Economía del lenguaje: ¿evolución o involución?

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Hace tiempo que en México se adoptó un modelo de lenguaje que resulta altamente costoso, no solo desde el punto de vista económico, sino también desde la perspectiva del uso del tiempo y de la eficacia en la comunicación. Me refiero al empleo de los “géneros masculino y femenino” en el habla común.

USO DISPENDIOSO DE LAS PALABRAS

Pero antes de referirme de manera concreta al problema del uso dispendioso de las palabras, quiero advertir que no desconozco ni menos aún desestimo el valor estratégico que, en ocasiones, pueda llegar a tener el uso de ciertas expresiones para llevar a cabo campañas, mensajes o pronunciamientos en pro de determinadas y legítimas causas. Por ejemplo, en materia de derechos humanos se suele emplear el uso de la expresión “acciones positivas” para referirse, entre otras cuestiones, a ciertas formas de expresión de carácter reivindicativo que, aun cuando puedan llegar a ser redundantes o reiterativas, tienen como finalidad comunicar una idea y, a la vez, connotar una posición crítica o contestataria ante determinado tipo de conductas abusivas. Tal es el caso del uso que hoy en día se da a los géneros lingüísticos “las y los”, “ciudadanas y ciudadanos”, “niñas y niños”, “diputadas y diputados” y un muy largo etcétera, que se ha convertido, según afirman algunos, en “lenguaje políticamente correcto”.

Pero cuidado, este enfoque “políticamente correcto”, pero no necesariamente, psicológica ni conductualmente correcto, pues lo cierto es que se está abusando, con exceso, de ese recurso lingüístico al grado de hacernos caer en un enredoso modo de comunicar ideas sencillas, pero con redundancias interminables.

lenguaje femenino y masculino

LENGUAJE INCLUYENTE

Alguna vez escuché a una profesora experta en “lenguaje incluyente”, que es como se denomina a esa manera de hablar, que ese enfoque nos podía llevar próximamente a excesos como el de llegar a decir que: “él y la perro y perra son el y la mejor amigo y amiga del hombre y de la mujer, y viceversa”. Desde luego que ella lo citaba en forma un tanto chusca, pero no ajena a lo que podríamos llegar en un futuro cercano, para resaltar la pérdida del sentido común en la que podemos caer por el recurso abusivo de tal lenguaje y modelo de comunicación, en un ambiente garantista de igualdad y énfasis en la equidad de género.

Como es sabido, el participio presente del verbo ser es “ente” (del latín -ens-entis), que es el sufijo de flexión verbal de un verbo terminado en -ere o -īre. De tal manera que, cuando decimos un “ente jurídico” o un “ente social”, nos referimos a aquella realidad que está siendo en el tiempo presente. De ahí se sigue la regla del uso de la terminación ente, para referirse, por ejemplo, a presidente, lugarteniente, dirigente, cantante; se refieren respectivamente a quien preside, hace las veces de, dirige o canta en tiempo presente. De tal manera que no es correcto ni tiene sentido decir: presidenta, lugartenienta, dirigenta o cantanta, no solo porque se escucha mal (cacofónicamente) sino porque, además, es contrario al sentido lógico de la expresión, absurdo para el sentido común.

Los y las en el lenguaje.

Si a ello añadimos la tendencia contemporánea en materia administrativa a adoptar el modelo de economía del lenguaje denominado plain language movement, que ha sido traducido en ocasiones como “ciudadanización del lenguaje administrativo”, que propone hacer más sencilla, transparente y fluida la comunicación de la autoridad con la ciudadanía, aumenta el contraste con la pérdida de sentido común que implica el uso indiscriminado e incorrecto de “las y los” que se puso de moda en México -lamentablemente- desde el sexenio de Vicente Fox, quien solía decir “las y los chiquillas y chiquillos de México”.

No se trata, desde mi punto de vista, de un aspecto baladí del lenguaje o del uso incorrecto de una palabra. No me mueve a compartir esta reflexión el simple hecho de “corrección lingüística” ni mucho menos un afán escrupuloso de los especialistas en gramática, que además no lo soy. Lo que me mueve es el reflexionar sobre un aspecto que puede mejorarse para hacer más pronta, eficaz y expedita la justicia, empezando por la comunicación. ¿Para qué emplear treinta o cuarenta páginas en una sentencia que puede ser de quince o menos páginas, solo por adecuarse a exigencias de una supuesta estrategia o tradición lingüística de reconocer géneros en cada frase que pronunciemos?

LENGUAJE SOCIAL JUSTO

En una nación donde los procesos de comunicación tienden a ser redundantes, cantinflescos, poco claros, poco directos y, precisamente por ello, llenos de opacidad, no hay tiempo ni lugar para las estrategias de la redundancia verbal.

Hombre y mujer en lenguaje

Lo que se necesita es un lenguaje llano, claro, directo, accesible a la comprensión del ciudadano o gobernado (y más aún del justiciable), que contribuya a ser un país más competente. Para lograrlo requerimos poner en práctica el uso sencillo del lenguaje y promover la recuperación del sentido común de nuestro “diario” hablar.

Es necesario buscar otras trincheras para las legítimas batallas en favor de la equidad de género (que sin lugar a duda urge entablar en varios frentes), que sean más eficaces que la simple redundancia de conjunciones, sufijos y pronombres, que no hacen sino alargar y obscurecer más, las ya de por sí enredosas comunicaciones oficiales.

Ojalá que, con motivo de “la cuarta transformación de México”, uno de los ejes centrales anunciados por Andrés Manuel Lopez Obrador, se coordinen esfuerzos en y desde la Presidencia de México para conquistar una cultura del lenguaje social justo.

Acción social, Carlos Requena

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marisol

Obras son amores y NO buenas -ni dispendiosas/redundantes- razones.
Gracias por su artículo, licenciado Requena, y qué bueno que da usted énfasis a la ACCIÓN SOCIAL y no al mero uso de la “corrección política.

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