En el camino transitado en los pasados dos años de esta columna se ha fortalecido la utilidad de distinguir tres estratos y facetas de manifestación y análisis de la relación mente-cuerpo: un nivel supra-personal en términos de la variada y vigorosa articulación del humano con su entorno; otro nivel personal, psicosomático o psicofisiológico en referencia a los múltiples nexos entre las actividades mentales, las actividades corporales y el comportamiento del organismo viviente, y el tercero, un nivel sub-personal o neuropsicológico, sobre el vínculo entre la conciencia y el cerebro.
El nivel suprapersonal se refiere al enlace bidireccional del individuo con su entorno físico, simbólico y cultural, pues no es posible comprender la mente sin considerar la relación dinámica del sujeto con su ambiente. La mente actúa como lo hace porque está encarnada en un cuerpo que emplaza sus operaciones con el medio circundante y porque el inestable e inhóspito entorno exige que el organismo defina capacidades sociales y ecológicas para enfrentarlo. El hábitat forma parte sustancial del sistema cognitivo y la mente consciente ha sido seleccionada en el curso de la evolución para proceder en la forma más apropiada en respuesta a las inestables situaciones. Los comportamientos adaptativos de los diversos organismos amplían sus oportunidades para sobrevivir y reproducirse, con lo cual las operaciones cerebrales asociadas a funciones motrices y cognoscitivas se seleccionan y refinan en generaciones sucesivas. Así, en múltiples especies animales han surgido distintas capacidades mentales en paralelo con la ganancia estructural y depuración funcional de sus cerebros, cuerpos y conductas.
Desde este mirador supra-personal, el panorama del problema mente-cuerpo se abre a considerar las influencias y restricciones que impone el medio ambiente, subraya la importancia de la adapatación, asume al comportamiento como un motor de la evolución y coloca a la humana como una más de las especies vivientes y sintientes del planeta, con capacidades expresivas, creativas y resolutivas peculiares. El problema mente-cuerpo va más allá de dos ámbitos, uno biológico y otro psicológico, pues ambos se insertan en un nicho, es decir, un entorno físico, ecológico y social, cuyos componentes y normas no sólo permean e influyen en la mentalidad y el comportamiento, sino que, en complemento, las obras humanas detentan características psicológicas. En efecto: la mente está impresa y codificada en el mundo de los artefactos y productos humanos, estableciendo en las artes y las técnicas una relación múltiple entre la información y la estructura, entre la forma y la materia. Esta relación constituye un nicho y la relación entre propiedades, operaciones, representaciones, conductas y artefactos concreta un tópico relevante del problema mente-cuerpo.
El cuerpo, la conciencia y el mundo están integrados en el individuo, pues al tiempo que el sujeto maniobra en su entorno físico, ecológico, social y cultural, asimila e incorpora dicho entorno. La coexistencia de hechos somáticos, mentales, ambientales y expresivos conforma un campo dinámico y complejo, configurado por la modulación recíproca y mediada por el cuerpo entre los factores subjetivos personales, los sensitivo-motores, los intersubjetivos y los simbólicos. Vistas de esta manera, las explicaciones teóricas supuestamente antagónicas entre los ingredientes genético-biológicos y los factores aprendidos resultan complementarias por tratarse de una co-evolución entre los individuos y sus entornos físicos, ecológicos y sociales. En cada ser humano existir es enterarse, percatarse y tomar conciencia de su vínculo con el mundo, coyuntura que se vive en primera persona: yo me concibo instalado en el mundo, ocupado de las cosas y de los otros, de los escenarios, obstáculos y oportunidades que mi contexto me dispone, me transige o me suscita.
Ahora bien, al tomar el punto de vista personal, la relación mente-cuerpo se revela en las funciones autorreguladas y autógenas del organismo considerado como una totalidad, como un individuo. Entre esas funciones están los actos mentales que gestados en el cerebro afectan y son afectados por eventos del resto del organismo, como sucede con las funciones sensitivo-motoras y la conducta expresiva, en particular la acción deliberada. Es conveniente referir a estas funciones con el adjetivo de “psicosomáticas,” con la advertencia de que el término no supone interacción entre mente y cuerpo, sino que múltiples actos psicológicos tienen un correlato cerebral capaz de afectar a músculos y vísceras a través del sistema nervioso periférico y autónomo, en coordinación con un entresijo plasmático de señales moleculares, endócrinas e inmunológicas, verdadera sabiduría del cuerpo. A su vez, la percepción de posturas y movimientos del propio cuerpo (propiocepción), y de las vísceras (interocepción) intervienen de diversas formas en el funcionamiento de la mente, pues las condiciones y cambios corporales contribuyen a la conciencia somática y sirven para rastrear e interpretar diversos estados afectivo-cognitivos.
Las funciones sensitivo-motoras del individuo son psicosomáticas porque vinculan y acoplan operaciones motoras de orden físico y operaciones psicológicas de orden mental. Por ejemplo: ver, oír, saborear o tocar son procedimientos de la persona íntegra que involucran tanto al cuerpo por la operación de los sentidos acoplada a movimientos acordes, como a la mente que por la misma vía advierte estímulos, objetos del mundo o acciones que el propio sujeto realiza y modula en tiempo presente sobre los objetos que percibe. En este mismo tenor, el comportamiento constituye un elemento clave del problema mente-cuerpo por mediar entre el cerebro y el entorno, de tal forma que su estudio minucioso permite visualizar e intuir las capacidades y cualidades sensoriales, cognitivas y motoras de otras especies. De esta forma, ciertas conductas estratégicas han permitido atribuir planeación, comunicación simbólica o transmisión cultural de comportamientos adaptativos a diversos animales, así como formas de autoconciencia, ritualidad o moralidad a algunos cetáceos, simios y aves parlantes. Por otro lado, las conductas expresivas manifiestan sentimientos o designios que son percibidos, interpretados e interpelados durante las interacciones sociales. Entre humanos, los actos verbales y sus expresiones simbólicas escritas y leídas son el medio más eficaz no sólo para manifestar la propia mentalidad y conciencia, sino tambien para conocer y asimilar lo que los otros piensan, sienten o intentan realizar.
Las conductas manifiestas pueden ser analizadas desde múltiples perspectivas, como la neurofisiología del control motor y la actividad neuromuscular, la ergonomía de la acción sobre el entorno, la psicología de la comunicación, la técnica, el estilo y la estética de los actos creativos y sus productos. Esta diversidad de propiedades, aspectos y perspectivas que tienen una base orgánica común, se puede aplicar a las actividades mentales, cuyos correlatos objetivos pueden ser analizados en el cerebro por la neurociencia o colegidos por las ciencias de la conducta, sus elementos subjetivos o experienciales por la psicología clínica o la fenomenología, su ejecución, pericia o estilo por la tecnología y la estética, su semiótica por la lingüística o su retórica por la narratología. Este panorama, tan rico en constituyentes como disperso en disciplinas, demanda una implementación transdisciplinaria en las ciencias cognitivas, con el objetivo de generar un lenguaje común y un entendimiento integral que llevarían al problema mente-cuerpo a un estrato superior de abordaje y comprensión. Este requisito es embrollado y difícil, pues los términos, métodos, modelos y enfoques utilizados en las diversas ciencias, humanidades y disciplinas estéticas suelen ser específicos, imprecisos y difíciles de traducir entre sí.