El verdadero gobierno

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Hace pocos años se volvió común una tragicómica frase acerca de la transición democrática en México: “El PRI robaba, pero te dejaba robar; el PAN roba y no te deja robar.” Qué sorpresa y qué desengaño saber que es absurdo tratar de mejorar nuestra sociedad sin comenzar a curar la mente.

¡Qué decir! El reino de la hipocresía. Mientras estemos dispuestos a tolerar la corrupción de otros para que los otros también toleren nuestra corrupción, cualquier rumbo que hayamos tomado, sea bueno o malo, será casi irrelevante. ¿Podrá existir un planteamiento más mediocre? ¿Qué país podríamos construir con tan poca monta?

Si la esclavitud comenzó con los yerros, continuó en las costumbres. La descomposición social a la que llegamos tiene uno de sus origenes en el ámbito de la educación. Los programas de educación deben orientar al individuo desde la capacidad de autogobernarse a sí mismo, pero no como la voluntad de poder que se refiere al dominio de lo exterior y del otro (sentido de competencia), sino como la capacidad de autocrearnos como seres irrepetibles e irreductibles (sentido de cooperación). Es una cuestión de educación que se teje en la familia, la escuela, el entorno laboral y, por su puesto, la inexorable propaganda en los medios de comunicación y las industrias culturales.

El verdadero gobierno comienza en nosotros mismos, desde abajo. Cuando los ciudadanos son profundamente respetuosos, cooperativos e incorruptibles, ninguna tiranía cabe. Para construir un buen gobierno es necesario, además, participar. Nuestra conquista personal no será una adquisición, sino una práctica constante en la que se enfrentan lo necesario y la inercia del mundo que nos es dado de antemano. Si todo en el universo cambia, ¿por qué negarnos nosotros?

Nuestras herencias socioculturales no son una fatalidad, sino los escombros con los que podemos levantar nuestra casa. Simple causalidad. ¿Quién no ha celebrado el “despertar” de los jóvenes estudiantes? Afortunádamente para ellos, es políticamernte incorrecto tachar sus aspiraciones de cambio (esa es una de sus virtudes), e incluso sus detractores pueden criticarles varias cosas, pero no se les ha llamado “pseudoestudiantes” -mientras sean honestos y creativos nadie podría sostenerlo- y tampoco se les ha podido considerar realmente como acarreados. ¿Pero, acarreados de quién? Sólo de ellos mismos. Han sido listos, sin duda, y también han heredado viejos logros, viejos sacrifícios.

Resolver desde la raíz los problemas y desequilibrios sociales no es una labor opcional, sino la única oportunidad de sobrevivir. Debemos invertir en ello. Si la idea de construir un tejido social armónico resulta un idealismo vanal, se podrá comprobar en la medida en que esta idea sea capaz de plantear un programa, el cual deberá tomar su cuerpo de la propia realidad.

Los jóvenes estudiantes de hoy demuestran que mientras haya educación, habrá un constante espiritú de cambio favorable y de progreso. Ahí tenemos un modelo clave nacido en el seno de las redes sociales: un nivel de estudios aceptable y medios libres de comunicación. Toda una ecuación de pedagogía social.

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