La Constitución Moral que promueve López Obrador no es la renovación moral que promovió Miguel de la Madrid para inducir una ética de eficiencia y honradez en la administración pública, y que evidentemente fracasó; la de AMLO abarca la vida pública de una sociedad que está al borde de una bancarrota cívica.
Nuestra sociedad ha sido despojada de certezas fundamentales desde hace demasiado tiempo, lo que lleva a que la mayoría de los mexicanos no sólo está más desencantada que el resto del continente latinoamericano con la democracia, lo más grave es que amplios círculos están decepcionados de nuestra propia nacionalidad.
La tragedia se ha armado con varios procesos durante el neoliberalismo; el de los bajos ingresos laborales, la depauperación de la gran mayoría de la población, la falta de certeza en conservar el empleo; la disminución y deterioro de los servicios médicos, educativos, de salud pública y de vivienda. En contraste, el peso mayor de la carga fiscal recae, no en las grandes corporaciones sino en la población de menores ingresos.
A eso se suman los miles de muertos, desaparecidos y desplazados, y la ausencia de las autoridades civiles, a las que se les ve sumidas en la corrupción y la impunidad; la tragedia es que, junto con la precariedad material y la inseguridad, se ha erosionado la convivencia cívica y el disfrute de ser nosotros.
En medio de esas complejas realidades, hay que destacar uno de los fenómenos que más contribuye al deterioro moral de la vida pública: me refiero a procesos de índole cultural que han erosionado la autoestima en nuestra nacionalidad.
No sólo se reformaron los libros de texto –borrando nuestra historia prehispánica y a los héroes populares– sino que se está perdiendo el sentido de fechas cívicas, como el 5 de febrero por la promulgación de la Constitución, el 20 de noviembre por la Revolución y el 21 de marzo por el nacimiento de Benito Juárez al “celebrarlas” el lunes más próximo.
Hacerlo así lo decidió el panismo, quizás con el propósito de provocar el olvido de los hechos heroicos de los pueblos originarios y de los movimientos de Independencia, de Reforma y de la Revolución.
Por otra parte, a diario se somete a la población a imágenes televisivas de crímenes, violencia, muerte e impunidad, y luego, a una programación en la que débiles mentales pretenden que la población se identifique con sus necedades.
Además de transformaciones al sistema político, a la economía, a la seguridad pública, en México se requiere revitalizar valores cívicos y los sentimientos humanitarios. Para lograrlo, es indispensable compartir una interpretación de nuestra historia que se traduzca en valores cívicos que sean significativos para la inmensa mayoría, como lo fue el compromiso con la justicia social del viejo régimen.
Que cada uno de los mexicanos saquemos lo mejor de nosotros es la base de la Cuarta Transformación