De ganar AMLO: algo bueno antes de la desilusión

De seguir la tendencia marcada por las encuestas de opinión, Andrés Manuel López Obrador ganará la Presidencia de la República en las próximas elecciones, y será una incógnita para todos la forma en que va a gobernar. Podrá ser el radical de izquierda de corte dictatorial que muchos tememos, o podrá ser el estadista honesto, comprometido con la erradicación de la pobreza y la corrupción que sus seguidores esperan.

Lo cierto es que quizá una vasta mayoría, de los 53.4 millones de pobres que viven en nuestro país y que representan el 43.6% de nuestra población (según la medición hecha el año pasado por el Coneval), podría sentir un alivio temporal al ver ganar al candidato de los desprotegidos, a quienes, ciertamente, ni las políticas expropiatorias de Cárdenas, ni las del “nacionalismo revolucionario” de Echeverría y los que lo siguieron, ni las políticas “neoliberales” de Salinas a Peña Nieto, han logrado brindarles las condiciones necesarias para vivir con la dignidad que su naturaleza humana reclama. El esperado resultado electoral seguramente significaría un escape a la tensión social que el país enfrenta, ante la monstruosa desigualdad social que padecemos, lo cual en principio es bueno.

Pero, de presentarse este escenario, el Mesías que ha visitado prácticamente todos las comunidades pobres, los pueblos y ejidos del país, desde hace cerca de dos décadas, ofreciéndoles la fijación de precios de garantía que permita la autosuficiencia alimentaria del país; que todos los jóvenes que estén cursando el nivel medio superior gocen de una beca mensual; que 300 mil universitarios de familias de escasos recursos reciban un apoyo de 2,400 pesos mensuales; la contratación como aprendices de 2 millones 300 mil jóvenes llamados ‘ninis’ con un sueldo de 3,600 pesos mensuales; el apoyo universal a todos los adultos mayores duplicando su pensión a 1,200 pesos mensuales y brindando una pensión a todas las personas pobres con discapacidad, más pronto que tarde incumplirá gran parte de esas promesas, por no ser viables económicamente, lo que provocará una desilusión generalizada entre nuestra población mas vulnerable, lo cual será cruel.

En materia de corrupción, también pronto habrá gran desilusión ante la ingenua propuesta del candidato de la alianza electoral Juntos Haremos Historia, centralizada en la idea de que al ser él un hombre honesto, automáticamente todo el andamiaje de corrupción con que contamos se saneará inmediatamente. Tal como lo apunta la experiencia internacional en la materia, la problemática se resuelve mediante la consolidación de estructuras, tales como el Sistema Nacional Anticorrupción, recientemente construido en México, y que Andrés Manuel se propone desmantelar, aunque en su lugar propone ciudadanizar y otorgar autonomía total de los órganos de combate a la corrupción, promoción de la transparencia e impartición de justicia, cuya materialización habrá que valorar.

Otro aspecto positivo que el triunfo de Andrés Manuel podría acarrear, de manera inmediata, y que no sería de poca monta, es el esperado reconocimiento por parte de él y de sus seguidores, de que el sistema electoral que la sociedad mexicana ha construido a lo largo de nueve décadas, pese a sus deficiencias, es suficientemente robusto como para garantizar la competencia justa entre los contendientes electorales, el sufragio libre de los ciudadanos, la contabilidad limpia de los votos por parte de la ciudadanía, la solución pacífica de las controversias a través de los órganos electorales y la transmisión pacífica del poder, todo lo cual ha sido negado, hasta la fecha, por López Obrador y sus huestes, y no será reconocido, salvo que él, y sólo él, gane la elección Presidencial.

Una de las muchas pruebas de la funcionalidad de nuestro sistema electoral consiste en la incertidumbre del resultado, en la imposibilidad fáctica de que algún grupo de poder pueda influir de manera determinante en el resultado electoral y en la calidad de los candidatos contendientes en la carrera presidencial, unos por su preparación académica, otros por su experiencia política, y otro por su cercanía con el llamado “pueblo”.

Así como en la transición a la democracia, encabezada por Fox, hubo desilusión generalizada ante las altas expectativas generadas y no realizadas, anticipo que en el caso de AMLO también habrá muy pronto gran desilusión. Sin embargo, tal como no podemos regatear el mérito de Fox de haber dado el paso definitivo para lograr la transición a la democracia sin haber derramado una gota de sangre, tampoco deberemos regatear a Andrés Manuel, en caso de que gane la contienda electoral y reconozca la idoneidad de nuestro sistema electoral, el mérito de llevar a la izquierda, por primera vez y por la vía pacífica y democrática, a la Presidencia de México, con lo cual habríamos de cerrar el círculo de la transición.

Además de la desilusión que avizoro ante las inalcanzables propuestas de campaña de AMLO, me preocupa que algunas de las que referí anteriormente, en relación con la reducción de la pobreza y la desigualdad, desincentiven la cultura del mérito personal, que es la forma de generar la riqueza de los países. El paternalismo gubernamental de Tata Cárdenas que destruyó la productividad agrícola de México, el endeudamiento del país, el encono social que provocó Echeverría y la expropiación bancaria de López Portillo, que causó una crisis económica sin precedentes, son películas que, aunque las nuevas generaciones no hayan visto ni sean capaces de imaginar, los más viejos ya las conocemos. Se trató de políticas públicas que fracasaron y que no se tradujeron en la solución al problema de pobreza que enfrenta casi la mitad de nuestra población. Construir es muy costoso y lleva muchos años; destruir cuesta poco y se logra rápido. La democracia y nuestro voto nos dan la oportunidad de que esta historia no se repita.