De Indianos y Cantabrones

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Cumplida mi tarea cívica y ejercido el voto, estoy ahora en Europa. Vine a ver a mis hijos franceses e invitado en España a la boda de una guapa hispano-mexicana, hija de un viejo y querido amigo, para luego asistir al festival de teatro en Aviñón, visitar algunos amigos, comer unos cuantos panes, comprar algunas páginas y hojear muchas. Es mi tiempo estival.

Por las calles de Madrid encuentro, como quizá ocurría hace 500 años, amigos indianos que se mezclan desenfadados con los peninsulares; no se sienten los discriminados sudacas de los años que en España se hacían contratar cientos de miles de ecuatorianos, miles de argentinos y cientos de otras nacionalidades latinoamericanas. No, es ahora el tiempo de las grandes vacaciones, el comienzo del verano en que el dinero ganado en las Américas se viene a gastar en los grandes paseos en Europa, es temporada de Copa del Mundo y aunque rusa la presea, siempre una escala española, obliga a los fanáticos para recoger un poco de su identidad. Aquí un acento peruano del camarero, allá una vendedora ecuatoriana de pamelas y tocados exóticos, un vendedor salvadoreño de loterías, unos mexicanos alegres que azotan sus rancheras en la Plaza del Sol, después de muchas cañas y pocos pinchos. Mexicano al fin, gusto de la negritud madrileña que habla con acento castizo, las rubias que aporrean su argentino, las sevillanas de ojos grises y cabelleras hirsutas que agitan las manos, miran con garbo y provocan faenas.

Es Madrid una capital indiana y europea también. Alexandre Dumas, advirtió en su tiempo que esto es África, era la visión de ese indiano afrancesado que quiso ver en el hexágono (Francia continental) la metrópolis de todas las luces. España, separada del resto del continente por los Pirineos, mantiene un precioso rincón de una Finisterre pluri-continental.

Península al fin, Iberia, acoge y distingue. Hace que aquí fluyan los acentos que se escuchan como las empedradas aguas de los arroyos; armónicas en conjunto y de notas distintas en cada recodo del río-identidad: Chueca, Malasaña, Lavapiés, imponen cada una su sentido de la modernidad y su tono clásico.

Es Madrid espacio de modas y elegancias, los varones españoles se peinan más que en Francia, se cuidan el cuerpo y se perfuman en un dandismo hispano, algo gitano y macho. Las señoras también se emperifollan de linos y sedas, de sandalias preciosas, hilos finos y transparencias que juegan con las edades.

Menos discretas que las inglesas en las bodas generalmente soleadas, se lucen pamelas enormes, de raso, de pajilla, retorcidas algunas, otras bien planchadas, con redecillas, flores y plumas de lo mas exótico.

Nuestra boda madrileña ocurrió en la iglesia de Jerónimos, un templo bellísimo y recientemente restaurado que se yergue junto a la Real Academia y frente al Museo del Prado que presenta en esta temporada una exquisita exposición de bocetos de Rubens.

Escuchamos un coro finamente puesto, que incluyó para emoción de los mexicanos asistentes una entonada “la guadalupana”, que se armonizó con algunos cánones y otras piezas del Barroco y no echamos de menos, desde luego, la imprescindible marcha haendeliana.

Pero mas allá de la anécdota y el relato de mi agenda personal, quiero convidar al lector a una reflexión desde España sobre nuestra identidad mexicana. Ésa que recientemente tuvimos ocasión de reflexionar ante la boleta electoral y que favoreció, como sabemos y supusimos, siempre al perseverante Andrés Manuel López Obrador.

Esto viene a cuento porque hace a penas tres semanas me reuní en Papantla, en el parque Takilhsukut, con un grupo de viejos y viejas totonacas que me hacen ocasionalmente el honor de recibirme en su Consejo. En esa ocasión reflexionamos precisamente sobre identidad, notamos que la mayoría de los consejeros tiene un nombre hispano, comentamos como la tenencia de la tierra se va haciendo cada vez más de criollos, algunos de reciente llegada, y analizamos cuál puede ser el destino o la ruta de vida para esta cultura y otras de alta identidad en el espacio mexicano. Hablamos de la dominación colonial, de la falta de oportunidades para los que aquí no son llamados ni por su gentilicio de totonacos, menos por el apelativo de indianos, reservado a los españoles vueltos a su patria madre,  sino indios, sólo indios. Así, en general, decir indio como decir los otros, los que nos son peninsulares, los que viven aquí y dominamos, los que nos pertenecen si no en esclavitud sí en encomienda, para la evangelización desde luego, pero para el servicio inmediatamente  después, vamos en paralelo casi y si me apuran, antes.

Paréntesis aparte, terminadas las celebraciones de la boda, partí con algunos de mi familia y una pareja de queridos y añosos amigos a un recorrido por el norte de España. Un recorrido también significativo, menos metropolitana y más desestructurada de la identidad mexicana, latinoamericana, indiana ‒si lo preferís‒.

Donostia, San Sebastián, fue nuestro primer punto del recorrido nor-peninsular. No entraremos en el detalle ocioso e interesante, sin duda, de declinar cómo llegamos a San Sebastián desde los gentilicios de donostiarras o easonenses, pero sí diremos que, entre las ganas de diferenciarse de otras identidades españolas, su vinculación con los vascos franceses de Biarritz, de Bayona o Anglet. Los gascones españoles son orgullosos de su identidad forjada en gestas y anécdotas. Junto con los catalanes son un pueblo de contacto y cultura binacional francesa, nacionalistas, republicanos y defensores de su condición europea, muchos de ellos, huyendo de hambrunas y de persecuciones emprendieron la marcha americana al punto que encontramos en México, gran cantidad de vascos, en decenas de apellidos, ciudades y denominaciones influidas por ese idioma. La gastronomía vasca es referencia mayor en México, se calcula que en México viven unos 50 mil vascuences.

La tierra vasca es marina, aunque con algunas elevaciones importantes que acogen valles y comarcas que acentúan la identidad de esta región del noreste peninsular. Hoy se circula con mucha tranquilidad por esta región que hace apenas un par de décadas fue particularmente refractaria. Recuerdo que hace 30 años me detuvo la guardia civil por tomar fotografías en una carretera cerca de Ermúa (Vizcaya). Vaya susto al ver surgir de una camioneta 4L, unas metralletas apuntándome y gritando a grandes voces un “¡deteneos…!” que me duele recordar. Pero la ETA depuso sus armas y si bien se siguen algunos procesos, el tema etarra parece hoy haber pasado a los anales. Es gozosa esta región, rica de caletas y caseríos, que generan en los emigrados de esta zona apegos importantes.

Volví a un Guggenheim en Bilbao, que se ve ya con pátina de sus más de dos décadas y que luce ahora sí extraordinarias exposiciones como la de la portuguesa Joanna Vasconcelos, con su plástica sorprendente de filigranas improbables y perfectamente realizadas. He visto siempre el edificio de Gehry, como un gran mastodonte de papel donde el juguetón Puppy de Jeff Koons, le custodia el conjunto desde la alegría de sus flores, mientras las arañas de Louise Bourgeois se cuelan por los flancos, los oxidados y desafiantes laberintos, espacios creados exprofeso por Richard Serra, los cuales dislocan en su andar al visitante.

escultura gigante
Puppy de Jeff Koons, custodiando el Guggenheim de Oviedo.

Cerca de allí, la elegante ciudad de Santander no se podía quedar atrás y aunque con acentuada austeridad propone presencias artísticas, igualmente significativas en el recientemente inaugurado Centro Botín, de elegantes líneas contrastantes con las alebrijescas formas del Guggenheim vecino. Las vistas del Centro Botín se arrebatan entre el cantábrico, la promenade costera y el edificio sede del Banco Santander. Allí el arte bien curado por los comisarios hace propuestas aventuradas de paisajes reconfigurados, y colecciones de retratos que coinciden con los trabajos escultóricos y de-construidos de Joan Miró. Las playas santanderinas, sus barrios, palacios del Castillo Real y sus parques, la hacen una ciudad señorial y orgullosa, admirada desde todos los ángulos en España.

Dejando el país vasco, en Cantabria, comienza una España orgullosa de otra identidad, la hispano-española, España montesa y muy antigua que conserva, entre otras muchas, las ilustradas cuevas de Altamira y la Pasiega con sus referentes Neandertal, la bella y tres veces mentirosa, Santillana del Mar, de elegantes casas indianas, palacios de marqueses y duques, su colegiata antigua, con su patio didáctico, artesanos más afanosos que creativos, museos y escuelas de restauración. Aunque la ciudad está totalmente en estas épocas tomada por el turismo, no deja junto con la minúscula y coqueta Bárcena Mayor, la capital culinaria del Bogavante, San Vicente de la Barquera, el capricho Gaudiano, los palacios y playa de Comillas, de provocar y marcar la memoria.

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Imagen antropomorfa en Altamira de Cantabria.

En la frontera de Cantabria, Asturias y León, en los espacios que custodian lo más profundo de la identidad española, Los Picos de Europa, parque nacional y una de las bellezas naturales con más personalidad y más significativas en Europa, con picos de más de 2,600 metros, impone y da tono a ese espacio de barrancos y bosques sorprendentes. Es el camino a Oviedo, aquella que se refiere como la custodia del más grande tesoro de la identidad cristiana en España, la conserva en su hermosa basílica del Salvador, el Arca que fuera abierta en presencia de Ruy Díaz de Vivar, El Cid, y que contiene el sudario, una sandalia de Pedro, restos de la Santa Cruz, tierra del sitio de la Asunción y otras muchas que fueron llevadas durante los años moros a través de las montañas y salvaguardadas en Asturias. Suele decirse así que quien va a Santiago y no pasa por Oviedo, rinde culto al esclavo y no al Señor. Se come bien en Oviedo, ciudad consentida de Woody Allen, se bebe buena sidra y la fabada sabe allí mejor que en ningún lado. Vieja del siglo IX y moderna del XXI con la impronta de Calatrava en el Centro Princesa Leticia, el principado de Asturias es señorial. Orgulloso, fino y hermoso. Bañado de playas que acarician su costa, parques que ofrecen sombra, montañas y campos en que se pastorea y cultiva, librerías que antojan y dislocan gustos y una restauración que coquetea todas sus virtudes.

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Colegiata de Santillana.

Vamos así acompañando trazos del viejo camino francés a Santiago, de vez en vez cruzamos poblados en que se asientan por unas horas los peregrinos que invierten a pie, a caballo o en bicicleta, semanas y meses para llenar sus pasaportes de andantes, alcanzar las indulgencias del apóstol, disfrutar unos percebes con vinos de las Rías Baixas y paralizarse ante el botafumeiro que, por cierto ‒vale reír‒, llenaron a poco, con medio kilo de marihuana unos no tan beatos acólitos de la basílica, elevando no sólo plegarias sino espíritus también de los sorprendidos feligreses.

Galicia es singular y extrema la identidad de España. En la muy noble y leal ciudad de Lugo, custodiada por su muralla romana del siglo III, hicimos un alto para almorzar de manera exquisita. Santiago de Compostela es imponente y señorial, sus barrios, conventos, monasterios, iglesias, parques y universidades la hacen ciudad más allá de las olas turísticas que la bañan y renuevan también. Sus boutiques de tatuajes religiosos hacen fortunas y son el nuevo atractivo en la ciudad.

pintura
Pintor alemán trabajando en Oviedo.

España hace reflexionar a los indianos que la visitan en condición siempre de buscadores o reconocedores del vínculo. A diferencia del español, demasiado identificado con sus regiones, el indiano siente a toda España, algo, su casa. Uno avanza en su comprensión de la actitud criolla en las Américas. Andrés Manuel, se vitorea en Cantabria, particularmente en Ampuero, que le considera su hijo pródigo, que gobernará “naturalmente” México.  En los más improbables sitios cántabros, al sabernos mexicanos, nos decían: ―Y ahora os gobernará un cántabro, un cantabrón si así lo preferís, ‒nos dijo con sorna un maître écailler de San Vicente de la Barquera‒.

A ese cántabro mexicano que es Andrés Manuel López Obrador, le corresponderá ahora la difícil tarea de conciliar (una vez más) lo hispano y lo aborigen, las altas y fuertes identidades de las comunidades étnicas con las identidades más light, del vínculo claro y perdido con una península que sigue siento trasatlántica.

periódico español

Así, con las arquitecturas de Frank Gehry, de Renzo Piano, de Calatrava y de Gaudí, por citar sólo a los mas conocidos arquitectos de los siglos inmediatos, con la cocina vasca, cantábrica, asturiana y gallega, con nuevas reflexiones sobre la identidad y las memorias avivadas, dejamos España y nos dirigimos al Festival de teatro en Aviñón, Francia. Sigan las benditas vacaciones…

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