Estoy chipil

Lectura: 3 minutos

Amigos queridos:

Llevo un rato sentada frente al ordenador y por más que pienso, nada para escribir a casa. Me vi sumida en el sopor del letargo, desganada, viendo pasar la vida frente a mí, en fin… chipil.

Lo único que tal vez logró mejorarme el ánimo, fue el fin de semana con mis queridos Jorge y Mauri, que hasta me deleitaron con sus hermosas interpretaciones de la Montiel, pero ni los relicarios, pichis y ramitos que no valen más que un real, lograban trastocar mi humor enrarecido.

He rebuscado con la mente las razones y no encuentro un detonador visible. Las explicaciones van desde el ambiente gélido de mi morada, el efecto de la luna tan baja o las hormonas, que a mi edad resulta quizás lo más plausible; sin embargo nada de esto me convence. Gracias al maldito raciocinio ni siquiera tengo la dicha de ser plenamente infeliz, llenarme de auto conmiseración y sumirme en la tristeza. No puedo dejar de pensar en todas las bendiciones que rodean mi existir.

A veces extraño a Fer y no tanto su compañía como su gran sentido del humor, a veces creo que me gustaría compartir con alguien, pero tras analizarlo me doy cuenta que sólo es eso, una creencia. Tras estar sola por dos años y hacerme responsable de mí, me doy cuenta que no hay cabida para nadie que no sea Hugo en mi vida, no estoy dispuesta a sacrificar espacio, tiempo ni soledad.

Me doy cuenta que los duelos no son círculos que se cierran, aunque uno los trabaje a consciencia. Encuentro que es más bien una espiral, círculos concéntricos que se hacen cada vez más pequeños, pero que en cada uno implican un esfuerzo, un estado de alerta para no caer en el engaño del motivo, para no sumirte en el desespero y la tristeza. A veces alguno de ellos te asalta mal parado y te tumba en el ánimo. Entonces no queda más que levantarse y seguir viviendo, anhelando, amando.

Muchas veces me sentencian: “Estás muy joven, ya reharás tu vida”. No entiendo bien a bien a qué se refieren. Sé que lo dicen con buena voluntad, como cuando le deseas a alguien el feliz cumpleaños o la navidad feliz. Tras asentir con la cabeza y esbozar una sonrisa, en el fondo me pregunto ¿Por qué creerán que mi vida está deshecha? ¿Por qué esta convicción de que sólo teniendo a “alguien” tienes una vida?

Tal vez porque lo proyecto, tal vez porque se proyectan, pero no creo en los hilos del destino que vayan entretejiendo el entramado de mi historia, como los antiguos griegos, ni siquiera concibo a un dios sentado en la nube dictando mi futuro. A veces con alegría y otras con desasosiego me doy cuenta que la única responsable soy yo. Me doy cuenta que es una cuestión de voluntad, de hallar el significado, de matizar, de trascender.

Así pues, hoy he decidido ser nuevamente feliz. Hoy soy la protagonista de la historia, hoy he despertado evocando al gran César Vallejo:

Me viene, hay días, una gana ubérrima, política,
de querer, de besar al cariño en sus dos rostros,
y me viene de lejos un querer
demostrativo, otro querer amar, de grado o fuerza,
al que me odia, al que rasga su papel, al muchachito,
a la que llora por el que lloraba,
al rey del vino, al esclavo del agua,
al que ocultose en su ira,
al que suda, al que pasa, al que sacude su persona en mi alma.
Y quiero, por lo tanto, acomodarle
al que me habla, su trenza; sus cabellos, al soldado;
su luz, al grande; su grandeza, al chico.
Quiero planchar directamente
un pañuelo al que no puede llorar
y, cuando estoy triste o me duele la dicha,
remedar a los niños y a los genios.

Quiero ayudar al bueno a ser su poquillo de malo
y me urge estar sentado
a la diestra del zurdo, y responder al mudo,
tratando de serle útil en
lo que puedo, y también quiero muchísimo
lavarle al cojo el pie,
y ayudarle a dormir al tuerto próximo.

¡Ah querer, éste, el mío, éste, el mundial,
interhumano y parroquial, proyecto!
Me viene a pelo
desde el cimiento, desde la ingle pública,
y, viniendo de lejos, da ganas de besarle
la bufanda al cantor,
y al que sufre, besarle en su sartén,
al sordo, en su rumor craneano, impávido;
al que me da lo que olvidé en mi seno,
en su Dante, en su Chaplin, en sus hombros.

Quiero, para terminar,
cuando estoy al borde célebre de la violencia
o lleno de pecho el corazón, querría
ayudar a reír al que sonríe,
ponerle un pajarillo al malvado en plena nuca,
cuidar a los enfermos enfadándolos,
comprarle al vendedor,
ayudar a matar al matador ?cosa terrible?
y quisiera yo ser bueno conmigo
en todo.

Les mando un fuerte y apretado abrazo.

Claudia

 

0 0 votos
Calificación del artículo
Subscribir
Notificar a
guest
0 Comentarios
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios
0
Danos tu opinión.x