El negocio de la antipolítica

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Uno de los problemas estructurales más determinantes en México es el cooperativismo político; es decir, el aparato de gobierno en manos de un sector especializado en “gobernar”. La alternancia, el debate de ideas y propuestas y la necesaria dialéctica para encontrar soluciones quedan fuera de lugar cuando una casta de políticos especializados se rotan en todos los puestos y brincan de un partido a otro con mucha más ligereza que cambiar de equipo de fútbol; incluso, salvo muy honrosas excepciones, tal parece que la afición es más leal a sus equipos que muchos políticos a los principios de sus partidos.

Votar no es suficiente, e incluso, hablando de democracia, es secundario. Votar por la opción “menos peor” es una forma de conformismo político y resignación ciudadana. Ejercer el voto de castigo puede ser más útil -aprendamos de los franceses- pero es absolutamente insuficiente.

El cooperativismo político es un cáncer para la verdadera democracia. El antiguo sistema presidencialista se vino abajo con la irrupción de los movimientos democráticos en los años ochenta, y durante el sexenio foxista el poder legislativo alcanzó una gran independencia del ejecutivo respecto a la que tuvo durante el régimen priista. Sin embargo, los partidos políticos utilizaron esta nueva situación para hacer leña del árbol caído más que para avanzar en el proceso de democratización.

Si los ciudadanos no se cuadran a las formas, estilos y corruptelas de un partido, quedan fuera de la vida política e imposibilitados de tener tan siquiera voz. El realismo político a la mexicana ha devenido en una vulgar lucha por los presupuestos, en la aritmética del tráfico de influencias y la apología del miedo al cambio.

Hablando coloquialmente, la palabra “política” hoy tiene una connotación sumamente negativa y es considerada como una de las fuentes de todos nuestros males. El político en México es comúnmente percibido como un ser oportunista, corrupto y egoísta. Sin embargo, la finalidad de la política es la de resolver los problemas colectivos y lograr el bien común. Cualquier proposición teórica y práctica que pretenda lo contrario debe ser considerado como la antipolítica. El autoritarismo, la monopolización de los instrumentos de decisión colectiva, el encubrimiento y los monólogos basados en el poder de la publicidad han sido típicas manifestaciones de la antipolítica mexicana.

Debido a la escandalosa impunidad con la que actúan muchos gobernantes, resulta imprescindible implementar mecanismos de control y vigilancia ciudadana como el referendum, el veto a los sueldos y bonos auto-autorizados de la alta burocracia, el presupuesto participativo, así como limitar o, de plano, suprimir el fuero político.

Por otro lado, el impulso a las candidaturas ciudadanas debe tener una regulación muy clara para evitar caer -aún más- en el reino de la plutocracia mercadotécnica. Sin embargo, para acabar con el cooperativismo político es necesario mucho más que ir a las urnas. Los movimientos sociales emergentes y las organizaciones de la sociedad civil deberían tener más presencia que los costosos partidos dado que han sido ellos los que han generado los avances más importantes en nuestra escasa democracia.

Gane quien gane las próximas elecciones, las posibilidades de lograr un cambio real están en manos de la ciudadanía y no pueden reducirse a ir a las urnas; sin embargo, no es lo mismo caminar en el fango que caminar en la tierra. Los resultados de las gestiones de los candidatos que tienen verdaderas posibilidades de ganar hablan por sí mismas y mucho mejor que los spots.

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