Dos de las ideas plasmadas en la carta enviada por Andres Manuel López Obrador a Trump, tienen como eje precursor el trazado de rutas de tren en sendas áreas del territorio nacional, que tienen un enorme potencial de desarrollo. Al más puro estilo porfiriano, se pretende poner el crecimiento sobre vías que conecten la Riviera maya, desde Cancún hasta Chetumal, y en la cintura de México, en el Istmo, de Salina Cruz a Coatzacoalcos.
Esta idea lo que menos tiene es novedad. Lo nuevo sería, sin duda, ejecutarlo, que ha sido una pretensión acariciada por más de 4 décadas. Poder conectar, por tierra, el Océano Pacífico con el Atlántico, facilitando el tránsito de mercancías por medio de un sistema multimodal que en cuestión de horas facilitaría este tránsito, que hoy sigue siendo sólo posible a través del Canal de Panamá. No sólo podría generarse una alternativa de menor costo, sino que la ubicación geográfica del Istmo daría grandes ventajas a las mercancías provenientes de Asia.
Los planes que en otras administraciones se han desplegado para tratar de generar condiciones de crecimiento económico en el sur de México y la región centroamericana, han tenido diversas modalidades y alcances, pero al final, los resultados han sido nulos, o al menos muy limitados. El más pretencioso, el Plan Puebla-Panamá de la época de Fox, que pretendió la construcción de una carretera funcional y moderna para comunicar a esta parte del continente, y por múltiples razones históricas se ha mantenido rezagada.
La propuesta del tren de la Riviera maya, de construirse, sin duda sería un gran catalizador para esa zona, que por muchos es catalogada como la de mayor atractivo turístico en el mundo. Si en cuestión de horas se hace posible viajar cómodamente desde Cancún hasta Guatemala, o a las costas hondureñas, lo que podríamos presenciar sería un desarrollo exponencial para México y sus vecinos centroamericanos. En ese sentido, la médula de la propuesta de AMLO hace sentido: generar desarrollo sustentable en nuestros países para que la migración al norte deje de ser un imperativo y pueda convertirse en una opción.
La parte que desde mi punto de vista representa la oferta más atractiva de López Obrador a Trump, es la de construir el muro en nuestro propio país. Tal vez de manera velada, pero sugerente, el tren en el Istmo permitiría controlar y monitorear de forma segura el tránsito de personas del sur al norte, a través de la barrera física que constituiría esta obra. Para garantizar el paso de mercancías y vehículos de un litoral a otro de nuestro país, será necesario aislar la ruta a través de barreras físicas que deben proporcionar alta seguridad para el tránsito.
Los 300 kilómetros que nuestro territorio tiene en su cintura podrían ser asegurados con un costo fraccional frente a los 3,000 kilómetros de frontera con Estados Unidos, evitándonos, así, de tener que convivir bajo la sombra del agravio de estar aislados de nuestro vecino por el muro de la vergüenza. Bajo cualquier interpretación, el muro en el norte representa la incapacidad de ambos países de construir relaciones de colaboración y hermandad suficientemente positivas y abundantes, como para no tener que recurrir a la discriminación y el aislamiento como forma de supervivencia.
No se trata, en este propósito, de seguir culpando a Trump de decisiones políticamente incorrectas. Millones de estadounidenses lo apoyan, y en ese desvarío, gran parte de la responsabilidad la tenemos también nosotros que hemos dejado de hacer muchas cosas durante varios años, para generar oportunidades de trabajo y desarrollo dignos de este lado de la frontera.
Ignoro si la idea de AMLO de construir la ruta del tren del Istmo encierra esta propuesta de crear este primer filtro fronterizo en la parte sur del país, pero si no lo ha pensado debería hacerlo.