El discurso político

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En realidad las cosas verdaderamente difíciles son

todo lo que la gente cree poder hacer a cada momento. 

Julio Cortázar.

Todo ser humano que pretenda acceder al poder y ejercerlo, debería estar seguro de poseer lo que se llama vocación política. El recurso más antiguo que registra la historia universal utilizado para estos fines es el discurso político que, con múltiples variaciones, persiste como el instrumento idóneo para convocar a una acción que mueva las coordenadas del poder.

El discurso puede ser estratégico, bien que obedezca a un plan o que sea táctico, sujeto a un procedimiento para instrumentarlo. Ineludiblemente el planteamiento debe someterse a un método gramatical congruente, a un orden de comunicación que le asegure al emisor de un mensaje el medio idóneo para que el receptor lo incorpore en tiempo y forma y reaccione a favor de quien lo pronuncie conforme a las circunstancias que le rodean.

En un sistema de participación democrática el discurso político debiera ofrecer certidumbre jurídica, ajustada al espíritu -que no necesariamente a la letra- de las normas. Es indispensable instrumentar mecanismos de legitimación en una pluralidad manifiesta en todos los campos de la expresión social: la libertad de expresión y de prensa, la competencia auténtica entre los partidos políticos y los candidatos independientes mediante elecciones libres. Las declaraciones obligan a definir las bases de una economía distributiva que cierre las brechas ocasionadas por la desigualdad y permita la integración de las distintas culturas en una comunidad nacional diversa.

El discurso se debe enmarcar en un sistema que procure garantizar, en todo momento y para cualquier efecto, las libertades, el respeto a los derechos humanos y la impartición de la justicia. Corresponde a la igualdad de oportunidades para incorporarse a un bienestar integral dentro de un país con graves desequilibrios en un mundo globalizado y complejo.

Todo discurso político está destinado a conmover a la ciudadanía, al estimular sentimientos y emociones inscritos en la historia y que, al acudir a mitos, ritos y valores bien entrelazados, sea capaz de impactar a una persona, a un grupo o a una masa, en el sentido que el orador desea conducir a un país de acuerdo con su ideología.

No resulta igual entusiasmar que convencer. Se requiere de información reciente, suficiente y válida. Exige una argumentación que resista la prueba de la realidad y la construcción de una ruta confiable para transitar de una situación actual a otra mejor. Lo más difícil sería mantener el apoyo ciudadano a las medidas propuestas y que habrían de ser adoptadas por la nueva administración.

Cualquiera que sea el propósito del discurso debe poseer tres cualidades: dinamismo en la redacción (la retórica) y en la emisión (la oratoria), seriedad en la visión (el realismo) y eficacia al constatar que el discurso debe traducirse en hechos. Una vez realizada la elección viene la tarea del convencimiento a la estructura política que sustenta al liderazgo a fin de dar factibilidad a su programa de gobierno. Es impostergable mantener la estabilidad política, social y económica, así como controlar la inseguridad y reducir la violencia, entre otros aspectos sustantivos.

En un sistema abierto, como el mexicano, el discurso político es democrático o no cabe como discurso. Este concepto utiliza el vocablo “democracia” como agente para alcanzar valores como la libertad, la igualdad y la armonía. También actúa como agente transformador al generar nuevas condiciones políticas, sociales y económicas para que las aspiraciones legítimas ocurran. La tesis de la democracia es dual: se aplica como aspiración político-social y como transformación político-administrativa.

Hoy en día, el discurso expresado en el gobierno propone reformar al sistema “desde arriba”. Sin el concurso de “los de abajo” sería imposible lograr el cambio cualitativo que México necesita.

La construcción del discurso debe partir de un diagnóstico puntual, capaz de identificar las prioridades. Configuran así un pre-texto que, al confrontarlo con la situación de la población, del territorio y del gobierno, del contexto, conduce a producir el texto, para de ahí proceder a la acción.

Están a prueba la eficacia política del discurso y sus efectos democráticos. Deben de ceñirse a cuatro factores: al tiempo, es decir, al sexenio, ni un día más ni un día menos; al espacio, la República Mexicana con sus recursos y su diversidad; y, a la circunstancia, las posibilidades políticas de que las decisiones se asuman por los diferentes grupos y personas dispuestos a comprometerse y trabajar conjuntamente hasta alcanzar los escenarios esperados. Finalmente, todo se desvanecería en el aire sin la disponibilidad de recursos: capital económico, capital social y capital humano. El paso del discurso a los hechos es, sin duda, un problema esencial.

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