es su grabado lo que más ha trascendido, sus dibujos y acuarelas tempranas son verdaderamente notables.  A finales de los años veinte compiló una serie de dibujos en tinta china y acuarela, resultado de los “menús” que ilustraba cada año para divertir a sus amigos en las reuniones que sostenían en honor del maestro Alfredo Ramos Martínez.  Son estas ilustraciones de una creatividad implacable; de una riqueza cromática envidiable y de una pretendida ingenuidad muy propia del sentido del humor del artista.

 

 

 Menú carcacha
Menú carcacha

 

Menú espadachín
Menú espadachín

Diagnosticado con glaucoma en los años cincuenta, Díaz de León terminó por alejarse de la creación artística.  No obstante, incansable y pertinaz, se volcó a la crítica de arte y genera tratados tan rescatables como su “Trabajos de Ciudad”.

El legado físico de la obra de Francisco Díaz de León fue donado por sus hijas, Susana y Graziella, y forma parte actualmente de la Colección Blaisten.  El legado espiritual e inmaterial del gran maestro fue donado por la historia, y forma parte actualmente de la riqueza cultural del pueblo de México.

Virgen treinta asuntos
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