A pocos días de haber tomado posesión, el nuevo gobierno mexicano se ha empeñado en trazar símbolos de cambio. No es el único ni el primero en hacerlo. Particularmente en las democracias en construcción, los nuevos gobiernos suelen intentar marcar un antes y un después con mayor o menor intensidad. En el caso de la administración de López Obrador, este rasgo adquiere una importancia mayúscula, pues la bandera indica un abrupto cambio y transformación. Sin embargo, curiosamente algunos de esos guiños de cambio coquetean con viejas fórmulas, piezas del rompecabezas del siglo XX. Por ejemplo, durante la llamativa reunión de López Obrador con las Fuerzas Armadas antes de tomar posesión, el ahora presidente dijo que el soldado es “el pueblo uniformado”.
Andrés Manuel ha sido consistente en este dicho, como ciertamente lo ha sido con la mayoría. Hace un par de meses, a días de conmemorar el 50 aniversario de la matanza del 2 de octubre, repitió y expandió la fórmula: Tenemos que tomar en cuenta que el Ejército es pueblo uniformado, [los mexicanos] no ven a los soldados como enemigos, yo recorro todo el país y sé de donde son los soldados, hijos de comerciantes, de campesinos. Incluso antes, estando en campaña, dijo que ese “pueblo en uniforme” es, en su mayoría, simpatizante de su movimiento por lo que votarían por el cambio. No es coincidencia que la fórmula del pueblo uniformado aparezca en contraposición a la idea de que “no son enemigo”. Después de todo, la guerra contra las drogas no pasó en vano, tampoco la sangría que dejó.
Ahora bien, ¿qué tan uniformado está el pueblo? Cualquier respuesta estará empantanada. Aunque “el pueblo en uniforme” es una idea más o menos vieja y asociada también a otros casos internacionales, en el caso de México tiene un sustento histórico interesante. A diferencia de la mayoría de los ejércitos en Sudamérica, las fuerzas armadas mexicanas no establecieron una dictadura militar a lo largo del siglo pasado y hasta la fecha. De hecho, su lealtad al régimen ha sido incondicional, desde etapas penosas como 1968 y toda la época de la guerra sucia, hasta demostrar una digna reacción institucional ante los cambios de régimen desde el año 2000. Además, las fuerzas armadas son hijas de la facción victoriosa de la Revolución mexicana, el mismo proceso que produjo buena parte del orden político contemporáneo.
A eso se suma que el reclutamiento en el ejército ha sido, durante décadas, una opción real de progreso material y profesional para muchos mexicanos que de otra forma no habrían conseguido esa posibilidad. La idea occidental del ejército supone exclusión y separación –aunque el modelo ciertamente ya es global‒. Se busca construir un estamento social distinto y distinguido del resto, altamente disciplinados y ordenados en la medida en que se trata de individuos armados. Por eso se uniforman y se encuartelan. En ese sentido, la fórmula del pueblo uniformado es un planteamiento tan interesante como problemático. Por un lado, se supone que el ejército es “distinto del resto”. Sin embargo, “el pueblo en uniforme” es una invitación a cerrar filas a partir de reconocer que civiles y militares comparten el mismo origen y, en una de ésas, el mismo destino.
Desde hace más de una década, la sociedad mexicana se embarcó en una guerra contra sí mismo. Es comprensible que las fuerzas armadas busquen no perder una imagen de respeto y confianza ante la opinión pública. Después de todo, es innegable ese respaldo como lo demuestran encuestas de opinión que colocan al ejército y a la marina como unas de las instituciones en que más confían los mexicanos. El general Luis Sandoval González, nuevo titular de la Secretaría de la Defensa Nacional, dijo en un tweet que no defraudarán la confianza, pues Nuestra razón de ser es el #Pueblo, porque de él provenimos, a él servimos y a él defendemos. México ha experimentado un violento contexto de criminalización dirigido, eso sí, por el poder civil. Se entiende que “el pueblo uniformado” sugiera un símbolo de reconciliación. Para ello se requieren pasos intermedios. El reto consiste en que ese elemento simbólico se materialice en prácticas concretas de justicia.
El ejército es fundamental para nuestro país, son los encargados de resguardar las instituciones del estado y han demostrado su lealtad a México, si incondicional vocación de servicio y su forma tan correcta de actuar demuestran que son dignos de admirar y que es una de las instituciones de mayor respeto y cariño en nuestro país, los soldados en efecto son hijos de campesinos y clase obrera en general, de ahí viene sus ganas de salir adelante y superar los esquemas preestablecidos.
Me siento orgulloso de ser mexicano y de tener un ejercito competente y respetuoso de las instituciones, el soldado raso es la columna vertebral de esta heroica institución y el menos reconocido ya que así como mantiene la limpieza del bosque de chapultepec lo mandan a misiones estratégicas y peligrosas, teniendo en cuenta que ellos reciben ordenes y hay qué ejecutarlas,el sexenio qué terminó contaba con el sr. General Salvador Cien fuegos, creo que fué uno de los secretarios qué le faltó el respeto a sus subordinados, en todo el sexenio no dió ni un bono, no llegaron viáticos a los qué estaban acreditados para recibirlos, el dia del ejercito ni un vaso con agua les dió. solamente donde se presentaba el sr. presidente festejó, a los graduados de las diferentes escuelas militares les bajó de grado, antes salían con el grado de mayor y ahora salen con el grado de subteniente, a los retirados se les daba el grado inmediatoy ahora nó,y nuestros soldados con su sueldo mandan a sus casas se atienden ellos y si se les mandan a curso tienen que pagar lo que rquieren. cro qué no es justo qué a una de las instituciones mas queridas se les de ese trato,qué ellos por diciplina y lealtad no ventilan sus necesidades.