El beso

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Amigos queridos:

Heme aquí de regreso con mucho que contarles, paradójicamente traer tantos temas en la cabeza complica decidir por dónde comenzar. Así pues, he decido jerarquizarlo por urgencia y no por importancia.

Me enteré que han repuesto “El Beso” de Antón Chéjov por una corta temporada. Lo bueno de esto es que la demanda por parte del público ha sido tal, que seguramente lo seguirán haciendo.

Este autor ruso es considerado el maestro de los relatos cortos de finales del XIX, tiene varios cuentos maravillosos, entre ellos El Beso, tal vez uno de los más conocidos. Sin importar cuántas veces lo hayan leído, la adaptación del también director Alonso Ruizpalacios, va más allá de toda expectativa. No sólo cuenta la anécdota original traslapada a la actualidad nacional, sino que logra un juego de interrelación con el público que nunca había presenciado.

 La puesta en escena está diseñada para dar cabida a unas veinte personas, quienes son sentadas alrededor de una gran mesa rectangular, eres un comensal más de la cena. Los cinco actores departen contigo la historia, de hecho te hacen participar en ella. El teatro está lleno de convenciones en las que el público está dispuesto a imaginar, sin embargo la integración que logran estos brillantes jóvenes con la audiencia, va más allá. La experiencia que viví fue única y creo que la sensación fue común, nos despedimos de ellos como si de amigos cercanos se tratare.

El cuento nos narra acerca de un grupo de oficiales invitados por el general de brigada a su casa para una ostentosa cena antes de partir a la batalla. Desconocemos el motivo de tan caprichoso evento, quizás brindarles placer antes de la muerte, inspirarlos para que luchen con valor o un ritual sin sentido. Lo que es un hecho es que estos hombres están claramente fuera de lugar y más el tímido Riabóvich, quién se aleja distraído a deambular por las habitaciones de la casa, en donde al auspicio de la oscuridad, unos brazos femeninos lo abrazan para darle un beso; ella huye ante el equívoco, pero a él le cambiará la vida.

Esa es a grosso modo la trama de la historia, pero lo verdaderamente interesante se da en el cambio psicológico del hombre ante el evento. En un mundo cada vez más cínico, un beso, un sólo beso de un desconocido ¿puede marcar tu vida? Creo que sí. Ya sé que soy medio cursi, pero evoco la experiencia (no de un desconocido) y vuelvo a sentir el revuelo en las entrañas, la palpitación acelerada, el alma ensanchada… es una experiencia que te marca.

Me viene a la mente uno de mis poemas favoritos Piedra de Sol de Octavio Paz, quién no es uno de mis poetas predilectos, pero éste tiene frases e imágenes muy afortunadas entre ellas: “…Un mundo nace cuando dos se besan…” “…Amar es combatir, si dos se besan el mundo cambia, encarnan los deseos, el pensamiento encarna…”

Muchas especies realizan un reconocimiento con el hocico, pico o trompa para evaluar a la futura pareja. Nosotros, siempre más complejos, nos besamos. En algún estudio de la antropóloga Helen Fisher recuerdo haber leído dos importantes conclusiones, la primera era que la introducción de la lengua por parte de los varones era una manera inconsciente de depositar testosterona en la hembra, con el fin de provocar un encuentro sexual. La segunda mencionaba que los hombres buscaban compensar las mermas del aparato olfatorio con el gusto, para determinar el nivel de estrógenos de la hembra y así evaluar su nivel de fertilidad.

En el ámbito fisiológico sabemos que el ósculo activa al hipotálamo, en donde se genera una reacción bioquímica que dispara hormonas que te hacen sentir euforia. Ya sea por memorias atávicas depositadas en nuestro ADN, ya sea por cargas culturales llenas de romanticismo. Al final del día, es tan rica la sensación que estamos dispuestos a besar aún sabiendo que la boca tiene diez veces más gérmenes que el ano.

Descubro con pesar que en ocasiones mancillamos los besos viviéndolos sin vivirlos, como algo que se repite hasta el hartazgo. Siendo una de esas experiencias que te permite vivirla cada vez como si fuera la primera vez. Cada beso es único: nace, muere y permanece en la memoria. Te marca, nunca vuelves a ser el mismo, por eso me conmueve la lucidez de Riabóvich para vivir un primer y último beso con la ponderación justa: la vida le iba en ello. Ojalá la disfruten tanto como yo.

Les mando un fuerte y apretado abrazo.

Claudia

Teatro Santa Catarina ubicado en Jardín Santa Catarina 10 Plaza de Santa Catarina, Coyoacan, ju vi 20:hrs sa 19:00 hrs do 18:00 hrs

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