A la violencia, con dulzura

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“Sex and violence was never really my cup of tea; I was always more into Sax and Violins”

 

WimWenders

 

 Un hombre de barbas dejadas por olvido camina a lo largo de una vía del tren.  El encuadre es perfecto.  El horizonte se yergue orondo.  Los colores primarios predominan en un paisaje seco, intocado y majestuoso.

 

Paris Texas

 

 

 

Un ángel melancólico observa desde la cima de un Berlín derruido las tristes vidas de los hombres a los que consuela.  Esa y las demás imágenes que se suceden son de una monocromía elegante y nostálgica.  La belleza de lo simple se impone.

 

Wings of Desire
Wings of Desire

 

En un café solitario que nos recuerda a un pintor que se apellidaba Hopper, un detective platica con una atractiva actriz que se mueve como pavorreal.  Los rojos preponderan en un espacio moteado de pardos matices para completar un escenarioencuadrado como pintura de la American Scene.  La fotografía la logra quien pretende congelar un momento, como el observador que reza para que el sol evite ponerse, llevándose así combinaciones de colores que conmuevan a los sensibles.

 

End of violence
End of violence

 

El cineasta con vocación de fotógrafo hace secuencias perfectas de imágenes preciosistas.  Dicen algunos que cuenta historias en las películas para tener un pretexto para hacer fotografías.

 

WimWenders ha querido siempre acercar la imagen a todos los que quieran verlas.  Wenders quiere compartir con quien se interese la pasión por la oportunidad que casi siempre rechazamos de observar con calma lo imperturbable.  No tiene pretensiones falsas de esnobintelectualistoide.  Es un creador obsesionado con la imagen que poco a poco se ha interesado en contar cuentos que todos comprendan.

 

Y al final, las historias se cuentan y se olvidan, pero la imagen permanece.

 

WimWendersno quiere violencia en sus películas.  Prefiere buena música y no ruidos.  Le apuesta a la serenidad.  Se interesa en la perfección de la lentitud bien observada y en el atractivo cautivador de los horizontes impávidos.  Nos aclara su postura de rechazo a los recursos fáciles.  No quiere involucrarse en la mecánica de lo chocante, que ya le resulta fastidiosa.  Prefiere empaparnos los ojos con imágenes que muchas veces son nostálgicas, sí, pero que están siempre llenas de belleza, perpetuamente alargando el brazo hacia la perfección.

 

La violencia.  Esa seductora violencia que a todos nos atrae.  Para el creador alemán, la violencia que vivimos a diario y que se nos presenta de tantas formas en todos los momentos del día, nos es paradójicamente tan cercana como ajena.  La violencia es un problema que rara vez se aborda con la seriedad de quien pretende desentrañar su esencia.

 

En El final de la violencia, el fotógrafo que quiso ser pintor nos hace reflexionar mientras él le habla a la violencia desde un lugar poco habitual y con una tranquilidad poco común.  En El final de la violencia prácticamente no hay violencia.  La violencia está siempre implícita.  Siempre referida.  Siempre merodeando entorno a imágenes esmeradas.  La violencia está ahí escondiéndose atrás de los matorrales, mientras que Wenders nos insiste en que se trata de un tema sobre el que hay que preocuparse de forma literal y no metafórica.

 

Mike Max, productor de sangrientas películas que le arrojan pingües ganancias pero que le han dejado, víctima de una obsesión por el trabajo, alienado de su propia vida, es raptado por unos hombres a los que – sin que nos sea mostrado explícitamente – nos enteramos que asesina para escapar.  El grupo de jardineros mexicanos que lo rescata participa en el punto de quiebre que le permite al productor angelino – conforme abandona la violencia – acercarse a su abandonada persona y ponerse en contacto con la vida sencilla. Es en ese punto que Mike Max aparece finalmente en toda su verdad: un hombre sincero y sensible, y no el inescrutable y todopoderoso productor de los días pasados.

Todo se traduce, al final, en una confrontación que Wenders se atreve a hacerle a la violencia como personaje principal velado de un tipo de película en que los roles centrales los arrebata, más que un personaje cuya historia se relata, la fotografía como concepto. Las nuevas tecnologías de la comunicación se convierten – en nuestros convulsos tiempos – en origen y representación de la separación de nuestra esencia y de nuestra alienación compartida.  Mike Max se despide de la violencia para descubrirse a sí mismo; WimWenders conversa con una violencia a la que nunca representará, para seguir siempre dándole el rol protagónico a la escena más inconmovible que se haya visto jamás.

 

 

 

 

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