Una cosa y dos. Dos y una sola. Llama doble. La nombra así Octavio Paz. A eso que, siendo una sola cosa, no deja nunca de ser dos. Y, sin embargo, se mantiene, unida, como una sola. Revelador y lúcido, es el largo ensayo del Nobel mexicano en que establece esta naturaleza de la unidad y lo dual: La llama doble, amor y erotismo. Lecciones de esa particular inteligencia sensible, sensitiva claridad, con que fue dotado al poeta.
¿Naturaleza? Sí. ¿Instinto? Instinto es. El amor es un instinto. Mas, es su manifestación como actos, objetos y prácticas lo que lo vuelve comprensible y propio a ojos de cada época.
Decíamos antes ya que en su condición doble es uno con el erotismo, y es dos, en tanto se distinguen uno y otro. No menos ocurre, pues, en cuanto a la circunstancia que marca que, siendo instinto es, ante todo, idea.
Y si ese instinto sólo puede ser en el mundo de las acciones humanas siendo idea, querrá decir entonces que tiene una historia. Toda idea la tiene. Toda idea es su historia. Y toda historia es constatación de lo que existe ajeno a lo inmutable. Lo que muta. Lo que se transforma.
Así, de seguir acuciosamente la pista de la historia del amor en Occidente, como lo hace Octavio Paz, se llegará de la mano del poeta al punto de amor cortesano. Al igual que, de poner el empeño de un profesional del discurrir histórico, se identificarán, también, a partir de entonces, cada una de sus mutaciones determinantes.
El advenimiento de la Era Digital es, sin duda, la más significativa de los últimos tiempos. El amor es igual pero distinto. Radicalmente distinto.
El amor es igual en su manifestación instintiva, en su anhelo de sentirse y saberse acompañado, en su impulso por recobrar un sentido de unidad que a los seres humanos, bien apuntaba hace tiempo Georges Bataille, nos es arrebatado desde el nacimiento mismo.
El amor es igual, pero la irrupción de las formas de lo digital ha hecho que la experiencia amorosa, con todas sus implicaciones, no se parezca a nada conocido anteriormente.
El Eros electrónico, como lo llama Román Gubern, es este sujeto, hombre o mujer que, sobre el horizonte de las tecnologías digitales, construye (y constituye) nuevas rutas para expresar su afectividad.
Porque siendo una manifestación radicalmente individual, el amor toma forma en el inventario de los fenómenos sociales, es una expresión social; y como cada hombre y cada mujer, espejo de la sociedad de su tiempo.
Sobre tres planos coloca Gubern las modificaciones provocadas por lo digital: el plano físico, el plano intelectual y el plano emocional. En la intersección de estas tres dimensiones, la práctica del amor como ideal y del erotismo como encuentro con el otro.
Así, el papel que alguna vez tuvo la televisión como escaparate de los deseos, la frase es de Gubern, se ha trasladado, primero, a la pantalla de las computadoras de escritorio, luego a las laptops y, en los años más recientes al minúsculo, e inacabable, a la vez, rectángulo de los smartphones.
Ahí, suceden, si es que se puede decir así, las tribulaciones amorosas, los deseos más radiantes y lo más recónditos, de ese eros electrónico que se entrega a la imagen digital como nave la fantasía.
Los datos que presenta The Competitive Intelligence Unit (The CIU), en su encuesta anual sobre prácticas amorosas son contundentes. Uno de cada tres usuarios de celular en México ha descargado una aplicación para “ligar”. Alrededor de 32 millones de cibernautas se han sumado al ensueño digital de conocer, seducir, intimar con otra persona que, esto es lo notable, su condición de desconocido le torna en una suerte de horizonte de “todo lo posible”.
No extrañe, entonces, que en un porcentaje que crece año con año, más de una tercera parte de los internautas encuestados por The CIU ha manifestado haber establecido algún tipo de relación o encuentro amoroso con una persona que conocieron a través de las redes sociales.
Relaciones de diverso tipo, duración y profundidad. Encuentros que se dieron en medio de lo acelerado, inmediato, lacónico y equívoco que pueden ser las redes sociales, o precisamente gracias a ello.
Empero, no todo es fantasía, cumplida o esbozada. Ciertamente más del 60% de los usuarios mexicanos afirma que las redes han beneficiado sus relaciones amorosas.
Al mismo tiempo, paradójicamente, 7 de cada 10 cibernautas reconocen haber revisado sin permiso las redes de sus parejas en busca de evidencia de alguna infidelidad.
“37.6% de los internautas ocultan su situación sentimental actual en redes sociales para mostrarse disponibles”, escribe Ernesto Piedras, Director general de The CIU, “y 13.2% confesó que ha sido infiel a su pareja con alguien que conoció en alguna red social”.
Compartir nuestras vidas en las redes sociales, como bien señala Piedras, está generando una dinámica de construcción de identidades digitales que se expresan en lo amoroso y en lo erótico, y que comprenden sus propias características, contradicciones, paradojas, libertades y encadenamientos.
En todo caso, queda la vigencia del llamado que hace Gubern para no olvidar que, bajo toda circunstancia, “el destino cardinal del ser humano es el de interactuar emocionalmente con el mundo viviente que lo rodea. No con los fantasmas que habitan dentro de su cabeza”.
Aburrimiento y soledad, llama doble fantasmal, calamidad multiplicada de este tiempo.