#Tlahuelilpan #Tragedia #Educación
Cuando vemos un accidente, como el ocurrido en Tlahuelilpan, Hidalgo, te das cuenta de que todo lo que sucede como resultado de la descomposición social que hemos vivido, se manifiesta en ese trágico evento. Un evento en el que, en unos instantes, más de 60 personas perdieron su vida, y con ella todas las ilusiones y expectativas de lograr más cosas y estar mejor.
Generalmente, todos los seres humanos queremos estar mejor, poder tener y lograr más cosas. El “cómo” sin duda es lo que varía. Se puede lograr todo lo anterior estudiando y trabajando, con un principio de llevar una forma honesta de vida; o se puede hacer engañando, buscando atajos falsos para avanzar vía la transa, el robo y/o cualquier conducta ilegal.
Esto último sucedió en Tlahuelilpan el pasado 18 de enero de 2019. Una fecha que, en muchos sentidos, quedará en la memoria de los mexicanos como de tragedia. No sólo porque la explosión dejó los cuerpos calcinados. Ya era una tragedia ver que la gente se reuniera en torno a un chorro de combustible, a todas luces robado, y llenara bidones para poder, quizás, usarlos posteriormente o revenderlos. Tragedia el que se considerara normal esta práctica, que incluso era observada por las autoridades y permitida desde años atrás. Tragedia que, debido a la pobreza y la falta de educación, la gente opte por la vía de la ilegitimidad para buscar sus sueños.
Por lo que he leído en las diferentes crónicas, la gente estaba eufórica. Me imagino esa euforia criminal, como cuando en hordas se lincha a una persona sin reparar siquiera en que es un ser humano al que le están quitando la vida. El hijo de una madre que se quedará sin él o el padre de algún niño que quedará huérfano. Esa euforia cegadora que muchas veces contagia a lo malo, simplemente porque un colectivo lo está empujando. El ser humano pude ser propenso a llevar sus acciones al límite, como consecuencia de un dictado de masas. Y es precisamente esta colectividad, en la que al ser muchos los que hacen el mismo mal, la acción realizada se califica como correcta. Nada más alejado de la realidad.
No es correcto robar combustible. No lo es ni a grande escala, ni en pequeñas cantidades. No hay, ni debe haber un criterio. Al que se roba un litro o miles, se le debe llamar ladrón. Pero aquellos que lo hacen orillados por las mafias, y que sumidos en una pobreza extrema no ven opciones en ningún otro lado ‒que al parecer han sido muchos de los fallecidos en esta explosión‒ son doblemente víctimas. Nunca podrán entender ‒porque ya murieron‒ que fueron manipulados, que al no recibir educación y trabajo, así como condiciones adecuadas para vivir, fueron entonces orillados a robar. Nadie les dijo que eso era malo, porque probablemente en esa población los valores ya estaban muy confundidos, si no es que diluidos desde mucho tiempo atrás. Mi pregunta es ¿cuánto y en cuántas partes, este fenómeno, se repite a lo largo y ancho de nuestro país? Estoy seguro que mucho. Esta tragedia no puede quedar para el anecdotario y debe sacudir las conciencias de todos. Nos debe dejar lecciones claras de que, en materia de educación en valores, en materia de combate a la pobreza y en materia de combatir al crimen (organizado o no) hay muchísimo que hacer.
La sociedad mexicana no puede seguirse degradando. Lo que pasó es consecuencia del huachicoleo y sucede justamente cuando hay todo un esfuerzo del nuevo gobierno para terminar con ese crimen, el de robarse los combustibles. Aplaudo el que haya esa resolución gubernamental de acabar con esa práctica, pero se debe ir más allá de combatir al crimen organizado, acabando con las causas que generan que gente buena acabe en hordas llevando a cabo conductas ilegales, como lo que vimos el viernes pasado. Esas causas son la ignorancia y la pobreza.
El trabajo de autoridades, empresarios y sociedad, en su conjunto, es buscar que haya más educación y más empleo. Sin la primera, es muy complicado lograr la segunda de forma permanente y de calidad.
Como siempre lo he dicho, nuestro mayor rezago es el educativo, nuestro problema más grande es la educación y cualquiera de nuestros problemas tienen el origen de su desgracia en la falta de educación. No sólo educación escolar, sino en valores universales, en civismo, en grados mínimos de conducta, en la solidaridad y en la información. Campañas faltan para comunicar una educación cívica y ahí debe apuntalar no sólo el gobierno en todos sus niveles, sino también las empresas con sus empleados, académicos con sus educandos, medios en sus diferentes modalidades y los padres de familia con nuestros hijos. Si no hacemos conciencia y actuamos pronto, nuestra sociedad puede convertirse en lo que solemos oír, incluso a veces, hasta de nuestros propios gobernantes, que en México hacer transa es un tema “cultural”.
Yo me rehúso a creer eso, pero ejemplos como el del viernes en nada ayudan y ya hubo, una vez más, consecuencias mortales que lamentar.
Lo último que podemos permitirnos como sociedad es quebrantar nuestro tejido social por apatía. Los mexicanos hemos construido una gran nación y somos más la gente buena que vive y trabaja en la legalidad como gente de bien. Nada de aceptar que la transa o el robo es “cultural”, ya que es una forma de actuar que, a todas luces, es reprobable.
Maestro Sahab, en todos los puntos estoy de acuerdo, solamente en dos párrafos hay una contradicción. Dice usted primero que se imagina usted una euforia criminal, y en el siguiente párrafo habla de cómo la carencia de educación y la dilución y confusión de valores llevaron a la masa, casi por inercia, a la tragedia. Yo creo que lo segundo es lo acertado. Es una carencia de educación y dilución de valores aprovechada, exprimida hasta obtener su máximo beneficio, por gobiernos pasados, recrudecido ello desde tiempos de Carlos Salinas de Gortari. Es la ignorancia que lleva al “pueblo bueno” a creer de los Derechos Humanos lo que les enseñó y les martilleó en el cerebro sobre todo el gobierno de Felipe Calderón: que los DDHH son el arma del criminal y del delincuente. Esto me confirma en mi creencia de que no hay “pueblo bueno”; hay pueblo educado porque el Estado les garantizó educación y oportunidades, y no educado porque el Estado se los negó. Muchas gracias por este análisis sereno, que ojalá encuentre al divulgarlos personas desapasionadas dispuestas a leerlo y aprovecharlo con la misma serenidad, exigiendo del Estado, no que corte todas sus relaciones con el mundo capitalista, pero sí que cumpla como debe los tratados internacionales que obligan al Estado a cumplir con los DDHH, a garantizar a toda la población educación y oportunidades en pie de igualdad.
Tuvieron totalmente perdida su brújula moral.
La 4T pretende que saquemos lo mejor de nosotros mismos. La Cartilla Moral nos da la oportunidad de reflexionar sobre como el BIEN nos obliga a obrar con rectitud, a decir la verdad a conducirnos con buena intención, a ser aseados, decorosos, corteses, laboriosos, cumplidos con el trabajo. Quien puede estar en contra de que nos obliguemos al RESPETO de nuestra persona, de la familia, de nuestra comunidad, de nuestra patria, de la humanidad y de la naturaleza.
Pensemos, por ejemplo, en los receptores de becas, pensiones, y préstamos a la palabra: si no tienen parámetros morales y caen en la tentación de despilfarrar en una parranda el dinero, con el que la sociedad los esté apoyando, ¡La 4T les da la oportunidad para que ellos mismos reflexionen sobre lo que es correcto!
Pepe como siempre muy acertado en tu columna.
y ojala este triste evento desde cualquier angulo, nos sacuda como sociedad y cada quien desde nuestro entorno ayudemos a rescatar principios y valores. entender que tengo que respetar y apoyar en la medida de mis posibilidades para tener el MEXICO que todos queremos.
SALUDOS